Con la crisis del campo como bisagra, la vocación kirchnerista de cambiar contenidos y estructuras comunicacionales contradice a veces sus propios principios
Por: Martín Becerra
En los últimos 50 años y sin contar los gobiernos militares, el kirchnerismo tuvo una vocación transgresora en su política de medios que, en intensidad, es sólo comparable a la de Carlos Menem. Como entonces, la transgresión se aprecia tanto en la forma como en el contenido de las políticas aplicadas.
El ciclo kirchnerista no fue homogéneo. A pesar de su lógica aluvional en política de medios, se distinguen dos etapas desde 2003 a 2013: la del salvataje económico que condujo como presidente Néstor Kirchner y la posterior, de nuevas regulaciones y reconfiguración de relaciones de fuerzas empresariales a partir de 2008, coincidente con los mandatos de Cristina Fernández de Kirchner. Si la gestión de Kirchner fue transgresora en las formas de comunicación pero conservó la estructura de propiedad, su sucesora demostró vocación de alterar el mapa mediático.
La bisagra entre las dos etapas fue la ruptura entre el kirchnerismo y el Grupo Clarín. Kirchner asumió la presidencia firmando la ley de “preservación de bienes culturales” que impedía que los acreedores externos de las empresas de medios endeudadas tomaran sus activos en parte de pago y se despidió autorizando la fusión de Cablevisión y Multicanal el último día de su mandato, en diciembre de 2007. En el ínterin prorrogó las licencias audiovisuales en manos de grandes grupos y dispuso de ayudas estatales para recomponer el negocio de un sistema liderado por Clarín y Telefónica.
Kirchner no promovió cambios en la regulación de los medios. Al contrario, arbitró su salvataje económico y potenció la estructura del sector desde 1989: concentración, lógica comercial, veda de acceso a licencias audiovisuales para actores sin fines de lucro, centralización geográfica de la producción en Buenos Aires. Kirchner también respaldó mejoras en el sistema de medios estatales (Canal 7, Radio Nacional).
Como otros mandatarios sudamericanos, Kirchner cultivó un estilo de desintermediación, que consiste en eludir la labor editorial del periodismo, criticado por periodistas desconcertados por un presidente que ni los veneraba ni les temía.
Dos campos nítidos
La coincidencia temporal entre la llamada “crisis del campo” de 2008 y el fracaso de la negociación entre Kirchner y el Grupo Clarín por el accionariado de Telecom Argentina decantaron en una guerra frontal. La división del sistema de medios en dos campos nítidos según celebren o condenen la actuación del Gobierno fue vigorizada a partir de la derrota oficialista en las elecciones de 2009. Desde entonces, Cristina Fernández creó Fútbol para Todos, adoptó la norma japonesa-brasileña de televisión digital, impulsó la sanción de la ley de servicios de comunicación audiovisual tras un debate social inédito y despenalizó calumnias e injurias. Además, cuestionó la sociedad (originada en 1977) entre el Estado, Clarín y La Nación en Papel Prensa.
Esas políticas son descoordinadas, al igual que el más novedoso, aunque errático, fomento a la producción de contenidos federales. Pero son políticas audaces, con las que se desmontaron mitos como la imposibilidad de sobrellevar una gestión hostil a grandes conglomerados de medios. Para ello, el gobierno acentuó el carácter proselitista de las emisoras estatales que, según la ley, deben ser plurales, aunque potenció señales de carácter cultural y educativo. También incrementó el monto y la discrecionalidad de la publicidad oficial con la que se premia a empresarios de medios afines y se castiga a díscolos (lógica que replican en sus distritos Mauricio Macri, Daniel Scioli o José Manuel de la Sota). Además, el gobierno fue denunciado por presionar a anunciantes privados (supermercados y telefónicas, ambos sectores concentrados con la venia gubernamental) para que quiten sus anuncios de los diarios.
El Gobierno contradice los fundamentos que invoca para su política de medios. Obtura el acceso a la información pública dispuesto por un decreto del propio Kirchner en 2003, resiste la plena integración del directorio de la autoridad de aplicación de la ley audiovisual (AFSCA); otorga señales sin concurso en televisión digital y, sobre todo, se aleja de una de las principales razones por las que construyó legitimidad en su política de medios, que era la reserva del 33% de las frecuencias a actores sin fines de lucro. El Estado guía una nueva configuración de relaciones de fuerzas con grupos emergentes (Cristóbal López, Vila-Manzano), con los que es flexible, mientras acecha el poder de Clarín.
El ciclo kirchnerista se combina con la convergencia entre medios, telecomunicaciones e Internet, que sacude los hábitos de acceso a noticias y entretenimientos. No es sencillo distinguir cuánta responsabilidad le cabe a la política y cuánta a la convergencia en las mutaciones presentes, pero ambas son un legado que no finalizará con este ciclo.
Fuente: Diario La Nación