Hace una década, el panorama de los medios de comunicación parecía catastrófico. La revolución digital emergía como una amenaza para el periodismo tal y como se conoció en el siglo XX. Los apocalípticos declararon la defunción inminente del papel. La prensa, coronada como el cuarto poder de las democracias, se veía como un barco naufragando. La crisis que se iniciaba entonces, y que en buena medida perdura, no era más que el espejo de una sociedad estremecida, pues no solamente sacudió los cimientos de los medios, sino de la cultura misma. Sin embargo, antes que morir, el periodismo se está reinventando, muchos medios gozan de buena salud y la explosión de redes de información ya no se mira como un riesgo sino como una oportunidad para innovar y ampliar las audiencias.
En estas pocas se palabras pueden resumirse las reflexiones que dejó el foro ‘Los medios, su futuro y su relación con el poder’, realizado por Semana el 13 de septiembre en Bogotá, y patrocinado por Pacific Rubiales, con motivo de sus 30 años. Fue un excepcional encuentro que reunió en Colombia un grupo de editores y directores de medios internacionales, con tanta importancia como el dominical británico The Observer, el diario español El País, las revistas Veja de Brasil, Paris Match de Francia, y The Week, del Reino Unido, el portal Propublica y el programa de televisión Frontline, ambos de Estados Unidos, acompañados en el debate por influyentes periodistas y directivos de medios de Colombia. Más que una reflexión sobre el inminente colapso del modelo de negocios que llevó a los periódicos y revistas del mundo al éxito económico, se trató de constatar que no existen fórmulas salvadoras y que cada medio está buscando salidas de manera creativa. “Hay menos miedo al cambio y más realismo”, dijo en su relatoría al final del foro el experto en medios Germán Rey. No obstante, nadie puede asegurar aún que ha llegado a un puerto seguro.
La relación de los periodistas con el poder y la democracia sigue siendo la almendra del debate. Existe relativo acuerdo en que los grandes medios escritos, como ha sido su tradición, actúan como perros guardianes de la democracia, sobre todo en los momentos críticos.
En dictaduras, como la que vivió Brasil en los años sesenta y setenta, medios como Veja publicaba dibujos de diablos en los espacios donde debían ir noticias que habían sido censuradas. Muchos periodistas también se han enfrentado al crimen organizado corriendo riesgos inmensos, como ocurrió en Colombia en los años ochenta y en México actualmente. Y bajo regímenes autoritarios y populistas, como los que se viven actualmente en Ecuador, Venezuela, Nicaragua, y Argentina, por solo mencionar casos de América Latina, ha estado en vilo la libertad de expresión como columna vertebral de la democracia.
En tiempos ordinarios las tensiones se mantienen porque, como lo expresó el director de noticias de RCN Rodrigo Pardo, periodismo y política son dos actividades que funcionan con lógicas completamente diferentes. Los políticos buscan resaltar lo bueno y esconder lo malo, mientras los periodistas hacen lo contrario. Nada incomoda tanto al poder como que los medios construyan su agenda de manera independiente. Que elijan qué es importante y qué no, sin consultar con las conveniencias de los palacios gubernamentales. Y en esa selección suele definirse no solo el carácter del medio sino su público. En palabras del director de El País de España, Javier Moreno, “un medio es lo que publica y también lo que calla”. Moreno fue taxativo: el periodista no puede pensar como político, ni ocupar el papel que a este le corresponde en la democracia.
Y ante la duda que sembró el director del noticiero CM&, Yamid Amat, sobre si conviene callar cuando hay razones de Estado como la paz, el consenso fue que en todo caso, hay que poner la línea de la autorregulación mucho más allá de donde los gobiernos quisieran trazarla. “Ante la duda, periodismo”, dijo Yolanda Ruiz, editora de RCN Radio al llamar a los medios a no olvidar los principios fundamentales del oficio: verificar y publicar solo aquello que se sepa que es verdad.
Pero en la sociedad moderna el poder tiene muchos más centros de gravedad diferentes a la política. Wall Street, las multinacionales y las ONG son ejemplos de este desplazamiento y a esos poderes también tienen los medios el desafío de vigilar.
La quiebra del modelo económico de los grandes medios apunta a su corazón investigativo. Desnudar las verdades que los poderosos quieren ocultar requiere más tiempo y recursos que el periodismo diario, y cuando vienen los recortes estos esfuerzos costosos son los que sufren. Por eso muchos periodistas han buscado soluciones económicas diversas que van desde aceptar el apoyo de fundaciones filantrópicas que financian su trabajo, pasando por la vigorosa prensa universitaria, hasta el cobro por el contenido que hacen algunos grandes medios. Un ejemplo es ProPublica, un medio digital de Estados Unidos que se ha dedicado a investigar historias de gran fuerza moral.
Sí hay futuro
El fatalismo que reinaba hace una década se ha convertido en realismo. La consigna para los medios parece ser: ser creativos o morir. Así lo entendió Jeremy O’Grady, que fue cofundador de The Week, un semanario en papel que vende casi 200.000 ejemplares mientras sus competidores se desploman. Para él, la calidad sigue siendo el mástil del que se aferra el periodismo para sortear la tormenta.
Es lo que también sostiene Fidel Cano, director de El Espectador. “Hacer un periodismo ‘light’ y barato sería la muerte de ‘El Espectador’”, dijo, y aseguró como varios de sus colegas que es necesario mantenerse fiel a lo que se es, a la personalidad del medio.
Es innegable que la revolución digital ha multiplicado los lectores y la oferta de información. Así lo señaló Roberto Pombo, director de El Tiempo, quien dijo que en Colombia, por ejemplo, su diario ha duplicado sus audiencias en una década.
Philip Bennet, editor de Frontline, dice que la reinvención del periodismo pasa hoy por dos tendencias: el cruce y análisis de datos y la narración. “Desde 2003 se han creado más bases de datos que durante toda la humanidad”, dice. Por eso en algunos países hoy es posible que cualquier ciudadano sepa desde un teléfono celular si su médico personal recibe comisiones de una farmacéutica. Pero al mismo tiempo se han vigorizado medios que les dan espacios a grandes reportajes literarios en plataformas nuevas como las tabletas.
Internet ha legado también un escenario promiscuo que ha erosionado la calidad. Son nuevas voces que empiezan a ser escuchadas y los debates se vuelven ácidos. Por eso, como dijo Luis Carlos Vélez, director de noticias del Canal Caracol, han prosperado los medios más radicales que abiertamente defienden ideologías de extrema como Fox en Estados Unidos, y se resienten canales más ceñidos a la clásica noción de objetividad como CNN.
A pesar de los riesgos, no obstante internet ha dejado de ser una amenaza para convertirse en una oportunidad. En el caso de The Guardian, John Mulholland, editor de The Observer, señala cómo la cantidad de blogueros, la presentación de datos en tiempo real, el uso de recursos como los gráficos para relacionar datos e imágenes, están marcando un camino hacia un periodismo más abierto y transparente. Ese periodismo abierto interactúa con el ciudadano no como un cliente, sino como parte de la construcción de la historia.
“Esos twiteros del común son nuestra nueva competencia, ya no es la radio la que llega primero, son ellos”, dijo Néstor Morales, director de Blu Radio y eso obliga a los medios a saber trabajar con esas audiencias activas.
