No tengo el talento de la noticia, no puedo decir que sea un talento que siento en falta porque me gusta lo que hago
Por: Roberto Navia
Leila Guerriero sabe que el lenguaje no es inocente, que las metáforas están cargadas de información, que nadie se hace escritor leyendo periódicos, que la historia que persigue un periodista debe defenderla con el corazón y que la mejor forma de estar ahí, ante el entrevistado, y después en el texto, es haciéndose invisible, tan invisible como lo dice Gustave Flaubert: “El autor debe estar en su obra como Dios en el universo: presente en todas partes, pero en ninguna visible”.
Todo eso lo sabe esta cronista argentina dueña de las herramientas mayores del lenguaje y que ha hecho de esa característica el instrumento para inmortalizar las historias que estaban guardadas en la entretela de algún ser humano. Leila ha estado en junio en Santa Cruz, traída por la Fundación Pedro y Rosa y El Deber, por tres días, y se ha entregado sin mezquindades para hablar de lo que le encanta hacer: periodismo narrativo de no ficción. Así, con su voz de artesana de la palabra, ha ido sacando de su sombrero de maga de la realidad, sus testimonios y sus relatos orales, sus textos escritos y lo que se debe y no hacer para que el lector no mire de palco el texto que tiene ante sus ojos, sino, que llore y que cante, que se ría a carcajadas o que sienta el olor a tierra mojada del bosque o el sabor de la muerte que se eternizó en la ropa de alguien que ya no está en este mundo.
Leila dice las cosas de frente y las dice bien. Dice, por ejemplo, que no tiene una cuenta en Facebook ni en Twitter. No las tiene porque siente que le distraerían y porque no le ve ninguna aplicación útil. “No tengo nada para decir más de lo que ya digo”.
Esta es Leila, la que también elogió el premio nobel de literatura Mario Vargas Llosa por su libro Plano Americano: “Los perfiles biográficos que dibuja Leila Guerriero demuestran que el periodismo puede ser una de las bellas artes y producir obras de valía, sin renunciar a su obligación primordial, que es informar”.
Con tremendo piropo no ha sentido que camina por el pedestal del Olimpo. Leila no tiene la sensación de que ya está, de que llegó a alguna parte. Lo que sí siente es que esto recién empieza, porque a Leila el aburguesamiento le da espanto.
¿Tienes cuenta de Twitter o de ‘Face’?
No. Es como una fuente de distracción bastante patética. En lo personal, no le veo ningún tipo de aplicación útil. Periodística, puede ser, de pronto, si quiero contactar con alguien. No tengo para decir más de lo que ya digo. No sé dónde estaba tanta hemorragia comunicacional guardada hasta que aparecieron esas cosas y los teléfonos celulares. Se dice más de lo necesario.
Me dispersan mucho esas cosas. Cuando tengo tecnología disponible soy bastante, quizá, adicta a eso. Me gusta la tecnología y me hago rápidamente adicta. El Twitter y el Facebook no me gustan, no me interesan, el WhatsApp quizá puede ser una herramienta interesante, pero me resulta invasivo. Me parece bien que la gente las use.
¿Por qué decides apostar por la no ficción?
Porque soy una persona privilegiada que puede vivir de lo que le gusta hacer, porque tengo la vocación del periodismo de la no ficción, como otros tienen la de la abogacía, la carpintería, o el ser camarógrafo. Por una cuestión de vocación lo hago.
Sos de esas periodistas que, como ya lo dijo alguien, le gusta llegar tarde, o después, a los hechos, cuando todos los periodistas de coyuntura ya se han ido.
Sí, creo que como todas las cosas que uno hace, hay una suma de alguna habilidad que uno tiene con muchas imposibilidades mezcladas. Quiero decir, con todo esto, que el tipo de periodismo que hago, y que hace mucha gente, tiene que ver con que a lo mejor hay una cierta habilidad para hacer esos relatos un poco más reposados. Soy una persona que le cuesta entender lo que quiere decir buscar el foco.
