Ralph Baer nació en Alemania en 1922, una mala época y, por ello, pronto emigró a Estados Unidos. De joven empiezó a trabajar en pequeñas empresas fabricantes de radios hasta que le llamaron para servir en inteligencia militar durante la segunda guerra mundial. A su vuelta a la vida civil se graduó en ingeniería de la televisión, un título de reciente creación y pronto empezó a trabajar en diferentes empresas del gremio. Años más tarde, durante la década de los 60 en concreto, fue el mismo Ralph Baer quien se sacó de la chistera el primer proyecto de juego electrónico doméstico y el primer videojuego.
El contacto de Baer con el mundo de los videojuegos empezó años antes, en concreto en 1951 época en que desarrolló un proyecto para integrar una serie de pequeños juegos electrónicos en los televisores de la marca Loral. La empresa rechazó su proyecto porque no le veía futuro y, todo sea dicho, por aquel entonces acertaron. A mediados de los años 50, Baer comenzó a trabajar en Sanders Associates, una empresa de componentes electrónicos para defensa militar, donde rápidamente ascendió a jefe de su departamento. Sin embargo, Baer pasó muchos años obsesionado con su idea de que los televisores podían servir para algo más que para seguir la programación televisiva.
Así fue como, en el año 1966, esperando el autobús y en un ataque de inspiración dió forma definitiva al proyecto de su vida y al de la nuestra, sin el que hoy en día no estaríamos aquí, leyendo este artículo: Un sistema electrónico de bajo coste que podía conectarse al televisor para jugar a diferentes juegos. El hombre desarrolló toda la propuesta para la compañía, pero no sólo eso, Baer en este momento definió cómo iba a ser la industria en el futuro. Según él los juegos se diferenciarían por los siguientes tipos: Puzle, Acción, Educacional y Deportes, todo esto en el año 1966.
A finales de ese mismo año Baer y su equipo tenían en sus manos el prototipo de la primera consola de la historia a la que llamaron Home TV Game y el primer videojuego, llamado Chase Game. El juego era muy sencillo, se componía de una pantalla negra y dos puntos que simulaban el juego del gato y el ratón en el que uno tenía que perseguir a otro, todo esto controlado por dos mandos. Su empresa, esta vez sí, vio futuro al proyecto y financió la investigación con 2.000 dólares de la época. El proyecto creció y en él entraron varios desarrolladores más, entre ellos Bill Harrison que, gracias que su hijo tenía una pistola de juguete, se le ocurrió la idea de añadir ese periférico al proyecto y, en este momento, se creó el primer juego de disparos de la historia y el primer periférico. Otro de los nuevos ingenieros añadió al juego un tercer punto de luz y, de este modo, crearon el primer juego de tenis de la historia utilizando para la pelota ese tercer punto mientras los otros dos servían para representar a los jugadores.
Ya en el año 1972 su sueño pudo realizarse y Magnavox Oddysey fue lanzada al mercado por todo Estados Unidos. Para su salida crearon varias fiestas de presentación para poder probar de primera mano la máquina antes de comprarla, justo lo que se hace hoy en día. La primera videoconsola doméstica de la historia logró vender 100.000 unidades en su primer año al precio de 100 dólares de la época, lo cual fue un gran éxito teniendo en cuenta que sólo se vendía en establecimientos autorizados y éstos tampoco eran demasiados.
La consola venía en un pack con dos mandos muy rudimentarios y 6 tarjetas de memoria con los 6 juegos de lanzamiento grabados en su interior, pese a que Baer quería incluirlos en la propia consola.
El pack incluía también una libreta para apuntar las máximas puntuaciones (ya que los juegos no tenían memoria de guardado), barajas de cartas, fichas de póker y billetes del Monopoly. La consola incluía además un set de pilas que le servían de alimentación, aunque existía también un adaptador para conectarla a la corriente que se vendía aparte. La compañía, aparte, te mandaba un juego gratis si te registrabas en una especie de “Club Nintendo” de la época, todo esto en el año 1972.
Baer seguía muy avanzado a su época y quiso añadir un chip de audio a la consola, que carecía de sonido, pero no tuvo éxito. Pensó también en la posibilidad de añadir chips de hardware a los juegos, cosa que muchos años más tarde veríamos con el Chip SuperFX en Super Nintendo. Todos estos avances que salían de la mente de este hombre no vieron la luz, lo que le llevó a abandonar la industria.
Pese a los beneficios por la venta de la Magnavox Oddysey, donde más dinero ganaron fue con los royalties que les dio su patente de sistema videojuegos domésticos y, durante años, todas las compañías que querían lanzar una consola tuvieron que pagar royalties a la empresa, medida que afectó tanto a Atari como a Sega o a Nintendo.
Nintendo y Atari intentaron evitar pagar los royalties basándose en que en los años 50 existía el Tennis for two, un juego que funcionaba en un osciloscopio. Ambos perdieron ya que se demostró que ese juego no entraba en la definición estricta de consola. Gracias a estos juicios se determinó que una consola es “un sistema que modifica las señales de video para reflejar escenas en un televisor o pantalla”. Se calcula que Magnavox llegó a ganar hasta 100 millones de dólares en derechos, una cifra que trataron de disimular para que Baer no se enterase, de hecho nunca conoció la existencia de dichas cantidades de dinero hasta el año 2002.
Bauer se jubiló en 1987. Dijo adiós a la industria que él mismo fundó antes de que despegase. La hegemonía de Magnavox duró solo cinco años, hasta que Atari lanzó su modelo 2600. El inventor de una categoría de producto que cuya cifra de negocio es hoy comparable a la del cine, se perdió la batalla entre su país de adopción y Japón. El relevo de Atari lo tomó una centenaria empresa dedicada a los naipes, Nintendo, a la que se sumó Sega, también japonesa. En la siguiente generación llegaron Sony y Microsoft al terreno de juego. Desde entonces, la competencia es constante y con dos filosofías muy acusadas. Mientras que en Occidente triunfan los juegos más competitivos y pensados en la acción, en Asia agradan las mecánicas repetitivas, algo más relajadas.
A lo largo de su vida registró 50 patentes en EEUU y más de 100 en todo el mundo. Su última aparición pública fue en 2006, cuando decidió donar sus prototipos y documentación de los inventos a la institución cultural Smithsonian de Washington. El entonces presidente George W. Bush le condecoró con la Medalla Nacional de Ciencia y Tecnología por su aportación a la industria.
La despedida de un hombre que siempre vivió adelantado a su tiempo
De Ralph Baer no se supo mucho más después de que ayudase a crear la Oddysey 2, solamente que creó un juego electrónico conocidísimo, el Simón y, desde entonces, este hombre que ayer nos dejó, quien vivió siempre avanzado a su tiempo, hizo su vida al margen de los videojuegos. Pero es su legado gracias a lo que estamos aquí y es muy importante conocer los brumosos orígenes de éste, nuestro hobby favorito.
Fuente: revogamers.net y El País