Como sucede en todo el mundo, se intensifica un fenómeno que está provocando un desplazamiento peligroso del rol del periodismo tradicional hacia los contenidos que ofrecen en las redes sociales, actores no siempre alimentados con buenas intenciones. O, al menos, con intenciones respetuosas del mayor acercamiento a la verdad. Que es, precisamente, el objetivo obligado de quienes ejercemos este oficio.
Hacer buen periodismo es, hoy, un desafío mayúsculo si se pretende llegar a las audiencias con el mejor material informativo, el más ecuánime, despojado de toda intencionalidad política contaminante. De ahí que sea necesario ajustar las tuercas de lo que se publica, so pena de perder credibilidad y, por ende, dejar el campo orégano a neoexpertos en comunicación alternativa. Hace algunos años, la columna del ombudsman comenzaba así: “‘Los médicos entierran sus errores; los periodistas los publicamos’. Eso dice un refrán que circula en las redacciones. Cada vez que quienes ejercemos el oficio del periodismo nos equivocamos, exhibimos ante muchas personas nuestras ignorancias o nuestros descuidos”. Esta definición es de un artículo de Juan Carlos Gómez Bustillos, periodista y catedrático mexicano, publicado en El Replicante. El autor ampliaba en aquella entrega de 2010: “Cuando al mejor cocinero se le va un pelo en la sopa, pocos son los que se enteran. El error del periodista, en cambio, se multiplica en un instante por todos los ejemplares que imprime la rotativa, por todos los aparatos de radio o de televisión sintonizados en el programa o por todas las pantallas conectadas a la página de internet”.
Estar a cubierto de los errores no es un absoluto.
“Noticias falsas son falsos brillantes: engañan a aquellos que no consiguen detectar una joya falsa, pero se deshacen como grafito cuando están expuestos a la luz”. Esta cita corresponde a un artículo publicado en el diario Folha de São Paulo por Paula Cesarino Costa, Defensora de los Lectores de ese medio brasileño. En verdad, vale la metáfora para acercarse a una problemática que inquieta a los periodistas de todo el mundo: cuánto afecta a la credibilidad el desprecio por la defensa de la verdad, en particular a partir del consumo creciente de noticias por vía de las redes sociales, en las que no hay frenos a las fake news (noticias falsas) y menos aún a los comentarios arrojados al boleo sobre cuestiones generalmente serias.
En una de las reuniones anuales de la ONO (Organization of News Ombudsmen), se divulgó una investigación riquísima sobre el consumo de noticias en medios digitales en 36 países, producida por el Instituto Reuters/Universidad de Oxford. Uno de los datos más preocupantes indica que solo el 40% de los lectores considera que los medios tradicionales pueden disociar el hecho de rumores. El coordinador de la investigación, Rasmus Kleis Nielsen, afirmó que, en sociedades polarizadas, aumenta el grado de desconfianza sobre las organizaciones de noticias y sobre las noticias en sí. “Muchos de los grupos oídos demostraron conciencia de que gran parte de las fake news tiene su origen en intereses políticos”, señaló Nielsen. En referencia a la investigación difundida en la reunión de ONO, la ex Defensora del Lector del diario El País, Lola Galán, comentó que del trabajo de Reuters sobre 70 mil personas consultadas se desprende que más de la mitad del universo explorado lee noticias en las redes sociales y tiende a no recordar la fuente de procedencia.
Las redes movilizan, pero no siempre en el sentido correcto. En buena medida, por ellas es que surgieron Donald Trump y Jair Bolsonaro y crece la figura de su imitador argentino.
Fuente: Diario Perfil