Muchas gracias por invitarme a Buenos Aires y por permitirme compartir mis ideas sobre el futuro del periodismo.
Sospecho que se sienten como me siento yo. Las luchas a las que nos enfrentamos parecen no tener límite. Lo que ven que está sucediendo en sus respectivos países es muy similar a lo que yo veo que está sucediendo en el mío, aunque quizá lo que está sucediendo en sus países sea peor.
La sustentabilidad de nuestro sector se ve amenazada; las prácticas tradicionales de nuestra profesión sufren ataques constantes. La democracia está en peligro.
El periodismo y la democracia están indisolublemente relacionados. No existe la prensa independiente sin democracia. Y la democracia no podría subsistir sin la prensa independiente. Nunca fue así. No puede ser así, nunca.
A pesar de los cambios sísmicos que han sufrido los medios de comunicación en décadas recientes, la prensa sigue siendo esencial para difundir la información que las personas necesitan para autogobernarse y, al más alto nivel, para hacer que los que están en el poder rindan cuentas. Cuando no hay nadie que actúe como centinela, resulta mucho más fácil cometer actos ilícitos.
Los políticos buscan perpetuar su control del poder. La corrupción se convierte en algo común, el gobierno abusa de la autoridad que tiene y se socavan los derechos de los ciudadanos comunes. Cuando queremos acordarnos, esos derechos ya no existen.
El eslogan de The Washington Post, donde me desempeñé como editor ejecutivo durante más de ocho años, es: "La democracia muere en la oscuridad". Y es cierto. La luz del sol es el mejor desinfectante que existe. Creo firmemente que la mayor parte de la ciudadanía desea que la prensa arroje luz sobre quienes los gobiernan y sobre quienes ejercen una influencia desproporcionada en sus comunidades y en su país. La información veraz da poder a todos, no a unos pocos elegidos.
A partir de mi propia experiencia, creo categóricamente que el público nos apoyará si hacemos nuestro trabajo de manera justa, precisa, honesta y honorable.
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Hoy quisiera resumir lo que percibo que son los principales desafíos y amenazas para el periodismo de calidad, y discutir cómo deberíamos responder como profesionales del área.
No hay respuestas fáciles. No hay garantía de soluciones. Tampoco pretendo decirles que yo tengo las respuestas o las soluciones. Pero, quizás, mis ideas sean el puntapié inicial. Y me interesa mucho escuchar lo que ustedes tengan que decir.
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La principal amenaza a la que nos enfrentamos hoy en día es, casi sin duda, la incapacidad de la sociedad para ponerse de acuerdo sobre un conjunto compartido de hechos. En realidad, es peor que eso. No podemos ponernos de acuerdo en cómo determinar que algo constituye un hecho.
Esta situación representa un peligro no solo para el periodismo. Representa un peligro para la democracia e incluso para el progreso de la humanidad.
La democracia exige que mantengamos un debate sobre las políticas que se implementan. A menudo implica diferentes análisis y diferentes interpretaciones de los eventos y los datos. Pero presupone que, en términos generales, estamos de acuerdo en los hechos más básicos. No obstante, a menudo, y es preocupante que así sea, este ya no es el caso.
Por desgracia, hay algunos ejemplos significativos y recientes de mi propio país:
Empecemos por las elecciones presidenciales de 2020. Sabemos que Joe Biden ganó. Hay una cantidad abrumadora de pruebas que demuestran que así fue. No hay pruebas creíbles de que no ganó. Hubo múltiples recuentos.
Hubo rigurosas auditorías. Hubo intentos judiciales de impugnar los resultados oficiales que fracasaron una y otra vez, ya que los jueces de todos los niveles, y nombrados por diferentes presidentes, incluido Donald Trump, citaron la falta de pruebas. El Departamento de Justicia de Estados Unidos determinó que no hubo fraude significativo. Así también lo determinó la agencia de seguridad cibernética del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos.
Sin embargo, más de un tercio de los votantes registrados, y casi dos tercios de los Republicanos, creen que Biden no fue elegido legítimamente.
¿Por qué? Porque eso es lo que les dice, una y otra y otra vez, un expresidente que no soporta la idea de que la ciudadanía estadounidense haya votado para desalojarlo de la Casa Blanca. Y porque este expresidente cuenta con el apoyo de sus aliados mediáticos, en televisión, radio y en línea, que difunden esas mismas mentiras sin cesar.
