Periodistas y medios de EE.UU. admiten haber hecho mal su trabajo en la cobertura de la campaña del magnate
Por: Jordi Barbeta
Mal, mal, mal, hasta el final, lo hicimos mal”, reconocía en el The New York Times Jim Rutenberg en referencia a la cobertura periodística de la campaña de Donald Trump por la nominación republicana. Su artículo se titulaba “La carrera ha terminado y el periodismo ha perdido”.
Más indigesto resultará el acto de contrición de Dana Milbank, el comentarista político de referencia del The Washington Post. “Hace siete meses dije que me comería mi columna entera, literalmente, papel de periódico y tinta, si Trump ganaba la nominación. Calculé que los votantes republicanos eran mejores que Trump, pero me han defraudado”. Milbank ha convocado a sus lectores a un restaurante especializado en cocina latinoamericana donde el jueves se comerá, en el estricto sentido del verbo comer, su columna publicada el 2 de octubre y titulada “Trump perderá o yo me comeré esta columna”.
Donald Trump ha ganado la carrera por la nominación contra todo pronóstico periodístico porque prácticamente nadie se tomó en serio el desembarco del magnate en la política. Y ahora la prensa estadounidense, la de mayor prestigio del mundo, se siente avergonzada y se pregunta “dónde hemos fallado”. Que Trump sea el candidato republicano es una decisión democrática inapelable de las bases republicanas, pero el tratamiento frívolo de sus actuaciones, el seguimiento acrítico de sus promesas y, sobre todo, el no haber sido capaz de calibrar la magnitud del fenómeno social que el magnate ha capitalizado a su favor, eso sí se admite que figura en el debe del periodismo.
Nate Cohn, también del The New York Times, dice: “Nunca sabremos lo equivocados que estábamos sobre Donald Trump”. En su opinión, se debe a una suma de factores, pero da especial importancia al hecho de subestimar al magnate desde el principio: “Lo descartamos –dice– porque estábamos convencidos de que los votantes nunca nominarían a una estrella de los reality shows para presidente, y mucho menos un provocador con posiciones políticas iconoclastas”.
La subestimación del candidato fue lo que llevó al Huffington Post a negarse a informar de la campaña del magnate en la sección política. “Es un espectáculo y no vamos a morder el anzuelo –dijo entonces Ryan Grim, redactor jefe–; quien esté interesado en saber qué dice The Donald lo encontrará al lado de nuestras historias sobre la familia Kardashian”. Obviamente, el Huffington Post no ha tenido más remedio que rectificar, y con más dolor que el de la digestión del papel que se tragará Milbank. Entre otras cosas, porque Trump había replicado a Arianna Huffington, la fundadora, con una demostración de su maldad: “Es poco atractiva por dentro y por fuera. Entiendo completamente por qué su exmarido la dejó por un hombre”.
El debate surgido en el ámbito periodístico plantea enormes interrogantes. “¿Por qué los periodistas creen que es importante para el público conocer sus conjeturas sobre quién va a ganar?”, preguntan Glenn Greenwald y Zaid Jilani en The Intercept. Otra cuestión es si la desconexión entre la opinión pública y los políticos convencionales no será la misma que la brecha que se observa entre la opinión pública y la opinión publicada. Al fin y al cabo, Donald Trump, por quien nadie apostaba, ha ganado frente a otros 16 candidatos de sólida trayectoria. En cambio, Hillary Clinton, a quien se le pronosticaba una campaña triunfal, no ha conseguido todavía deshacerse de su único rival, Bernie Sanders, un senador de 74 años que se declara socialista y propugna una revolución política. Greenwald y Jilani ponen el dedo en la llaga: “Los periodistas influyentes llevan una vida muy distinta de la masa de votantes en cuyo nombre se creen que pueden hablar. También suelen tener intereses diferentes, incluyendo una inclinación a preferir la preservación del statu quo (y para ver el statu quo de manera más favorable ) que los que se han visto menos recompensados por el statu quo”.
Gregory J. Wallance, en The Hill, va aún más allá. Sostiene que “Donald Trump utiliza un discurso político corrupto con mentiras e insinuaciones que explotan el miedo del público como el que utilizó el senador Joseph McCarthy en los años cincuenta en su cruzada anticomunista, conocida como la” . Wallance recuerda que McCarthy acabó siendo desenmascarado “por un valiente periodista llamado Edward R. Murrow” que puso en evidencia sus mentiras. El periodista demostró con datos que el senador “había causado alarma y consternación entre nuestros aliados en el extranjero, y prestado considerable comodidad a nuestros enemigos”. Cualquier parecido con la actualidad no es pura coincidencia… Wallance echa de menos hoy periodistas de la talla y el coraje de Murrow.
Malo para EE.UU., bueno para la televisión
Leslie Moonves, directivo de la CBS, admitió que “el dominio de Trump en la campaña no es bueno para EE.UU., pero está resultando muy bueno para la CBS”. Curtido en el reality show de gran éxito El aprendiz, Trump siguió liderando las audiencias como candidato, y ese ha sido un factor determinante en la campaña y en su victoria. El magnate ha conseguido una omnipresencia mediática propiciada por su capacidad para generar audiencia televisiva, que, tal como reconoció su asesor, Paul Manafort, forma parte de una estrategia calculada. La CNN no se pierde ni un mitin de Trump. El magnate ha conseguido más tiempo en la televisión que todos sus rivales juntos. Y lo que está en cuestión es el papel de los medios divulgando acríticamente sus mensajes, como meros altavoces. El propio presidente Obama se permitió el viernes interpelar a los periodistas sobre su responsabilidad: “Esto no es un reality show. Se trata de la presidencia de EE.UU., y todos los candidatos deben ser escrutados. Me preocupa que la información se reduzca al espectáculo y el circo. Los votantes tienen derecho a saber si una propuesta es inverosímil o puede provocar una guerra, y si ustedes les informan estoy seguro de que nuestra democracia va a funcionar”.
Foto: John Minichillo / AP
Fuente: La Vanguardia