jueves, 21 de septiembre de 2023

Mario Wainfeld 1948 - 2023

Fue columnista desde los inicios del diario PáginaI12 y jefe de la sección Política durante siete años. Será recordado por su compromiso con los derechos humanos y los valores más altos de la democracia. 

El periodista Mario Wainfeld falleció esta mañana a los 74 años de edad. Se destacó como columnista en PáginaI12 desde los inicios del diario y también se desempeñó en distintas publicaciones y programas de radio y televisión, como un agudo cronista y analista de la realidad nacional e internacional.

También fue abogado, graduado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y docente de esa y otras casas de estudio. Pero la labor por la que fue más reconocido fue la comunicación, tarea que siempre desarrolló con compromiso, según destaca una publicación del diario porteño.

Antes de eso había sido director e integrante del Consejo de Redacción de la revista "Unidos", creada por el exvicepresidente Carlos "Chacho" Álvarez, con quien compartió la militancia política en el Frente Grande a mediados de los 90. También allí compartió la redacción junto al sociólogo Horacio González y al consultor Artemio López.

Pero la labor por la que fue más reconocido fue la comunicación, tarea a la que se volcó hacia finales de la década de 1980 y que siempre desarrolló con compromiso. Escribió artículos de coyuntura para varias revistas: Crisis, Le Monde Diplomatique, Lezama, PáginaI30 y El Amante-Cine, entre algunas.

Entre 1997 y 2004 fue jefe de la sección Política de PáginaI12, diario del que nunca se alejó y en el que brilló como columnista.

Ilustró con sus análisis políticos a programas radiales de la mano de Quique Pesoa y Héctor Larrea, y luego se convirtió en conductor de sus propios ciclos en varias emisoras. En televisión también fue un extraordinario comentarista de la realidad.

En radio, condujo los programas "Mario de Palermo", "En algo nos parecemos" y "Gente de píe", en el que estaba al frente en Radio Nacional. También se desempeñó como columnista en los ciclos televisivos "Duro de Domar" y "Desiguales", éste último en la Televisión Pública.

En 2016 publicó su primer libro "Kirchner, el tipo que supo", al que le siguió, tres años después, "Estallidos argentinos: Cuando se desbarata el vago orden en que vivimos", ambos editados por Siglo XXI Editores. "Los trabajadores y trabajadoras de este diario lamentamos su fallecimiento y lo recordaremos con respeto por su oficio, y por su compromiso con los derechos humanos y los valores más altos de la democracia", lo despidió PáginaI12.

"El histórico debate sobre el poder de los medios y las prácticas periodísticas ahora tiene una visibilidad que antes no tenía. Eso generó una discusión vivaz que muchas veces no se plantea bien. Cualquier discusión fuerte forma parte de la cuestión democrática pero todo episodio de violencia es un pequeño jaque a la convivencia democrática y eso en sí mismo debe motivar atención y solidaridad de todos, y ningún comentario adicional sobre si estaba bien o mal lo que decían", enfatizó en 2011 Wainfeld en una entrevista con La Nación.

Wainfeld consideró que también es necesario introducir matices en los conceptos. "A veces se llama ataque a una crítica muy severa o hasta descolocada; pero una crítica descolocada no es un ataque. Y es parte del juego democrático. Yo discuto más con prácticas periodísticas y señalando a los medios con su nombre y apellido y no a colegas en particular", finalizó, y dejó en claro que repudia cualquier acto de censura, agresión física o violencia.

