Por: Ulises Castellanos @MxUlysses
Ya que andamos en tiempos de reflexión y humildad institucional, dejenme ofrecerles un Mea Culpa muy personal, con relación a ciertos argumentos que hace cinco años varios enarbolamos en distintas plataformas relativos a la muerte del fotoperiodismo global.
A finales de 2010, con la irrupción de Instagram en el mundo de redes sociales y la consolidación de Twitter, se desataron todo tipo de demonios que hablaban —y hablábamos— sobre la muerte del periodismo escrito y lo irrelevante que resultaba ya el trabajo diario que se ejercía en el fotoperiodismo contemporáneo.
Así pues, en los últimos años vimos crecer la imagen en Facebook, Twitter e Instagram de una manera meteórica, y eso aceleró los malos presagios sobre el trabajo profesional en los medios impresos; algunos diarios como El País y The New York Times hasta le pusieron fecha de caducidad a su edición impresa y todos empezaron a reforzar sus sitios en Internet y a meterse a redes. Vamos, Newsweek editó un ejemplar impreso de despedida y volvió de sus cenizas.
Hace cinco años un periódico en Hong Kong despidió a todo su staff de fotógrafos para contratar y equipar a una docena de repartidores de pizzas en la ciudad, con la idea de que llegarían antes que nadie a la nota. Al final fue un fracaso, nada se sabe ya de ese experimento.
Eso si, los viáticos, salarios y espacios en el impreso no volverán a ser igual a como los conocimos a finales del siglo XX.
Fontcuberta lo definió así en 2011: “La velocidad prevalece sobre el instante decisivo, la rapidez sobre el refinamiento”. Lo que nadie calculó fue la capacidad de mentira del ciudadano promedio, su irresponsabilidad para engañar con tal de conseguir likes o apoyar una causa acabó con la intentona ciudadana.
¿Y entonces que pasó? ¿Por qué no han desaparecido los grandes medios o rematado en los mercados de pulgas todas nuestras cámaras? Porque sucedió algo no previsto, si bien en cada ciudadano del mundo hay una cámara digital y nada compite con la oportunidad de ser testigo de una tragedia o revuelta popular en tiempo real. Tal parece que en poco tiempo la credibilidad del “periodismo ciudadano” quedó hecha polvo.
Ahora mismo en cualquier redacción se prohíbe publicar una foto “bajada” de Twitter —aunque sea gratis— hasta que no la confirme un periodista.
Hace una semana, en el fallido Golpe de Estado que dieron unos militares bastante novatos en Turquía, se confirmó este paradigma, además de que no había buenas fotos al principio, los videos eran muy malos —movidos y sin sentido— no se entendía lo que sucedía. Fue hasta más tarde que empezaron a circular fotografías de profesionales con una mirada educada que ayudaron a comprender lo que pasaba.
Varias portadas en medios occidentales usaron imágenes de Reuters, Xinhua, AP, AFP y otras agencias porque sintetizaban mejor lo que sucedió, la población detuvo los tanques y literalmente “arrestó” a los soldados golpistas. Pero eso no fue posible verlo, hasta que los profesionales llegaron al lugar de los hechos.
Las buenas fotos, bien compuestas, nítidas e informativas, sólo las hacen los profesionales. Al final es como si el sólo hecho de traer un lápiz en la mano nos convirtiera a cualquiera en Rulfo, Paz o Villoro, ¿verdad qué no?
Bueno, pues yo fui uno de los que dijo hace cinco año que el fotoperiodismo como lo conocíamos iba a desaparecer ante la irrupción de la era digital y la inmediatez en redes. Pues bien, me equivoqué, no fue así, no desapareció ni desaparecerá, porque nunca calculé la capacidad de mentir o manipular de los presuntos “periodistas ciudadanos” frente a la oportunidad de informar.
Todo parecía indicar que frente a la calidad o contenido visual, ganaría la inmediatez, pero no ha sido así. El contenido importa y su veracidad también.
Me da gusto pues, que el fotoperiodismo esté en la mirada de los profesionales y periodistas responsables, se trata de un futuro renovado que nunca imaginé y al que le quedan muchas historias por contar.
Foto: Asociación de Fotoperiodistas de Puerto Rico
Fuente: El Universal