Los editores presentes en el foro coincidieron en que el iPad le da un segundo aire al periodismo narrativo, a la escritura de grandes reportajes, a la fotografía, y en últimas, al periodismo como una experiencia también estética. La era digital está creando entonces una alquimia entre verdad y belleza, como nunca antes.
La gran lección que ha dejado esta década de crisis y reinvención, de denuncias y silencios, para los periodistas es que en un mundo en crisis, la humildad es la mejor consejera para un reportero. Especialmente en tiempos en los que se requiere un trabajo interdisciplinario, con otros expertos, y en los que el lector ya no es un receptor pasivo.
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Innovar con calidad
Televisión Pública. El programa de documentales Frontline, dirigido por Phil Bennett, está navegando las aguas superficiales de internet con periodismo de profundidad
A raíz del undécimo aniversario de los ataques a las Torres Gemelas, el sitio virtual de Frontline, programa estelar de la televisión pública de Estados Unidos (PBS), destacó un documental de hora y media titulado El hombre que sabía. El protagonista era John O’Neill, agente del FBI especializado en la organización Al Qaeda, que desde mucho antes de los ataques había advertido a su gobierno de la inminencia del atentado. La investigación revela por qué nadie le creyó hasta cómo, frustrado, dejó el FBI y se empleó como jefe de seguridad del World Trade Center de Manhattan, en donde cayó con las otras miles de víctimas ese fatídico 11 de septiembre.
Historias que dejan sin aliento, bien contadas y reveladoras como esta, son el corazón de Frontline, un programa que desde 1983 ha producido más de 530 documentales, varios premios Pulitzer y Emmy y que cuenta con una audiencia de 2,7 millones de televidentes.
Este programa es el clásico periodismo público de calidad hecho con financiación del Estado, filántropos y los televidentes, que han sabido adaptarse a los nuevos tiempos de internet. Desde su página virtual los usuarios pueden ver más de 100 documentales de su rico archivo, además de videos de historias más cortas y noticias diarias.
A este show llegó en mayo de 2011 Phil Bennett, quien venía de ser el segundo a bordo del diario The Washington Post. Lo vincularon precisamente para darle un nuevo impulso a la investigación y a la calidad narrativa del espacio. Sus directivas querían cerciorarse de que Frontline navegara triunfante en las aguas de internet. La crisis que provocó en la prensa escrita, el surgimiento de los medios digitales había empezado a llegar también a la televisión. Según Bennett los televidentes ya no quieren que los canales impongan una programación, sino que “quieren escoger dónde y cuándo la ven”.
Según Bennett, hay dos formas de consumir los contenidos de los medios. Uno es el de ‘apoyarse hacia delante’, que es la lectura rápida, en ráfagas, de las noticias en computador y en teléfonos inteligentes. El otro es el ‘recostarse’, como lo hacen los usuarios de tabletas digitales, dispuestos a invertir más tiempo en documentales y otros formatos largos de periodismo. Por eso, están desarrollando historias para pantallas pequeñas y otras para tabletas.
Otra estrategia de Frontline ha sido ir más allá del documental y darle acceso al público a la documentación y las entrevistas que se hicieron para crearlo. “La transparencia es la nueva objetividad”, explicó Bennet en el Foro Semana 30 años. Así, la gente ya no solo se informa con un buen documental, si no que si tiene dudas, puede comprobar de dónde salió esa información.
Un ejemplo de lo anterior fue la reciente emisión del documental Dinero, Poder y Wall Street sobre los orígenes de la crisis financiera de 2008. La película se complementó con un extenso archivo de documentación y entrevistas originales con los protagonistas de la historia.
Bennett está convencido de que la tecnología por sí sola no lleva a un mejor periodismo, este sigue siendo el arte de contar la verdad. Y no encuentra mejor ejemplo que Anthony Shahid, quien murió a principios de año de un ataque de asma mientras cubría la guerra de Siria. “El fue un antídoto contra la propaganda, las superficialidades, los prejuicios. Fue un muro contra la falsedad”, dijo, conmovido, al recordar al que fue su amigo y colega en el Washington Post.
Los oidos del drama humano
Casado con una peruana, desde muy joven Phil Bennett ha estado ligado también por el periodismo a América Latina, pues fue corresponsal de guerra en Centroamérica en la década del ochenta. Además ha sido periodista del Boston Globe y por más de 11 años trabajó en el prestigioso The Washington Post, donde llegó a ser editor general. Graduado en Historia de la Universidad de Harvard, lo que más le apasiona de ser periodista es poder conocer los dramas de la gente, aunque no siempre haya podido contarlos en toda su dimensión. Hoy también dedica parte de su tiempo a enseñar en Duke University en la famosa cátedra Eugene C. Patterson.
Semana les pregunta
Phil Bennett habla sobre las ventajas y desventajas de hacer periodismo en la era digital.
¿Cómo ha afectado la llegada de internet la calidad del periodismo?
Internet es un imán para la superficialidad, los rumores y hechos no verificados; para copias sin crédito y el creciente radicalismo, a menudo se invade la privacidad. Hemos visto casos de mentiras que han vencido la verdad solo por cómo funciona el medio, por la pasividad. La tecnología también les ha permitido al Estado y a ciertas empresas saber demasiado sobre los ciudadanos.
¿Y qué beneficios ha traído esta revolución digital?
Hoy hay más acceso a la información y a formas de verificar que antes no existían. Las herramientas digitales permiten construir historias con profundidad, a partir de millones de datos que hoy se pueden organizar y mostrar al público. También ha impulsado el debate de la transparencia que es fundamental porque el poder y el control de la información siempre han ido juntos y la transparencia ha sido el gran aliado de los movimientos democráticos.
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Un viejo muy juvenil
Bajo la dirección de John Mulholland, 'The Observer', diario hermano de 'The Guardian', le apuesta al periodismo abierto e interactivo sin perder su sello de calidad
En medio de la ansiedad que prevalece en las salas de redacción de los medios de Inglaterra –los lectores de impresos y la pauta publicitaria se ha desplomado en los últimos cinco años– The Guardian y The Observer se la están jugando por una salida muy singular: hacer periodismo abierto. Para ellos, el periodista o el editor ya no tienen la última palabra pues los lectores y usuarios de las redes sociales pueden contribuir con hechos, noticias, comentarios y críticas. “El sistema tradicional no funciona porque el flujo de información no es de una sola vía” dice John Mulholland, editor jefe de The Observer. “Ya no somos los únicos jugadores en la cancha. Claro que tenemos derecho a una opinión, a editar, a moderar y a verificar. Pero ya no somos los únicos con voz y debemos compartir con quienes tengan más de 2.000 seguidores en Twitter”, dice.
El periodismo abierto invita a crear comunidades de lectores que aporten, comenten y den vida a las historias. Se han vuelto populares los live-blogs de The Guardian que narran minuto a minuto eventos como la inauguración de los Olímpicos y partidos de fútbol, al tiempo que publican comentarios de analistas, funcionarios y fanáticos.
