domingo, 28 de enero de 2007

Hrant Dink y la misión del periodista

Por Stephen Kinzer, Foto: Der Spieguel
La última vez que me encontré con Hrant Dink, el periodista turco-armenio que fue asesinado en Estambul el viernes 19, sentí una repentina necesidad de hacer algo más que sólo intercambiar un saludo amable. Esto fue hace varios meses y estábamos disfrutando de una de las grandes delicias turcas: una cena a bordo de un barco en el Bósforo. Pero la vida para Dink ya no era una delicia. Estaba siendo ferozmente atacado por la prensa ultranacionalista y parecía callado y preocupado.

Le dije lo importante que era su trabajo, cuánto apoyo tenía en Turquía y otros países, y que se había convertido en un héroe periodístico. "Entiendo", contestó simplemente. "No me detengo".

Dink era la cabeza más visible de un creciente número de turcos que quieren llevar a su gobierno a admitir que quienes encabezaron la masacre masiva de armenios en 1915 fueron los líderes del Imperio Otomano en pleno desmoronamiento. Estos son los mismos turcos que quieren que su país rompa con su pasado autoritario y complete su marcha hacia la democracia plena.

Pero algunos nacionalistas turcos se sienten amenazados por el avance de su país hacia la modernidad. En los 80 asesinaron a balazos a los principales periodistas turcos. En los 90 concentraron el fuego en los nacionalistas kurdos. En los últimos años muchos turcos se habían permitido creer que esos tiempos malos habían pasado. Pero al acercarse una nueva campaña electoral, la retórica nacionalista está reapareciendo en discursos políticos y en periódicos partidistas. Esa retórica contiene horribles insinuaciones sobre los armenios, kurdos y miembros de otros grupos minoritarios, que serían supuestamente una amenaza para la unidad nacional turca y su supervivencia.

Raros son los funcionarios del gobierno o los jefes militares que condenen esa retórica. Algunos no sólo la alientan sino que protegen a los acusados y evitan que se los condene. Eso ha dado aire a los radicalizados y los lleva a pensar que el Estado los apoya tácitamente.

Con su silencio y al no condenar ataques como uno con bombas hace 14 meses en el pueblo kurdo de Semdinli, los líderes políticos y los comandantes militares turcos ayudaron a crear el marco para el asesinato de Dink. En su periódico semanal, Agos, que se publicaba en turco y armenio, Dink escribía lo que quería, negándose a respetar tabúes tácitos que maniatan a la prensa turca. Fue acusado varias veces del crimen orweliano de "insultar a la turquedad". En una ocasión fue condenado, aunque su condena quedó en suspenso. Cada vez que aparecía ante las cortes, una multitud de ultranacionalistas lo cubría de insultos e intentaba atacarlo físicamente.

Es la misma banda que insultó a los gritos al novelista ganador del premio Nobel, Orhan Pamuk, cuando fue llevado a juicio el año pasado. Dink estuvo junto a Pamuk, dándole su apoyo en el juicio, lo que incentivó aún más la furia de los militantes nacionalistas.

Los nacionalistas turcos creyeron haber logrado una gran victoria cuando, a fines del año pasado, la Unión Europea suspendió las conversaciones para convertir a Turquía en miembro de la UE. Aún esperan revertir la marea democrática que recorre su país. Algunos parecen creen que, si no pueden hacerlo condenando a quienes piensan libremente, pueden lograrlo con el asesinato. Este ataque fue rechazado en toda Turquía. Sin duda va a galvanizar a los numerosos y cada vez más envalentonados defensores de los derechos humanos.

Su primer paso quizás sea intensificar la campaña por el rechazo del artículo 301 del código penal turco, que impone una serie de restricciones a la libertad de prensa. Lograrlo y terminar de reformar el sistema político no será fácil. Turquía se ve desgarrada por una crisis de identidad que hace época. Está muriendo la vieja tradición política de opresión, pero en su agonía se vuelve preocupantemente violenta. Los líderes políticos y sus colegas en uniforme parecen creer que pueden tolerar e incluso hacer uso de ideólogos ultranacionalistas. El asesinato de Dink muestra lo peligroso que es ese curso.

Stephen Kinzer fue jefe de la corresponsalía del New York Times en Estambul y autor de Crescent and Star: Turkey Between Two Worlds . Traducción: Gabriel Zadunaisky, LA NACION y The Boston Globe

Un fallo a favor de la utopía

Por Orlando Barone - La Nación - © 2005 - Foto RTA
¡Vivan los cortes! Y no muera nadie. Me tomo un mate aunque no sea mi costumbre. Me como una empanada de pescado de río. Adapto mi tono de voz a esa cadencia de cuchillas y de agua. Leo a Juanele Ortiz y a Mastronardi. Me acuerdo de Isidoro Blaisten. De un gaucho judío amigo mío y del premio de poesía que obtuve, cuando era poeta, en el Colegio Nacional de Concepción. Me voy al carnaval de Gualeguaychú. Le mando saludos a la princesa Máxima de Holanda. ¡Al fin! Una cortesía de La Haya. Un corte al anticorte.

