El modelo muestra signos de agotamiento para los soportes informativos de siempre. Medios tradicionales y emergentes se encuentran con que los números no cierran. Claves para reformular el negocio
Por: Sebastián Lacunza*
Durante décadas, el sistema de medios funcionó bajo la órbita de familias fundacionales o compañías icónicas, con intervalos periódicos que abrieron las puertas a camadas innovadoras. Algunos de esos apellidos pudieron tener origen en la élite política (Mitre, Gainza Paz), pero ellos mismos o sus herederos se movieron para poner las fichas en el casillero de la prensa en tanto “fiscal” (del pueblo, de poderes fácticos, de valores morales) y “puente” entre los hechos y los ciudadanos que necesitan saber de qué se trata (noción primitiva del proceso informativo que funcionó mucho tiempo y que aún hoy es sostenida por un marketing poco enterado). A su vez, los procesos y acontecimientos históricos que modificaron relaciones sociales, políticas y económicas alumbraron nuevos tipos de propietarios de medios.
Las internas de la Generación del 80, la inclusión de los inmigrantes en la vida pública, los gobiernos radicales surgidos de elecciones limpias, el fraude, el peronismo, las dictaduras que lo proscribieron, la clase media en su apogeo, el regreso de Perón, la dictadura más sangrienta y la democracia de 1983 vieron surgir proyectos que renovaron el lenguaje y forzaron a los dueños de la pelota a cambiar o perecer.
Las tecnologías que habilitaron nuevos soportes (radio y TV) también constituyeron hitos que dieron campana de largada a nuevos competidores. Si hablamos de giros de la historia local, debemos remitirnos, todavía con más razón, a la internacional.
Las Guerras Mundiales, los totalitarismos, la Guerra Fría, el Mayo Francés, la crisis del petróleo, el nuevo mapa en África y Asia, los movimientos guerrilleros, la crisis del Estado de Bienestar, el thatcherismo draconiano y la caída del Muro también dispararon consecuencias en la estructura de propiedad de los medios.
En cualquier caso, más allá de la figura hoy desdibujada del “empresario periodístico”, desconocer el peso del entramado políticoeconómico en el desarrollo del sistema de medios a lo largo del último siglo implicaría una enorme falsedad histórica. No hubo época en que los pactos o las tensiones con los gobiernos democráticos y las dictaduras dejaran de incidir en las condiciones del mercado o, lisa y llanamente, solventaran a unos y desfinanciaran a otros.
Los ejemplos son inabarcables, pero el siguiente resulta particularmente ilustrativo a los ojos de la historia. El legendario editor Jacobo Timerman escribió en la revista Confirmado en marzo de 1966, durante el gobierno del radical Arturo Humberto Illia, electo con el peronismo proscripto pero respetuoso de otras libertades democráticas, según el consenso de los historiadores: “No es la primera vez que el periodismo argentino debe luchar denodadamente por la libertad de prensa en el país… Lo importante no es sufrir la persecución de un gobierno.
Lo importante es… resistir presiones, superar prejuicios, para que ningún hecho sea ocultado a la información de la opinión pública”. En el mismo medio, otro párrafo decía: “Esta página estaba destinada a un aviso. Pero el secretario de Industria, Alfredo Concepción, y el secretario de Prensa de la Presidencia, Luis Caeiro, han prohibido a numerosas empresas argentinas y extranjeras publicar avisos en Confirmado”.
Según reconstruyó la periodista Graciela Mochkofsky, la presión de los funcionarios citados por Timerman para que empresas nacionales y extranjeras boicotearan a Confirmado era real. Tan real como la complicidad de Confirmado con el golpe en ciernes que instalaría en el poder al dictador Juan Carlos Onganía (ministros de Illia daban por sentado que la revista era financiada por la Inteligencia del Ejército).
En reacción a esa ofensiva explicitada en las tapas de casi toda la prensa gráfica, el ministro de Justicia radical Carlos Alconada Aramburú presentó una querella penal contra Primera Plana, Confirmado, Atlántida e Imagen, por generar “un clima psicológico propicio” para el golpe.