Por otra parte, sostenía que no existe libertad de expresión sino libertad editorial de las empresas de manejar una línea más afín al oficialismo, o más cercana a la oposición. "Lo que sí puede hacer el periodista es decidir con qué línea editorial quiere trabajar. La salida de medios con una mirada afín al gobierno provocó que muchos periodistas puedan trabajar en medios acordes a su pensamiento", opinaba.
Desde sus columnas en PáginaI12, el periodista reflejaba una mirada crítica en la que no dudaba de a veces cuestionar las medidas oficiales del kirchnerismo. En 2013, Wainfeld cuestionó la falta de reglas claras para otorgar permisos para comprar divisas. El domingo 27 de enero de ese año, acusó a la AFIP en su columna dominical de realizar una implementación "torpe, de nula transparencia y hasta piantavotos" del sistema que autoriza a los contribuyentes a comprar dólares. El periodista calificó al mismo de "régimen secretista", ya que el organismo recaudador no informa al público de modo pormenorizado los requisitos para acceder al mercado de cambio. En tanto, la AFIP le respondió que su opinión era un "ejemplo de falta de profesionalismo".

También lo hizo la Radio Nacional, quien destacó el "compromiso con la verdad y la justicia" que tuvo Wainfeld en su carrera. "Su legado será un faro para nuevas generaciones y para quienes creemos en el poder del periodismo para transformar el mundo. ¡Hasta siempre, querido Mario!", agregó la emisora pública.

Los trabajadores y trabajadoras del diario PáginaI12 lamentaron su fallecimiento: "Lo recordaremos con respeto por su oficio, y por su compromiso con los derechos humanos y los valores más altos de la democracia. Saludamos a su familia, compañerxs y lectores", indicaron.

Escriba, maestro
Cuánto extrañaremos a Mario Wainfeld en los próximos años.
Por: Sebastián Lacunza @sebalacunza
Años atrás, me escribió en un mail. "Tengo un Mr Hyde adentro, que sale a pasear cada lustro o algo así, en situaciones extremas".

La frase concluía un relato sobre su reacción ante una mala pasada que le habían jugado en un trabajo, en el marco de una profesión en la que las malas pasadas no son la excepción.

Mario Wainfeld cuidaba su Jekyll. Lo trabajaba, contenía a Hyde. Tengo la sensación, porque en cierta medida lo dejaba saber, de que nunca se perdonaba del todo esas apariciones "cada lustro o algo así", aunque escuchadas parecieran comprensibles.

Esa pelea interior, tan humana, tan propia de un tipo que no anda liviano por la vida, de algún modo definía a este peronista de izquierda, compañero de Cecilia, padre, abuelo, abogado laboralista, porteñazo, fana de River. Tremendo periodista.

Al perfil de Mario lo dibujaban sus columnas escritas con sensibilidad, con preocupación de orfebre por el buen decir, convicciones en alto, miradas y lecturas laterales. Tómense el trabajo. Gugleen y descubran un error de escritura en sus textos. ¿Y el clickbait?

¿Mario era periodista profesional o militante? ¿La militancia lo llevó a malversar hechos y aplicar una indigna doble vara? ¿El profesionalismo fue un camuflaje para ocultar intenciones espurias? 

Nada de las preocupaciones por las formas y de su vocación por mantener abierto el diálogo conducía al legendario columnista de Página 12 a un lugar acomodaticio, de equidistancia impostada, tan redituable a veces como la polarización.

El autor de Kirchner, el tipo que supo (Siglo XXI Editores, 2016) resolvía en su práctica una dicotomía que está en boga hace dos décadas en Argentina, entre las concepciones de periodismo profesional y militante.

Mario había militado en el peronismo durante décadas, primero en la juventud universitaria y luego en el Partido Justicialista. Conocía a muchos en ese movimiento y tenía un mapa trazado de memoria sobre el lugar que había ocupado cada dirigente durante la dictadura y los primeros años de la democracia.

En los ochenta acompañó el derrotero de Carlos "Chacho" Álvarez. La revista Unidos, que contó con las firmas de Horacio González, Vicente Palermo, Alcira Argumedo, José Pablo Feinmann y Oscar Landi, fue el territorio en el que Mario comenzó a transitar algo parecido al periodismo, aunque seguía siendo, ante todo, un abogado peronista. Wainfeld y menemismo eran la antítesis. "Mario de Palermo" pasaría por el Frente Grande y llegaría a la edición periodística en Página 12 recién a fines de la década de 1990, con una vida hecha.  

