María Moreno dice que nunca hizo periodismo cultural sino que trabajó "alrededor de una etnografía de la vida cotidiana", una apuesta que quedó plasmada en sus textos publicados en La Opinión, Siete días, Status, Tiempo Argentino y PáginaI12, diario en el que sigue escribiendo, y en esta entrevista, reflexionó sobre esa práctica en la actualidad, sus desafíos y limitaciones.
"Generalmente escribo un texto que va a salir en el diario. Siempre digo, ante el horror de mis editores y sin maldad, que uso los diarios como borradores", explica la autora de "Banco a la sombra" sobre su trabajo con la escritura.
¿Cómo se arman los temas de sus textos?
Es interesante y muy arbitrario pensar en qué se reconoce uno, el otro día escribí una nota sobre la vejez en PáginaI12, con una mezcla de incomodidad, furia por tener que entregar, alegría por encontrar algunas ideas, por sentir que alcanzaba algún ejercicio espiritual porque apuntaba a cierta verdad. Tuvo un gran efecto, como si hubiera tocado temas muy angustiantes para mucha gente. Lo interesante era que algunos me escribían considerando que había llegado su vejez, ya sea reinvindicándola como era mi caso o desde un malentendido, digo malentendido porque tenían 40 años. Perdón, pero pongamos los hechos, aunque tiendo a cuestionarlos, en algún lugar. Quizás lo que estalló ahí como respuesta y empatía fue la critica al mandato de juventud.
¿Cuál es el mayor desafío del periodismo?
Conservar la práctica de la escritura como laboratorio y el mandato walsheano de ejercer otra justicia. Yo no soy esa periodista. Creo que eso hacen Cosecha Roja y Revista Anfibia. Son escasísimos los lugares. Me parece que el periodismo ahora está absolutamente entregado a los poderes de turno, al olvido y negación absoluta de los archivos. Es un síntoma que no se trabaje con archivos y que estén desapareciendo. Que el mismo periodista tenga una cabeza para hacer un corte fáctico en puro presente es un mal indicio. Agradezco muchas cosas a Google, donde hay de todo como en la basura, pero en el paso a digital se ha perdido un montón de material, nadie usa datos del pasado de un acontecimiento.
¿En qué está trabajando ahora?
En algo muy ambicioso que me cuesta bastante, que es hacer un continuo de los fragmentos amorosos de Barthes. Me doy cuenta que hay un montón de figuras que voy anotando. Algo publiqué en la revista Debates: "Fragmentos apócrifos de un discurso amoroso", donde hay algunas figuras pero estoy pensando en hacer un libro grande. Algo muy sentimental y robándole mucho a Barthes con muchos testimonios personales. También con la ventaja que como yo trabajo con fragmentos y mi medida siempre es una nota de PáginaI12, tengo un tiempo mental que está bastante formateado por los años escribiendo en espacios pautados. Generalmente escribo un texto que va a salir en el diario. Siempre digo, ante el horror de mis editores y sin maldad, que uso los diarios como borradores. Incluso no hago artículos muy periodísticos, digo que hago microensayos que no tienen que ver con el código del diario pero hay espacios como Anfibia o PáginaI12 que permiten estos exabruptos.
Nunca elijo nada, siempre hago lo que quiero bajo consigna
En "Banco a la sombra" la escritura de María Moreno traza un mapa que atraviesa Once, Venecia, Barcelona y México desde el trabajo de una cronista que hilvana relatos, voces y conjeturas que dan lugar a la experiencia narrada como esa posibilidad de inquietar, interrogar y desafiar lo conocido.
Autora de "La comuna de Buenos Aires", "Black out", "Oración" y "El petiso orejudo", Moreno (Buenos Aires, 1947) vuelve a este libro de viajes, publicado por primera vez en 2007 y reeditado ahora por Random House, para seguir demostrando que su vínculo con la escritura no puede leerse desde un único género.
"Siempre tengo el hábito del testimonio", expresa en esta entrevista con TelAm en la que retoma el trabajo realizado para las dos versiones de "Banco a la sombra", un libro de viajes en el que la periodista, escritora y cronista lleva al lector a recorrer lugares tan diferentes como el Parque Rodó, la Plaza Catalunya o la Plaza Dorrego.