Del Multimedio a las redes. La novedad desde hace unos cuantos años la aportan los balances contables. Tradicionales y emergentes se encuentran con que los números de la explotación de medios no cierran. Si la rentabilidad del modelo “comercial políticamente dócil” muestra signos de agotamiento para los soportes informativos de siempre (prensa, radio, TV, agencias de noticias), y los que surgen en el mundo digital no le encuentran la vuelta, no es extraño que se registre un desplazamiento de las placas tectónicas de la propiedad de los medios.
El mapa de los grupos mediáticos locales brinda unas cuantas respuestas para entender dónde estamos parados. Desde hace tiempo, gran parte de las organizaciones periodísticas tienen un accionista principal o una mano invisible cuyo objetivo económico central no pasa por hallar beneficios en la producción informativa.
El Grupo Clarín es el principal multimedios de Argentina, con activos en casi todos los rubros de la comunicación. Ocupa un tamaño tal que no resistiría la aplicación de ninguna norma anticoncentración del norte de Europa o Estados Unidos. En todo el arco político y mediático, incluida la redacción de Clarín, casi nadie deja de reconocer en privado que la expansión lograda por este multimedios es desproporcionada para el mercado argentino.
Facundo Landívar, uno de los responsables del día a día del periódico en los últimos años, coincidió durante la entrevista que mantuvimos en que es necesario regular la expansión de los medios. Formula y se responde las siguientes preguntas: “¿Cómo le decís a alguien que tiene un derecho adquirido que no lo tiene más? ¿Se tendría que haber hecho mucho antes? Sí, claro. ¿Se dejaron hacer millones de cosas? Por supuesto. ¿El tamaño hoy está por encima de lo que debería ser? Tal vez”.
En las últimas dos décadas, el corazón económico del grupo dejó de latir con el gran diario argentino, Radio Mitre o Canal 13, y pasó a depender de las redes (o los cables), que consiguió en gran medida a partir de explotar los derechos de transmisión del fútbol. Con Mauricio Macri en la Casa Rosada, se apresta a incursionar en el mercado de telefonía móvil, objetivo al que dedicó denodados esfuerzos en los pasados quince años. Clarín es hoy un emporio que incluye un multimedios. La proyección sin límites que le da el nuevo escenario con Mauricio Macri en el gobierno podría tornar su presencia todavía más determinante. A eso parece aludir Carlos Guyot, secretario general de redacción de La Nación¸cuando dice en la entrevista que mantuvimos que el gobierno “no ve o no entiende” ciertos riesgos. En cambio, un crítico de larga data de la expansión de Clarín como el dueño y director de Editorial Perfil, Jorge Fontevecchia, apuesta unas fichas a que la apertura del mercado tecnológico servirá para desbloquear lo que define como un “statu quo”. Si observamos el mapa de la propiedad de medios y telecomunicaciones latinoamericanos, veremos que en los rubros más lucrativos (TV paga, acceso a internet y telefonía), el mercado argentino presenta un nivel de oligopolización más o menos similar al de Brasil, México y Colombia4. Un imperio mexicano (Telmex) y otro español (Telefónica) marcan presencia en todo el continente, con posiciones dominantes en varios segmentos. A su vez, DirecTV (AT&T) ofrece TV satelital en toda América, mientras que otras grandes firmas europeas y estadounidenses juegan roles más puntuales.
La particularidad del Grupo Clarín es que a su alta participación en la TV paga —con dominio de mercados primordiales como Buenos Aires y Córdoba— y a su importante papel en la conexión a internet, suma desde hace décadas posiciones de liderazgo en los rubros “tradicionales” (cine, agencias, radio, TV y gráfica). Telmex, Telefónica, Televisa, AT&T, Telecom Italia, la portuguesa Oi o la estadounidense Millicom son gigantes que operan en América Latina y exhiben un capital mayor al de Clarín, pero ninguno de ellos, por fuera de sus negocios hiperlucrativos, tiene la potestad de definir simultáneamente los contenidos informativos de noticieros televisivos, diarios, boletines de radios, portales y agencias de noticias.
