Por: Juan Cruz
Lo que hace a un buen reportero, decía Ben Bradlee, es la energía. Alma Guillermoprieto (reportera mexicana de 59 años) trabajó con él, y responde de la cabeza a los pies a esa exigencia. Enérgica y latinoamericana. Escribe para The New Yorker, para National Geographic, para The New York Review of Books; estuvo en The Washington Post y forma parte de la Fundación Nuevo Periodismo, que fundó Gabriel García Márquez. El libro Al pie de un volcán te escribo (Plaza & Janés) es una suma de algunos de sus mejores reportajes. Cuando la vimos en Guadalajara (México), contaba a los alumnos de la cátedra Cortázar (que presiden Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes) su experiencia de reportera. Y luego estuvo con Gabo hablando de este oficio ante un grupo amplísimo de personas. Ese libro (y otros, Los años en que no fuimos felices, Samba) recoge su forma de convertir en metáfora el dolor que ha visto. Ha dicho que ese reporterismo, en concreto el de las guerras, le ha permitido acercarse a "la muerte como forma de vida". Una periodista. A los chicos que la escuchaban les pidió curiosidad, no quedarse con la primera impresión. Hablamos con esta mujer pausada y fibrosa después de la clase.
¿Qué les enseña?
Nada. Les puse a leer sus propios textos y a criticarse. Como para dejarles con la idea de que el periodismo es comunidad con los lectores, pero también entre ellos mismos.
¿Qué tendríamos que hacer los periodistas que no hacemos?
ReporteaY en América Latina y en Estados Unidos tenemos el lavado del narcotráfico como gran tema pendiente. He estado viendo The Wire, esta fantástica serie de televisión, y ahí se dice: "Cuando tú, como policía, sigues el hilo de la droga, encuentras droga. Pero cuando investigas sobre el lavado de dinero, no sabes a quién vas a descubrir". Y por eso ese trabajo no se hace.
¿Por qué?
Porque hay demasiados intereses involucrados. El narcotráfico es un gran negocio para mucha gente: para quien cultiva las drogas, para quien reparte las drogas, para quien persigue las drogas... Es un enorme negocio. Reciben enormes presupuestos del Estado cada año los policías, los jefes de seguridad... A ninguno le interesa mucho que acabe el narcotráfico.
Pero un oficio que fue capaz de acabar con el presidente de Estados Unidos, ¿cómo se para ante eso?
El presidente era uno solo, y era muy poco popular.
Y no tenía dinero.
Y no tenía dinero. El narcotráfico es una red que ya abarca toda Europa, todo Estados Unidos, toda América Latina, una buena parte del sureste asiático, y ahora también incluye ciertos países de África. Hay una imagen que se utiliza mucho para demostrar la inutilidad de la guerra contra las drogas. La usan, por ejemplo, los agentes de la DEA (el departamento antiestupefacientes de Estados Unidos), que después de 20 años en la lucha, acaban decepcionados y dicen que combatir el narcotráfico es como pellizcar un globo de helio por un lado. Pero la imagen del globo es casi criminalmente incorrecta: la guerra contra las drogas, que es consecuencia de una política de criminalización de la producción y el consumo de narcóticos, produce una especie de sida. Es contagiosa, de un cuerpo o país al otro. Una vez que un país aprende a traficar drogas, quedarán siempre en estado de latencia las redes...
Una red gigantesca.
Y no es fácil investigarla. Pero, aparte de que no es fácil, si te vas por ahí persiguiendo hilitos como hicieron Bob Woodward y Carl Bernstein... Persiguiendo un hilito, fueron a dar con Nixon.
¿Se atrevería usted?
Yo sí me atrevería, pero ese trabajo se hace en equipo, a largo plazo, y con el respaldo absoluto de un medio. Pero, además, no cualquiera puede ser reportera investigativa. Los reporteros investigativos tienen cerebros muy raros.
¿Cómo es ese cerebro?
No piensan como lo hacemos los demás. Hay una curva: mientras mejor es un reportero como investigador, peor escribe. Siempre tienes que poner en el equipo a un reportero investigativo con uno que sepa escribiPero son pocos los que tienen esa mente capaz de juntar pedacito con pedacito y no pensar en otras cosas.
Ben Bradlee decía que un reportero necesita energía, "la historia le lleva y es parte de su alma; mientras no la termina, no ha acabado".
Eso es universalmente válido. Ahora estábamos hablando en el taller de la necesidad de ser persistentes a pesar de tener encima la hora de entrega. Por otro lado, a los que tenemos nuestra edad, ya nos resulta difícil mantener esa energía, ese amor absoluto por el oficio.