The Guardian ofrece todos sus contenidos web gratuitamente, excepto los que publican para teléfonos inteligentes y tabletas. Esta es la fórmula que ellos han escogido para adaptrse al siglo XXI. Pero tienen claro que aún no hay fórmula mágica para remplazar el modelo de negocio tradicional que se quebró. “No hemos encontrado el Mark o la Martina Zuckerberg del periodismo” dice Mulholland, quien está seguro que esta persona vendrá del lugar menos pensado. “Puede que sea ingeniero, científico o programador, no lo sé. Lo único que sé es que esa persona no vendrá del periodismo ni habrá vivido el proceso tradicional del negocio”, dice mientras confiesa que le parece una locura que aún hoy salgan a media noche miles de camiones y trenes a repartir periódicos a 55.000 tiendas en Londres. Y nadie sabe cuánto más va a durar esa tradición. El desafío es que los periodistas innoven en la red, con los gráficos interactivos que pueden decir hasta cada hito de la Primavera Árabe, al tiempo que no pierdan la pasión por el impreso, de dónde salen todavía el 60 por ciento de los ingresos de The Guardian.
El guardián de una tradición
Discreto, perfeccionista y obsesivo con los detalles John Mulholland no habla mucho de sí mismo. Tiene 49 años y de esos 30 han estado dedicados al periodismo. Desde su época en el colegio en Irlanda ha sido lector empedernido de periódicos y fue precisamente en esta época cuando entendió que lo suyo era escribir. “No fue una opción dedicarme a algo más”. Aunque ha trabajado en varios medios, algunos tan prestigiosos como The Independent, siente especial apego al vanguardista grupo editorial The Guardian, al cual se vinculó desde 1990. Como director de The Observer, cargo que ocupa desde 2007, tiene el deber de cuidar el legado del periódico más antiguo del mundo y, al mismo tiempo, afrontar los desafíos de la modernidad. Su mayor anhelo es que “cada domingo, ‘The Observer’ parezca el periódico más joven, moderno y elegante del país.”
Mulholland es fan de Colombia y esta es la quinta vez que visita el país. Fue quien entrevistó al presidente Juan Manuel Santos en noviembre del año pasado y encendió el debate de la legalización de las drogas.
Semana les pregunta
Mulholland habla de la cambiante pero siempre interesante relación entre los medios y el poder.
¿Qué significan las tres palabras claves de este encuentro: medios, poder y futuro?
Los medios y el poder van a cambiar en el futuro, por lo cual la relación entre ellos también lo hará. ¿Cómo? La sociedad se está acostumbrando a ser más abierta, más transparente y los secretos son cada vez menos aceptables. Será cada vez más imperdonable que las grandes corporaciones e instituciones sigan siendo hurañas y esquivas.
¿Para usted, cuáles son las preguntas más urgentes de hoy?
Más que preguntas, creo en dos afirmaciones. La primera es una paradoja. Es la mejor época para ser periodistas y al mismo tiempo, es la peor. Esto es cierto aunque sea confuso y frustrante. Tenemos las mejores herramientas para contar historias, pero al mismo tiempo no hemos podido destapar el secreto económico para asegurar nuestra permanencia.
Por otro lado, creo que los periodistas tienen que vivir en la sociedad de hoy y actuar como sus lectores, quienes buscan material gratis, interactúan permanentemente, comparten y, más importante aún, se acostumbraron a tener una voz.
¿Cuáles son las oportunidades de la revolución digital?
Las mejores oportunidades son para quienes nunca se han considerado periodistas pero que de una u otra forma tienen algo que decir. Un ingeniero o un científico puede encontrar una causa que lo apasione, crea su propia página web y enciende el debate en la sociedad.
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'The Week', un milagro de papel
Jeremy O'Grady ha estado al frente del éxito de una revista británica impresa que sorprendentemente ha crecido al tiempo con la revolución digital
La idea nació en un garaje de Londres hace 15 años. Los británicos Jeremy O'Grady y Jolyon Connell crearon una revista que, en medio de la crisis de los impresos en Europa y Estados Unidos, ha logrado aumentar su circulación y atraer nuevas audiencias. El modelo de The Week hoy está dándole una lección a la prensa escrita sobre cómo sobrevivir al mundo digital.
La premisa que dio origen a esta publicación es sencilla: pensar en el ciudadano de a pie que no tiene tiempo, pero necesita estar actualizado; ponerse en los zapatos de ese lector que usualmente se informa en la tina o en el inodoro. Para eso, en lugar de artículos de largo aliento, The Week le apuesta a notas breves y divertidas que resumen los hechos y las opiniones más destacadas de la semana. Es decir, sus periodistas repasan de principio a fin los diarios y revistas más importantes del mundo, escogen los mejores artículos y los reescriben en 200 palabras, siempre dándole el crédito al autor original.
Es una especie de curaduría inteligente ante la avalancha de noticias que aparecen cada segundo. Pero más que una síntesis de acontecimientos, The Week recrea debates en sus páginas al incluir diferentes puntos de vista sobre un mismo tema. Como no está matriculada en ningún partido político, la discusión es más enriquecedora. "Después de leer la revista, la gente siente que escuchó conversaciones entre columnistas de distintas filiaciones", señala O'Grady, su actual editor jefe.
La fórmula ha sido tan exitosa que, justo cuando la mayoría cree que el futuro será virtual, el equipo de The Week le apunta a la tinta. Todo un desafío en 1995, cuando internet era una promesa, y mucho más ahora, cuando ya se sabe que las nuevas tecnologías le han quitado el piso a los medios tradicionales. A O'Grady le gusta ir en contravía y, por ejemplo, defiende la divergencia cuando la mayoría de los medios va hacia la convergencia con la versión digital. Explica que divergencia quiere decir que cada contenido hay que ponerlo donde funcione mejor; si es un mapa detallado debe ir en papel; si en cambio, es un testimonio dramático debe ir en video. "La página 'online' no tiene por qué ser la hermana fea de la versión impresa. Ambas deben ser diferentes y, para que eso sea posible, es necesario dejar de pensar en el empaque y concentrarse en lo que hay adentro".
Al final, la clave para que la prensa escrita sobreviva está en la calidad. En el caso de las revistas, el reto es llegar los domingos con la historia detrás de la noticia. Según el editor de The Week, la gente siempre quiere entender por qué están sucediendo las cosas y los medios deben explicarlo con humor. "Asesinamos clichés, acuchillamos la repetición y las frases aburridas". Foco, belleza y eficacia, ese parece ser el secreto que cocinaron O'Grady y Connell en ese garaje londinense.
De censor a periodista
Antes de que Jeremy O’Grady pusiera un pie en una sala de redacción se dedicaba a clasificar películas y censurar porno en el British Board of Film. Un día, Jolyon Connell, un periodista que trabajaba en el Sunday Telegraph, le propuso hacer The Week. Aunque parecía una empresa imposible, la revista hoy es un referente de la prensa escrita. Tanto así que los periodistas, en lugar de molestarse porque sus artículos aparecen allí resumidos, reclaman cuando no los escogen. Sin embargo, O’Grady reconoce que es frustrante no poder crear piezas originales. “A veces me pregunto, ¡¿cómo a nadie se le ocurrió decir esto?!”. Su escape a la agobiante agenda noticiosa es Intelligence Squared, uno de los foros de debate más prestigiosos en el Reino Unido, que creó con un amigo en 2002.
Semana les pregunta
Los medios impresos no están moribundos. El editor de ‘The Week’ explica cuáles son las fórmulas para vacunar a la prensa escrita contra la amenaza de internet.