Habría que ser demasiado tieso de estructura y excluirse de la pertenencia sin ningún remordimiento para no compartir la alegría de esa gente. La que desde hace meses fue obligada a la tensión y ahora es aliviada por una súbita caricia.

Compatriotas que vivían sin molestar a nadie fueron molestados por una intrusión de excepcional tamaño económico, ambiental, ético y estético. Te construyen un monstruo de hormigón y cemento delante de tus playas, de tus aguas y tus árboles; te dicen que con suerte cada tanto -eso sí, no siempre- vas a oler un hedor a huevo podrido y que a veces las aguas bajarán turbias, y encima habría que aplaudirlos viendo cómo avanzan delante de tus ojos.

Te muestran cuánto se enriquece el mundo aunque vos te empobrezcas y te exigen reprimir tu desconfianza. Así no vale.

Si el hipotético progreso global tiene sus costos y se los quieren hacer pagar a los damnificados no quieran que paguen resignados a deshojar la margarita frente al río. Y rogando que no salga el pétalo del dióxido furtivo. Son entrerrianos, no subsaharianos acostumbrados a que les roben hasta la arena del desierto y a dejar todo y subirse a una balsa.

Del norte viene la pastera gigante y de allí cerca, del norte también vino este increíble reparo jurídico. No debe de haber habido antes un fallo como éste de La Haya que -disculpen la cacofonía- haya causado una sorpresa así provocadora. Los que deseaban lo contrario no entienden ni van a entender nunca este corte de manga al prejuicio. Tampoco debe de haber antecedentes de que un anuncio como éste tan esperado y tan manipulado haya desaugurado en bloque a los pronosticadores. Los únicos que acertaron son aquellos que se impusieron la esperanza y naturalmente, en su gran mayoría, son los asambleístas. Los protagonistas de los cortes. Hay gente que está tan en contra que el único corte que aprueba es “El corte inglés”, cuando viaja. O el corte de la torta si la porción más grande lo favorece. Pero, miren qué raro, el corte en La Haya resultó inocuo.

El tribunal actuó latinoaméricamente: no nórdicamente. Y como inclinado a comprender y tolerar la trama emocional inspiradora.

La que hizo reaccionar a un pueblo que, ante la latente amenaza de un daño, se plantó pacíficamente para modificar la situación que compromete su existencia.

Por eso adhiero a la momentánea alegría de este fallo: porque calma y refuta. Calma a los vulnerados y refuta a los disciplinadores; a los que donde ven un reclamo inconsecuente con el mercado quieren pararlo, por las dudas.

A los uruguayos les quedaría la hidalguía de reconocer en los gualeguaychuenses la misma “garra” charrúa que ellos lucen legendariamente. ¿ O en igual situación de acechanza no la pondrían en funciones?

Y aun si mañana los vulnerados no lograran el objetivo, perdurará la dignidad de la resistencia. Aunque éste -la resistencia- es un atributo que la obediencia y la resignación no consideran. No.

Porque no responde a la realidad ni al pragmatismo sino a la utopía.

viernes, 26 de enero de 2007

El periodista del siglo

Por Daniel Prieto Castillo
Periodista Ryszard Kapuscinski nació en Polonia en 1932. Después de estudiar en la universidad de Varsovia fue corresponsal en el extranjero desde 1958 hasta 1981, cubriendo 17 revoluciones en 12 países del Tercer Mundo. Entre sus libros más importantes se encuentran “La Guerras del Fútbol y otros reportajes” (Anagrama, 1992); “Imperio” (Anagrama, 1994) y “Ebano” (Anagrama, 2000), una lúcida mirada a la compleja realidad del continente africano, con sus guerras, miseria e injusticia, galardonada con el premio Viareggio. También publicó “Los cínicos no sirven para este oficio” (Anagrama, 2001) así como un libro con sus fotografías tomadas en el continente Africano (“Desde África”, Altair, 2001). En el 2004 apareció “Los cinco sentidos del periodista”, primer libro de la colección Nuevo Periodismo que desarrollan conjuntamente la FNPI y el Fondo de Cultura Económica, así como un libro con sus fotografías tomadas en el continente Africano (“Desde Africa”, Altair, 2001). En una consulta realizada por la revista mensual Press fue distinguido con el título de Periodista del Siglo; también ha sido galardonado con el premio Príncipe de Asturias en comunicación y humanidades en el 2003, el premio J. Parandowski del Pen Club, el premio Goethe (Hamburgo), el premio de la fundación A. Jurzykowski (Nueva York) y el Prix de l´Astrolabe (Francia). Además del español, habla fluidamente 7 idiomas.

