Luego de la batalla quedó la humareda. Quizá sea una metáfora para reflexionar respecto de un clima enrarecido que oculta los verdaderos problemas que están en discusión. La afirmación de antagonismos y dicotomías del pasado ha dado como resultados confrontaciones bizantinas.
Claudio Lozano, Crítica de la Argentina
El conflicto agropecuario dio lugar, como resultado de estrategias que buscaron adelantar la contienda electoral de 2009, a afirmaciones temerarias como la repetida comparación oficial con el golpe del 76. Nadie que haya vivido esa época puede asociar la situación actual con aquélla.
Es absurdo buscar una desestabilización (desde el poder) cuando las empresas más importantes del país han obtenido ganancias extraordinarias en los últimos años, y los EE.UU. (Thomas Shannon) vienen a respaldar al Gobierno. Está claro que en la Argentina no hay hoy una disputa que ponga en riesgo el orden dominante.
Esta falsa visión se complementa con la estigmatización opositora que pretende transformar a Luis D’Elía y a Hugo Moyano en la réplica de la Triple A. La Triple A fue el primer ensayo de la “represión ilegal” y del terrorismo de Estado, contó con asesoramiento militar del exterior y se inscribía en la lógica política que luego (frente a la envergadura de la movilización popular) terminaría dominando el panorama del país con el golpe del 76. Esto no justifica romper una movilización disidente, actitud que no hubiera existido de mediar un simple llamado presidencial. Sólo busca precisar que lo ocurrido nada tiene que ver con la antesala del golpe militar.
El voltaje de tan insensata confrontación planteó propuestas que se presentaron como lo que no eran. Así, el “oficialismo” transformó a las “retenciones” en el símbolo de la distribución justa de los ingresos. Afirmación falsa ya que hoy las retenciones sirven para sostener los pagos por deuda pública y los subsidios al capital concentrado.
Por cierto, la “oposición democrática” no se quedó atrás y reclamó la eliminación de las retenciones y la necesidad de “dejar en paz al campo”. Afirmación que propone un mayor deterioro salarial y que en nada resuelve los dilemas que afrontan los pequeños y medianos productores.
El flujo mediático puesto en juego para cerrar el debate en torno a retenciones sí o no buscó silenciar (aunque no lo logró) los verdaderos problemas que hay que discutir. En concreto, los límites de la Argentina sojera, las amenazas sobre la soberanía alimentaria, la concentración de la propiedad de la tierra y de la producción, la situación de los pequeños y medianos productores y el poder adquisitivo de nuestro pueblo. Problemas para los cuales las “retenciones” son un “pobre instrumento”.
Pero la dramatización de la situación como modo de ilegalizar y ocultar los verdaderos problemas no terminó aquí. Emergió un extraño debate sobre el rol de los medios en el marco del conflicto entre Clarín y el gobierno nacional. Otra vez los “tonos desmesurados” obstruyen la discusión de fondo.
De un lado, el oficial, los mismos multimedios que no han tenido restricción alguna para su expansión y a quienes el Gobierno les ha prorrogado licencias hasta 2017 son presentados como un “problema para la democracia”. Del otro, la oposición transforma las bravuconadas oficiales sobre la prensa en una suerte de denuncia de un régimen tiránico y despótico. Hablar en serio supone decir que esto no es una tiranía, pero que además, el gobierno nacional no ha garantizado hasta el momento la “democratización de la información”. Es más, ha tomado medidas antagónicas con dicho objetivo (ej.: prórroga de licencias, asociación con Daniel Hadad y Oscar González Oro, manejo irregular de la publicidad pública).
En este contexto la “convocatoria oficial” a modificar la Ley de Radiodifusión se parece más a un “juego especulativo” y coyuntural que a una política seria para el futuro. El broche ha sido la estéril discusión sobre la necesidad de un Observatorio presentado como “vigilante” por la oposición y como garante de la información pública por el Gobierno. Está claro que los medios deben ser regulados y “observados”, y que dicho Observatorio, en su conducción, debe prescindir de la mayoría oficialista y garantizar la participación de la comunidad.
Podríamos finalizar aquí, pero, en medio del humo, apareció Patti. La Corte a la que uno le tiene afecto se equivocó. Le puso un obstáculo a la causa judicial que gracias a la definición política de la Cámara de Diputados pudo iniciarse. Causa en la que hay testigos importantes y que posibilitó la reclusión de Patti con “proceso confirmado” en los delitos de privación ilegítima de la libertad, allanamiento ilegal y tormentos.
La Corte, sin una adecuada contextualización, sin la más elemental consideración acerca del carácter excepcional del terrorismo de Estado, y de su capacidad para sobrevivir en las diferentes instituciones garantizando impunidad hasta hoy, puso un problema que deberemos resolver. Los diputados tendremos que ratificar el desafuero de Patti para garantizar el principio de igualdad ante la ley y permitir la continuidad de la causa judicial. Cuando hay humo, hay que parar, para no estrellarse.