Rosario, una próspera ciudad de 1 millón de habitantes, se ha convertido en el epicentro de un narcotráfico que amenaza a toda Argentina. Y los efectos sociales son demoledores, con los jóvenes más pobres atrapados por la violencia
Por: Patricia Lee, corresponsal de Semana
Rosario es el corazón de la Pampa húmeda. uno de los polos agroindustriales más pujantes del planeta.
Entrar al barrio Ludueña es peligroso. Atravesado por la vía abandonada del ferrocarril, en pleno corazón de Rosario, las casas de madera casi pisan los rieles. Es sábado al mediodía. En la madrugada, un hombre de 50 años murió apuñalado cerca del centro comunal del padre salesiano Edgardo Montaldo, que lleva casi medio siglo construyendo escuelas y espacios para incluir a los jóvenes y adolescentes. Al día siguiente, Gabi, de 13 años, murió de cinco disparos al terminar el partido de fútbol del domingo.
“Pudiste entrar porque me venías a ver”, me dice el padre, una autoridad intocable. “Antes era fantástico, y ahora esto se ha convertido en tierra de nadie por culpa de la droga”. Habla sobre los tres chicos asesinados en diciembre, y sobre la catequista Mercedes Delgado, de 50 años, que murió el año pasado al salir de la casa para entrar a su hijo menor cuando oyó una balacera entre bandas.
El hombre acuchillado 16 veces por la madrugada era el tío de Juan Ponce, el hijo mayor de Mercedes. “En el entierro dije que el último en morir se va a tener que enterrar solo, porque no va a quedar nadie. Los chicos están perdidos por la droga. Al que mató a mi tío lo encontramos acostado con las manos llenas de sangre y no sabía qué había pasado. Ese es el hueco que deja el Estado y que llenan los narcos, y los pibes caen ahí”, cuenta.
En Villa Moreno, a 20 cuadras, Jere, Mono y Patom celebraban en la madrugada el año nuevo de 2012. Horas antes habían asesinado al hijo de Maximiliano Rodríguez. Quemado, uno de los capos narcos de la zona, que, en venganza, encontró a los tres jóvenes y les disparó hasta matarlos. “Se me fue la mitad de la vida”, dice con las lágrimas en las mejillas Lita Gómez, mamá de Mono y de diez hijos más. En febrero de este año, Jairo, hermano de Jere, de 17 años, también fue asesinado en el centro de Rosario.
Historias como estas son el pan de cada día en Rosario, que, con casi 1 millón de habitantes, se ha convertido en la ciudad más violenta de la Argentina, país que a su vez se ha convertido en el tercer exportador mundial de cocaína y en el primer consumidor de América Latina. En lo corrido del año va un asesinato diario, lo cual, según el periódico La Capital, da una tasa anual de 30,45 por cada 100.000 habitantes, el doble que Bogotá, algo menos que Medellín y casi seis veces más que el promedio de Argentina en 2013.
Los asesinatos que más han resonado han sido los de Luis Medina, de 42 años, uno de los capos narcos de la ciudad, acribillado en diciembre por sicarios en su elegante Citroën DS 3 rojo, y el del Pájaro Cantero, líder de la poderosa banda Los Monos, en mayo de 2013, tras de lo cual siguió una cadena de ejecuciones. En Rosario cayó la cocina más grande del país, que procesaba 500 kilos de cocaína por mes, en la elegante mansión del Delfín Zacarías, y en Rosario también fue descubierto, hace unos años, Mario Segovia, el proveedor de la efedrina con la que los carteles mexicanos fabrican drogas sintéticas. Circulaba en un Rolls-Royce.
Lo más grave fue el ataque, en octubre de 2013, contra la casa del gobernador Antonio Bonfatti, que se salvó de milagro, perpetrado por encapuchados en moto, varios de ellos policías. En marzo, varios carros le cerraron el camino al secretario de Seguridad de la provincia para amenazarlo y se descubrió un plan para asesinar al juez Juan Carlos Vienna y al fiscal Guillermo Camporini, que procesaron 35 miembros de la banda Los Monos, entre ellos, 12 policías.