Necesito tiempo, me demoro mucho en llegar a un territorio y entender lo que estoy queriendo contar. Me parece que el periodismo narrativo que hago también es el resultado de esas imposibilidades.
No tengo el talento de la noticia, no puedo decir que sea un talento que siento en falta porque me gusta lo que hago, pero reconozco que forma parte de mis imposibilidades. Las veces en que he tenido que hacer, lo he hecho, más que una noticia, una columna de opinión, por ejemplo, para El País cuando murió Videla, el dictador argentino, o cuando al arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio, lo nombraron papa, o cuando había hecho un perfil de Nicanor Parra para Babelia y tres días antes le dieron el Cervantes: salir volando, escribir rápido 10.000 caracteres en ese mismo día para la sección de cultura del diario, que salía antes que Babelia. Me dio ataque de adrenalina y parálisis.
Yo creo que si viviera en ese estado, moriría de un paro cardiaco fácilmente. Hace falta rapidez. A mí me interesa también tener una mirada que no sea la más ramplona ni obvia, me demoro mucho y en una noticia no podés esperar.
¿Cómo lo consigues en un tiempo en que se dice que no se lee? ¿La gente lee textos largos?
Yo creo que los lectores de las crónicas son los mismos de siempre, pero me parece que la web se mostró como un espacio donde se puede leer. Ahí tenés Anfibia, en la que se publican textos muy largos y la gente los lee. La web es un lugar para leer textos largos, no es solo para noticias cortitas. A mí, el formato, la plataforma, no me preocupa, sé que los periódicos no son el espacio natural para eso.
Esos textos están buscando el espacio en editoriales, en los libros. Me parece que siempre fueron textos no masivos, así como cierta clase de literatura de ficción o la poesía no son masivas y tienen sus lectores.
La crónica, de alguna forma, comparte esos espacios pequeños, más de nicho, digamos, tiene una parte de los lectores que son los mismos periodistas, gente que quiere hacer esto, que lo lee buscando un poco el desandar, ver cómo hizo el truquito ese periodista que a uno le gusta. El diario no es el espacio para publicar 40.000 caracteres todos los días, sí querría que los textos estén mejor escritos, con más vuelos narrativos, que me emocionaran, pero eso no quiere decir que tienen que ser textos larguísimos.
¿Qué cambió de ti desde aquel día en que dejaste un texto tuyo en PáginaI12, y que por primera vez publicabas algo y lo hacías en la contratapa?
El texto se llamaba Ruta cero o Kilómetro cero, salió en la contratapa de PáginaI12. Fue en el arranque de los años 90.
Es una pregunta para la que no puedo tener una respuesta clara. Me parece que es como pretender seguir los rastros del paso del tiempo en tu cara y en el cuerpo. Uno no ve tanto los cambios. Me parece que eso lo ven los demás. Uno siempre se siente parecido, mejor o peor. Pero, yo lo que sí creo, y es algo que me preocupa y en lo que pienso, es que uno nunca puede tener la sensación de decir: “Ya está, llegué a alguna parte”. Yo tengo siempre la sensación de que esto recién empieza.
Me gustó, una vez, cuando entrevisté al escritor Ricardo Piglia, que no lo conocía personalmente y que admiraba mucho. En ese momento era como entrevistar a un prócer. Le pregunté cómo es publicar un libro, cuáles son las expectativas, sobre qué va a pasar cuando ese libro exista en el mundo. Me miró y me dijo que cada vez es la primera vez, que puede ser la debacle, el momento en que te rifaste toda tu carrera, que aniquile lo que hiciste bien hasta ese momento.
Yo tengo muy en cuenta esa situación, que se puede producir el desastre, que hayas perdido la capacidad de narrar, ese creo que es el gran fantasma de todos los que escriben, que la gente se aburra.
Siempre tengo en cuenta eso, en pensar que no he llegado a ninguna parte, que esto recién empieza, que cada vez que uno hace algo en público intenta estar a la altura de lo que uno hizo, y tratar de ir mejorando.