Pasemos ahora al 6 de enero de 2021. Sabemos que ese día el Capitolio de los Estados Unidos sufrió un violento ataque. Las fuerzas policiales que estaban protegiendo esa sede de la democracia estadounidense fueron golpeadas sin piedad. Se amenazó con llevar a la horca al vicepresidente. Los miembros del Congreso corrieron el riesgo de ser agredidos, sacados a la rastra del edificio, secuestrados y asesinados.
La democracia estadounidense estuvo bajo asedio, muy cerca, de hecho, de desaparecer. Los resultados de una elección presidencial estuvieron a punto de ser anulados por una turba que llevó a cabo una insurrección incitada por un presidente en ejercicio.
Lo vimos con nuestros propios ojos. Lo escuchamos con nuestros propios oídos. Ahora podemos examinar las pruebas sobre la base de los arrestos, los enjuiciamientos, las condenas y las declaraciones de culpabilidad de cientos de personas que participaron en ese acto vil ese aciago día de 2021. Si hubieran tenido éxito, tal como declaró un juez federal recientemente, “se habría puesto fin para siempre a la transición pacífica del poder” según lo establece nuestra Constitución.
No obstante, lo que escuchamos de parte de los miembros del Partido Republicano fue que el comportamiento canallesco del 6 de enero de 2021 fue nada más que una “visita turística normal”. Que el desenfreno de la turba insurrecta, violenta y armada fue un “discurso político legítimo”. Que las personas detenidas y encarceladas son rehenes políticos a quienes se persigue de manera injusta e ilegal.
Y ahora hablemos de la pandemia.
Sabemos que las vacunas funcionan. Durante décadas han librado al mundo de muertes y enfermedades devastadoras. Sin embargo, una gran parte del público estadounidense cree que las vacunas te enferman e incluso pueden matarte.
Nada constituye mayor amenaza para la salud pública que engañar a la gente sobre las prácticas médicas que son inocuas y eficaces y las que son pura charlatanería y tienen resultados potencialmente mortales. No obstante, sigue habiendo desinformación sobre las vacunas, ya que gran parte del público rechaza el conocimiento y experiencia de los principales científicos y médicos y, en cambio, acepta la información errónea -o la desinformación- difundida por los políticos y otras personas cuyo propósito primordial es generar caos, ganar poder u obtener algún beneficio.
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Cuando todos los días ingresaba a la redacción de The Washington Post, lo primero que veía era los principios que nos rigen desde 1935. Allí estaban, grabados en la pared, como un recordatorio permanente de lo que representábamos. El primer principio reza: “La primera misión de un periódico es decir la verdad en la medida en que la verdad pueda ser comprobada”.
Este principio reconoce que determinar la verdad es un proceso. Es difícil. La verdad puede ser esquiva. Pero ese primer principio también reconoce que la verdad existe y que debemos trabajar incansablemente para descubrirla.
La pregunta que debemos plantearnos hoy es: ¿Cómo nos aseguramos de que la verdad sobreviva a los ataques que se libran en su contra?
Los medios de comunicación no pueden resolver este desafío por sí solos, pero nosotros podemos hacer nuestra parte:
Por lo pronto, no solo tenemos que “decir la verdad”, como indica el principio de The Washington Post. Tenemos que mostrarla. Ya no podemos limitarnos a decirle a la gente cuáles son los hechos. Debemos mostrarle las pruebas. Y hoy contamos con las herramientas digitales para hacerlo.
¿Qué significa esto en términos prácticos? Significa que cuando nos referimos a documentos judiciales, debemos publicarlos para que todos los lean, destacando las secciones claves y agregando comentarios o explicaciones de ser necesario. Significa que cuando obtenemos un video de un evento, debemos publicarlo como parte del cuerpo de una historia cuando sea pertinente. Lo mismo sucede con un archivo de audio. Se deben publicar el video y el audio completos, no solo una parte, para que el público pueda verificar por sí mismo que no se ha sacado nada de contexto.
Si hay datos, debemos guiar a los lectores a través de enlaces a la fuente de esos datos y destacar la información relevante. Y por medio de gráficos interactivos, debemos ayudar al público a comprender temas complejos de una forma que sería imposible o muy difícil de lograr si solo se enfrentaran a texto.
Nuestra consigna en momentos de duda sobre hechos básicos debe ser: “Mostrar, no solo relatar. Siempre, en todas las historias. Y en todos los lugares que podamos”.