En el camino inverso, se podría analizar que El Mercurio en Chile u Organizaciones Globo en Brasil representan para sus respectivos mercados (prensa y televisión) una presencia condicionante incluso superior a la de Clarín, pero su dominio se limita a la industria de los medios, sin brazos significativos en el tendido de redes.
Los balances del Grupo Clarín arrojan que 2006 fue el último año en el que el negocio de la televisión paga y los accesos a internet representaron menos de 50 por ciento de la facturación total del grupo (42 por ciento). Desde entonces, la participación de las “ventas totales” de Cablevisión y Fibertel en la torta global fue in crescendo y, desde 2011, no descendió del 66 por ciento, con picos de 90 por ciento en 2012 y 2013. En la otra punta se ubica la explotación de más de 30 portales, que aunque viene escalando, representa un ingreso exiguo incluso comparado con la facturación de los medios gráficos tradicionales.
Si el balance se presenta desbalanceado, tal fue motivo suficiente para que el Grupo anunciara a mediados de 2016 la escisión en dos unidades con los mismos accionistas. En una primera -denominada Grupo Clarín SA-, alberga diarios, editoriales, contenidos audiovisuales, etcétera (un verdadero multimedios); y en la otra -Cablevisión Holdings SA-, incluye TV paga, telefonía y accesos a Internet (la parte del león).
Como explicó Clarín en el comunicado en el que informó la división, un paso similar dieron en años recientes gigantes del Primer Mundo como Murdoch o Time Warner. Sin embargo, los ejemplos citados no obedecieron solo a separar sociedades para ganar “flexibilidad” (o desinhibir la capacidad de la parte más rentable para endeudarla, cotizar en bolsa y asociarla), como explicó la empresa argentina, sino que fueron consecuencia, en el caso del magnate australiano, de tratar de evitar que un fraude periodístico monumental de su medio estrella de Londres se llevara puestas todas sus unidades de negocios, tanto las que dan batallas políticas en Reino Unido, Australia y Estados Unidos, como las que reciben beneficios en las principales economías del mundo. En cuanto a Time Warner, se trata de una firma que tuvo que separar en 2009 su unidad de TV paga (Time Warner Cable) por orden de la autoridad regulatoria de Estados Unidos por razones antimonopólicas, justamente lo que Clarín evitó al lograr el bloqueo de ley audiovisual sancionada en 2009, por la doble vía de apelar a jueces dóciles y la impericia del gobierno de entonces para aplicar la norma.
La ruta del dinero. Otro de los importantes actores del mercado argentino de medios es Telefónica, que explota el canal Telefe, líder de audiencia. Se trata de la única emisora de televisión abierta que el conglomerado de origen español conserva en el mundo, dato no escindido del crecimiento exponencial que ha tenido la empresa durante el kirchnerismo en el lucrativo mercado de telefonía móvil. Si bien la presencia mediática de Telefónica en Argentina es acotada a la TV abierta (fue mayor a fines de los 90), el hecho de que —gracias a su actividad principal— triplique la facturación de Clarín en el país y la multiplique por más de veinte en América Latina, cuente con infraestructura continental para emisión satelital y una red ya instalada de conexión a Internet y telefonía fija aporta a que el conglomerado argentino vea en el gigante nacido en España la mayor amenaza en el horizonte.
Es por esa causa que el multimedios denunció privilegios abusivos hacia la firma española durante el kirchnerismo, buscó (y logró) bloquear en la Justicia y el Congreso una participación mayor de un competidor de tal envergadura y consiguió que en cuestión de días el gobierno de Macri congelara por al menos dos años la intención de la firma española de desarrollar su unidad de TV paga, y que además restringiera solo a la TV satelital a otro actor potencialmente amenazante como DirecTV.
