Sobisch: vos no sabés nada de política. Vos aprendiste rosquear y ganar elecciones; sos bastante bueno para esto; no lo voy a negar. Pero, ¿sabés qué?, no aprendiste las lecciones más elementales de la ciencia política. Lo tuyo es demasiado superficial; y por ello es peligroso y criminal. Vos dijiste que es preferible un corrupto a un pelotudo. Te lo concedo. Ahora, ¿qué es preferible?: ¿un pelotudo o un criminal? Creo que vos mismo elegirías al pelotudo ¿no? ¿O pensás que en política vale todo, excepto ser o parecer pelotudo?
Pienso en vos, y pienso en De la Rúa. El Chupete fue corrupto, pelotudo y criminal. Vos, tal vez no seas pelotudo, aunque tengo mis serias dudas. El otro día, cuando se te vio salir corriendo como rata por tirante de la Casa de Gobierno, vestido de rati, pensé: sos peor que De la Rúa. Por lo menos, el otro salió a cara limpia, por el tejado, y tuvo la decencia de renunciar. En cambio, vos saliste disfrazado; de repente, toda tu guapeza se había ido al carajo; pero no así tu soberbia. Aunque, convengamos, ya no podés hacerte el soberbio después de tan deshonrosa huida. Nunca te temimos; ahora te despreciamos.
Tal vez no renuncies nunca, porque no te da el cuero. Pero tenés que comprender que ya estás renunciado; todos van a huir de vos, como de la luz mala. Siempre quedará algún alcahuete que te diga que sos un genio; pero en el fondo, muy en el fondo, sabés que has matado, que has fracasado, y que te has puesto en ridículo. Te acostumbraste a comprarlo todo; pero no te diste cuenta de que no podés comprar respeto.
Te escribo porque quiero que comprendas dónde estás parado, porque parece que no alcanzás a verlo del todo bien. Sería una pena no logres comprender la magnitud de la tragicomedia de tu vida política. Cuando uno comprende las cosas, las cosas duelen más; y quiero que tu vida te duela. Y ahora me voy a poner en docente, porque soy docente, para darte una breve lección de política. No, no te asustes, no te voy a dar una lata de autores marxistas; no, eso no podrías comprenderlo jamás. Quiero, más bien, hablarte de un tipo que pensó para tipos como vos.
¿Oíste hablar alguna vez (dudo que lo hayas leído) de un tal John Locke? Hmmm, creo que nones…En tus reuniones de gabinete lo más parecido a Locke que se escucha es “lo qué”? Pero bueno, no importa. Resulta que este tipo, Locke, vivió en Inglaterra en el siglo XVII (diecisiete, te aclaro). Era un pensador; un filósofo; un filósofo de la política. En esa época, los hombres de negocios no tenían poder político. La cosa era así: el rey y los nobles tenían el poder político (las armas, sobre todo) y los hombres de negocios (permitime llamarlos burgueses para abreviar) tenían poder económico pero no podían gobernar, ¿me seguís? Resulta que un buen día (simplifico para que no te confundas) los burgueses de Inglaterra vieron que sus negocios no podían prosperar a fondo si no combatían al rey y la nobleza. Se armó un bolonqui de órdago (una revolución). Y los burgueses, los hombres de negocios, como vos, ganaron el poder político. ¿Y qué pasó con el rey? Lo sacaron a patadas el culo, y pusieron a otro, pero sólo de adorno.
Te preguntarás: “¿Pero cómo es posible que respetables hombres de negocios, como la cámara Hotelera de San Martín de los Andes, o Acipán, hagan una revolución contra un rey legítimo? Es intolerable! Gente como uno no hace revoluciones”. ¡Ay, alumno Jorge! Lo que es intolerable es la tiranía; no las revoluciones. Te digo más, tu gente, los burgueses, odiaban tanto a los tiranos que cuando podían, les cortaban las cabezas (en Inglaterra usaban un hacha; y los franceses, más tarde, siempre delicados y finolis, prefirieron inventar algo más chic: la guillotina). Pero no quiero irme por las ramas. Volvamos a Locke. Este tipo, como te decía, fue un pensador, y lo que pensó fue justamente si el pueblo (los burgueses) tenía derecho a rebelarse contra un tirano, contra un gobierno criminal que amenazara sus vidas y sus propiedades.
