Un debate sobre la televisión. La que tenemos y la que vendrá; su muerte y resurrección.
Por Patricia Nigro*
En un texto reciente, Eliseo Verón anunció la muerte de la televisión con un título que enunciaba su idea principal: “Réquiem para una televisión difunta”. Este artículo pretende, con humildad, refutar al maestro y explicar por qué la televisión no ha muerto ni morirá por largo tiempo.
Cuando surgió la TV, los especialistas de esa época pensaban que era el cine el que iba a desaparecer. No fue así. Lo que se llama hoy “convergencia de medios” no excluye en modo alguno a la televisión. Seguiremos viéndola, criticándola y disfrutándola, entre todos.
Verón confiesa que, desde 2001, por lo menos, se unió a los investigadores que hacían correr el rumor del fin de la televisión. El semiólogo aclara que cuando habla del fin de la televisión se refiere a la televisión como organizadora de la vida cotidiana de muchísimas familias en el mundo (sesenta años atrás). Y, también, del sistema económico que la sostiene y de su estructura de contenidos, es decir, de la grilla de programación.
A esta altura, convendría diferenciar dos aspectos importantes: uno, los canales de aire a los que todos pueden acceder y, otro, la televisión por cable, paga por supuesto, pero que ofrece un menú a la medida del consumidor. Los españoles llaman a los primeros canales generalistas y, a los segundos, canales temáticos. El uso y la forma de recepción de ambos tipos de canales es muy distinta porque, en los primeros, el televidente hace zapping o busca el programa de más rating del que se habla en la oficina o en la escuela al día siguiente y, en los segundos, se ve lo que realmente interesa ver.
Más avanzado el texto, Verón sostiene que, en realidad, está hablando de la televisión “tradicional”. ¿A qué se llama televisión tradicional? Pues se puede suponer que a aquella con la que la llamada “primera generación televisiva” se crió: en blanco y negro, con canales de aire solamente, sin control remoto; porque ya la segunda generación, la de nuestros hijos, gozaron del color, del control remoto y de una oferta mucho más amplia de programas en los canales de cable.
La televisión “on demand” es lo que ya vino o vendrá, depende de en qué lugar del planeta estemos ubicados. Esta televisión está realizada a pedido del consumidor, una suerte de “delivery” audiovisual. Verón, usando el argumento de la “convergencia de medios” –-tan de moda en el ambiente de la comunicación social– pone como ejemplo a los jóvenes de Europa, quienes ven la TV a la hora que quieren y por Internet.
Pero nosotros estamos en la Argentina, donde cerca de un cuarenta por ciento de nuestra población vive bajo la línea de pobreza y, seguramente, le preocupe más si ese día va a poder darles de comer a sus hijos que si la televisión será vista en un común aparato doméstico o por Internet.
En la última encuesta realizada por el Ministerio de Educación argentino, publicada por su directora, Roxana Morduchowicz (La generación multimedia, Buenos Aires, Paidós, 2008), se entrevistó a 3300 adolescentes y 3300 adultos de las grandes ciudades de todo el país y de diferentes sectores sociales. Los datos obtenidos son más que elocuentes: sólo un 30 por ciento de las casas argentinas tiene computadora y, de ellas, sólo un 15 por ciento conexión a Internet. A la pregunta de a qué electrodoméstico los jóvenes no renunciarían, el primer lugar fue para el televisor; el segundo para el celular y el tercero para la PC. En los sectores de más bajos recursos, sólo cambia la PC por el reproductor de CD. Muchas horas de sus días, los jóvenes argentinos, de entre 11 y 17 años, las pasan viendo televisión, un promedio de entre tres y cuatro horas, hablan de ella en la escuela con los compañeros y, en los hogares medios o de nivel socioeconómico alto, la consumen individualmente en sus cuartos. En los sectores populares se ve mucha más TV pero en familia.
Nunca las comparaciones son buenas y menos cuando comparamos la realidad de los países del “primer mundo” con los ahora llamados “países emergentes”, eufemismo para decir, al estilo de la batalla naval, “hundido”.
La televisión no está difunta ni en terapia intensiva. Está en un etapa de cambio, sufrido por todos los medios de comunicación al aparecer uno nuevo. Ni el cine ni la radio desaparecieron cuando ésta irrumpió en la vida de las familias del mundo. Los medios “tradicionales” hasta entonces tuvieron que adaptarse al nuevo, que establecía nuevos estilos de recepción y distintos niveles de influencia. Lo único que sigue pendiente es la educación de los consumidores y de los ciudadanos, como diría García Canclini, la educación de su pensamiento crítico para poder juzgar y valorar lo que, libremente, eligen ver o escuchar.
*Docente, Facultad de Comunicación, Universidad Austral.
Fuente: PaginaI12