Pablo Stefanoni
Las calles de La Habana vieja se transforman cada día en un hormiguero. Grupos de ancianos venden el diario Granma; mucha gente mira las vidrieras con precios en CUC –el peso convertible que reemplazó al dólar en el turismo, los artículos importados y cada vez más productos nacionales– y músicos cantan canciones románticas ante turistas rubios en las mesitas de restaurantes y cafés.
La foto de Fidel Castro abre muchas veces la edición del “órgano oficial del Partido Comunista de Cuba” pero eso no se traduce en ninguna noticia sobre su delicado estado de salud, que lo obligó a alejarse “temporalmente” del poder el pasado 31 de julio y es considerado “un secreto de Estado”. Los cubanos deben conformarse con los “partes médicos” del presidente venezolano Hugo Chávez, algún breve video o versiones procedentes del exterior. El hermetismo oficial sólo es roto por esporádicas declaraciones de la extensión de un telegrama, como la pronunciada recientemente por Raúl Castro luego de inaugurar la feria del libro el 8 de febrero: “Fidel está al tanto de todo y mejora día a día”. Entre tanto, los cubanos se dividen entre la resignación de perder a quien los gobernó durante 47 años y la esperanza de ver nuevamente en su despacho del Palacio de la Revolución al caudillo socialista de 80 años.
“Todo dependerá de la suerte”, dice el conductor de un “cocotaxi” –motoneta que lleva dos pasajeros, de propiedad estatal– que cada día recorre el Malecón. Nadie se anima a arriesgar escenarios. Pero en la capital cubana reina la calma y el dinamismo contrasta con los días negros del “período especial en tiempos de paz” que siguió a la desaparición de la Unión Soviética y provocó un derrumbe del PBI del 35% en cuatro años. Eso se nota en las calles: ya casi no se ven bicicletas, no hay apagones y la “revolución energética” impulsó el cambio, organizado casa por casa, de electrodomésticos rusos por chinos de menor consumo. Cuba se autoabastece hoy del 50% de su consumo de petróleo, extraído en asociación con empresas transnacionales, frente a la importación de casi el 100% en los primeros años 90. Uno de los grandes déficits es el transporte urbano: quienes no tienen auto ni plata para un taxi deben hacinarse en colectivos o “camellos” –una especie de remolque con espacio para 300 personas– con escasa frecuencia para una ciudad de más de dos millones de habitantes. Y esa crónica falta de transporte –que ahora se intenta paliar con buses chinos– está haciendo fracasar la campaña para aumentar la disciplina laboral que se lleva adelante desde enero de este año.
Según las mediciones oficiales –basadas en una metodología propia que incorpora variables sociales– la economía cubana creció 12,5% en 2006; con la metodología internacional el guarismo es menor, pero varios economistas coinciden en que se ubicaría en el orden del 7%. El talón de Aquiles del modelo es que el crecimiento no incluye a la industria –que en el quinquenio dorado ’75-’80 logró producir hasta bienes de capital– ni a la agricultura. Hoy un tercio de la tierra cultivable no está sembrada y Cuba importa el 50% de los alimentos que consume. La fuerte flota pesquera cubana quedó en el recuerdo y el pescado se volvió un bien de lujo, al igual que la carne vacuna. El turismo encontró un techo y ya no arrastra a la industria de la construcción: en el actual reanimamiento económico resultó decisiva la alianza política y económica con Venezuela y los nuevos vínculos comerciales con China, una de las principales fuentes de tecnología.
Parte del boom se explica por la exportación de servicios de salud, que vuelve superavitaria la balanza comercial con Venezuela. Alrededor de 24.000 médicos cubanos trabajan en las misiones de Hugo Chávez ya no con la finalidad “internacionalista” de extender la revolución –como en los 70 y 80 – sino con objetivo de generar las divisas que necesita la economía cubana además de mejorar los ingresos de los médicos, que reciben una parte de su salario en el exterior en divisas. “Es una economía desvertebrada, sin base productiva. El principal enemigo de la Revolución es el elevado precio de los alimentos”, dice el economista Pedro Monreal, a cargo del Centro de Investigaciones de la Economía Internacional. En los medios, el discurso dominante glorifica que “Cuba pasó a ser una economía de servicios, que representan el 76% del PIB”.