¿Es posible decir que ‘The Week’ es como la versión impresa de medios como ‘The Huffington Post’?
Nos parecemos en que ambos recolectamos información; la diferencia es que nosotros la reducimos al máximo, escogemos solo lo más interesante y sobre todo hacemos plata, ellos no.
¿Cuáles son las claves para que los impresos sobrevivan en el futuro?
Primero, destáquese. Mire a su alrededor y si la competencia está haciendo lo mismo que usted, asegúrese de hacerlo mejor. Segundo, sea breve. La gente no tiene tiempo para recostarse en la silla y leer periódicos enteros. Y tercero, cobre lo que su contenido merece. Nosotros lo hemos comprobado: incluso cuando subimos el precio, los lectores nos siguen buscando.
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'Paris Match', la imagen de Francia
Nunca en sus seis años al frente de 'Paris Match', Olivier Royant tuvo un momento más difícil que cuando una reportera se convirtió en primera dama
Uno de los casos más controvertidos del periodismo francés reciente, si no el más controvertido, es el que tuvo que afrontar Olivier Royant como director de Paris Match el año pasado. Entonces se anunció la candidatura oficial a la presidencia de Francia de François Hollande por el Partido Socialista. El problema era que su novia oficial, Valérie Trierweiler, era periodista de planta de la revista. Y, para empeorar las cosas, cubría la fuente política. "Me acerqué a Valérie y le dije que tendría que dejar de cubrir política, que no podría participar más en las reuniones editoriales ni en conversaciones relacionadas con política y que tendría que escribir desde su casa", cuenta Royant.
La Rottweiler, como es conocida Valérie por su fuerte carácter, aceptó a regañadientes las condiciones. También tuvo que acceder a ser relegada a esa sección que los periodistas políticos miran con cierto desdén: a las páginas culturales. La revista se negó a despedirla, pues no consideraban que su nuevo estatus fuera una causa justa. "Tengo la necesidad de ganarme la vida, tengo tres hijos de quienes encargarme. Mi independencia financiera es, como para millones de francesas, una realidad concreta y una prioridad", dijo Trierweiler al diario Le Figaro. Trierweiler ha dicho que entiende el conflicto de intereses que causa su relación con el presidente y dijo: "Una cosa es segura, no haré nada que pueda molestar a François o al gobierno, ni defenderé ninguna causa contraria a la diplomacia francesa. Es el límite que me he establecido".
Otro momento incómodo ocurrió a principios de este año, cuando varios medios franceses publicaron fotos del presidente y su novia en vestido de baño. Trierweiler decidió entonces demandar a todos los medios, menos a Paris Match, que también había publicado las imágenes. Su abogado explicó que no tenía nada que ver con que ella trabajara en la revista, sino que Paris Match había sido más discreta en su publicación. Esta semana se anunció el fallo: el semanario VSD, el primero en difundir las imágenes, fue multado por 2.000 euros por concepto de daños y prejuicios.
El visionario que conquistó a los lectores jóvenes
Olivier Royant es uno de los empleados más antiguos de Paris Match, la revista más leída de Francia. Nació en 1962 y se graduó del Institut d’Études Politiques en París y tiene un MBA de la Universidad de Columbia en Nueva York. Comenzó su carrera en 1982 en Radio Gilda, una estación de radio local privada en París, antes de unirse a Paris Match en 1985 como reportero. Dos años más tarde fue enviado a Washington, como corresponsal de la revista. Ahí tuvo la oportunidad de conocer a Bill Clinton, con quien mantiene una gran amistad desde entonces. Durante esa época viajó varias veces a Colombia para escribir reportajes sobre Gabriel García Márquez, Pablo Escobar y César Gaviria. En 1998 regresó a vivir a su ciudad y fue nombrado subdirector editorial de la revista. “Me costó adaptarme de nuevo a Francia y a su manera de pensar. Sobre todo porque después de vivir diez años en Estados Unidos yo pensaba y soñaba en inglés”, dice. Durante esa época conoció a Delphine –quien es hoy la publisher de Vogue Francia–, se casaron y tuvieron dos hijos. Desde hace seis años es director editorial de Paris Match. Y ha logrado atraer a lectores jóvenes con una mezcla de excelentes fotografías reveladoras y gran calidad narrativa.
Semana les pregunta
Ser el medio más influyente de Francia no es una tarea fácil.
¿Cómo funciona la relación entre poder y medios en su país?
En Francia esta es una relación muy antigua desde la Primera República, pero ahora se ha vuelto más complicada. El público desconfía acerca de la relación entre los medios y los políticos, a veces creen que estamos del mismo lado, entonces es muy importante para nosotros marcar la diferencia. Los políticos siempre están en una posición desde la que quieren seducir, nosotros estamos en una situación de resistencia.
¿Cómo hacen para conseguir las historias del poder sin dejarse manipular?
Tenemos que ser muy cuidadosos en los límites entre comunicación y periodismo. En estos tiempos ellos siempre intentan ser como actores, de tener entrevistas en escenarios prefabricados. Antes eran más discretos, en los años cincuenta o sesenta, ahora son como estrellas de cine. Tenemos que estar alerta para no caer en la trampa. Por eso, revisar los hechos es muy importante, es lo que el público está esperando.
¿Ha cambiado la manera de cubrir las noticias políticas?
Desde que se creó la revista en 1949, hubo una reunión con el primer ministro de aquella época, y con toda su familia, durante un almuerzo en su casa. Nosotros cubrimos así la política desde hace 60 años. No vamos a cambiar. A nosotros nos gusta estar detrás del escenario, no nos interesan los políticos en su oficina. Queremos momentos verdaderos, la vida real, y la vida es eso, familia e hijos. Esa es nuestra posición.
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'El País' frente a la crisis
Javier Moreno, director del periódico en español más influyente del mundo, hace un ejercicio de autocrítica acerca de por qué los medios no fueron capaces de anticipar el desplome financiero que sacude Europa
La actual crisis de los medios no solo ha corrido por cuenta de la revolución digital y la quiebra del modelo de negocios. Como Javier Moreno, quien dirige el diario español El País desde hace seis años lo explicó con gran coraje en el Foro Semana 30 años, la prensa también enfrenta su crisis de credibilidad, como consecuencia de la cercanía al poder en un momento crucial.
La bonanza financiera en Estados Unidos y en Europa encegueció a los medios con el brillo de las ganancias extraordinarias en las bolsas y los fondos de inversión. "No explicamos, no advertimos a los ciudadanos sobre lo que estaba pasando", dice Moreno. ¿Cómo fue posible que la prensa, que debería ser el 'perro guardián de la democracia' se echara una larga siesta para solo despertarse con los gritos de una ciudadanía que de un momento a otro vio cómo la burbuja de riqueza explotaba con dramáticas consecuencias para europeos y estadounidenses?
El momento crítico de las relaciones prensa-poder, cuando los medios han debido vigilar esa fiesta del boom financiero, explica Moreno, coincidió con la crisis y los recortes en las salas de redacción. "Entonces no tuvimos los periodistas que se dedicaran a investigar, a ver más allá. Y eso nos llevó a un desenfoque de gran calibre", dijo.