Tenemos que pensar en nuestra tarea casi como lo hace un abogado en los tribunales: no basta con defender su caso con argumentos. Debe mostrar todas las pruebas.
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La segunda amenaza está relacionada con la primera, y es cada vez más grave. Se trata del poder de la tecnología para disfrazar y falsificar lo que consideramos realidad.
Ya hemos visto cómo las redes sociales pueden ser manipuladas para influir en las elecciones, despertar pasiones, generar hostilidad contra las poblaciones marginadas y los enemigos percibidos.
Pero es probable que el mayor desafío provenga de la inteligencia artificial generativa. Las falsedades, especialmente las relacionadas con las imágenes visuales, se volverán más frecuentes, más peligrosas y cada vez más difíciles de detectar y refutar. Desde el video hasta la fotografía, las imágenes que son totalmente falsas parecerán sorprendentemente reales. Es probable que las herramientas que usamos hoy para discernir tal manipulación no nos resulten suficientemente útiles para este fin.
La posibilidad de generar problemas será enorme, ya que las herramientas de manipulación se podrán obtener de manera fácil y a bajo costo. Por lo tanto, la manipulación será más frecuente. Y será utilizada para obtener beneficios políticos, personales y comerciales.
Es probable que las personas y empresas malintencionadas se muevan con más rapidez de lo que pueden hacerlo los organismos reguladores o los medios de comunicación acreditados.
Las redacciones deberán investigar más en profundidad. Las unidades de investigación periodística precisarán más recursos en términos de personal, tecnología, fondos, conocimiento y experiencia. Precisarán adquirir mayor destreza técnica. Tendrán que asociarse con especialistas independientes que posean experiencia en inteligencia artificial.
Dado que millones de personas se verán engañadas casi de inmediato cuando vean las imágenes creadas por la IA, la colaboración entre las redacciones y los expertos externos deberá funcionar a mucha más velocidad de lo que es típico de las unidades de investigación y los especialistas académicos.
Por supuesto, la inteligencia artificial generativa también dota a nuestro sector de herramientas muy potentes, que pueden hacer que nuestro trabajo sea más eficiente. Pueden aliviar la tediosa carga que experimentan los periodistas y editores hoy en día cuando se espera que cubramos las noticias las 24 horas del día, los siete días de la semana y que lo hagamos de forma instantánea.
Las herramientas de IA generativa pueden escribir con suma rapidez titulares que son ideales para las redes sociales y los motores de búsqueda. Sobre la base de nuestro propio trabajo como periodistas, pueden redactar al instante alertas de noticias y resúmenes de historias. Pueden buscar en nuestros archivos las fotos adecuadas para acompañar nuestras historias, y hacerlo a una velocidad increíble. Pueden traducir nuestras historias, con notable precisión, a varios idiomas. Pueden ayudarnos a analizar los datos con mayor rapidez. Con la información precisa, pueden incluso escribir historias confiables. La lista de lo que pueden hacer no se agota allí.
Pero la IA generativa no puede hacer periodismo. No puede verificar lo que es verdadero y lo que es falso, y es sumamente susceptible a la difusión de información errónea y desinformación que recoge de fuentes poco confiables en Internet. Le otorga a cualquier persona que tenga intenciones maliciosas los medios necesarios para difundir, de manera rápida y con facilidad, falsedades que resultan creíbles. Esto ya está sucediendo. Ya lo hemos visto en las actuales elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Y supongo que veremos aún más ejemplos en los pocos días que faltan antes de que los estadounidenses voten.
Resulta alentador ver cómo los medios de comunicación tradicionales están adoptando las herramientas de IA generativa que pueden ayudarnos en nuestro trabajo.
Por otro lado, es deprimente ver lo mal equipados que estamos como profesión para combatir la información errónea y la desinformación que contaminan y envenenan nuestro discurso cívico. Todavía no se ha creado la infraestructura periodística necesaria para lanzar un contraataque. Debemos construirla juntos, y pronto, superando nuestros instintos competitivos y trabajando, en cambio, en una causa común.
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El tercer desafío que quiero mencionar seguramente les resulte conocido: la estabilidad financiera de las organizaciones de noticias. La mayoría sigue padeciendo inseguridad económica, una plaga que no podremos doblegar en el corto plazo.
