Fotografía: R4vi en Flickr | Usada bajo licencia Creative Commons.
Por: Rogério Christofoletti @christofolettis
En pocas semanas, el país más grande de América Latina puede elegir un gobierno ultraconservador, militarista, declaradamente racista, homofóbico, machista y con una retórica basada en el odio. Esta tragedia política puede suceder en Brasil, gracias a la ayuda de los principales medios de comunicación, ya sea por adhesión a este proyecto de extrema derecha, o por omisión disfrazada de imparcialidad profesional.
Brasil tiene más de 147 millones de electores y un conjunto igualmente grande de problemas económicos, políticos y sociales y morales. Es un país profundamente desigual, donde los seis hombres más ricos tienen una riqueza equivalente a 100 millones de personas. Es un país con mayoría de mujeres, pero que todavía discrimina, persigue y mata a esa parte de la población, siendo el campeón mundial también de las agresiones a gays, lesbianas y transexuales. No bastando con eso, Brasil tiene un legado esclavócrata que todavía persiste, y su joven democracia apenas cumple cuatro décadas. En 129 años de república, Brasil tuvo 14 presidentes militares, y la mayoría de ellos por golpes de estado o actuando en juntas gobernantes durante períodos de turbulencia. América Latina sabe muy bien qué es eso, pero a pesar de los muchos avisos, el último domingo de octubre de 2018 puede traer a los militares de vuelta al poder en Brasil, una señal peligrosa para toda la región.
Falsa igualdad
En este espacio yo dije que la prensa brasileña debería decir la verdad en la cobertura de las elecciones de 2018. Mi argumento central era que el lenguaje usado por los medios de comunicación producía efectos de sentido que no expresaban la realidad nacional. Enfatizando algunos aspectos en detrimento de otros, no llamando las cosas por sus verdaderos nombres e ignorando temas y posiciones, los periódicos y las estaciones de televisión dejan de cumplir su importante papel en la democracia: el de proveer informaciones para que el ciudadano pueda tomar mejor las sus decisiones.
Lo que hemos visto en las últimas semanas es otro capítulo de la novela de manipulación mediática brasileña. Un día después de que cientos de miles de personas -la mayoría de ellas, mujeres- protestaran en todo el país contra el candidato de la extrema derecha, el diario más influyente del país, Folha de Sao Paulo, en su primera página, equiparó a los dos candidatos mejor posicionados en las encuestas: el de la extrema derecha y el de la centroizquierda, heredero de Luiz Inacio Lula da Silva. La comparación fue criticada por diversos formadores de opinión en otros medios, que llamaron la atención del periódico respecto a un hecho: lo que opone a los candidatos no es una cuestión de lenguaje, sino de valores y de compromiso con la democracia. El periódico no hizo autocrítica sobre esa peligrosa equivalencia, ni siquiera por medio de su ombudsman, Paula Cesarino Costa. Señal de que cree que son iguales.
Pero no lo son. En un momento raro, un día después de la votación de la primera vuelta, la columnista Miriam Leitão, de TV Globo, fue enfática: "Hay mucha gente que compara a los dos, pero ellos no son equivalentes", dijo (a los 4'10).
El diario más influyente de Brasil puede estar tácitamente adherido a un programa de la extrema derecha, pero vamos a darles el beneficio de la duda. Podríamos considerar el editorial de la Folha de Sao Paulo como una actitud extrema en la pasión de los grandes medios por buscar exención periodística. La idea detrás de ello es que en coberturas electorales, es necesario dar el mismo trato a todos los candidatos, ya sea en las críticas o en los halagos. Y como la cartilla periodística dice que la prensa no debe hacer halagos, un movimiento involuntario es colocar a todos los candidatos en la línea de tiro. Pero eso es un error y una falta ética. El error es de evaluación, pues la parcialidad no se combate sólo con la oferta de espacios iguales a los competidores en una elección. Un ejemplo: garantizar el mismo tiempo de cobertura para un candidato que representa una minoría inexpresiva, pero que defiende valores extremistas, puede sobredimensionar su presencia en el espectro político, y eso distorsiona la realidad. Fue lo que ocurrió en poco tiempo en Brasil, contribuyendo a la mitificación de un personaje hasta entonces insignificante en la política y convertirlo en un fenómeno electoral. En situaciones como esta, las redacciones dejan de hacer periodismo y pasan a actuar como agencias de publicidad involuntarias, y este es un problema ético porque aleja a periodistas de sus esperadas funciones en la sociedad.