Naturalmente en toda esta gran tragedia surge la necesidad de buscar culpables, y los hay. Moreno dijo que en la lista de responsables estaban los políticos, que vieron cómo los ciudadanos les retiraron la confianza; los banqueros, de quienes se pensaba que no había otra salida que la de fusilarlos; las instituciones, como el Banco Central Europeo; y también los periódicos, que quedaron en el descrédito.
Son varias las causas que explican este silencio. "Los periodistas se vieron secuestrados por sus fuentes, no mantuvimos las distancias con las agencias de relaciones públicas, con los departamentos de comunicación de los bancos y con las empresas, que siempre tenían lista información para nosotros sobre las grandes salidas a bolsa y grandes operaciones financieras, y nosotros nos abalanzábamos sin profundizar qué había detrás de todo aquello", dijo.
La radiografía crítica del director de El País también alcanza a la forma como están trabajando los diarios en plena crisis. Quizás exageraron demasiado los alcances de la depresión, impulsados por agentes de los fondos de inversión que querían ganar dinero en la especulación que se levantó como polvareda con la caída. Quizás también se prestaron los medios para ayudarles a los partidos políticos a hacer los dolorosos recortes económicos.
En España a los medios les está costando trabajo decirles a los lectores que también tuvieron responsabilidad en la crisis y que la única salida es trabajar más por salarios menores.
En una invitación a rescatar la independencia de los medios, y a no dejarse llevar por las opiniones mayoritarias o por los cantos de sirena del poder, Moreno recordó una escena de la serie televisiva que está hoy de boca en boca en Estados Unidos, The Newsroom (Sala de redacción). En esta el protagonista hace ver a una joven estudiante cómo no se pueden repetir lugares comunes que hace tiempo dejaron de ser verdaderos, como decir que Estados Unidos es el primero en todo: "No hay ninguna sola prueba que apoye la afirmación de que somos el mejor país del mundo. Somos séptimos en alfabetización. Ocupamos el puesto 22 en ciencias, el 49 en expectativa de vida, el 178 en mortalidad infantil…. Somos líderes mundiales en solo tres categorías: en número de encarcelados per cápita, en número de adultos que creen que los ángeles existen y el primero en gasto de defensa porque gastamos más que los 26 países juntos que nos siguen, de los que 25 son aliados".
Asumir verdades compartidas por razones ideológicas o políticas; o simplemente por falta de espíritu crítico o dependencia del poder, es la gran lección que deja el periodismo, sin importar si se hace en papel, en digital o en algún medio electrónico. Esa es la otra crisis que es necesario superar.
Javier Moreno, el químico que lidera ‘El País’
En su mundo era inimaginable la posibilidad de pensar en estudiar periodismo. Frente a sus padres tenía que justificar una profesión que le permitiera conseguir el bienestar que su familia no pudo tener, consecuencia de la dictadura franquista que los obligó a refugiarse en París, donde Javier Moreno Barber nació.
Decidió estudiar química, aunque bajo su brazo siempre llevó una edición de El País. Un día y mientras trabajaba en Alemania en un laboratorio, el lector empedernido, que con 13 años había dejado de lado los relatos infantiles para consumir las páginas de La Peste de Albert Camus, se encontró con un anuncio de la escuela de Periodismo de El País. Envió la solicitud a pesar de que creía que lo iban a considerar como un “bicho raro”.
Eso sucedió en 1992 y un cuarto de siglo después llegó a ser el cuarto director del medio más influyente de España. Bajo su liderazgo, rediseñó la versión impresa y desde hace tres orienta la estrategia que ha llevado al diario a la vanguardia de los medios digitales en castellano. “Esta evolución busca que cuando nos veamos obligados a dejar de imprimir el papel porque económicamente no sea rentable, tengamos una página web robusta y que sobre todo contenga el alma de lo que significa la marca ‘El País’ ”.
Semana les pregunta
‘El País’ de Madrid busca reinventarse en medio de la crisis económica y de credibilidad por la que atraviesa la prensa europea.
¿Cómo se debe manejar la relación entre los medios y el poder?
Debe ser de distancia, el periodismo tiene que ser la voz de los ciudadanos frente al poder. A veces sucede, y pasa mucho últimamente, que los políticos rehuyen las preguntas de los periodistas y creen que humillan al periodista cuando realmente lo que hacen es despreciar a la opinión pública, porque los periodistas no somos más que la voz de ellos.
Qué está haciendo ‘El País’ para superar la crisis de los medios?
Nos estamos reinventando y nos trasladamos masivamente hacia lo digital. En los últimos tres años hemos sido capaces de fusionar la redacción del papel con la digital para que sea una única redacción la que elabore la información.
¿Hacia dónde va su diario?
Yo creo que el papel va a desaparecer y esto va a pasar porque con los ingresos que tengamos va a ser imposible el sostenimiento de operaciones de tanta envergadura como el de imprimir un periódico. Para cuando esto suceda, el trabajo será el de ofrecer una información en internet que sea superior al que se ofrece en papel y que elpaís.com tenga el mismo espíritu que ha tenido en el papel.
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El camino brasileño
Maranhão lleva más de 40 años en el Grupo Abril, uno de los conglomerados de medios más grandes de América Latina, con utilidades en 2011 de 3.500 millones de reales (1.700 millones de dólares). Carlos Maranhão hace parte del equipo de 'Veja', la revista que ha sacudido a varios poderosos en su país
La revista Veja es un gigante. Con 44 años, tres ediciones regionales distintas, un equipo de cientos de periodistas, es ni más ni menos que el tercer semanario con mayor circulación en el mundo. Cada jueves más de un millón de ejemplares inundan Brasil. Un éxito basado en denuncias permanentes contra los poderosos, una lucha por el interés público y como dice su eslogan ser "indispensable para el país que queremos ser". Carlos Maranhão hace parte de esa historia. Solo un año después de la creación de Veja entró al Grupo Abril, que publica la revista. Toda una vida en la que dice que "nuestro único compromiso siempre ha sido con los lectores". Ahora dirige las revistas Veja Sao Paulo, Veja Rio y Veja Belo Horizonte. Pero no descarta volver a escribir, su primera y verdadera pasión.
¿Cómo se hacía periodismo en la dictadura (1964 - 1985)?
Fue un periodo muy difícil. Ahora con los medios electrónicos, internet, todo es distinto. Pero en ese entonces no había cómo esquivarla. Teníamos un censor que trabajaba en Veja. Tenía su escritorio y todo. Si el poder decidía que no podíamos hablar de algo o de alguien, era casi como si no existiera o como si nunca hubiera pasado. Era una cosa terrible. Un día se fueron, para nunca más volver.
¿Con la crisis que hay en los medios, qué le diría a un joven de 18 años que quiere ser periodista?
Si tiene talento, tiene vocación, es curioso, tiene la pretensión de mejorar el mundo, no hay mejor profesión. Es difícil, hay pocos medios, los equipos se están reduciendo. Pero con ganas, encontrará un espacio. Y hoy hay herramientas increíbles para hacer periodismo. Pero a veces los jóvenes se quedan en la oficina todo el día, hipnotizados por la pantalla. Son muy rápidos, casi como robots y hacen muy buenas notas. Pero es esencial mandarlos a la calle. Es importante saber si alguien tiene pelo largo, si tiene corbata, si tiene gafas, cómo se viste.