Cualquier amenaza a la sustentabilidad económica es una amenaza a la capacidad de las organizaciones de noticias para que puedan cumplir con sus tareas más básicas en tiempos de democracia: desde informar al público acerca de lo que está pasando en sus comunidades, países y en el mundo hasta hacer que las personas e instituciones poderosas y con gran cantidad de recursos rindan cuentas por su accionar.
Muchas organizaciones de noticias, incluso en América Latina, ya han optado por el modelo de suscripción pago. Estas medidas son prometedoras y aportan ingresos adicionales, pero no son la panacea.
La cantidad de suscripciones puede aumentar o disminuir según el interés del público en las noticias. Después de todo, la gente está dispuesta a pagar por un número limitado de suscripciones. Y entre el público todavía hay muchas personas que creen que la información debería ser gratuita, y que lo que pueden obtener de forma gratuita les alcanza y posee la credibilidad necesaria.
Independientemente de las suscripciones, las organizaciones de noticias siguen dependiendo en gran medida de un mercado publicitario en el que plataformas tecnológicas como Google, Facebook y Amazon son cada vez más dominantes.
Estas presiones se manifestaron de forma drástica en The Washington Post. Algunos años después de que fuera adquirido por Jeff Bezos, The Washington Post fue nombrada la empresa más innovadora del mundo. Sus suscripciones crecieron de casi nada en 2013, cuando la adquirió Bezos, a tres millones de suscripciones cuando yo me jubilé, en febrero de 2021. Tuvo seis años consecutivos de rentabilidad.
Pero este fenómeno se detuvo de repente en 2022. Trump ya no estaba en el poder. Disminuyó el interés por la política nacional. Se disipó la preocupación sobre la amenaza que constituía Trump para la democracia. Y los suscriptores, que habían sido atraídos con tarifas introductorias de bajo costo, se resistieron cuando finalmente se les pidió que pagaran el precio completo. El periódico perdió casi medio millón de suscriptores. El tráfico digital se desplomó. Y en 2022, The Post perdió dinero y desde entonces sigue sufriendo grandes pérdidas.
Confío en el compromiso de Jeff Bezos con The Post. Creo que es una institución resiliente que puede recuperarse y volver a prosperar. Pero los desafíos que enfrenta The Post ponen de manifiesto cómo el éxito pasado no es un consuelo en un entorno mediático que está en constante cambio.
En otras palabras, los líderes de los medios de comunicación no pueden nunca dormirse en los laureles. Lo más probable es que las estrategias y tácticas deban reevaluarse con mayor frecuencia en respuesta a los cambios sísmicos en tecnología, publicidad y los hábitos de consumo de noticias. Se deberán crear nuevos productos para generar nuevos ingresos. Lo que no funcione deberá dejarse de lado, con empatía por las personas afectadas, por cierto, pero poniendo el énfasis primordial en la sustentabilidad continua.
El cambio está avanzando a un ritmo más acelerado. Hace un par de años, casi nadie en nuestro sector hablaba de inteligencia artificial generativa. Ahora todos hablamos del tema.
Y todos en nuestro sector estamos aterrorizados por la forma en la que Google ahora ofrece respuestas de inteligencia artificial de manera directa, lo que quita valor a los enlaces a las historias y da como resultado el estrepitoso declive de tráfico a los sitios de noticias. Por supuesto, esta situación se suma a la pérdida de tráfico que se obtenía desde Facebook, que ha eliminado las noticias “de verdad” de su feed de noticias.
Los medios de comunicación deberán alejarse de lo que se ha convertido en una dependencia y, en muchos casos, una adicción al tráfico de los motores de búsqueda y las redes sociales. En otras palabras, deberán generar una base genuina de lectores, oyentes y espectadores leales que confíen en su marca, a quienes les guste lo que producen y que periódicamente regresen directamente a consumir sus productos.
Hoy por hoy, una de nuestras mayores preocupaciones la constituye el uso extendido de la IA por parte de Google. Mañana seguramente habrá algo más por lo que debamos preocuparnos.
La cruda verdad es que toda persona que trabaja en nuestro sector deberá sentirse cómoda con la incomodidad. A estas alturas ya deberíamos saber que la incomodidad no es una condición temporal. La incomodidad es nuestra condición permanente.