En el cruce de caminos
Rosario, a 300 kilómetros de Buenos Aires, cuna de Lionel Messi y del Che Guevara, no es un tugurio empobrecido, sino el corazón de la Pampa húmeda, uno de los polos agroindustriales más pujantes del planeta, eje de la revolución verde que llevó la producción de soya de 10 millones de toneladas a 55 millones en 20 años, por cuyos puertos se exporta el 80 por ciento de la cosecha del país, hoy el tercer exportador mundial. Pero, como dice el periodista Carlos del Frade, uno de los que más ha denunciado la penetración del narcotráfico, “donde hay mucha plata legal también hay mucha plata ilegal. En nuestra provincia termina la ruta 34, que viene desde la frontera con Bolivia, tenemos el río Paraná con 21 puertos privados y 4 públicos para exportar hacia donde se quiera y un montón de pistas clandestinas. Es un punto clave para sacar la droga”, dice el diputado Marcelo Pullaro. “Las bandas locales le prestan servicios de logística a las internacionales, que les pagan con pasta base o cocaína para el consumo local. Por eso tenemos la cocaína más barata de Suramérica, porque es donde hay mayor oferta. No tenemos controles en las rutas, ni en los puertos, ni en los ríos, con fuerzas de seguridad corruptas y con bajos salarios”, explica.
Ahora la cocaína ya no llega elaborada desde Bolivia, sino que se procesa en ‘cocinas’, lo cual permitió descentralizar y extender el negocio, controlado por distintas bandas, convirtiendo a Argentina no solo en un territorio de paso para la droga, sino en el primer consumidor de América del sur.
Guerra con Los Monos
Varias bandas se reparten el control del narcotráfico en Rosario y poseen entre 800 y 1.000 búnkers de venta de drogas. Uno de ellos está a la vista de todos, en Puerto Nuevo, entre casas de madera y lata, al lado de dos elegantes torres blancas recién construidas gracias a la prosperidad de la soya, en una ciudad donde hay casi 80.000 apartamentos vacíos pero faltan 50.000 viviendas populares.
Los bunkers son pequeñas construcciones cerradas con una ventanilla para pasar la droga y la plata. Adentro, un joven hace guardia encerrado 12 horas, y cobra unos 600 pesos por día (120.000 pesos colombianos). Afuera vigilan ‘soldaditos’ adolescentes, a veces niños, que reciben una paga de 300 pesos si llevan un arma o de 150 si van desarmados: son los primeros en morir en las peleas entre las bandas. Según un informe de la Secretaría de Salud Pública de Rosario, casi la mitad de los asesinados del año pasado tenían entre 15 y 24 años. A veces le toca al que está adentro, como el que murió cuando los vecinos de un barrio hicieron justicia por mano propia e incendiaron el búnker. Con ello, de paso, inauguraron la peligrosa moda de los linchamientos, que ha causado alarma mundial cuando se multiplicaron en el último mes, no solo en Rosario, sino en pleno centro de Buenos Aires.
Los Monos de la familia Cantero dominaban el sur de Rosario desde el barrio Las Flores, ubicado detrás del lujoso Casino a la entrada de la ciudad. Como en la Medellín de las épocas de Pablo Escobar, en una canchita de fútbol hay un mural que recuerda al Pájaro Cantero con la leyenda Ciudad de Dios, la película brasileña que narra la lucha entre pandillas de drogas. Cerca de allí, la Policía encontró en marzo una red de túneles para escapar y ocultar droga, al mejor estilo de Sinaloa en México.
El barrio ya tiene otro nativo ilustre, Ángel Correa, que de niño pateaba la pelota por las calles protegidas de los Cantero y que, con 19 años, es la promesa de San Lorenzo de Almagro, el club del papa Francisco, y está en la mira de varios clubes españoles para convertirlo en un nuevo Messi. Pero ni él se escapa. La Justicia embargó al club porque cree que los Monos son propietarios del 30 por ciento del pase del jugador.
Las bandas están entrelazadas con las barras bravas del fútbol. La mitad de la ciudad está pintada con colores turquesa y amarillo e imágenes de su hincha más famoso, el Che. Son los ‘canallas’ de Rosario Central. La otra mitad es roja y negra. Son los ‘leprosos’ del ‘Ñuls’, Newell’s Old Boys, el equipo de Messi. El ex-jefe de la barra de Newell’s está preso por asesinar al hijo del Quemado Rodríguez, que desató el triple crimen de Villa Moreno. Y el asesinato del Pájaro Cantero fue ordenado por el Pollo Bassi, de la barra de Newell’s.