El periodismo no sólo informa, también dota de valor a los datos, a la información. Por eso los reporteros y editores eligen en sus noticieros algunos hechos y descartan otros, y por eso también dan más énfasis en algunos aspectos y no a otros. Al forzar una equivalencia para defender la idea de que se está siendo justo, equilibrado e imparcial, los medios distorsionan la realidad, adecuando los hechos a una idea precaria y simplista de justicia y equilibrio. Al forzar una igualdad que no existe y no denunciar sus muchos matices, los medios evaden su responsabilidad. En escenarios turbulentos como el de Brasil y de América Latina, esto es dinamita.
Fact-checking y el interés público
Brasil está dividido como nunca, y esa polarización política ha sido terreno fértil no sólo para la diseminación de los discursos de odio de los extremistas, sino también para el esparcimiento de muchas noticias falsas. Las fake news distribuidas por servicios de mensajería como WhatsApp fueron un importante motor para torpedear la campaña electoral del candidato a la presidencia por el Partido Social Liberal (PSL), según El País, de España.
A diferencia de cualquier elección en el país, esta ha sido una disputa política orientada por una avalancha de contenidos compartidos sin ningún cuidado de verificación y distribuida por sujetos que consideramos confiables, nuestros parientes y amigos. Tanto así, que tener más tiempo en la propaganda electoral en la TV no fue garantía de éxito.
Aunque hay consistentes iniciativas de fact-checking en Brasil, ellas se esforzaron, pero no consiguieron detener el tsunami de desinformación. Cuatro factores fueron determinantes:
1. El volumen de contenido falso o deliberadamente engañoso es muy superior a la capacidad de confirmación de los checkers.Este último factor me parece un gran complicador en el combate a la desinformación, pues al final son las propias empresas de comunicación quienes levantan los muros. Algunos fact-checkers llegaron a pedir que los muros fueran bajados durante el período electoral para facilitar el debunking, pero prevaleció el ánimo de lucro y no el interés público.
2. Aunque el Tribunal Superior Electoral (TSE) hubiera declarado la guerra a las noticias falsas, poco o nada hizo para inhibirlas.
3. Las fake news se diseminaron con una velocidad impresionante en grupos familiares, cerrados y de difícil penetración.
4. Cuando era posible chequear, demostrar la falsedad y apuntar a la información verdadera, los lectores se encontraban con un muro de pago.
Cuando las personas se sumergen en rumores, memes, información falsa y propaganda política, y cuando los periodistas comprometidos no consiguen garantizar la aclaración, los resultados pueden ser muy preocupantes.
En las semanas que precedieron a la primera vuelta, las emisoras de televisión se encadenaron para entrevistar al candidato ultra-conservador, ya fuera en el hospital, cuando se recuperaba del atentado que sufrió en septiembre, o en casa. Hacer entrevistas con candidatos es una práctica necesaria para coberturas electorales, ¿pero esas emisoras buscaron a los demás oponentes? Esta vez, no. No se preocuparon por forjar una idea de equilibrio e imparcialidad, y dieron un trato privilegiado a uno de los lados de la disputa. Es un crimen electoral, pero el TSE no hizo nada al respecto.
Una periodista de The Intercept Brasil desenmascaró la falacia de la imparcialidad de las redacciones. "Voy a dejar esto aquí para todo el mundo que venga a hablar de "exención" periodística en estas elecciones. La gente tiene lado y ese es el caso aquí", escribió Tatiana Dias en su Twitter, reproduciendo un fragmento del Código de Ética del Periodista Brasileño, el cual dice que es deber profesional "oponerse al arbitrio, al autoritarismo y a la opresión, así como a defender los principios expresados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos".
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El lector debe haber notado que en ningún momento cité nominalmente al candidato de la extrema derecha en este texto. Fue a propósito. No quiero alimentar esa espiral de odio e intolerancia, que puede amenazar a minorías y grupos marginados de la sociedad, y que puede afectar el trabajo de los periodistas al restringir las libertades de prensa y expresión. Es una decisión moral mía, pero un deber deontológico también.
Foto: R4vi en Flickr
Fuente: FNPI