El periodista
Y allí fue, cuentan quienes trabajaron con él, que se transformó en un jefe ejemplar de la sección política. Desarrolló fuentes —con muchas de las cuales se había vinculado como compañero o adversario—, armó agenda, modeló títulos, constató hechos con las normas propias de la profesión, midió a la competencia, formó cronistas. Condujo una sección esencial de un Página 12 ya definidamente post-Lanata, en un período en el que la realidad interpeló al diario, primero por el ascenso de la Alianza, y luego, por el de los Kirchner.

Tanto la coalición entre la UCR y el Frente Grande como el periódico se inscribían en el antimenemismo, pero los caminos se bifurcarían más temprano que tarde. Desde otra galaxia, tras la crisis de 2001, llegaría el kirchnersimo, cuya relación con el diario daría para más de un libro.

Wainfeld plasmó su lectura sobre Néstor Kirchner en El tipo que supo. El libro se transformó en un bestseller. Asomó la ironía propia del autor en el brindis de fin de año de una editorial a la que quería mucho: "Esto lo pagan con la mía", dijo mientras se servía una copa vino.

¿Mario era periodista profesional o militante? ¿La militancia lo llevó a malversar hechos y aplicar una indigna doble vara? ¿El profesionalismo fue un camuflaje para ocultar intenciones espurias? Preguntas que se desvanecen ante los textos de este —hay que insistir, porque le interesaba que se supiera— hincha de River.

Lo que no desvanecería nunca sería aquel encuentro de 1997 entre Mario Wainfeld y el periodismo de redacción. Sus columnas en Página y su programa "Gente de a pie" en Radio Nacional acercaron su voz hasta pocos días atrás. Hace tiempo se había transformado en un conductor radial también excepcional.

¡Colega!
Conocí personalmente a Mario hace unos veinte años. Yo participaba de una ONG de periodistas con pretensión de pluralidad y trataba de acercar al columnista para poner a prueba esa presunta paleta de colores. Mario desconfiaba, se resistía. Polemizaba, argumentaba, se calentaba. Nunca hostil, siempre con argumentos expuestos con tiempo, razonados, desafiantes. Para él, la disidencia no era un ornamento ni un paredón. En tiempos de gritos y neofascismo, se habla de diálogo. ¿Dialogaron con Mario?

Su desconfianza se probó justificada. Cuando poco después la ONG quedó expuesta como un mascarón de proa de intereses oscuros, allí cesó el polemista y entró a jugar el tipo con experiencia, el que comprende e invita a mirar hacia adelante.

A partir de allí, estuvimos en contacto con frecuencia, no tanto en plan de debatir sino de comentarnos cosas, pedirnos datos y aportar miradas. Nunca sería aburrido, porque la condescendencia no parecía habitarlo.

Así fue cómo conocí a un periodista al que que admiraba desde que yo era estudiante y atendía llamados en call centers. Ocurrió algo no tan habitual. El admirado y el real eran la misma persona.

El año pasado trabajamos juntos un cuatrimestre en el programa "Desiguales", de la TV Pública. Nos acercamos, supe más de su vida. De buenas a primeras, los dos escribíamos columnas dominicales, y el tipo al que leía entre llamado y llamado en el fatídico call center me transmitía comentarios generosos.

Mario Wainfeld escribía con gracia, pero difícilmente podría ser calificado como un optimista. Su preocupación por lo que puede venir se leía en sus textos y en su rostro. Cuánto extrañaremos a Mario en los próximos años. 

Gracias por Jekyll y y también por el Hyde que muchos no conocimos, pero intuimos.

Escriba desde el cielo, Maestro.