La existencia de dos monedas –en una confusa y tensa convivencia– genera fuertes desigualdades entre quienes consiguen acceder al peso fuerte provisto por el turismo, las empresas mixtas o las remesas del exterior y quienes deben conformarse con lo que provee la “parte socialista” de la economía: servicios de gas, luz y teléfono a unos pocos centavos de dólar por mes, salud y educación gratuitas y una cartilla de racionamiento con bienes básicos que duran entre una y dos semanas. De ahí nació un dicho popular: “Hay que tener fe en el socialismo”. Pero no se trata del espíritu sino del bolsillo: “familiares en el exterior” para acceder a las ansiadas divisas que el gobierno recibe y a cambio de las cuales entrega pesos convertibles. Con ellos se puede comprar en “la shopping”, tiendas en divisas de diversos rubros, desde quioscos hasta peluquerías o restaurantes a precios casi europeos. Algunas estimaciones dicen que “la libreta” aporta el 50% de los alimentos, el mercado libre en moneda nacional el 25% y el mercado libre en CUC el 25% restante.
“El CUC es una moneda fantasma, el Estado –que emplea al 80% de la población– paga en pesos cubanos pero cada vez más productos se venden en CUC”, dice un habanero de unos 35 años que recién consiguió un puesto en una línea aérea internacional pero utiliza su auto como taxi en el tiempo libre. “Los cubanos inventan formas de conseguir CUC”, continúa el “cocotaxista” que cobra el equivalente a 6 dólares por un viaje de 10 minutos. Y entre los inventos está la corrupción masiva que emerge por todos los poros de la “economía planificada”. Antes de enfermarse, Fidel Castro organizó grupos de “trabajadores sociales” muy jóvenes –muchos procedentes de los sectores más pobres de la población sin acceso a la universidad– a quienes puso a controlar las gasolineras, donde grandes cantidades de combustible eran desviadas al mercado negro. Hoy se los ve por todas partes, vestidos con camisetas rojas, reemplazando electrodomésticos en el marco de la revolución energética u organizando la feria del libro.
“Los trabajadores sociales dependían directamente de Fidel, se enmarcan dentro de lo que él llama la batalla de las ideas para dar un nuevo impulso al proceso revolucionario”, dice Celia Hart, hija del dirigente histórico Armando Hart y una de las pocas lectoras y seguidoras de las ideas de León Trotsky en la isla.
En las puertas de tiendas de distintos rubros, como materiales de construcción o repuestos para automóviles, otros grupos de jóvenes ofrecen a los potenciales compradores el mismo producto, pero más barato. Son literalmente los “mismos productos”, que fueron desviados hacia el mercado negro. Allí también se consiguen los decodificadores para ver la televisión por cable, y más que todo las telenovelas que pasa el canal 23 de Miami, con más aceptación que la propaganda contrarrevolucionaria. “Un vecino se conecta y le vende el servicio al resto de la cuadra, que está obligada a ver el canal que pone el dueño del cable, quien normalmente elige de acuerdo a los gustos de la mayoría”, explica una joven que trabaja en el Ministerio de Cultura y viajó a Venezuela y Bolivia en el marco de la cooperación que se abrió con el ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas). Dice que la conducta de los cubanos ante la enfermedad de Fidel es “esperar”, y que muchos creen que “no es momento de abrir debates para no dejar flancos abiertos al enemigo”. Ese enemigo tiene acá nombre y apellido: Estados Unidos, a escasos 160 km de las costas cubanas.
Basta pasar por la Oficina de Intereses –que hace las veces de embajada– en el Malecón habanero, para ver la expresión gráfica de esta guerra fría que lleva ya medio siglo e incluye un embargo letal para la economía nacional. Un bosque de banderas (138, por
cada año de lucha desde la independencia) fue construido el año pasado para tapar los carteles luminosos que pusieron, provocadoramente, desde el quinto piso de la legación diplomática con frases en defensa de la libertad y noticias internacionales. “Patria o muerte, venceremos”, dicen las letras que apuntan hacia el edificio fuertemente custodiado por la policía cubana. A escasos 30 metros, otros carteles rezan: “Señores imperialistas, no les tenemos absolutamente ningún miedo”, comparan a Bush con Hitler o imitan la gráfica del cine: “próximamente, El asesino”, dice uno de ellos, donde se ve a Bush junto a Posada Carriles, denunciado por Cuba por el atentado contra un avión de Cubana en 1976 y actualmente preso en EE UU que se niega a extraditarlo.
