Colombia, el país con mayor biodiversidad en el mundo, potencia mundial de la vida, productor del mejor café y, además, uno de los países donde más se matan periodistas a causa de su labor.
El humorista Jaime Garzón, a quien también mataron, decía que "en Colombia, la pregunta es: ¿Quién nos va a matar? ¿Los guerrilleros, los paramilitares, los narcos o los políticos?".
Cado uno de los casi 160 asesinatos de integrantes de la prensa en el país significa una baja, no solo vitalicia, sino además en democracia. Los comunicadores son los encargados de transmitir y transformar las múltiples verdades que habitan una nación… de reescribir lo que sucede en las calles y en las veredas. Sin embargo, a algunos les incomoda que parte de nuestra labor sea escarbar hasta lo más profundo de los hechos, sin importar quiénes resulten untados; todo, por esclarecer "la verdad".
"Estamos sometidos a una violencia estructural por ser una contracorriente que sucumbe ante algunas ideologías y accionares violentos, producto de la violencia del conflicto armado, una guerra enraizada a los orígenes de la política de nuestro país", aseguró Carlos Borda, trabajador social enfocado en periodismo e integrante de la Comisión de la Verdad.
Informar es una labor que nace del amor; es un trabajo que se remonta al lugar en que crecimos, a las personas que nos rodearon en algún punto o, incluso, a algún momento en que fuimos callados. También hay quienes dicen que, si a un periodista no le gusta su trabajo, lo mejor es que se retire, pues se trata de un ejercicio hecho por la gente y para la gente.
A causa de ello, a este ejercicio lo atraviesa la "rigurosidad", una palabreja que pocos entienden, pero que yo definiría, más o menos, como: "esforzarse por pensar más allá de lo que se vende como realidad y ver más de dos caras en una misma moneda". El problema está en que, muchas veces, la rigurosidad no conviene a ciertas esferas del poder y, como se dice popularmente, ahí es donde muestran los dientes.
En los años 80, los poderosos eran quienes movían los negocios ilícitos y creían ser salvadores de la nación. Por ejemplo, el narcotraficante y fundador del cartel de Medellín, Pablo Escobar, ya andaba incomodándose y matando reporteros que informaban sobre sus atentados. Mencionemos, por ejemplo, el asesinato del director del diario El Espectador, Guillermo Cano, y el posterior atentado a su medio de comunicación con un coche bomba.
Lo anterior es un indicio de que la censura no es tema de hace 20 años y de que la censura también se hereda entre colegas; pareciera que quienes podemos acceder a la academia nos graduamos con una autocensura que aparece como una vocecita bien al fondo de nuestra cabeza. Lo paradigmático es que ese miedo llega, incluso, hasta los editores y directores que dicen "en este medio, sobre eso, no se publica".
Adicionalmente, según la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), en Colombia, un periodista es amenazado cada dos días. Esas amenazas son graves porque más allá de las repercusiones psicoemocionales, también permean la polarización y anulan la posibilidad de tener una ciudadanía informada en línea con lo dicho por el periodista Carlos Borda.
No obstante, la industria informativa tuvo que encontrar soluciones por sí misma para hacer frente a la violencia durante la década de los 90, porque no bastó con que se creara una nueva Constitución en la que se amparara el derecho a la libertad de expresión en su artículo 20.
La mejor forma de cuidarnos siempre ha sido trabajar en Red. Por eso, cuando Colombia era el segundo lugar más peligroso para ejercer el periodismo, surgieron plataformas no gubernamentales como la Fundación Gabo, Medios para la Paz o la FLIP. Esas organizaciones se esfuerzan por hacer contrapeso a la impunidad de la violencia, hacia la libertad de prensa y subir los estándares de calidad en nuestra labor.
Posteriormente, el tiempo avanzó y llegaron los 2000, la época del cambio de milenio, de la Internet, de las camisillas cortas con pantalón descaderado, y ¿cómo no nombrarlo? De las chuza-DAS. Con Álvaro Uribe Vélez al mando del país hasta el 2010, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) se tomó la labor de vigilar e interceptar ilegalmente a comunicadores y críticos del Gobierno Uribe; así que muchos de ellos tuvieron que exiliarse para proteger sus vidas.
En resumen, los medios perdieron 45 vidas durante esa década a causa de la violencia que estalló multilateralmente; el gremio se convirtió en el blanco del gobierno, los paramilitares y las guerrillas que se disputaban con balas esta gran finca llamada Colombia.
En la historia, hay que devolverse un poco para enmarcar otro punto bien importante. Desde los 80 las mujeres lograron abrirse paso en la industria de la información con grandes exponentes como María Jimena Duzán, Olga Behar o Silvia Galvis, mujeres que replantearon las narrativas periodísticas y dieron la talla ante un sector marcado por el machismo que les cerraba las puertas.