Mi canción para Mario 
Por: Irina Hauser
Alguien me contó que un día se cruzó a Mario Wainfeld en una movilización, lo vio en un esquina y se detuvo con algo de pudor --ya que no se conocían-- a saludarlo. Lo leía en el diario, lo escuchaba en la radio, era de alguna manera parte de su vida. Se le pasó por la cabeza proponerle juntarse a comer o algo por el estilo, porque lo sentía casi como natural, pero se frenó. Estoy segura que Mario hubiera aceptado. Porque no solo parecía curioso, amiguero y charlador, lo era. Cuando entré a trabajar en la sección El País de este diario, tuve una sensación similar. Me daban ganas de conversar con él todo el día, me contagiaba su risa, pero le tenía tanta admiración que me inhibía. Además era mi "jefe". Los primeros tiempos de laburar con él fueron difíciles, no voy a mentir. Algún día me confesó que no le gustaba nada ser editor y yo, que era una novata veinteañera, me veía en banda, me costaba encontrar mi lugar. Mi único destino parecía ser escribir sobre la Corte Suprema, una pesadilla --admito-- hasta que llegó Néstor Kirchner. 

Traté de buscarle la vuelta, le propuse ocuparme de los temas del Congreso y me choqué con lo peor. Me dijo que no, que no me veía para eso. Mostró insatisfacción con mi trabajo y predilección explícita por otras compañeras. Lloré a mares, aunque no tanto como lloro hoy. En ese momento saqué fuerzas e inventiva no sé de donde y traté de romper mi propio molde y desafié lo que creía que se esperaba de mí. Era 2002 ya y empecé a meterme en las asambleas barriales, en las fábricas recuperadas, entre los cartoneros y cartoneras, en las ollas populares, busqué en cada expresión resiliencia que traía ese momento tan terrible de nuestra historia. Aquí abro un paréntesis para agradecer el empujón adicional que me dio Martín Granovsky. Escribí muchas crónicas, conocí gente maravillosa y empecé a disfrutar de este oficio, que se convertía también en un canal de militancia --y no le temo a esta palabra-- por un país más justo. Aunque suene a frase hecha, era y es eso. Mario, al fin, me alojó con ganas en ese experimento. Nuestro vínculo empezó a cambiar. 

Varios años después, no ubico exactamente cuál pero gobernaba Cristina Fernández de Kirchner, me llamó para decirme que tenía una propuesta para hacerme. Tomamos un café cerca de su casa, en la avenida Scalabrini Ortiz cerca de Santa Fe en un bar que a él le gustaba, Lucio, y me sorprendió: 

--Como me equivoqué con vos colorada, te pido perdón--, me dijo. No sé si alguien alguna vez tuvo semejante gesto de grandeza conmigo. No voy a olvidar nunca ese momento, que siguió con una propuesta para sumarme a su programa de radio, Gente de a Pie, en Radio Nacional. Por su puesto que me tiré de cabeza, estaba orgullosa y feliz. Con un susto enorme a la vez cuando me dijo que quería que me ocupara de hacer las entrevistas, precisamente... a la gente de pie. ¿Entrevistar yo?, le dije. Si vos, dale colo, vas a ver. Marito, como le dicen quienes lo aman, me ayudó a dar vuelta mi propia historia, a tenerme confianza y arriesgar. Justo un amigazo me preguntó hace un rato si me quedé con ganas de decirle algo. Y sí, todo eso, y más. Imagino que de algún modo le llegará. 

La radio fue un lugar liberador desde entonces. No solo contamos mil historias, reflexionamos e informamos. También viajamos y cantamos a lo loco. Por supuesto que intercambiamos rabietas. Desde que supe que lo esperaba la maldita parca, no puedo sacarme de la cabeza la canción del programa que grabamos con Beto Solas, un tema tan alegre como Mario. Ahora lo imagino abrazándose con Sandro allá en alguna parte, y coreando apasionado con él. 

