Desde 2008, la gran mayoría de los medios de comunicación con alcance nacional vive enfrascada en una guerra de trincheras –los K y los no K–, con diferencias abismales en sus líneas editoriales. Pero nadie repara en que, más allá de los contenidos, todos comparten una misma estética que les da una impronta similar, nacida en el barrio más mediático de Buenos Aires: Palermo. Propuestas pensadas para el área metropolitana, y no para el país
Por: Martin Becerra
Mientras la discusión política permanece guionada en torno de dos argumentos facturados por creativos publicitarios sobre el 7D y se especula sobre los intereses mundanos de empresas periodísticas ante la probable reconfiguración del mercado, hay una práctica común a los medios alineados con o contra el Gobierno. Esa práctica, compartida también por los guionistas de las dos versiones que confrontan sobre la Ley de Medios, es el uso del mismo ecualizador estético que remite a un lugar preciso de la geografía porteña: el dilatado barrio de Palermo.
Como dispositivo, el ecualizador es un filtro que modera las asperezas del sonido, procesa graves y agudos y los promedia según un criterio de normalidad, un sentido común estético que, desde luego, no es nada “normal”. Pues bien, el ecualizador de los medios mal llamados nacionales, los que irradian la mayor parte de la programación en el país, se forja en torno del barrio de Palermo. El patrón estético del semillero de periodistas, productores y animadores mediáticos es el filtro que promedia un gusto, un acento, un ritmo narrativo y unas formas físicas que nutren la dieta comunicacional argentina. Hasta los escraches mediáticos –signo del presente– poseen una matriz que tributa al modo pretenciosamente cool e incestuoso de Palermo y adyacencias. Incestuoso porque es endogámico y autorreferencial. No está pensado para el goce de otros, sino estructurado por guiños que pueden disfrutar quienes comparten el código.
En el registro oral, el equivalente regional del palermitanismo es el “castellano neutro” de los doblajes mexicanos (acuñado en los barrios distinguidos del Distrito Federal). Hasta hace poco, en el ISER (Instituto Superior de Educación Radiofónica), a los aspirantes a locutores del interior del país se les exigía moderar su acento, ecualizando sus diferentes tonadas para normarlas según el uso capitalino.
A diferencia de Brasil, donde conductores de noticiarios y de ciclos periodísticos abarcan distintas franjas etarias, tonadas, colores de piel y minusvalías físicas, la información y la política tienen en los medios argentinos un mismo aire de familia.
Que la producción de los medios se inicie en un barrio porteño y se reproduzca en el resto del país junto con los modismos de su dispositivo ecualizador no convierte esos medios en “nacionales”. En la Argentina no hay medios “nacionales”. Si se toman como variables las fuentes informativas que suelen ser consultadas por los medios más importantes, el lugar donde éstos asientan sus redacciones, el origen de su fuerza laboral, su escasa presencia real en otras geografías y sus contenidos políticos y económicos (la información “dura”), entonces ni los medios privados ni los estatales pueden catalogarse como “nacionales”.
Desde 2008, y de modo creciente, los medios expusieron sin pudor su tendencia editorial, alineándose con una de las dos posiciones en las que se divide la discusión en el espacio político. Precisamente las diferencias editoriales confieren mayor relevancia al uso del mismo ecualizador estético. En un momento en el que todos los medios refuerzan sus controles ante
lo que perciben como una batalla decisiva, con independencia de la trinchera que les ha tocado en suerte, pasa inadvertido el uso del mismo formato, ese código familiar a todos. Este es un indicador de la incestuosa lógica que retroalimentan y cuya repetición provoca un efecto de extrañamiento, de distancia, con audiencias de sectores que no participan del microclima palermitano.
En los obituarios por la muerte de Leonardo Favio se destacó unánimemente su originalidad. En parte, lo singular de Favio radica en una exploración estética apartada del gusto legítimo de la élite mediática, sea ésta K o anti K. Por ello, desde el sentido común de la ecualización palermitana las canciones de Favio resultan inclasificables o vulgares.
Los medios muestran mayor relajación en sus secciones “blandas”, como espectáculos o deportes. En el diseño de las secciones de los medios, el entretenimiento es considerado información “blanda” frente a la solemnidad de Política, Economía o Internacionales, secciones en las que centran su atención las élites. A mayor relajación corresponde un menor filtro editorial y estético. A diferencia de las secciones “duras”, en las secciones “blandas” asoman acentos, formas físicas y gustos sociales distintos. También pueden filtrarse asuntos expulsados de las secciones duras, como corrobora entre otros estudios “La realidad al cuadrado: representaciones sobre lo político en el humor gráfico del diario Clarín (1973-1983)”, tesis de Florencia Levin defendida en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
En el caso de la televisión, lejos de los informativos y los ciclos de opinión política, los programas de concursos, que lideran con su masividad el rating, estimulan la representación de las provincias e incluso despliegan, estratégicamente, shows en el interior del país. Muchos participantes de La voz argentina (Telefe) o de Cantando por un sueño o “Bailando...” (Canal 13) son del interior, de donde proviene buena parte de los televotos de la audiencia que reporta ganancias extra para emisoras, productoras y empresas de telefonía. El acento santafesino de Paola Krum en Tiempos compulsivos, la serie de Canal 13, como la tonada entrerriana de Rodrigo de la Serna en Contra las cuerdas, que emitió Canal 7 en 2010/2011, son verdaderas rarezas en protagónicos que suelen exhibir el estereotipo costumbrista que el ecualizador palermitano formula sobre los habitantes de los suburbios.
Los medios gubernamentales gestionados por el Estado tampoco aportan una programación “nacional”, con la excepción del panorama informativo de Radio Nacional, elaborado colaborativamente por redacciones desplegadas en todo el país. Otra salvedad es la señal Encuentro, en la que ciclos desarrollados
por productoras porteñas muestran el interior desde una sensibilidad antropológica, que parece consciente del etnocentrismo palermitano que suele domesticar lo exótico. Sin embargo, la muy buena señal creada en 2005 no siempre elude el tópico de considerar que lo más digno de ser mostrado es lo más distante del imaginario estético de Palermo.
Aunque el gobierno, a través del Incaa, subsidia producciones en las provincias, el carácter espasmódico de ese financiamiento, la ausencia de criterios de promoción de la diversidad para emplear los fondos que el Estado gasta en algunos medios a través de la publicidad oficial y la propia lógica televisiva, que exige flujo constante de contenidos, son obstáculos para superar la mediación del ecualizador palermitano. Las lógicas de programación y, sobre todo, las audiencias fueron hasta ahora esquivas a los esfuerzos realizados por el Gobierno a través del Incaa, pero no porque su imaginario se aleje de Plaza Serrano y aledaños, sino por su carencia de ritmo televisivo, es decir porque no rinde tributo a la serialidad, a la contigüidad y a la articulación con el resto de la pantalla, en la que se inyectan las nuevas producciones.
El establecimiento de patrones estéticos no es sólo un problema de política editorial. Es, en buena medida, una cuestión económica. La escala industrial de los medios despliega sus recursos en el mercado más potente (el Area Metropolitana de Buenos Aires) y relega al resto a la función de consumo del reciclado de contenidos. La naturalización con que unos y otros aceptan este esquema endogámico es uno de los rasgos constitutivos de los medios en la Argentina.
*Especialista en medios
Fuente: Diario Perfil