Los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y de Dilma Roussef han sido muy populares. ¿Cómo investigar e ir a veces a contracorriente de la opinión?
No es fácil, pero con estos dos gobiernos hemos hecho grandes investigaciones. Fuimos los primeros en publicar el escándalo del Mensalao en 2005, en el que se descubrió que el partido del presidente les pagaba a sus aliados políticos a cambio de apoyo parlamentario. Pero ese trabajo de denuncia lo hacemos desde 1968. Incluso durante la dictadura, dentro de las limitaciones. Más tarde con el presidente Fernando Collor de Melo, fuimos los pioneros en la investigación que llevó a su renuncia. Después vino Fernando Henrique Cardoso. Nos opusimos a la enmienda constitucional que hizo para aprobar la reelección. Nos han dicho que somos conservadores, antigobiernistas, de derecha, soberbios, hasta nos han tildado de izquierda. Son los lectores quienes deciden. Los que compran cada semana. Nuestra misión es ser honestos.
¿Qué relación deben tener el poder y la prensa?
En una palabra: independencia. No quiere decir contradicción sistemática. Hay que ver las cosas buenas, pero con una distancia crítica. Nuestro compromiso no es con los anunciantes, ni con el gobierno, ni con la oposición, ni con los amigos. Nuestro compromiso es con nuestros lectores.
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ProPublica, periodismo de interés público
El portal estadounidense que dirige Paul Steiger prueba que se puede vivir de la filantropía y hacer periodismo de impacto
Paul Steiger, director ProPublica, el medio digital sin ánimo de lucro que en su corta vida de apenas cuatro años ya se ha ganado dos premios Pulitzer, lo dijo claramente en su discurso: la misión más importante del periodismo es el servicio que le presta a la democracia al revelar la verdad sobre el poder.
ProPublica nació con el patrocinio de la familia Sanders, en medio de la crisis financiera, y justo cuando varios medios de comunicación en Estados Unidos sufrieron graves recortes de personal, especialmente de sus unidades investigativas. A pesar de ser un portal de internet, ProPublica le ha apostado a las historias de largo aliento, reportajes de investigación y de profundidad."Le apostamos al impacto, no al tráfico", dice.
La receta del éxito ha sido el periodismo colaborativo, en el que hacen alianzas con otros medios, escritos, radio y televisión, incluso internacionales para difundir las historias. Así, cuando ProPublica descubrió la historia de Óscar, un inmigrante indocumentado cuya familia había sido masacrada en Guatemala, que estaba a punto de ser deportado de Estados Unidos, mientras sus victimarios vivían sin problemas en ese país, muchos medios estadounidenses y guatemaltecos la difundieron.
ProPublica se ha caracterizado también por develar historias complejas. Ganaron el premio Pullitzer de periodismo, con una historia sobre cómo un año y medio después de la crisis financiera, los banqueros culpables seguían haciendo las mismas maromas financieras, ganando enormes cantidades de dinero a costa de miles de personas que perdieron sus trabajos y sus casas. Lo novedoso es que ProPublica, además de publicar varios artículos sobre este tema en su portal, inventó otras formas creativas para que la gente entendiera un tema tan difícil: un libro de cómics, una canción que se volvió viral y una aplicación de software llamada Dinero Oscuro.
Steiger no tiene cuenta de Twitter ni Facebook, pero reconoce la importancia de las redes sociales y de contar con personas que sí quieran explorar nuevas formas de narrar historias en su equipo. Según él, los ingenieros de sistemas y programas no van a remplazar las habilidades y el talento de un reportero, pero este sí tiene que trabajar con ellos para que el periodismo digital funcione.
Steiger, un veterano al digital
Paul Steiger se hubiera podido retirar como un gran periodista al cumplir 65 años. Pero hizo todo lo contrario. Creó un proyecto pionero sin ánimo de lucro, al mismo tiempo en que el magnate de los medios Rupert Murdoch compraba el Wall Street Journal, el diario en donde él comenzó su carrera y del cual se retiró en 2007.
Aunque estudió Economía en la Universidad de Yale, las ganas de contar historias llevaron a Steiger, a los 25 años, a buscar trabajo como periodista en San Francisco, en pleno verano del amor en 1966. Pero Steiger no reporteó sobre la efervescencia social de la California de esa época, encontró su nicho en las historias económicas, de negocios, investigación y análisis. “Tienen todos los elementos que encuentras en otro tipo de historias, duplicidad y controversia”.
Steiger fue reportero de The Wall Street Journal y luego de Los Angeles Times durante 15 años, pero ha sido más exitoso como editor. Desde 1978 ha estado consagrado a liderar equipos periodísticos que se han destacado por la calidad de sus historias. Mientras ejerció como editor en jefe del primero, entre 1991 y 2007, el diario recibió 16 premios Pulitzer.
Semana les pregunta
Paul Steiger ofrece algunas respuestas a las dudas que rondan al periodismo hoy.
¿Qué consejo le daría a los colombianos para cubrir la negociación de paz entre guerrilla y gobierno que se avecina?
La mejor forma como los periodistas pueden aportar a la discusión de cualquier problema es hacerlo ampliamente y públicamente. Mi instinto siempre me ha dicho que, por lo general, debemos publicar lo que sabemos, pero debemos hacerlo con rigor y profesionalismo.
¿Alguna vez dejó de publicar una historia?
En la guerra del Golfo supimos que una compañía extranjera que había sido proveedora de equipos militares al gobierno iraquí estaba cooperando con el Ejército de Estados Unidos. Si revelábamos el nombre les estaríamos dando una información a los iraquíes que les podría ayudar militarmente.
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Discurso de Germán Rey: La persistente vitalidad del periodismo
Germán Rey, director del Centro ÁTICO de la Universidad Javeriana y relator del Foro Semana 30 años
Hace diez años los foros de periodismo eran la antesala del apocalipsis. El panorama lucía desolador: caída en picada de la prensa escrita de Estados Unidos y Europa, modificaciones radicales del modelo de negocio que había permitido importantes rentabilidades, naufragio o por lo menos escoriaciones de algunas de las naves insignias del periodismo mundial, recortes de personal y crisis de la publicidad. Todos estos nubarrones han vuelto a aparecer en el Foro con que Semana ha celebrado sus 30 años, aunque ahora con algunas diferencias esperanzadoras.
Hoy hay menos miedo y más realismo, más autocrítica, pero también más experiencia. Han aparecido otros elementos de análisis en un horizonte, que Felipe López calificó como tiempos de incertidumbres y definitorios. Sólo que lo que lo que paralizaba en el pasado, ahora se ha convertido en un conjunto de desafíos y retos para el futuro.
En el foro se comprobó que el periodismo no solo continúa siendo necesario, sino indispensable. “El periodismo es la capacidad de una sociedad para sintonizarse con un momento histórico”, sostuvo Alejandro Santos o un artefacto de ideas para crear cultura, como lo definió Jeremy O’Grady, el editor jefe de The Week. Y tienen razón. El periodismo, a pesar de todas sus asechanzas, continúa siendo enormemente vital, tanto por lo que ha sido como por lo que puede ser.
