Por: Alvaro Abos
El Gobierno gastó en 2009 ochocientos millones de pesos en publicidad oficial. Esa fortuna se destinó en su mayoría a medios adictos y se retaceó a otros independientes. El Gobierno renta un ejército de blogueros para que insulten a todo aquel que emita opiniones que difieran del oficialismo. Posee un espacio central en la televisión oficial donde se denigra a los periodistas críticos. ¿Se los denigra o se confronta con ellos? Es que confrontar, para el Gobierno, significa descalificar, amedrentar o sencillamente golpear, como sucedió en la Feria del Libro de 2010, cuando matones enviados por un secretario de Estado reventaron la presentación de un libro que no gustaba al poder. El Gobierno ha emprendido una campaña virulenta contra Clarín . Para ello, usa válidas excusas como el necesario reordenamiento de las comunicaciones, regidas por anticuadas leyes de la dictadura, la renovación tecnológica y la legítima corrección de prácticas monopólicas. Pero el Gobierno reitera su costumbre de transformar la realidad compleja en una dualidad blanco-negro y entonces plantea el caso en estos términos: o estás con Clarín o estás con el Gobierno.
Decisiones provocadas por la inquina del Gobierno hacia el grupo Clarín atormentan a los ciudadanos. Véase, por ejemplo, el cierre de Fibertel, medida que, si prosperase, perjudicaría a ciudadanos que no están involucrados en la pelea por el poder, e incluso a aquellos que quizá simpatizan con el Gobierno. Con un agravante: estas maniobras no sólo envenenan el clima cívico, sino que además son inútiles. Quieren destruir a un diario no por sus desmesurados negocios, sino porque en este momento, por un motivo u otro, se ha convertido en una voz crítica.
Pero ¿sobrevalorar a los medios como hace el Gobierno no es despreciar a los ciudadanos? Porque a la sociedad argentina, que es muy ducha en estas cuestiones, no le será difícil descubrir que el verdadero propósito de estas maniobras, bajo la retórica que las encubre, es la preservación del poder por el grupo encaramado en él. Además de inútil, la gimnasia kirchnerista es contraproducente para sus propios fines: demonizar a Clarín no ha hecho sino galvanizar a ese diario y hacer que su redacción despierte del letargo y haga un producto periodístico más vibrante .
Circula una anécdota atribuida a Perón según la cual habría dicho, ya anciano: "Cuando ningún diario me apoyaba, gané; cuando todos me apoyaban, perdí el poder". En realidad, Perón tuvo siempre diarios que lo apoyaron. En 1946 era sólo uno: La Epoca . Ya en el poder obtuvo el respaldo de dos diarios nuevos: Democracia y El Laborista . Todos de escasa circulación frente a los grandes diarios de aquella época, sobre todo La Prensa , luego La Razón , en menor medida LA NACION y aun recién nacido un tabloide que Roberto J. Noble trataba de imponer: Clarín . La expropiación en 1951 del diario La Prensa , el más estricto crítico del primer peronismo, fue un error garrafal de Perón. Pero más que juzgar el silenciamiento de un medio opositor quizá sea útil examinar lo que pasó inmediatamente después de la barrabasada: La Prensa fue entregada a la CGT, que lo convirtió en diario oficialista, sin ningún eco en el público. Aun peor: la gaffe de Perón benefició al competidor Clarín porque los avisos clasificados por línea, que eran el motor de la difusión del diario de los Gainza Paz, pasaron al diario de Noble, que a partir de entonces comenzó su crecimiento imparable. Nadie les ordenó a los anunciantes que dejaran de publicar en La Prensa expropiada. Lo decidieron solos. O sea que la operación La Prensa para el primer Perón fue un desastre en toda la línea. ¿Por qué incurrió Perón en ese error? Porque su vocación autoritaria le impedía tolerar la crítica. Y creía que era posible aplastarla. Los Kirchner harían bien en reflexionar sobre aquella historia.