¿Se puede perder la capacidad narrativa?
Creo que a todos nos pasa, el leer a algún autor que nos gusta mucho o ver una película y darnos cuenta de que están pasando por un momento menor, bajo de creatividad. No creo que se pueda perder esa capacidad, pero hay pocos casos en los que esa curva (de creatividad) sube y sube. Siempre hay momentos bajos, no creo que alguien con mucho talento pueda tener altos y bajos, sino que quiere ser mucho más que bueno: genial. Son tipos fuera de norma. Hay directores de cine, como Woody Allen, del que no podemos decir que sea genial todo el tiempo, y, sin embargo, uno sigue yendo a verlo. Y no quiere decir que sean mediocres.
¿Cómo eliges tus historias?, por ejemplo, cómo llegaste hasta el personaje de tu libro Una historia sencilla?
Esa historia me llegó a través del diario, que había un festival de malambo en un pueblito que se llamaba Laborde: Los atletas del malambo e preparan para competir. Me llamó mucho las características de ese festival. Guardé el recorte y fui como dos o tres años después. Mi idea era contar una crónica para una revista y terminé contando sobre la historia de Rodolfo, un bailarín, que cuando lo vi bailar me volví loca. Me parece que en cada momento las cosas te van llamando
Crónicas, perfiles e historias sencillas
Cinco de los libros publicados por Guerriero en los últimos años con el sello de su mirada periodística
Los suicidas del fin del mundo
Entre 1997 y 1999, una oleada de suicidios conmovió a la pequeña localidad petrolera de Las Heras, situada prácticamente en medio de la nada y perteneciente a la provincia argentina de Santa Cruz, en la Patagonia. La mayoría de los suicidas tenían alrededor de 25 años y pertenecían a familias modestas. Leila viajó a este desolado paraje patagónico, interrogó a los familiares y amigos de los suicidas, recorrió las mismas calles, siempre desiertas, y visitó cada rincón del pueblo.
Frutos extraños
Una mujer capaz de asesinar a tres amigas poniéndoles cianuro en la taza de té; otra que mató a su hija minutos después de parirla; un mago al que le falta una mano; un grupo de rock cuyo integrante más famoso tiene síndrome de Down. Como asegura Leila, “no hay nada más sexy, feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso que la realidad". Frutos extraños descubre la cara más sensible de una profesión que atraviesa tiempos difíciles, y obra el milagro de hacernos creer de nuevo en el periodismo.
Una historia sencilla
En enero del año 2011, Leila Guerriero viajó hasta un pequeño pueblo del interior de Argentina para contar la historia de una competencia de baile folclórico: el Festival Nacional de Malambo de Laborde. El malambo es un baile tradicional entre los gauchos argentinos y el festival termina con la coronación de un campeón. Para resguardar el prestigio del certamen, los campeones han hecho un pacto: una vez que ganan, ya no pueden volver a presentarse en otra competencia.
Plano americano
Plano americano recopila 21 perfiles de escritores, artistas plásticos, periodistas, fotógrafos, cineastas, diseñadores y músicos hispanoamericanos que la periodista argentina Leila Guerriero ha publicado a lo largo de la última década en algunos de los principales diarios y revistas del continente y de España. Esta personalísima cartografía, formada por criaturas que van del incendiario Nicanor Parra a la inquietante Idea Vilariño, del rabioso Fogwill al discreto Guillermo Kuitca.
Los malditos
Esta compilación de perfiles biográficos de escritores latinoamericanos del siglo XX –editados por la periodista argentina Leila Guerriero – proporciona un nuevo punto de vista para escrutar la singularidad existencial del continente: lo que aparece en sus páginas es un repertorio de vidas intensas, proclives en la mayoría de los casos a los excesos del cuerpo y a los tormentos del espíritu. Por primera vez, figuras que han subsistido como mitos locales se constelan en un panorama amplio.
Foto: Giancarlo Shibayama/El Comercio
Fuente: El Deber