Paul Steiger, recordó desde su reconocida experiencia, que el periodismo dice cosas que los poderosos no quisieran escuchar y además expone en público los abusos de todos los poderes, sean institucionales o fácticos. Philip Bennett, el ex editor general del Washington Post, ahora embarcado en Frontline, uno de los nuevos proyectos del periodismo del futuro, recordó que los periodistas son testigos de los cambios, pues los investigan y cuentan sus historias. Estas características del periodismo, su sentido testimonial, su capacidad de representación e investigación y su fuerza narrativa, surgieron permanentemente en los diálogos del Foro.
Uno de los centros de la discusión, fue la exploración de las relaciones del periodismo con el poder y la democracia. La independencia, la transparencia, el rigor, la búsqueda de la verdad y la imaginación, continúan siendo valores centrales del periodismo. Y la práctica de estos valores produce desajustes entre el poder de los gobernantes y la tarea del periodismo. Rodrigo Pardo destacó el conflicto que existe entre los dos poderes, pues cada uno de ellos desea generar información en momentos distintos y además contrastan la reiteración con la novedad. Pero, como afirmó Javier Moreno, director de El País de España, sin buen periodismo no se puede sostener la democracia y su obligación no es razonar como los gobiernos, sino llevar sus límites más allá de los que éstos suelen trazar.
Cuando el panorama es apocalíptico y aun cuando no lo es, aparecen guadañas, muerte y supervivencia. Nunca como ahora los medios y el periodismo han sentido movimientos tan fuertes del piso en el que estaban parados, rozagantes y con excelente salud. La revolución de las tecnologías los ha conmovido tanto como las propias transformaciones de la sociedad. Sin embargo, los retos para superar las tormentas empiezan a estar claros: fortalecer el periodismo de calidad es uno de ellos, como lo es persistir en su viejo propósito de contar buenas historias.
Ahora lo hacen a través de diversos soportes, combinando diferentes lenguajes y arriesgando nuevos públicos. Ofrecer algo que no se ofrece en otro lugar, es uno de sus desafíos en tiempos en que internet es una babel, en la que se combinan textos excelentes con una apreciable cantidad de basura, oportunidades inigualables de información, con mezclas confusas de datos desperdigados. Hay que encontrar cosas nuevas, apostarle al análisis, atender los cambios culturales, divergir, reanalizar la sociedad desde sus nuevos contextos y recobrar la vitalidad presente de un oficio antiguo.
Ya están aquí los nuevos tiempos del periodismo. Probablemente insinuados, luchando por salir, tratando de buscar su sitio en el futuro. Fue precisamente esta profunda sensación, la que se paseó con persistencia a través del evento con que Semana empezó a celebrar sus próximos treinta años.
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La prensa, el poder y su futuroDiscurso íntegro de Alejandro Santos, director de Semana, en el Foro Internacional de Periodismo, realizado en el marco de la celebración de los 30 años de la revista
Muy buenos días a todos
Estamos realmente muy felices, pero también muy honrados, de poder celebrar estos 30 años con amigos, colegas, aliados y con todos aquellos que vemos en la información una fuente de libertad, en los medios un pilar de la democracia y en el periodismo, un espejo para entendernos como sociedad. Quiero agradecer a Pacific Rubiales por su apoyo, a nuestros distinguidísimos conferencistas internacionales y a los directores, editores y periodistas de Colombia y América Latina que lograron sacarle tiempo a esa vorágine inacabable de noticias que producen nuestros países, para refugiarse durante un día en este caluroso recinto y conversar sobre lo que hacemos. Pensar sobre el papel de la prensa en la sociedad y tratar de vislumbrar el futuro de los medios en momentos de grandes cambios y amenazas.
El periodismo es, en el fondo, la capacidad que tiene una sociedad para sintonizarse con un momento histórico. ¡Y vaya época que estamos viviendo! En Estados Unidos y Europa la prensa más seria y prestigiosa está tratando de sobrevivir y reinventarse frente al paradigma que impusieron las nuevas tecnologías. En América Latina, una prensa vigorosa y hasta ahora próspera, está poniendo el dedo en la llaga y destapando los abusos del poder político. Casos como los de El Universo en Ecuador, Veja en Brasil, o Clarín en Argentina, para citar solo algunos, dejan en evidencia la importancia que tienen los medios para las democracias. Y qué no decir del papel de la prensa en la democracia colombiana en los últimos 30 años. Una gran labor que yo resumiría en tres grandes luchas: 1. La lucha ética frente a los victimarios. 2. La lucha moral frente a la víctimas. 3.La lucha como contrapoder frente al poder político.
1. La lucha ética frente a los victimarios
Ante todos los intentos de los tentáculos del narcotráfico por apoderarse del país, la prensa se ha convertido en la conciencia ética de la sociedad. Desde la época de Pablo Escobar que le declaró la guerra al Estado, pasando por el cartel de Cali que trató de comprarse la política, hasta el paramilitarismo que intentó apoderarse del Estado desde las regiones, la prensa ha sido la punta de lanza de la sociedad para atajar estos intentos por arrodillar o desestabilizar la democracia. Cuando el gran Guillermo Cano, director de El Espectador, denunció la llegada de Pablo Escobar al Congreso de la República, fue tildado en su momento de fundamentalista moral. Cano fue el primero en trazar la línea de lo éticamente tolerable frente a la ambición desmedida del narcotráfico por adueñarse de todo. Y como era de esperarse, fue asesinado. Su magnicidio generó la inmediata unión entre los distintos medios para enfrentar esta nueva y poderosa amenaza que solo entendía la dialéctica de la plata o el plomo. Esta alianza y colegaje de la prensa en los ochenta, que fue clave en su momento para informar y buscar la verdad en medio de la guerra declarada contra los medios, debe ser un ejemplo para la prensa mexicana que hoy vive sus momentos más difíciles frente a la escalofriante ofensiva de los poderosos carteles de ese país.
De la misma forma, cuando el cartel de Cali intentó sobornar la política en los noventa, la prensa también estuvo ahí para denunciarlo, y estalló lo que el país conoció como el proceso 8.000. Y cuando el paramilitarismo se alió con las clases políticas locales y regionales para capturar las arcas del Estado y ejercer un control territorial, la prensa también estuvo ahí y el país conoció otro capítulo oscuro de nuestra historia: la parapolítica.
2. La lucha moral frente a las víctimas
La pregunta aquí es cuál es el papel de la información y cómo se valora la vida en un país atravesado por la cultura de la muerte. Cómo los medios pueden dignificar la vida en medio de la violencia. Cuál debe ser la voz de las víctimas en medio de la fascinación por los victimarios.
Lo primero que hay que decir es que los medios tenemos la responsabilidad moral y periodística de sensibilizar a la sociedad frente a lo que pierde con la violencia. Stalin decía: “Una muerte es una tragedia, un millón de muertes es un estadística”. Una de las responsabilidades de los medios es que la sociedad no pierda su capacidad de sorprenderse e indignarse, es decir, que a través del tratamiento informativo, se pase de la estadística a la tragedia.
