Por: Horacio Lazcano
Los políticos -casi todos, de todos los colores partidarios- temen a la prensa. Todos ellos se desviven por un par de centímetros de columna y se ponen furiosos ante cualquier trascendido que los deje desairados.
Los que están en el gobierno intentan de mil maneras la quimera de un “arreglo” que dure, al menos, hasta el final de sus mandatos. Quieren paz y para ello utilizan todas las armas a su disposición. Principalmente la pauta publicitaria.
Los que están en la oposición maldicen en voz baja por los silencios o iniquidades perpetrados por los medios pero -al menos mientras estén en el llano- buscan congraciarse con la prensa ante cualquier avance del poder político sobre los medios.
Estas reglas de juego se expresan en los últimos días en todo el país y patéticamente en Córdoba.
Es que no hay dirigente cordobés que no se haya lamentado y sufrido la manipulación, la asfixia o la indiferencia -sería un buen desafío para el detector de mentiras sobre este punto- de La Voz del Interior. De este poder extorsivo, en el último lustro, solo se salvó Luis Juez (el preferido de la empresa y sus periodistas). El resto del abanico partidario, en mayor o menor medida, lo padeció con estoicismo, resignación o desesperación. Principalmente los representantes de la Unión Cívica Radical y del peronismo fueron sin dudas quienes con mayor rigor lo sintieron y lo sienten en los últimos tiempos.
Basta recordar dos situaciones que pueden considerarse anécdotas pero que reflejan con claridad esas situaciones. En 1999, con Ramón Mestre vencido y De la Sota cómodamente ubicado en la antesala del principal despacho de la Casa de las Tejas, La Voz machacaba sobre la herida radical escribiendo barbaridades tales como que De la Sota era un buen intérprete de guitarra y voz en amistosas reuniones con sus periodistas. Machacaba sobre aquellos aspectos que el último mandatario de la UCR había errado -en su particular interpretación- como el presentismo docente o la nuclearización en el sistema educativo o sanitario. Con su estilo hosco, Mestre había decidido mantener posturas muy lejanas a la promiscuidad que La Voz exige de los gobernantes.
Con José Manuel de la Sota pasa algo parecido, con el condimento de obsecuencia que le sumó Juez a las pretensiones dominantes de la sucursal de Clarín en Córdoba. Hasta lograron bautizar una avenida con el nombre de la sociedad anónima y hacer que el pobre Jerónimo Luis de Cabrera se aburra eternamente leyendo las obviedades que escriben habitualmente en sus páginas. De considerarlo un trovador interesante pasó a ser un abominable dirigente, solo porque en un rapto de contrariedad protocolar, siendo gobernador, De la Sota los dejó plantados en la fiestita de los cien años. Desde ahí nada de lo que hizo o haga De la Sota será valorado con algún equilibrio por el manifiesto juecista de Córdoba.
Claro que todas estas cosas están siempre protegidas por el epigrama “diario independiente de la mañana”, mentira que parece autoexculparlos de sus pecados.
Pero todo eso no es significativo, aunque sí patético por el cariz de las posiciones de muchos dirigentes en los últimos días frente al proyecto de Ley de Comunicación Audiovisual. Lo realmente chocante de los políticos de Córdoba, sobre todo de la Unión Cívica Radical y del peronismo en el gobierno, es el espanto que manifiestan, las vestiduras que desagarran y el felpudismo que despliegan expresando solidaridad y prometiendo disciplina ante los medios de Clarín frente a la probable pérdida de posiciones monopólicas del propietario de La Voz. Parece que nada más importa. Parece que el mandato divino es salvar a Clarín, casi como si fuera salvar a la Patria.
Sin dudas se viene una batalla feroz entre el gobierno nacional, que está probablemente enceguecido en su puja con Clarín, y la necesidad que tiene el país de lograr una ley de radiodifusión más democrática y equitativa, que elimine la posibilidad de monopolios y que diversifique más la oferta periodística. Pero una clase política pusilánime y calculadora de los segundos en el aire que cada uno tendrá conforme a la posición que sostenga, al margen del auténtico interés nacional, no es el mejor contexto al que podemos aspirar para que el país se dote asimismo de una mejor Ley de Medios.
Un país que sabe algo del tema ha pronunciado dos frases al respecto, por boca de sendos presidentes. Una, la conocida de Thomas Jefferson, quien dijo preferir un país sin gobierno a un país sin diarios. La otra, más reciente, de Barack Obama, que afirmó recientemente que los Estados Unidos no son viables “sin el pálpito de los medios de comunicación”.
Claro que nuestros políticos deberían recordar que los medios concentrados en una sola mano, más que de comunicación son medios extorsión, algo que La Voz ya le hizo sentir a los actuales líderes del radicalismo, del peronismo y de cuanto ismo pretenda tener alguna voz en Córdoba.
Antecedente
A poco de finalizar su segundo mandato, Carlos Menem concedió un reportaje a Ambito Financiero. Allí, ante una pregunta del periodista Julio Ramos, Menem dijo que uno de los principales errores que cometió en su gobierno fue permitir la concentración de los medios de comunicación.
Uno de los grupos más beneficiados por la permisividad de Menem en los noventa fue el Grupo Clarín, que sumó canales de TV a su fuerte posicionamiento en la prensa gráfica y su situación de privilegio, junto con otros medios en Papel Prensa, que le permite el acceso barato a un insumo sustancial.
Sin duda, la democratización de los medios es un debate pendiente que tenemos los argentinos. Se trata de una ley que debe ser consensuada entre todo el espectro político, representación del conjunto de la sociedad argentina. Sería un claro error el subordinarla a las estrechas demandas coyunturales y mucho más que los representantes cordobeses que en el poder o en llano conocieron la arbitrariedad de La Voz se encuadren pensando en la próxima candidatura.
Fuente: Diario La Mañana