Lorena Retegui hace un análisis de los cambios que se generan en los procesos productivos y de trabajo en el diario La Nación tras el objetivo de monetizar el contenido digital y ante el incierto futuro del diario en papel
Por: Lorena Retegui
Se acaban de cumplir cuatro años del traslado del diario La Nación (redacción y oficinas) a Vicente López, luego de permanecer durante tres décadas en un edificio cercano al histórico Luna Park. La mudanza implicó mucho más que una simple transformación arquitectónica: significó nuevos planes para el producto y otros capitanes a cargo del barco, con el foco puesto en monetizar el contenido digital. Enlazado a ello, un escenario disruptivo en los procesos productivos y del trabajo. Todo ese combo genera –todavía– tensiones en la redacción por las actuales condiciones laborales y por el futuro incierto de la nave insignia: el diario papel.
La llamada “convergencia de redacciones”, lanzada con serpentinas en 2009, nunca pudo asentarse. No hay espacio en estas líneas para ingresar en las razones, pero tras la mudanza la directiva fue clara: no volver a ese modelo. Era momento de un golpe de timón: un nuevo CEO en la compañía y otra cabeza de redacción (en rigor, en menos de cuatro años, dieron un paso al costado dos secretarios generales). En las comunicaciones institucionales el latiguillo que prospera es que “el usuario web nos va a sostener el negocio” y que “tenemos que enfocarnos en la experiencia del usuario”.
Una de las principales bajadas de la “Gerencia de Transformación” de La Nación es profundizar aún más el uso de las métricas en tiempo real. Todos, incluso los que tienen ADN papel, tienen que producir y distribuir contenido de “éxito garantizado”. Es decir, el termómetro será el Charbeat o el software que lo supere. Quien lleva hoy la voz cantante de lo que se debe publicar es el editor social media. No es nuevo para la redacción de La Nación. Hace ya unos años que el minuto a minuto de la web genera desconcierto y quejas entre los periodistas que ven cómo su productividad es controlada en función de los clics. Incluso, al extremo de exponer a redactores online, en base a los números de la semana. Lo novedoso es que la empresa blanqueó que las métricas serán la brújula para todos los soportes y eso incluye al papel. La redacción se inundó de pantallas que visualizan las métricas en tiempo real y las llamadas “nubes de Google”. Si el buscador da indicios de que la gente sigue interesada en una temática publicada meses atrás, se vuelve a publicar. No hay pruritos. Se produce, cada vez más, en función de lo que rinde. La “tiranía del clic”, como señalaron Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein, está más vigente que nunca en la redacción de Vicente López.
De fondo, la búsqueda imperiosa de que los ingresos por el contenido web engorden los números de la compañía. Se sabe que la venta del papel viene en caída constante: sólo en los últimos cuatro años, La Nación disminuyó en un 23% la venta de circulación neta anual (datos del IVC). El año pasado cerró con un promedio de 130.520 ejemplares vendidos, por debajo incluso del peor año de las dos últimas décadas que fue 2009, con 147.977 ejemplares anuales. Al interior de La Nación ya nadie se sorprende por superar cada año los mínimos históricos.
La empresa decidió apostar al online y para ello equiparó el sueldo de los periodistas de la web que hasta septiembre de 2013 ganaban, en promedio, un 40% menos que sus pares de papel. Se apostó, también, a los contenidos exclusivos para móviles y plataformas de redes sociales, a proyectos (de calidad, por cierto) como La Nación Data y en agosto de este año lanzó, unos meses después que Clarín, los llamados muros de pago (paywall), para quienes lean más de 40 notas por mes en sus computadoras, tabletas y celulares. No obstante, la paradoja de esta marea digital es que la vaca lechera todavía es la edición papel, principalmente a través de los ingresos por venta de publicidad.
En el medio, hay apertura de retiro voluntario; rumores de más achique para el diario, tanto en el producto como en la plantilla de sus trabajadores; más carga laboral para todos; frustración ante la lógica reinante de las métricas; malestar por el pedido de ser plurifuncionales sin remuneración extra, y un esquema que aviva aún más la guerra fría en las diferentes culturas que habitan la misma redacción: el proyecto del canal de televisión por cable y digital LN+ no consigue despegar en el rating (es de los más bajos en el cable) ni muchos menos repuntar desde lo económico. Al contrario, hoy es un proyecto muy costoso, que genera malestar entre los periodistas que no ven remunerado su trabajo.
Como dice el docente e investigador Martín Becerra, en la cultura digital, tanto en su producción como en su circulación, sus protagonistas no consiguen una hoja de ruta y el horizonte “luce insondable”. Lo saben sus directivos; lo sufren los trabajadores.
*Doctora en Ciencias Sociales de la UNQ.
Fuente: Diario PáginaI12