¿Cómo? Buscando la verdad ¿Cuál verdad? La que emana de la sensibilidad de un criterio honesto y formado. Pero como dice el filósofo Todorov, la búsqueda de la verdad literal no es suficiente para que las sociedades superen la violencia. Es necesario conectar los procesos de victimización con las lógicas de poder. Entender que la violencia no es un fenómeno natural sino producto de un contexto político, histórico y cultural. De cómo, por ejemplo, ganaderos se organizaron en grupos de autodefensa para defenderse de las extorsiones y secuestros de la guerrilla y terminaron formando ejércitos de paramilitares que cometieron las peores masacres, desplazaron millones de campesinos y se aliaron con la clase política para capturar al Estado y ejercer un control territorial. De cómo la barbarie que hemos vivido no es un problema de unos desadaptados o de una irracionalidad sin rienda, sino de una racionalidad política y económica con objetivos muy claros.
El fenómeno del paramilitarismo se extendió en el país como una mancha de aceite durante ocho años sin que nadie dijera nada. Las pocas voces que se atrevían a denunciar eran asesinadas o estigmatizadas. Y fue solo hasta que la prensa investigó y denunció que la justicia actuó y puso contra la pared a gran parte de la clase política en un capítulo ejemplarizante para la separación de poderes de nuestra democracia.
En donde los medios debemos hacernos una reflexión es en la voz –o la falta de ella– que les estamos dando a las víctimas y las poblaciones vulnerables. Desfilan ataúdes, madres lloran a sus hijos ante las cámaras, vemos a diario viudas y huérfanos sufrir su impotencia.... ¿Pero importan? ¿Le importan al país? ¿Les importan a las clases dirigentes? ¿Les importan a los medios? El mundo rural, donde ocurre gran parte de los actos violentos, se ha ido incorporando al imaginario de nación a través de los medios por la vía de la muerte. La Rochela, Patascoy, Las Delicias, Puerres, El Salado, Macayepo, Mapiripán, van dibujando una geografía del territorio en nuestras mentes a través de la estela de la violencia. Por eso hay que fortalecer esa voz, una voz que no se expresa con toda su vitalidad y todo su orgullo, una voz de una Colombia profunda y acallada.
La otra deuda que tenemos como periodistas, sobre todo la televisión, es el de la dignidad. Esa visión periodística misericordiosa y asistencialista con las víctimas y las poblaciones vulnerables terminó siendo contraproducente: las despolitiza, les arrebata su ciudadanía y las despoja de su igualdad frente a los demás.
Grandes desafíos tenemos los medios en esta realidad convulsionada, llena de víctimas y victimarios, donde la búsqueda de la paz y la reconciliación pasa inevitablemente por la lectura que hacemos los medios de comunicación.
3. La lucha como contrapoder frente al poder político
En estos últimos 30 años la prensa, sobre todo la escrita, ha asumido su rol de contrapoder. Lo hemos visto con escándalos como el del Grupo Grancolombiano en los ochemta, el proceso 8.000 en los noventa, y la parapolítica o las ‘chuzadas’ del DAS en 2000, para citar solo algunos ejemplos. Pero más allá de los grandes escándalos, no podemos dejar de hacerle un homenaje a los más de 120 periodistas que han sido asesinados en Colombia en los últimos 30 años, haciendo un periodismo más silencioso pero más valiente, un periodismo que se atreve a denunciar y a destapar para que este sea un país más informado y más libre. ¿Cuál habría sido el curso de la democracia colombiana sin el papel crítico y fiscalizador de la prensa.
La gran pregunta ahora es cuál va a ser el papel de esa prensa en los próximos 30 años. Si los medios de América Latina nos miramos en el espejo de lo que ocurre en Europa y Estados Unidos, el panorama es bastante desalentador. Prensa, radio y televisión tienen su modelo de negocio amenazado por las redes sociales, internet y los gigantescos buscadores, las salas de redacción están semivacías por los recortes de personal, cada vez hay menos corresponsales y unidades de investigación, y cada vez hay más periodistas demasiado jóvenes y demasiado baratos. Cabe preguntarse cómo encaja el periodismo de calidad, en este nuevo modelo, el de la profundidad, la denuncia y el análisis, el de los grandes reportajes e investigaciones, el que requiere tiempo y plata, en un mundo mediático cada vez más inmediatista y donde cada día se vuelve más escaso el tiempo y más esquivo el dinero.
Se ha dicho a los cuatro vientos que hacer un buen periodismo es suficiente para que los medios sobrevivan. Tengo mis dudas. Es indispensable pero no suficiente. El Guardián quizá hoy el mejor periódico del mundo, el que tuvo el valor de denunciar a sus colegas del imperio Murdoch por chuzar teléfonos, el que tiene su credibilidad en el cenit de su ya larga trayectoria, está hoy en dificultades económicas. Prestigio periodístico, lamentablemente, no significa un medio rentable. Hasta The Economist, la nave insignia del periodismo global, que se veía navegando imperturbable con su periodismo serio, inteligente y sarcástico, en medio de esta tormenta, tiene ya las velas raídas. Lo insólito es que no es una crisis de audiencias, de lectores, de gente ávida de información, sino de publicidad. A pesar de que los medios tienen hoy más lectores, más televidentes y más oyentes, la publicidad no refleja la magnitud de estas audiencias. Una paradoja triste e inquietante.
Estamos en momentos de grandes transformaciones: cambian las tecnologías (redes sociales o internet), cambian las plataformas (Ipad o móviles), cambian las audiencias, cambia la propiedad de los medios, cambian las posibilidades de acceso a la información, pero lo que no cambiará nunca es la esencia del periodista, la del hombre que observa, piensa y analiza, la del corazón que hace palpitar el periodismo. Por eso, en medio de las angustias y los temores, de los cambios necesarios, de la concentración de la información que ya no se puede ver con prejuicio ni con nostalgia, o de los caminos que cada uno elige para reinventarse en este nuevo mundo, hay que proteger una sola cosa: el periodista. Buscar su talento, forjar su criterio, estimular su sensibilidad y blindar su integridad. Es lo que en el fondo le da sentido al periodismo en una democracia. Todos los conferencistas hoy, los moderadores y panelistas, fueron en su momento reporteros y redactores y construyeron su criterio y su voz propia al amparo de una libertad y de un sistema de valores, y de esa atmósfera intelectual y periodística apasionante que es vivir la realidad a través de una sala de redacción. Atmósfera que va desde la gloria que saborearon Woodward y Bernstein con Watergate en el Washington Post, hasta la reflexión y autocrítica que debieron hacerse el Wall Street Journal y el New York Times de por qué se engendró la peor crisis del capitalismo financiero en sus narices y no se dieron cuenta.
O de la angustia colectiva, que oscilaba entre la rabia y el temor que compartió el equipo periodístico de Semana al denunciar las chuzadas del DAS, cuando nadie lo creía posible, y en medio de una campaña de desprestigio en contra de la revista, pero que, al final del día, puso a prueba la fuerza de nuestras convicciones periodísticas y democráticas.
A los medios nos gusta citar a Albert Camus cuando dice que el periodismo es el oficio más bello del mundo. Y quizá lo sea. Pero más que bello es apasionante. Por eso, frente a la realidad que estamos viviendo los periodistas y para lo que se nos viene encima, solo veo una opción: imaginación. Permítanme citar a otro autor francés, Marcel Proust, quien dijo: “Las mujeres bonitas son para los hombres sin imaginación”. Por eso, para ser creativos, a los periodistas nos va a tocar entonces rodearnos de mujeres y hombres feos para sobrevivir, si no al oficio, al menos a nuestra propia vanidad.
Fuente: Revista Semana