¿Cómo pensás este libro reeditado después de más de diez años?
Hice un libro de viajes que fue la oportunidad de dispararme a algo más cercano a lo literario, no tan cercano al periodismo. Formó parte de una colección en la que llamaron a autores que venían de la literatura. El cronista fue un calificativo que le ponía un plus a un periodista que redactaba, como decía Fogwill. Supongo que en ese momento había alguna expectativa marketinera por un supuesto auge de la crónica que no se verificó. En esa colección había libros de Edgardo Cozarinsky, Miguel Brascó, Alan Pauls, María Sonia Cristoff. Todos tuvimos la consigna del in situ, que fue muy poco cumplida.
¿Cómo fuiste eligiendo los lugares?
Nunca elijo nada, siempre hago lo que quiero bajo consigna. Si vamos a evocar un poco el origen de los textos: el de México salió en la revista del Rojas, el de Père Lachaise en Las 12 y el más antiguo es el de Plaza Once, que había salido en el antiguo diario Sur y ahora lo he tocado un poco. En mi caso es, como siempre, un cartoneo. En 2007 ya había hecho una investigación sobre el 2001 con presencia más fuerte de Plaza de Mayo. Diría que esta versión está más politizada, ya que incorporé las crónicas más específicamente políticas. En el único texto en el que hago un in situ es en el de Plaza Once, en los demás hay mucha ficción. También diría que, por primera vez, "me tocaron la plaza", un lugar con una marca popular trágica política con Cromañon y la tragedia de Once. El libro es una teoría de viaje, para mí la experiencia es retórica. No sé cómo leer si no leí antes. Hago un elogio de la mediación para contar una experiencia que siempre es retórica o de una posesión ilusoria.
Decís que "mirar es interpretar lo visto con otros datos, asociar con el fuera de escena"
Es algo que se puede probar: cuando escribí el libro "Oración", entrevisté a todos los sobrevivientes que estuvieron aquella noche con Vicky Walsh y lo que cuentan es absolutamente contradictorio; también lo cuenta Walsh entrevistando a los sobrevivientes de los fusilamientos, cuando no logra llegar a un acuerdo para decir en qué orden bajaron del camión. En esa idea también hay un homenaje cariñoso a los cronistas modernistas donde el in situ no era algo que había que cumplir como una ley. Me da risa porque en la autobiografía siempre está el tema de la creencia, hay mucha teoría contemporánea, como Derrida o Benjamin, que plantea que no hay diferencia entre el yo de la experiencia y el de la escritura, entre el yo de la ficción y el de la autobiografía. Pero creo que se trata de que uno decide creer. Nunca estuve en Venecia, lo digo, no hace falta que sea una infidencia de un crítico. La eficacia que pueda tener un texto es que creas que la autora coincide con la persona, con la narradora y con la vida.
El "señor Plaza" es un acompañante recurrente pero no permanente
Es un problema de lo real, que de pronto es ridículo. Cuando le propuse a la editorial escribir un libro de plazas me di cuenta de que viajaba con el señor Plaza. Fue criticado y considerado inverosímil. La realidad te provee de algo muy obvio o de algo absolutamente inverosímil. Como decía Nabokov, los argumentos más extravagantes provienen de la realidad.
Por como viven los viajes, ¿Plaza y su compañero pueden funcionar como contrapunto con la narradora?
Ellos son viajeros que piensan en el viaje como una adquisición cultural, de experiencia. Piglia decía que cuando llegaba a un lugar prendía la tele, yo le podría agregar que voy al bar de la esquina, aunque probablemente las claves de los bares se puedan entender más allá de las lenguas.
Definís tu relación con el viaje y la lectura como experiencias no acumulativas. ¿Cómo sería eso?
No recuerdo lo que no encaja con mis fantasmas pero hay gente que tiene un goce del archivo, que recuerda citas. Yo no recuerdo citas, ni escenas y cuando las recuerdo son tan insistentes que forman parte de mi neurosis. También me interesó plantear el recuerdo torcido, que suele ser una interpretación posterior y no un plan. Siempre tengo el hábito del testimonio.
Foto: David Fernández, Clarín
Fuente: Agencia TelAm