Mario tenía una forma espontánea, dinámica y hasta graciosa de escribir. También guardaba esa cuota de militancia que me contagió, siempre comprometido, con los vulnerables, los excluidos, con la ampliación de derechos. Siempre del lado de los buenos, como solíamos bromear con complicidad. Leerlo era como compartir con él un café con yapa. Esa charla con que soñaba en mis primeros tiempos en Página, y que se convirtió en tantísimo más. Me honró de muchas maneras: presentó mi primer libro, Los Supremos, y después me invitó a presentar uno de los suyos Estallidos Argentinos. Mario, Marito, Wainfeld, Mario Bernardo, dejó grandes marcas en mí, no sólo en la profesión: le debo varios de los amigos y amigas que hoy tengo y me despertó afecto por su hermosa familia. Me hablaba de sus hijos/as, nietos/as y de Ceci, su gran compañera, con quien cada tanto nos cruzábamos, siempre tan cariñosa.  

Voy a extrañar nuestras charlas sobre los supremos y la política. Nuestros llamaditos para intercambiar impresiones. Nos habíamos visto hacía dos semanas en Desiguales, el programa de la TV Pública donde me habían invitado. Me senté al lado de él. Estaba con su camisa y sus mocasines de rigor. Lo veía a gusto, siempre tan brillante. Fue un gran maestro, abrazador, sencillo, generoso, afectuoso, le estoy tan agradecida. Decidí contar esta historia, mi historia con él, porque es la mejor manera que encuentro de recordarlo. Me despido con un dolor indescriptible, pero con la certeza de haber sido y ser una privilegiada por haber trabajado con él. Voy a cantarle una canción. 

Este cronista
Una despedida para Mario Wainfeld
Por: Victoria De Masi @videmasi
Voy a hacer algo que Mario Wainfeld odiaría: escribir sobre Mario Wainfeld. Perdón, Mario querido. Sé que te reirías conmigo de esta contradicción. Si pudiera avisarte que estoy por cometer este acto delictivo sé que me responderías con esa carcajada tan tuya, tan breve y contundente. Una risa que brotaba, algo incontrolable y contagioso. 

Lo primero que me dijo Mario fue “no”. Así: “Hola, gracias desde ya. Pero no doy reportajes. Menos sobre mi persona”. Ese fue nuestro primer intercambio, el 28 de diciembre del año pasado. Le había escrito para preguntarle si podía atenderme, quería entrevistarlo para una entrega de Gracias por venir. Él había quedado en el puesto 10 del ranking de Poliarquía como “uno de los periodistas más respetados”. Yo quería saber qué se sentía estar en el radar del círculo rojo. Insistí pero no hubo caso. Como es rarísimo dar con periodistas que rechazan hablar de sí y de su trayectoria, Mario, desde ese día, pasó a ocupar los primeros puestos de mi podio personal.

Aquel Gracias por venir salió igual y el contacto con Mario no se interrumpió sino todo lo contrario. Me llamó en febrero para ser parte de su programa en Radio Nacional, Gente de a pie. Recuerdo que Mario fue al grano: “Quiero que te sumes, los lunes. Vas a tener una columna, podés hacer lo que quieras”. Yo nunca había hecho radio. A Mario no le importó. Él me invitaba a ser parte de otra parte de su familia, un espacio que para él era importantísimo. Antes de arrancar nos reunimos en el bar del que era habitué, en Palermo. Hacía calor en Buenos Aires, yo llegué antes. Cuando Mario abrió la puerta, el mozo corrió a la mesa y le dijo: “Mario, ¿lo de siempre?”.

De repente frente a mí, detrás de un pocillito de café, estaba el hombre que escribía esas columnas que yo leía sin entender demasiado bien cuando era piba. Para mí eran épocas de ilusión, eran unos tiempos llenos de deseo. Yo corría al puesto de diarios de la estación de Haedo a comprar Página/12. Mario escribía “este cronista” y a mí me alucinaba esa manera de pararse en un texto. Cronista, tanto y tan poco. Eso fue antes, mucho antes, de  comprar esta profesión. Porque ser periodista es comprar en cuotas, es estar endeudado. 