Aquí casi todos apuntan a la salud y a la educación como las “principales conquistas de la revolución”, sin embargo, muchos cubanos se quejan de que los medicamentos son caros o a menudo deben comprarlos en el mercado negro y en CUC, de que una gran parte de los médicos se fueron a misiones en el exterior y de que la educación bajó de calidad y está saturada de propaganda. De ahí que mucha gente pague maestros particulares para llenar los baches. “Yo avisé boca a boca que daba clases y en pocos días me llamaron 20 aumnos”, añade la joven consultada, quien participó con varios amigos artistas y académicos de la reciente “revolución de los mails”, un movimiento nacido como reacción de varios referentes culturales—como el premio Nacional de Literatura Desiderio Navarro—contra la aparición en las pantallas de TV de Luis Pavón, director del Consejo Nacional de Cultura entre 1971 y 1975. Esos años son conocidos como el “quinquenio gris” y recuerdan el predominio del realismo socialista en el arte y el silenciamiento de varios intelectuales. El mencionado grupo de jóvenes coincide en la ausencia de espacios para socializar los debates sobre la coyuntura que vive
la isla y hablan del fracaso del “socialismo de cuartel”. El propio congreso del PCC es postergado desde 2002 y el debate de ideas está ausente en los medios.
“Esta es una sociedad acostumbrada a no reclamar por sus derechos, los canales están oxidados. Ni siquiera funcionan los sindicatos, que son apéndices de las direcciones de las empresas. Cualquier huelga es inmediatamente considerada contrarrevolucionaria”, dice otro de los jóvenes, que trabaja en un instituto de investigación. La información es uno de los bienes escasos de la isla. El acceso a internet se limita a hoteles –más de cuatro dólares los quince minutos--, algunas empresas y centros académicos, según el gobierno debido al bloqueo que impide el acceso a los canales internacionales de fibra óptica que próximanente brindará Venezuela. La cadena Telesur –de la que Cuba es copropietaria– no transmite en la isla más de una hora diaria en un compendio convenientemente editado. Y los medios locales, tanto la TV como los diarios Granma, Juventud Rebelde o Trabajadores provocan chistes populares, como que “cada día la nueva noticia del Granma es el cambio de la fecha”. Uno de los escasos espacios de discusión son revistas como Criterio, Temas o El Caimán barbudo, que abordan cuestiones otrora tabúes como la homosexualidad o la discriminación racial contra los afrocubanos.
“El problema es que en los 90 se instaló en mucha gente la sensación de que el capitalismo funciona mejor que el socialismo y la evidencia eran pequeños emprendimientos privados como los paladares (restaurantes de algunas pocas mesas) o actividades por cuenta propia, como los plomeros. Lo mismo ocurrió entre los ejecutivos de los sectores abiertos a la inversión extranjera. Para ellos el modelo alternativo ya está inventado: es el capitalismo”, explica Monreal. En 2003, el gobierno caminó sobre sus pasos, eliminó varias de las medidas que liberalizaron las actividades de los cuentapropistas y recentralizó la gestión empresarial.
En la nomenclatura no son pocos quienes apuestan a la vía china: partido único con capitalismo (obviamente sin la capacidad industrial exportadora de esta última). Los elogios al gigante asiático y a Vietnam no escasean en la cúpula oficial y muchos creen que ésa es la apuesta de Raúl Castro, históricamente considerado el “ala prosoviética” del gobierno. Mientras en Bolivia y Venezuela hay quienes temen una “cubanización”, en Cuba algunos se entusiasman con la “venezuelización” o “bolivianización” de la isla: “Los procesos en esos países, con prácticas sociales participativas, podrían mostrar un camino alternativo al modelo chino o a la restauración lisa y llana del capitalismo. Podría mostrar que es posible un socialismo diferente: nosotros, como los viejos, aportaremos nuestra historia, pero Venezuela y Bolivia nos ayudarán con experiencias de vida”, resume Hart.
Pero el debate sobre la transición es un secreto de Estado aún más fuerte que la salud de líder cubano.
Pablo Stefanoni es un analista político argentino, corresponsal en Bolivia del diario Clarín de Buenos Aires.
® Viento Sur, febrero 2007