¿No tiene usted esa energía?
Me cuesta más trabajo cada vez renovarla. Pero no porque me haya cansado del oficio, sino porque siento que el oficio se está acabando.
¿Tan gravemente?
Sí, yo creo que tan gravemente. Creo que realmente ahora somos un poquito dinosaurios.
¿¡Qué me dice!?
Yo cada vez tengo menos tiempo para leeY además cada día me fascina más la nueva tecnología. Me paso horas en Internet, ¡porque es fascinante!
¿Y eso nos hace dinosaurios?
Nos convierte en dinosaurios, porque yo por lo menos escribo para la gente a la que le gusta leeNunca le he tomado el tiempo, pero me imagino que para leer un artículo mío, una persona le tiene que dedicar una hora seguidita. ¿Quién hoy en día le dedica una hora seguida a un pinche artículo sobre América Latina?
Dice usted que el gran asunto es el narcotráfico. Pero los periodistas no lo pueden hace¿Qué pasa?
Es fácil en cualquier guerra encontrar periodistas jóvenes y valientes, hombres y mujeres que se lanzan a la primera trinchera del frente. "¡Yo voy, yo voy!". Se lanzan porque son jóvenes, porque están convencidos de que no les va a pasar nada, y porque saben por dónde vienen las balas. En el narcotráfico, tú te metes en un túnel negro y no sabes de dónde te van a disparaEso no es lo mismo. Encontrar para eso al reportero valiente, o a la reportera valiente, es muy complicado. Y no es justo que un editor lo exija. Ésa es una parte del problema.
¿Y la otra?
La otra parte del problema es que en América Latina, desgraciadamente, hay una larga tradición de corrupción. En México y en otros países se tiene que luchar contra el chayote famoso, el dinero que se le reparte cada mes al reportero de la fuente. Y si el narcotráfico es capaz de corromper a la Interpol en México, ¿cómo no va a corromper a un pobre periodista que gana 8.000 pesos al mes? ¿Cómo sobreviven los periodistas en el oficio? Ésa es la pregunta realmente preocupante.
¿Una cuestión empresarial?
Completamente. Además, si tú estás reporteando y tienes la más leve sospecha de que el jefe de sección de política no es que necesariamente simpatice con el narcotráfico, pero que va a tapar la nota para no meterse en problemas, ¿para qué te arriesgas? Son muchos los niveles que impiden estructuralmente que el narcotráfico se reportee como es debido.
¿Qué pasa para que una gran periodista, quizá la más importante de habla española, diga que somos dinosaurios?
Lo que siempre pasa para que entre en extinción un oficio: una nueva tecnología que lo supera.
¿Tanto lo supera?
Sí. En cuanto no haya una reacción fundamental en contra de todo lo que sea Internet, sí, sí la va a superaMira: yo me subo todos los días al sitio de The New York Times en Internet ¡y es una maravilla! ¿Qué soy yo? Soy una cronista que se ocupa de juntar palabras de manera que mis lectores tengan la sensación de haber estado en un lugar, de haber entendido algo importante y se hayan emocionado. Más o menos, ésa es mi ambición. Bueno, pues en una página del sitio de The New York Times tienes la nota, tienes los links, y no necesariamente habrás pasado por un momento trascendental, pero en la misma hora o 40 minutos que le dedicas a un texto mío podrás haber elegido entre un menú multimedia muy seductor, muy inmediato, muy informativo, y a veces también muy conmovedor.
Pero leer produce una sensación mayor de información, de discernimiento. Lo otro te convierte en un ser pasivo, ¿no?
No, no creo que Internet te convierta en un ser pasivo. Creo que viendo la televisión te conviertes en un ser totalmente pasivo. Tú terminas un libro o un artículo en el cual te has metido profundamente y has creado otro mundo. Esa experiencia de lectura profunda no se reemplaza con nada. Quizá la gente se dé cuenta de eso y redescubra la lectura.
O sea que, por fin, optimista.
No: anhelante.
Pero usted es de una raza periodística que ha vivido de la verificación, mientras que en Internet hay luces y sombras.
Absolutamente, nosotros hemos vivido armando mundos coherentes. Los muchachos tienen esas ganas de navegar (y navegar es la palabra exacta) por la Red, navegar infinitamente. Un texto es una escultura, una cosa completa y encerrada en sí misma. Y eso seduce todavía a los muchachos en las clases que estoy dictando en la Universidad de Chicago. Visto eso, a lo mejor sí estoy siendo demasiado pesimista. Pero, bueno, estamos en medio de esta crisis económica mundial, y esa crisis refuerza la de los medios y yo la resiento, la resiento porque estoy nadando en medio de ella.