El Grupo Indalo avanzó en los últimos años en la compra de medios en casi todos los rubros. Con intereses en la obra pública, la construcción, los peajes, servicios financieros y negocios de regulación sensible como el petróleo y el juego, el núcleo de la facturación de Indalo tampoco pasa por los medios. Con menos amplitud de intereses, lo mismo vale para los accionistas principales del Grupo Uno.
Hemos visto que se extendió el abanico de tipos de propietarios, como emporios tradicionales, empresarios políticos, políticos puros, contratistas del Estado, sindicatos, advenedizos de autos caros, fondos de Inteligencia y sociedades afincadas en paraísos fiscales. La modificación legislativa de 2009 habilitó a empresas y entidades sin fines de lucro a acceder a licencias de radio y TV, por lo que organizaciones sociales lograron un tenue avance, mientras cooperativas comenzaron a operar servicios de TV paga, algo que Clarín había logrado vetar hasta entonces.
En varias provincias argentinas, los vasos comunicantes entre la élite política gobernante, los contratistas de obras públicas y los medios de comunicación son la verdad irrefutable menos documentada de la época.
Premier League. Así como los números de Cablevisión fueron empequeñeciendo al resto de las unidades de Clarín, la facturación de las grandes corporaciones del cuádruple play de los mercados centrales tornan insignificante lo producido en un año entero por varios países de la periferia.
La capos de la telefonía móvil, la TV paga, el acceso a internet y, últimamente, oferentes de contenidos online como Netflix y Amazon alcanzaron un volumen de ventas y rentabilidad que desbarata toda ecuación para un mercado competitivo. Algunos nombres son conocidos: Sky, Liberty, Vodafone, Telecom Italia, Telekom, Orange, Altice, Telefónica, Virgin, Telmex, AT&T-DirecTV, Comcast, Dish, Verizon, Cablevision y Verizon. Otros no tanto: Level 311.
Todos basan su emporio en alguna ciudad de Europa o Estados Unidos, y desde allí se extienden por el mundo;a veces en solitario, otras asociados, y casi siempre con algún grado de connivencia con las élites locales.
Ciertas megamarcas europeas son el fruto de procesos de privatización en los 80 y 90, hito que los nuevos capitalistas supieron agradecer empleando luego con honorarios suculentos a algunos primeros ministros que les abrieron la puerta. Casi no hay país que haya escapado a la sospecha de condescendencia de la dirigencia política hacia algunas de las grandes corporaciones, cuando no de abierta promiscuidad.
El sociólogo estadounidense Herber Schiller alertó hace años que grandes grupos económicos que traspasan fronteras constituyen hoy una gran y disimulada amenaza a la libertad de expresión, en la medida en que pueden implementar una censura estructural e indetectable. Sea a través de umbrales económicos en los abonos, exclusión de señales que no interesan al operador de la TV paga, o la expulsión de la ciudadanía en la web que pueden disponer Google o Facebook.
Las organizaciones que defienden la libertad de expresión en Estados Unidos no cesan de reprocharle a Barack Obama la autorización de la fusión en 2012 del primer proveedor de TV paga Comcast con NBC Universal, un gigante del cine, la TV abierta y los canales de cable, que pertenecía a General Electric. En un país con tradición de larga data de bloquear la concentración de la oferta informativa, la unión entre un actor poderoso con “caños” y otro de contenidos encendió todas las alarmas, aunque el nuevo conglomerado quedó lejos de alcanzar un dominio similar al estilo latinoamericano.
Hay más de Obama. Por esos vericuetos de la política, el primer presidente de la Federal Communications Commission (ente regulador de las telecomunicaciones) designado por el presidente demócrata fue sindicado como operador para derribar la prohibición de la propiedad cruzada para favorecer a quien supuestamente es un archirrival de su presidencia, el dueño de los canales de derecha dura Fox y promotor de extremistas republicanos Rupert Murdoch. Mientras Fox seguía dudando si Obama era estadounidense, el hombre del presidente le gestionaba al magnate australiano la llave del candado que hubiera permitido su expansión.