Sospecho que ustedes y sus colegas anhelan la estabilidad después de tantos años de inestabilidad. A mí me pasaba lo mismo antes de jubilarme. Pero la inestabilidad llegó para quedarse. Si no pueden aceptar esta situación, si se desaniman y no están dispuestos a ser flexibles e innovadores cuando se enfrentan a la disrupción de manera constante, es posible que el periodismo no sea el trabajo más indicado para ustedes.
El entorno mediático actual castigará a las personas que no quieran o no puedan cambiar. Esto quiere decir que todos, desde los directores ejecutivos hasta los jefes sindicales, deben trabajar en conjunto para lograr el éxito financiero a largo plazo. Durante demasiado tiempo nuestra profesión ha sufrido una atracción gravitatoria hacia el pasado, hacia lo que “solía ser”. Tenemos que luchar contra ese sentimiento, e impulsarnos y avanzar hacia lo que las instituciones mediáticas deben ser.
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Y esta reflexión me lleva a otro desafío para todos nosotros en periodismo: el entorno de los medios de comunicación se está reinventando radicalmente, una vez más. La forma en que las personas jóvenes absorben información es muy diferente de la forma en que casi todos nosotros en esta sala crecimos consumiendo información.
Las generaciones más jóvenes están más orientadas hacia las imágenes y menos hacia el texto. La capacidad de atención es breve, a veces, sorprendentemente breve.
Las estructuras formales y tradicionales de las historias no son bien recibidas. La voz de la autoridad, es decir, el tono habitual utilizado en las principales instituciones mediáticas, a menudo sufre el repudio. Se acoge con beneplácito la voz de la autenticidad, la voz de personas aparentemente corrientes, como los propios lectores, espectadores y oyentes.
Las organizaciones de medios más importantes no pueden eludir el hecho de que somos instituciones y de que, como tal, debemos aprovechar las ventajas que este hecho conlleva: marcas reconocidas universalmente, un conjunto de normas y principios éticos y la posibilidad de obtener recursos financieros. Al mismo tiempo, tendremos que encontrar la manera de hablarle al público de manera más informal, más accesible, como si estuviésemos hablando con nuestros amigos y familiares. Tendremos que idear la manera de contar historias visualmente.
También deberemos afrontar el desafío de comunicar la información de forma más breve para una generación que tiene déficit de atención.
Siempre podemos ofrecer narraciones largas e investigaciones largas, por supuesto, pero tendremos que dividirlas en secciones más pequeñas para las personas que prefieren obtener su información de esa manera: tenemos que descubrir cómo convertir el plato principal de la cena en un menú de degustación.
También sugeriría que las instituciones mediáticas consideren cómo organizar colaboraciones que sean de beneficio mutuo con personas influyentes que gocen de buena reputación en las redes sociales. Algunos influencers ganan mucho dinero trabajando por su cuenta, pero este no es el caso de la gran mayoría. Sin embargo, muchas de estas personas saben muchísimo sobre su área de especialidad, sea cocina, asesoramiento técnico o mantenimiento del hogar.
Los grandes medios de comunicación pueden beneficiarse de la experiencia de estos influencers y de la autenticidad de sus comunicaciones. A su vez, los influencers pueden beneficiarse económicamente de nuestras grandes plataformas de medios para llegar a más seguidores y compartir la publicidad generada a través de nuestras colaboraciones.
Debemos tener la vista clara sobre el entorno empresarial y profesional al que nos enfrentamos:
Los consumidores de medios valoran cada vez más la brevedad, la instantaneidad, la movilidad, la flexibilidad y la autenticidad. No importa cuánto deseemos los viejos tiempos, los proveedores de noticias de calidad deben encontrar una manera de vivir con éxito en el mundo tal como es. Eso requerirá determinación, creatividad y agilidad incesantes.
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El desafío final para el periodismo, en mi opinión, es uno que generamos nosotros mismos.
Debido a la creciente amenaza del autoritarismo y a los persistentes ataques a los valores que muchos de nosotros profesamos —la libertad de prensa, la libertad de expresión, la tolerancia, el trato igualitario y justo para todos, la oposición a la violencia—, varios periodistas han comenzado a preguntarse si la ética tradicional del periodismo no resulta un tanto anticuada e insuficiente ante la tarea de enfrentar el ataque a la democracia e incluso a la dignidad humana.
En particular, cada vez se cuestiona más la idea del llamado periodismo objetivo. En los Estados Unidos, soy parte de un grupo cada vez menor de periodistas que apoyan decididamente la objetividad en nuestro trabajo.