¿Cómo hemos llegado a esto?
Sin saberlo, un día aprendimos a usar una computadora. Me acuerdo de que escribí mi primer libro en una computadora con letras verdes. Iba clac, clac, clac... Iban apareciendo unas letritas verdes en una pantalla negra. Ninguno de nosotros fue capaz de imaginar lo que iba a pasar entonces. Creo que los medios se montaron muy tarde en el cambio, y eso fue lo que hizo que llegáramos a esta situación. Y otra cosa ha sido que, hasta donde yo entiendo, y no entiendo nada de plata, ningún medio ha sido capaz de aprender a vender en la Red algo que los usuarios quieran comprar sin saltarse los anuncios. El día que se descubra eso, los medios van a ser hipermillonarios y van a poder tener una cantidad de reporteros repartidos por el mundo, otra vez haciendo cobertura internacional.
La Red ofrece un instrumento para navegar, pero no es el barco.
Cada día es más el barco; no tengo la menor duda de que los periodistas jóvenes van a armar ese barco, le van a poner el velamen, los remos, y lo van a llevar adonde sea.
O sea que su generación va a tener que decir de veras adiós a Gutenberg.
Es que es raro un novelista que produzca una gran obra después de haber cumplido los 60 años. Escasea. ¿Por qué no ha de suceder lo mismo con nosotros?
¿Cómo se hizo usted periodista?
Por accidente, en 1978. Mi madre tenía un amigo que era periodista, editor de Latin American Newsletters, John Rettie. Necesitaba una persona que le enviara material. Acabé diciéndole que sí. Y le enviaba un resumen de lo que leía en los periódicos. Seis meses más tarde vi en la televisión a un conjunto de gente dichosa en un lugar llamado Managua acompañando a unos muchachos guerrilleros. Acababan de canjear a sus presos encarcelados por la centena de reos que se habían tomado en el edificio del Congreso del dictador Anastasio Somoza. Me dije: "¡Quiero estar ahí mañana!". Pedí dinero prestado para el pasaje. ¡Quería estar ahí! El golpe de Estado de Pinochet en Chile me había deshecho el corazón, y cuando cinco años más tarde se produce esta cosa maravillosa, yo me quiero subir al avión y verlo.
Les decía a los estudiantes los errores que cometemos los periodistas. ¿Cuáles son los más graves?
El sentimentalismo, la condescendencia, la pobretería. Vamos a reportear siempre a los pobres, porque ellos no tienen abogados, no nos van a montar una demanda por lo que digamos de ellos. Insisto en que deberíamos reportear a los ricos con la misma obstinación, pero no lo hacemos porque los ricos tienen podeOtro error: confundir la denuncia con ser contestatario.
¿Qué aprendió de este oficio?
Del oficio, no sé. Te cuento lo que he aprendido reporteando en este mundo en el que vivo. En América Latina, la inmensa mayoría de la población es pobre, y yo, por una simple cuestión de representatividad democrática, le he dedicado 30 años a escribir sobre esa mayoría. La gente a la que yo he reporteado ha resultado siempre más mañosa, más capaz de sobrevivir, más llena de humor, más irreverente y más sagaz de lo que nosotros pensamos. No viven en la autocompasión, de manera que he intentado no escribir nunca buscando que mis lectores digan: "¡Ay, pobrecitos de los pobres!".
Dentro de poco, 60 años. ¿Reportera para siempre?
De momento, jardinera para siempre. Yo ahorita tengo ganas de regresar a mi jardín. ¿Te acuerdas de ese momento final de Candide, de Voltaire? Candide se encuentra con su viejo amigo el doctor Pangloss y con su amada; después de haber pasado por todas las guerras, desastres, plagas y torturas, Voltaire hace decir a su personaje, Candide: "Y ahora, mis amigos, hay que ir a trabajar al jardín".
¿Y hemos sido felices en este oficio?
Cuando a mí me hagan la entrevista de los últimos de la especie, quiero que quede claro que los que ejercimos este oficio vivimos muy felices, que fuimos como Marco Polo, descubridores de nuevos mundos, y que el escribir, caminar por paisajes que embelesan y conversar con la gente que más ha sufrido o que más alegría ha dado, presenciar los hechos que han conmovido al mundo y vivir, como los gatos, siete vidas en una sola, todo eso ha sido un privilegio y una maravilla.
Fuente: Diario El País