En ese orden de ideas, las mujeres que ejercen se enfrentan a la violencia de su labor, pero además a la de su género. Ante ello, la periodista y escritora María Fitzgerald dijo: "El periodismo es una extensión de problemáticas que enfrentamos cotidianamente. Acá hay violencia sexual, física, psicológica y homicida, y por supuesto, que determina qué tan libres nos sentimos ejerciendo, pues trabajar ciertas historias podría exponernos a violencias como a Jineth Bedoya".
El caso de la mencionada Jineth Bedoya ha de pesarle a la historia de nuestro país. Una persona secuestrada, torturada y violada por investigar tráfico de armas desde la cárcel Modelo. Su caso aún no se ha resuelto desde el 25 de mayo del 200, fecha en que tuvieron lugar los hechos; asimismo, su reparación se ha dado a medias.
"Yo no he perdonado porque hay cosas imperdonables. Yo no voy a perdonar nunca a ese General de la Policía que ordenó matarme, pero tampoco me voy a quedar con la rabia. Mi respuesta es ayudar a la Policía para que no se parezca en lo más mínimo a él. Decidí no perdonar, pero sí transformar ese dolor en ayudar a otros" – aseguró Bedoya al noticiero ABC News en mayo de este año.
Siguiendo con el relato, podría saltarme 11 años para llegar al 2021. Para ese año se presentó el estallido social en contra de una reforma tributaria impulsada por el entonces gobierno Duque. Un Paro Nacional se sumó a la recién terminada pandemia del COVID-19 para transformar profundamente la sociedad colombiana y la forma de informar en el país.
El confinamiento, de por sí, fue devastador y nos empujó a un precipicio de virtualidad y digitalización casi absoluta. Con ello, la labor de muchos comunicadores se vio fragmentada al igual que los movimientos sociales; pero el 28 de abril del 2021 sacó a gran parte del país a movilizarse contra un gobierno ineficiente que venía defraudando al país desde 2018. La violencia policial fue la insignia de la administración en turno.
"Durante el 2021, registramos un total de 5.808 casos de violencia policial, de los cuales, 5048 ocurrieron en el Paro Nacional. (…) En cuanto a la ocupación de las víctimas, llamamos la atención frente a 176 casos de violencia cometidos hacia personas de prensa, 120 casos hacia personas defensoras de derechos humanos, 106 casos hacia estudiantes" – aseguró la ONG Temblores en uno de sus reportes.
No obstante, la violencia no fue lo único que quedó del paro nacional, pues la gente "se puso las pilas", ya que, según comentó Carlos Borda, muchos de los grandes medios de comunicación estigmatizaban a los protestantes y las verdades sobre lo sucedido se quedaban a medias. Como reacción, miles de personas salieron a grabar lo que vivían.
La movida mediática se dio en las redes sociales, un ecosistema diferente al de los tradicionales medios de prensa escrita, televisiva o radial. Toneladas de información fueron producidas, mientras que se quebraba la salud mental tanto de las audiencias -que de por sí ya venían bastante heridas desde la pandemia- como de los periodistas que estaban en las calles.
Las noticias falsas empezaron a moverse con una rapidez impresionante, mientras que la comunicación social se volvía una labor de marca personal que, tristemente, se alejaba cada vez más del rigor periodístico.
Daniel Chaparro, asesor de dirección de la FLIP, comentó: "ya no comprobamos, sino que padecemos de exceso de información y lo preocupante es que las audiencias se están quedando sin herramientas para tener una lectura crítica sobre lo que están consumiendo. Hay demasiada opinión que se pasa por información y que, a su vez, viene muy contaminada por intereses".
Al sol de hoy, la situación no es muy distinta. Las redes sociales siguen siendo una herramienta que poco se sabe utilizar, pero sobre la que apenas se puede especular a dónde podría llevarnos. De lo que se tiene certeza, según la FLIP, es que la legislación nacional debe avanzar a pasos agigantados para estar al nivel de las nuevas tecnologías que suponen grandes retos para todas las industrias, profesiones y sociedades.
De una manera u otra, fuera del mundo digital, la vida es otra. Para el 31 de mayo de este año ya se habían presentado 58 amenazas hacia prensa en 22 departamentos del país; lo interesante es que muchas de las amenazas se dan hacia periodistas de los territorios de la mal nombrada "Colombia profunda", con labores de base comunitaria y que denuncian los abusos de poder en medios rurales e independientes. Esas personas que se toman muy en serio la labor informativa porque son quienes la violencia en sus territorios los obliga a hacerlo, a sacar ese perrenque que llevamos muchos por dentro.
Para una patria debería ser difícil que, pretendiendo ser "la potencia mundial de la vida", el blanco fácil sea… "El pelado que se la pasa por la vereda preguntando vainas", forma en que se suele hablar de muchos colegas asesinados en distintos territorios del país.
*Andrés Lozano es estudiante de comunicación social y periodismo en la Universidad Externado de Colombia. Periodista colaborador de Colombia Informa y otros medios de comunicación. Se enfoca en narrativas constructivas del cambio y la transformación sociocultural desde la información y el periodismo internacional, político y para la paz.
Fuente: Colombia Informa