Por debajo del juego de las corporaciones gigantescas, el mundo provee muestras del nuevo capitalismo de los medios. Hay fondos de riesgo parecidos a los buitres (lograron manejar un tiempo Tribune Media, que edita Chicago Tribune y Los Ángeles Times), iglesias pentecostales (Record TV, de Brasil), bancos (participación en varios medios de España), “oligarcas” rusos (The Independent, de Londres), magnates de los casinos (Israel Hayom y Las Vegas Review-Journal), fabricantes de armas (Le Figaro, de París, en manos de Dassault) y nuevas fortunas surgidas del comercio online (The Washington Post, comprado por el fundador de Amazon.com, Jeff Bezos).
Aparecen innovadores. Pierre Omidyar, fundación de la plataforma eBay, lanzó The Intercept, bajo la dirección de Glenn Greenwald, el periodista británico que ayudó al exagente Edward Snowden a develar la gigantesca trama de espionaje a los ciudadanos PRISM, orquestada por la National Security Agency en complicidad con Google, Skype y Facebook y empresas de telecomunicaciones.
Con pretensión de alcance global, algunos gobiernos se propusieron llevar adelante señales informativas con redes de corresponsales en todo el mundo para alcanzar una “voz propia”. Si los operadores de TV paga lo permiten, los televidentes pueden acceder a señales con aporte total o parcial de los Estados, como Russia Today (Rusia), Al Jazeera (Qatar), Telesur (Venezuela y otros sudamericanos), Press TV, Hispan TV y otros (Irán), TVE (España), RAI (Italia), Deutsche Welle (Alemania), France 24 (Francia) y CCTV (China), entre otros.
No hay pan duro. El cambio en la estructura de la propiedad parece un proceso de difícil reversión, lo cual no descarta que pueda seguir mutando. De todas maneras, el hecho de que el eje del negocio no pase por la explotación de unidades informativas no significa que se abandone la búsqueda de rentabilidad, con prácticas que no son la venta de publicidad al viejo estilo.
The New York Times obtiene el 10 por ciento de su ingresos de la plataforma digital a través de la denominada “publicidad nativa”, como se conoce a la generación de contenidos de apariencia periodística pero que en realidad están motorizados por alguna empresa.
Si lo hace la gran dama de la comunicación estadounidense, mucho más se lo permiten medios frescos de la red que no deben sobrellevar tanto cargo de conciencia por incumplir aviesamente un código de ética. En otra variante, el grupo español Prisa organiza jornadas económicas sobre inversión en diferentes países, que cuentan con el auspicio de empresas privadas y organismos de los gobiernos en cuestión16. Hasta ahora, el grupo editor de El País realizó encuentros en Colombia, Perú, Chile, Panamá, México, Paraguay y Puerto Rico, y cada uno de ellos fue acompañado de un suplemento informativo que habló loas del estado de la economía del anfitrión e incluyó perfiles épicos y entrevistas laudatorias a los presidentes.
Cuestiones por el estilo son relativamente habituales en los mercados latinoamericanos. Desde la reforma electoral implementada en Argentina en 2013, que reemplazó la propaganda paga en radio y televisión por espacios gratuitos que administra el Estado, cobró todavía más fuerza el chivo político en televisión y webs, como se conoce en la jerga lo que el marketing llama “publicidad nativa”.
Así, políticos con ánimo de posicionarse envían segmentos ya editados que recogen discursos y encuentros de campaña, incluso con el micrófono distintivo de señales de noticias, que son emitidos como parte de la rutina informativa; o bien compran un buen posicionamiento para sus declaraciones en una web o una entrevista en televisión abierta, dejando al conductor poner toda su pericia para convencer a la audiencia de que quien tiene sentado enfrente es una persona importante.
La tecnología y los nuevos soportes dieron campana de largada a nuevos competidores.
*Licenciado en Comunicación (UBA). Director del Buenos Aires Herald
Fuente: Revista Noticias