“Rosario era una ciudad portuaria, industrial y ferroviaria, pero todo eso terminó en los noventa. Hoy es una ciudad de servicios, pequeños comerciantes y chicos que nunca vieron trabajar a sus padres, a los que, por vender droga, les pagan en un día lo mismo que el subsidio mensual que da el gobierno a los ni ni (ni trabajan ni estudian)”, dice Carlos del Frade.
Corrupción policial
“Pensálo tranquilo, meditá y mañana a la noche me decís si nos comemos el arroz con salchicha o nos comemos al bocón”, le dice en una grabación el policía Germán Matías Almirón, uno de los 12 hombres de la fuerza pública presos en la causa de Los Monos, a otro detenido, a mediados de marzo. Discuten si asesinar al ‘salchicha’, el juez Juan Carlos Viena o al ‘bocón’, el fiscal Guillermo Camporini.
La participación de agentes de la fuerza pública en el negocio de la droga quedó expuesta cuando detuvieron al jefe de la Policía provincial, Hugo Tognoli, y a los de la Brigada de Delitos Complejos y de Drogas, con lo que se destapó la olla podrida de la corrupción en el sector oficial. “En el bajo mundo rosarino afirman que las cinco bandas importantes les pagan un millón de pesos mensuales (125.000 dólares) cada una a jefes policiales”, dice Gustavo Carabajal, periodista de La Nación, y se dice que los búnkers pagan hasta 30.000 pesos por mes.
Alberto Martínez, secretario general de la Asociación Profesional de Policías de Santa Fe, explica que hay “una estructura no declarada dentro de la Policía que regentea estas relaciones” y que “son estos mismos los que hicieron el atentado contra la casa del gobernador. Ahora es un descontrol. La Policía está destruida, quebrada moralmente. Se han creado todas las condiciones para que Rosario esté copada por las mafias”.
La ausencia de fuerza pública es notoria: al recorrer la ciudad desde la entrada en el sur hasta el límite norte, solo aparecieron dos patrullas. “Un policía cobraba el año pasado 3000 pesos (300 dólares), entonces muchos se toman licencia y no trabajan”, explica Martínez. “Me tumbo”, dicen. “Cuando salen a trabajar, no tienen ni seguro para los automóviles, y no detienen a nadie, porque si los denuncian, tienen que pagar el abogado”, cuenta. Esto provocó en diciembre la huelga policial más extendida de la historia del país.
El Estado ausente
A esto se suman las peleas entre el gobierno nacional de Cristina Fernández de Kirchner, peronista, y el gobierno provincial, socialista: desde los medios nacionales culpan al ‘narcosocialismo’, y desde Santa Fe, acusan al gobierno nacional de retirar a la Gendarmería, la fuerza nacional, dejando todo en manos de la Policía provincial. Para aplacar las alarmantes noticias que ya dan la vuelta al mundo, la semana pasada llegaron 3.000 gendarmes a la provincia de Santa Fe, realizaron 92 allanamientos y detuvieron 24 personas.
Otro tanto sucede en la Justicia. El fiscal Camporini, en su oficina del Palacio de los Tribunales explicó que, como este es un país federal, los delitos de narcotráfico no son competencia de los jueces provinciales, que solo pueden perseguir los delitos conexos, como homicidios, secuestros, porte de armas, de manera que para investigar aunque sea uno de los búnkers en la ciudad, tiene que intervenir un juez federal, pero solo hay dos.
Mario Perichón, médico, exsecretario de Salud de Villa Gobernador Gálvez, localidad de 80.000 personas al sur de Rosario suena angustiado. “Estamos perdiendo el territorio”, dice. “En una ocasión fui a una plaza de un barrio de Villa Gobernador Gálvez a encontrarme con los vecinos, y llegaron dos jóvenes en una moto, les expliqué que estábamos haciendo un plan para traer médicos al barrio, pero me dijeron: ‘ustedes no entran acá, estos son nuestros territorios’. Sacaron un revólver, y cuando me di vuelta para irme, toda la gente había desaparecido”.
Ariel Avila, Chuki, de 21 años, asesinado en febrero frente a un búnker de venta de droga en su barrio, se había dedicado a componer canciones de rap para denunciar la situación sin salida de los jóvenes rosarinos. Como previendo su propia muerte, escribió: “Esta es la realidad de mi barrio, donde hoy estás y mañana te están velando, donde la droga corre como un comando, si son la misma mierda, para qué vamos a seguir hablando”. Suena dolorosa, terriblemente conocido.
Fuente: Revista Semana