Mario era abogado, lo fue durante 25 años, pero en la década de los ‘90 se dedicó al periodismo, ofició del que no se fue más. Trabajó en la redacción del diario en el que, seguramente, todos los periodistas de mi generación hubiesen querido trabajar. Esa mañana, en ese bar, Mario no sólo me estaba dando trabajo: Wainfeld me estaba dando una oportunidad. Me encantaría poder decirte, Mario, lo agradecida que estoy con vos.

El destino nos saqueó tiempo. Nos vimos cada lunes durante cinco meses. Mario llegaba unos minutos antes de las 15, la hora en que arranca Gente de a pie. Sabíamos que había pasado los molinetes de Radio Nacional porque escuchábamos que lo paraban para saludarlo: ¡Hola Mario!, ¿qué tal, Marito? Mario entraba a la sala de producción con una botellita de agua en la mano y una sonrisa a prueba de imprevistos. Paula Niccolini, su productora, lo llamaba “Doqui”. Yo veía cómo entre los dos ponían a punto el programa antes del aire. Era un ida y vuelta de precisión, corto, pero entre los dos armaban una nube. El programa flotaba entre la dulzura de ella y la ternura de él. Mario fue un tipo amoroso. 

Mario Wainfeld fue, también, imparable. Sus lunes eran largos; sus lunes, en realidad, arrancaban los domingos. Venía de su cierre dominical en Página/12, la base de su editorial de los lunes. Yo vi a Mario desplegar una idea detrás de otra frente al micrófono con la capacidad de análisis propia de las personas que han vivido, que han escrito, que saben pensar. Editoriales de 23 minutos, 25 minutos. Nunca olvidaba a quien le hablaba, su oyentada estaba ahí, con nosotros. Sus lunes terminaban, a veces, en la Televisión Pública con una participación en Desiguales. Ahora mismo vuelve a invadirme esa admiración que sentía por él. Nosotros somos unos periodistas que a los 40 años no podemos más. Nunca escuché a Mario decir que estaba cansado.

Cinco meses nada más y mientras escribo esto (Mario: perdoname) atajo una estampida de frases que atesoraré. Una vez me dijo “no cures la salud” cuando le comenté, con cierto pesar -y mucha autoexigencia- que ese informe podría haberlo hecho mejor. Otra vez me dijo “eso dejalo para el tercer tiempo” cuando me enojé -algo que me pasa seguido, incluso ahora que estoy triste- por algo que ya ni me acuerdo. Mario nunca intervenía nuestros espacios de aire. Alguna vez pensé que era un recreo que se tomaba de nosotros, tiempo que aprovechaba para divagar. De ninguna manera: con el transcurso de los lunes entendí que siempre había que llevar un dato de reserva porque al final de la columna Mario iba a arremeter con una pregunta y había que estar preparada. Mario sabía escuchar.

Fuera del aire hablábamos de periodismo, de cómo se hacía antes, de cómo se hace ahora. Mario hablaba con cierta nostalgia de los cierres del diario en papel, que terminaban a la madrugada con una comilona entre compañeros. Yo le decía que ahora ya no guardamos petacas en los cajones del escritorio -bueno, ya no tenemos ni escritorios-, que los periodistas ahora hacemos yoga. Vuelve mientras tecleo, ahora mismo, aquel brote de risa, esa carcajada para afuera que tenía Mario. Lejos de lamentarse por esos cambios radicales, Mario demostraba que estaba ubicado en tiempo y espacio: “Ahora los periodistas no tienen plata para esas sobremesas y además tienen tres trabajos”, decía.

El 24 de marzo hizo el programa desde Plaza de Mayo en el móvil de Radio Nacional. Yo vi que la gente apoyaba la mano en el vidrio para saludarlo. No era cholulismo ni devoción: era identificación. Compartí su mesa en la Feria del Libro. Estábamos en un pasillo lateral, a la intemperie, el sol no pegaba nunca. Él estaba feliz.