Hoy repiten el error, pero en un contexto distinto. La libertad de prensa es, a esta altura de la historia, como el aire que se respira. No se puede vivir en el siglo XXI sin admitir ese principio. Una y otra vez, sin embargo, el Gobierno tropieza con la misma piedra. Veamos un ejemplo, de muchos. Allá por 2004, Radio Nacional le dio un espacio al veterano militante peronista Jorge Rulli. El programa se llamó Horizonte Sur y de inmediato concitó muchos oyentes, algunos atraídos por las ideas sobre ecología que allí se difundían y otros por el prestigio del propio Rulli. Es que este hombre fue víctima de las persecuciones sin cuento que la Revolución Libertadora infligió al peronismo desde su derrocamiento, en 1955, cuando Rulli, con pantalones cortos, se convirtió en militante. Los partidarios de Perón en aquella época fueron atormentados con leyes inicuas como el decreto 4161, que punía el uso y la mera tenencia de impresos con la palabra "Perón". Fueron encarcelados; algunos, fusilados; todos, privados de su derecho a elegir, que no recuperaron hasta 1973. Rulli lleva en su propia cara, bajo la forma de cicatrices, las huellas de las torturas que padeció durante sus largas prisiones. Lo conocí en la cárcel y volví a verlo en el exilio, donde escribíamos contra la dictadura de Videla. Recuperada la democracia, Rulli hizo su autocrítica, a pesar de que no tenía por qué flagelarse, ya que nunca incurrió en la locura de la violencia foquista. Lo hizo en su libro Diálogos en el exilio , coescrito por Rulli y otro luchador, Envar El Kadre. En un momento de su vida, Rulli, sin abdicar de su historia peronista, la convirtió en combate por la preservación de la naturaleza. Desde hace más de veinte años se dedica a ello con la fuerza de su pasión intacta. Ha escrito varios libros y ha ganado prestigio internacional en foros ecologistas. Pero Rulli, en su espacio radial, no se contentaba con combatir la contaminación de la Tierra y opinaba con libertad y refutaba con desparpajo aspectos de la gestión del Gobierno. Esa voz crítica, dictaminó alguien en las alturas, debía ser acallada. A comienzos de 2009, Radio Nacional lo echó. Tuvieron que readmitirlo, abrumados por las protestas de gente de todas las tendencias, que quizás disentíamos en alguna o en muchas de las opiniones de Rulli, pero que apreciábamos la honestidad de su lucha contra diversas formas de injusticia. A comienzos de 2010 -siempre en esa especie de nocturnidad alevosa que es la pausa veraniega- volvieron a echarlo, y esta vez lo consiguieron.
Si un gobierno que se dice peronista (un matutino progubernamental alabó recientemente al secretario de Cultura de la Nación al definirlo "peronista de izquierda") es capaz de humillar de esa forma a un hombre ya legendario como Rulli, ¿qué se puede esperar que haga con otras voces? Si la "radio pública" fue capaz de expulsar a patadas a Jorge Rulli, ¿qué se puede esperar que haga el gobierno K con el sistema global de la prensa argentina, a la que pretende regular? Alguno dirá: pero bueno, al fin y al cabo, a Rulli le pasó lo mismo que a tantos otros comunicadores: al dueño del espacio no le gusta lo que dice, y entonces, así como lo contrató, lo echa. ¿O acaso Rulli no puede irse con su programa a otra radio ?
Es cierto, pero la defenestración de Rulli de la radio pública no debe ser olvidada porque, si bien ya no tiene arreglo, ilumina la naturaleza del poder kirchnerista. El Gobierno practica lo que critica en los otros. El Gobierno acalla al que piensa por su cuenta, como sostiene que hacen las corporaciones que dice combatir. El caso Rulli desnuda la ingeniería de ese "despotismo electivo" del que hablaba Jefferson: una compulsión del político que ha ganado elecciones pero cuya preocupación central deja de ser el servicio y pasa a ser la perpetuación en el poder.
Fuente: Diario La Nación