Se esgrimen varios argumentos en contra de la objetividad:
Primero, que nadie puede ser verdaderamente objetivo, que todos tenemos opiniones, así que ¿por qué ocultarlas?
Segundo, que la verdadera objetividad es inalcanzable. Los defensores de esta idea argumentan que nuestras opiniones condicionan todas las decisiones que tomamos en el ejercicio del periodismo, desde las historias que decidimos investigar, hasta las personas que entrevistamos, las preguntas que formulamos y la forma en la que redactamos las historias. Por lo tanto, si la verdadera objetividad está fuera de nuestro alcance, no finjamos que la estamos poniendo en práctica. Es más, ni siquiera lo intentemos.
En tercer lugar, que la objetividad no es más que otra palabra para hablar de falso equilibrio, falsa equivalencia o neutralidad, incluso cuando las pruebas apuntan abrumadoramente en una dirección determinada.
En última instancia, los críticos consideran que la idea de objetividad no solo es arcaica, sino también contraria a nuestra misión en general: afirman que el estándar de la objetividad es una camisa de fuerza. La consecuencia práctica es la desinformación. Nuestro trabajo se ve despojado de valores morales. El público no recibe el servicio que merece. La verdad queda enterrada.
Muchos periodistas en los Estados Unidos han llegado a la conclusión de que nuestra profesión ha fracasado estrepitosamente a la hora de cumplir con su responsabilidad en un momento peligroso de la historia. Las pruebas que esgrimen son, por empezar, que Donald Trump fue elegido a pesar de sus mentiras, su nativismo, su necedad y el uso de lenguaje racista; que Donald Trump, una vez más candidato presidencial, todavía mantiene un férreo control sobre los políticos de su Partido Republicano y sobre gran parte del público estadounidense y que gran cantidad de votantes estadounidenses se niega a aceptar los hechos básicos, rechaza la razón, la lógica y las pruebas, y cree ingenuamente en las ideas conspirativas más extravagantes.
Los críticos creen que, si no hubiésemos estado limitados por el estándar de la objetividad, habríamos sido más fieles a la misión de nuestra profesión de decir la verdad. La política estadounidense podría ser diferente. La gente podría distinguir mejor la verdad de la mentira.
También existe la opinión de que los periodistas nunca hemos contado la verdad de manera fiable. Que lo que llamamos “objetivo” es, de hecho, subjetivo. “¿Objetivo según quién?”, preguntó recientemente el ex jefe de una importante organización de noticias estadounidense.
Los detractores de la objetividad señalan, con razón, que los medios estadounidenses han estado dominados por hombres blancos. Históricamente, la experiencia de las mujeres, las personas de color y otras poblaciones marginadas no se ha contado en la forma en que corresponde, o no se han contado en absoluto. Lo que los hombres blancos consideran la realidad objetiva no es tal. En realidad, en su opinión, lo que se considera objetivo no es nada más que el mundo visto desde la perspectiva del hombre blanco.
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Sin embargo, la objetividad es un concepto centenario en el periodismo. Y su significado no tiene nada que ver con lo que dicen sus críticos. En los Estados Unidos, la idea surgió tras la Primera Guerra Mundial, cuando la propaganda política se convirtió en un medio para manipular la opinión pública, a favor de la guerra y en contra de los inmigrantes que eran ampliamente considerados personas que no eran del todo estadounidenses. Los defensores de la objetividad en el periodismo argumentaban que estábamos demasiado influenciados por la propaganda, así como por nuestras propias ideas preconcebidas.
Uno de los más férreos defensores de la objetividad fue un periodista y pensador llamado Walter Lippmann. Lippmann escribió: “lograremos más luchando por la verdad que luchando por nuestras teorías”.
Por esa misma razón pidió “una investigación de los hechos tan imparcial como sea humanamente posible”.
Nuestro trabajo como periodistas, tal como él lo veía, era determinar los hechos y ponerlos en contexto. El objetivo debía ser que el trabajo periodístico fuera lo más científico posible. Nuestra investigación sería entonces minuciosa y cuidadosa. Nos guiaríamos por lo que mostraran las pruebas. Eso significaba que debíamos ser oyentes generosos y aprendices ávidos, especialmente conscientes de nuestras propias suposiciones, prejuicios y opiniones preexistentes.