La última vez que me escribió a WhatsApp fue la semana pasada y para comentar una nota que había hecho. La última vez que le escribí fue para decirle que se recuperase pronto y que se quedara tranquilo, que íbamos a cuidarle “la casa”, su programa. Respondió con un corazón. Mario dio indicaciones hasta que pudo, el lunes. El último lunes. Nosotros hicimos nuestro trabajo de la mejor manera posible. Sé que todos pensábamos en Mario. Ninguno de nosotros lo dijo. Siempre escribo con la radio encendida. Pero murió Wainfeld. Ya no habrá otro lunes con Mario. Hoy es mi casa la que está en silencio.

Adiós a un maestro del periodismo político
Decálogo Wainfeld
"Rompí con el peronismo, que era como romper con la patria", dijo una vez Mario Wainfeld en el aula de la vieja redacción de Anfibia. Después rompió con el Frente Grande, "que era como romper con mis amigos", agregó. Lo que nuca se rompió fue su pasión por el periodismo político. Lo recordamos con cariño y compartimos un decálogo de enseñanzas suyas sobre el oficio
Por: Mario Wainfeld
En julio de 2014 Mario Wainfeld dio su primera clase del Seminario de Periodismo Político en Anfibia. Estudiantes de comunicación, de ciencias políticas y sociales, periodistas y profesionales varios llenaron el aula de Anfibia. Dos horas de conversación con los alumnos sintetizadas en este decálogo.

1. Los periodistas deportivos aman el fútbol. Los de espectáculos aman el cine, el teatro, la televisión. Los de política, en su mayoría, desprecian a la política. Es imposible ser un buen periodista político si se desprecia la política.

2. La política son los grandes discursos, los grandes debates, pero también la rosca, el comentario de pasillo, el off con funcionarios, las campañas, las operaciones.

3. Antes de sentarse a escribir un análisis, una nota, hay que leer mucho, tener claro el contexto, hacer estudios comparados de datos y de información cualitativa, leer algunos artículos académicos. Hay que salir de la endogamia.

4. El periodista de política tiene que hacer "ejercicio ilegal de las ciencias sociales": leer libros, artículos, hablar con académicos. Nadie es culto por leer diarios, tampoco por "picotear" en la academia. Pero siempre es bueno leer a los que estudian y saben.

5. El "mundo palacio" (la Casa Rosada, el Congreso, Tribunales) emana poder, autoridad, suele ser un planeta paralelo. Hay que saber entrar a ese mundo pero salirse de esa lógica, para poder comprender cada noticia en su contexto.

6. A lo largo de su carrera, el periodista político, por su práctica cotidiana, termina conociendo más ministros de educación que maestros, más ministros de salud que médicos de barrio. Escuchar al médico, al maestro, poner la oreja ahí, ayuda a salir del "frasco palaciego".

7. Con los protagonistas no hay que tener compasión ni empatía, pero sí uno tiene el deber de reflejar la mirada de los otros.

8. No debe patearse al caído: el que perdió una elección, perdió. El que se va de un gobierno, se va. El periodista no tiene que ensañarse con el derrotado.

9. Podemos estar en las antípodas de un funcionario, detestar a un político, y aun así debemos entablar el diálogo, entrevistarlo, consultarlo y saber mirar los matices. Hacer el esfuerzo de entender cómo y por qué tomó tal decisión, cómo y por qué actúa de tal o cual manera.

10. No hay que ocultar hechos pero tampoco se está obligado a adscribir a las agendas de los demás.
Publicado el 30 de julio de 2014
Fotos: Guadalupe Lombardo, PáginaI12, Xavier Martín, Leandro Teysseire
Fuentes: PáginaI12, La Nación, Anfibia, eldiarioar

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