Sin ser muy original en esto, Locke dijo que una sociedad política se forma gracias a un contrato o pacto. La gente se deja gobernar por un rey, por ejemplo, siempre y cuando el rey proteja sus vidas y sus propiedades. Insisto con esto: vidas y propiedades, ambas cosas; no una u otra (para no ponerme pesado no te explico que Locke pensaba, en realidad, que ambas cosas eran una misma cosa). ¿Vamos bien? Ahora, ¿qué pasa cuando el rey no cumple su parte? Deja de ser rey, y se convierte en tirano. Y Locke lo dice bien clarito: cuando el rey mata a sus súbditos porque se le antoja, o cuando roba sus propiedades, entonces el pacto se rompe (te aclaro que para Locke la vida era una forma de propiedad; entendés?). ¿Y qué pasa después? Sencillo: el rey se convierte en tirano; en un tipo que le ha declarado la guerra a su pueblo. Y el pueblo, obviamente, tiene todo el derecho a resistir, a defenderse del tirano, y a derrocarlo.
Veo que se te tensa el bigote. ¿No me creés? Bueno, no te voy a aburrir con citas, pero cuando tengas un tiempito (y ojalá sea entre rejas) leete por lo menos el Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Te va a encantar. Fijate que por ahí dice que el pueblo, en general, no tiene derecho a resistir a su soberano. Pero cuando el soberano deja de se soberano, entonces el pueblo sí puede rebelarse. Y un soberano deja de serlo cuando rompe el pacto, cuando lleva su pueblo a la ruina. No es casual que tome como el peor del los ejemplos al emperador romano Nerón, un tipo que no dudó en incendiar Roma sólo para satisfacer su ego y su sed de sangre (igual que vos).
En aquellos tiempos, había otros pensadores que decían la siguiente ridiculez: el pueblo puede resistir a un rey injusto, pero debe hacerlo respetuosamente. Locke se les caga de risa (es como pensar que a un tirano moderno hay que correrlo con un juicio político, es decir, respetuosamente). Dice Locke que eso sería tan absurdo como defenderse de un agresor sólo con un escudo, renunciando a devolver el golpe. Y dice más; al que piense que es posible golpear respetuosamente, hay que darle una “adecuada y respetuosa tanda de palos”.
Si vos hubieses leído a Locke, te habrías ahorrado unos cuantos problemas. Habrías comprendido que las tiranías tarde o temprano terminan siendo insoportables; que cuando el pueblo comprende que el gobernante rompió el pacto, comprende también que el gobernante ya no es gobernante: es apenas una agresor del que debe defenderse y al que debe derrocar, en defensa propia. Y todo esto, recordalo bien, lo decía un tipo que era como vos, un burgués. Con la diferencia de que Locke pensaba, y pensaba para toda su clase, y no como vos, que no podés pensar sino en tus cochinos intereses personales y los de tus amiguetes empresarios. Locke quería el poder para su clase, justificó la revolución de su clase, y también se dio cuenta de que el poder, cualquier poder, no puede pasarse de cierta raya sin arriesgarse a caer bajo una revuelta legítima.
Sospecho que algún chupamedias de esos que te calientan la oreja te habrá recomendado leer las citas citables de la Reader’s Digest. Seguro que allí habrás leído la famosa frase de Maquiavelo donde el tipo dice que a un gobernante le vale más ser temido que amado. Y quisiste seguir este consejo, a balazos. ¡Estúpido! Tendrían que haberte contado que, también, el gobernante debe evitar ser despreciado y aborrecido. Los tiranos crueles siempre han terminado acuchillados por sus propios guardias o descuartizados por sus súbditos.
No te voy a pedir que sientas remordimiento por haber asesinado a un maestro. Quiero decirte que has cometido el peor de los pecados para tu clase: no supiste defender los intereses de tu clase (como lo hizo Locke); porque te mandaron a despejar una ruta y vos terminaste fusilando a un maestro; te pidieron orden y vos les diste una rebelión. ¿Viste lo que pasa por no estudiar? Tendrías que haber aprendido estas cositas un poco antes; ahora ya es demasiado tarde. Ya no tengo dudas; también sos un pelotudo.
Fernando Lizárraga
Neuquén
Argentina
NdE: Correo recibido ayer desde Neuquén