La objetividad exige un compromiso con estos principios. La democracia merece que hagamos el mayor esfuerzo posible por lograrlo. No le haremos ningún favor a la democracia si el periodismo abandona a la objetividad como norma.
Al decir “objetividad” me refiero a la definición original del término. La objetividad no es un falso equilibrio. No se trata de dar el mismo peso a los argumentos opuestos cuando las pruebas apuntan abrumadoramente en una dirección. No indica que debamos dedicarnos a una investigación meticulosa y exhaustiva solo para rendirnos a la cobardía de no informar los hechos que tanto nos ha costado descubrir.
El objetivo no es evitar las críticas y apaciguar al público o ganarse su afecto. No nos obliga a recurrir a eufemismos cuando deberíamos hablar sin rodeos. No significa que, como profesión, carezcamos de convicción moral acerca de lo que está bien y de lo que está mal.
Procurar la objetividad quiere decir nada más y nada menos que debemos ser conscientes de nuestras ideas preconcebidas y de nuestros prejuicios. Debemos reconocer que pueden influir indebidamente en nuestro trabajo. Y tal como esperamos de otras profesiones, debemos evaluar las pruebas de manera justa, honesta, precisa, rigurosa e imparcial.
La idea es tener la mente abierta cuando comenzamos nuestra investigación y hacer nuestro trabajo de la manera más minuciosa y meticulosa posible.
Este proceso requiere que tengamos la voluntad de escuchar, el afán de aprender y la conciencia de que nos queda mucho por saber.
No empezamos con las respuestas. Vamos a buscarlas, primero con el ya de por sí formidable desafío de formular las preguntas adecuadas y finalmente con la ardua tarea de la verificación.
El mundo tiene más matices de lo que podríamos imaginar en un principio. No es que no sepamos nada cuando empezamos nuestro trabajo como periodistas. Es que no lo sabemos todo.
Y, por lo general, no sabemos mucho, o quizá ni siquiera la mayor parte de lo que deberíamos saber. Y lo que creemos que sabemos puede no ser correcto o que nos falten piezas importantes. Así que nos ponemos a aprender a conciencia lo que no sabemos o no entendemos del todo.
A eso llamo yo informar. Si no es eso lo que entendemos por informar de verdad, ¿a qué nos referimos exactamente?
Creo que nuestra profesión se beneficiaría si escucháramos más al público y le habláramos menos al público, como si lo supiéramos todo. Creo que deberíamos sorprendernos más por lo que no sabemos que por lo que sabemos, o por lo que creemos saber. En el periodismo, nos vendría bien más humildad y menos arrogancia.
Cuando me jubilé, a principios del 2021, hice una declaración en una nota para el personal que refleja lo que creo: “Comenzamos con más preguntas que respuestas, inclinados más a la curiosidad y la indagación que a la certeza. Siempre tenemos algo que aprender”.
En una época en la que se están pisoteando tantas normas del discurso cívico, no creo que nosotros, como periodistas, debamos infringir nuestras propias normas. Durante décadas, estos principios básicos han dado como resultado extraordinarias muestras de periodismo.
Mediante información certera, reuniendo con sumo cuidado pruebas contundentes, se ha logrado que las personas más poderosas de nuestra sociedad deban rendir cuentas.
Mantenerse fiel a estos principios no garantiza la confianza de la ciudadanía. Pero creo firmemente que aumenta las probabilidades de que la ganemos de nuevo.
Nuevamente, gracias por haberme invitado.
Luego de su exposición, Baron compartió un diálogo con los periodistas Luciana Geuna, Ricardo Kirschbaum y Gail Scriven. (ADEPA).
Marty Baron (exdirector del Washington Post): uno de los periodistas más reconocidos del mundo. Fue director del Boston Globe entre 2001 y 2012, donde dirigió al grupo de investigación Spotlight, que reveló el encubrimiento durante décadas de abusos sexuales por parte del clero de la Iglesia católica de Massachusetts y que mereció el Pulitzer en 2003. La película sobre el caso ganó el Óscar a la mejor película en 2015. Inició su carrera en 1976 en el Miami Herald. Desde 1979 trabajó en Los Ángeles Times y en 1996 se incorporó al New York Times. En 2000 volvió al Miami Herald, donde cubrió casos célebres como el del niño balsero Elián González. En 2013 fue nombrado director del Washington Post, donde ejerció su labor hasta 2021, cuando se jubiló.