Por: Clara Riveros Sosa
Casi seguramente me dirán que el título de la presente nota no resulta ni remotamente original, y es verdad: ya somos muchos los que en algún momento nos servimos de Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez, para definir una circunstancia, parafraseando el nombre del libro en este caso. Pero también es verdad que en la reciente catástrofe en la Tartagal de Salta, existen muchas coincidencias con el clima denso de la novela, donde desde el principio todos saben qué destino le aguarda a un personaje y nadie hace absolutamente nada para conjurar la desgracia y continúan adelante como impedidos de desviarse del curso inexorable de un sino riguroso. El hombre señalado tampoco busca eludirlo y finalmente muere asesinado.
En Tartagal, en cambio, no se jugaba un destino individual sino el de todos sus pobladores, los de lugares aledaños y de la región entera. Mucho más todavía, sobre Tartagal se ha puesto el foco, pero lo que allí sucede, no es privativo de ese sitio puntual: los medios de comunicación permiten encuadrar el trágico fenómeno como una ilustración contundente de hechos que nos están afectando, aunque casi siempre de una manera progresiva y poco visible que nos va anestesiando y acostumbrando sutilmente a lo peor. Y esto último es lo que hace las cosas más fáciles para quienes insisten en negar la existencia del deterioro ambiental y de sus amenazas.
Si bien en todo el mundo se reiteran actualmente calamidades semejantes y cada vez más intensas, pocas veces se muestran de manera tan evidente como ésta que se desarrolla ante nuestros ojos como una historia ejemplificadora. La devastación del lugar y la angustia de los pobladores no deberían servir solamente para alimentar la voracidad de medios de difusión más o menos solidarios y sinceros o más o menos carroñeros, ni el apetito inestable de televidentes lejanos que se conmoverán, sin duda, pero para huir luego en veloz zapping –visual y mental- hacia los programas de chismes faranduleros o ni bien despunte un acontecimiento deportivo.
El drama repetido (1985*; 2006; 2009) no es una “agresión de la naturaleza” como la calificó en primera instancia la señora presidenta de la nación, es, mejor dicho, la respuesta esperable de parte de la naturaleza ante las agresiones de que es objeto. No se trata de que la naturaleza se muestre vengativa, sino que es de pura lógica que la pared se nos venga encima si estamos minando los cimientos. Es urgente sacar conclusiones y tomar medidas apropiadas cuando que aquí, en nuestra provincia, al igual que en Salta, se chicanean leyes y reglamentaciones destinadas a impedir el desmonte y otros diversos atropellos y devastaciones que afectan al ambiente y a los que viven en él, y que ponen el más pesado e inmerecido castigo sobre las vidas de los más pobres y vulnerables.
Para colmo, el río Tartagal pertenece a la cuenca del Bermejo; estamos sujetos entonces a que se repita, en cualquier momento y en mayor o menor escala, lo sucedido hace tres años cuando -días después de aquel otro desastre en Salta- en nuestra provincia se apuraban medidas de emergencia para la inundación en la zona y, mientras tanto, se estaba transportando agua potable a un interior desesperado por la sequía.
El aluvión de barro, como decíamos, puso en el centro de la escena muchas “pruebas del crimen”: la cantidad impresionante de troncos y ramas que, en su gran mayoría, tenían todo el aspecto de haber sido arrancados previamente al alud; artefactos explosivos que las autoridades se apresuraron a atribuir a exploraciones en busca de petróleo que databan de los años setenta y que habrían quedado enterrados, pero que, cosa notable, se los observa hasta con sus cables de conexión intactos.
Al sobrevolar en helicóptero, se pudo ver, entre otros, un cerro amenazante porque se encuentra desprovisto de la vegetación que sujetaba el suelo y parcialmente derrumbado, con riesgo de terminar de desplomarse sobre el cauce del río, como ya lo hizo la otra parte de su masa con los resultados que conocemos.
Aquí nos diferenciamos sólo en que no tenemos cerros, pero padecemos igualmente las sequías, las inundaciones, la desertificación, la pobreza (que ahora “descubren” en Salta) y estamos expuestos a las mismas enfermedades que propaga el desorden ambiental. La catástrofe levantó una vez más la tapa de realidades que se trataban de mantener ocultas, tales como la presencia de leishmaniasis que hasta hace poco en Salta se negaba oficialmente; los casos de dengue anteayer confirmados; el tránsito y el consumo de drogas; la miseria y el abandono que cunden en una zona supuestamente rica –seguramente para algunos pocos- en petróleo, madera y soja. Razón de más para descreer de que todos esos grandes emprendimientos se derramarán en bienestar general, como aun hay quienes procuran convencernos, pese al descrédito en que han caído, muy justificadamente, los gurúes y patrones de la economía mundial que vinieron predicando en ese sentido y, lo que es peor, imponiendo sus reglas. Así nos fue.
¿Qué se hace aquí, en el Chaco, mientras tanto?
Apenas unas horas atrás, la señora presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, firmó en Olivos la tan largamente demorada y reclamada reglamentación de la Ley de Presupuestos Mínimos de Protección de los Bosques Nativos, a la vez que negaba que fuera una reacción ante lo sucedido en Tartagal. Como sea ¿había que esperar que ocurriera todo esto? Y ahora ¿se hará todo lo posible para que la ley se cumpla a rajatabla? ¿o se trata de un hecho más de mera corrección política? Esperamos, deseamos, querríamos, poder confiar en lo mejor.
*A raíz del aluvión de entonces, el diario porteño Clarín publicaba en enero de 1985 una nota bajo el título “La acción del hombre es una de las causas del desequilibrio de los ríos del Norte de Salta”.
Fuente: El Diario de la Región, de Resistencia, Chaco, el sábado 14 de febrero de 2009