A este hombre un periodista joven le preguntó en una oportunidad qué iba a buscar a las guerras que cubría. Respondió sin titubear: cuando voy a la guerra busco la ternura, busco la compasión, busco la solidaridad. Y así fue siempre, en cada una de sus páginas asoman quienes sufrieron las guerras y no los rostros de los guerreros. Tenía como principio el contacto directo con la gente; desde el Hilton, decía, no se puede hacer periodismo. Entonces iba a dormir a las aldeas en África, en el suelo, donde fuera, compartía la comida y las penurias de quienes a menudo son objeto de un periodismo basado en el conteo de cadáveres y el espectáculo. “Para mí es fundamental que un reportero esté entre la gente sobre la cual va, quiere o piensa escribir. La mayoría de la gente de este mundo vive en muy duras y terribles condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho, según mi moral y mi filosofía, a escribir”.

Su tecnología: una libreta de notas y la cámara fotográfica que utilizó con tanta riqueza como su escritura. Su trabajo estuvo atravesado por una capacidad de escándalo inextinguible, tenía una ética a toda prueba, como la que reclama su amigo Gabriel García Márquez a través de la siguiente imagen: “La ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón”.

Ética que lo llevó a sostener su mirada y su capacidad de diálogo con el ‘otro’ de distintas culturas. “Al toparse con el ‘otro’, la gente tuvo, pues, tres alternativas: hacer la guerra, construir un muro a su alrededor o entablar un diálogo”. Sin esa ética, sin esa capacidad de reconocer al ‘otro’, de reconocerse entre otros, no se puede hacer periodismo, y menos cuando se trata de alguien que no cesó nunca de moverse en distintos contextos humanos. “Cabe señalar que el concepto del ‘otro’ suele definirse desde el punto de vista del hombre blanco, del europeo. Pero hoy día, cuando cruzo a pie una aldea montañesa de Etiopía, los niños me siguen en alegre tropel y me gritan: “¡Ferenchi, ferenchi!” (“extranjero, otro”). Este es un ejemplo del desmantelamiento de la jerarquía del mundo y sus culturas. Los otros, en verdad, son tales, pero, para estos otros, el ‘otro’ soy yo. En este sentido, todos estamos en el mismo bote. Todos los habitantes de nuestro planeta son el ‘otro’ para los ‘otros’, Yo para ‘ellos’ y ‘ellos’ para ‘mí’”.

Nada más lejos de su práctica que el afán de la primicia y de la noticia descontextualizada. Su trabajo cotidiano y su obra toda se nutrieron de la convivencia y de la relación humana en su más profundo sentido: “Los años vividos entre pueblos remotos me enseñaron que la bondad hacia el prójimo es la única actitud que puede tocar el punto sensible, humano, del ‘otro’”.

El ‘otro’, aún en su extrema pobreza, irradia bondad, poesía, sólo que para reconocerla hace falta acercarse a ellas y tener la mirada para sentirlas: (en una aldea de Senegal) “... cuando llegaba la noche, la gente se juntaba desde las siete a contar sus historias, y era ese el momento más literario, más bello, más fantástico del día. Era toda una poesía”.

Fue, junto con García Márquez, Tomás Eloy Martínez, entre otros de los grandes escritores de nuestro tiempo, un representante del nuevo periodismo, o periodismo narrativo. “En el nuevo journalism nos damos cuenta de cómo los métodos tradicionales de periodismo no reflejan la riqueza de la situación que se describe. Es e buscar ayuda en los métodos de la literatura...”.

Un periodismo centrado en seres humanos, basado en el relato de sus vidas en situaciones como las que vivió este hombre de prensa: “Yo soy un pobre reportero que no tiene desgraciadamente la imaginación de escribir. Si yo la tuviera jamás habría ido a estos terribles lugares en donde estuve. Además creo que si se logra escribir sobre lo que pasa en el mundo, esto tiene mayor peso que las obras de ficción”.

El periodismo, como toda profesión, necesita modelos. Hemos perdido a uno de ellos, periodista del siglo, periodista de la ética, del respeto por el otro, del culto de la palabra bien trabajada, del relato. Hombre que con su práctica y todo su ser ennobleció por décadas de incesante labor nuestro querido oficio.
Publicado en el Diario Los Andes, 26 de enero de 2007.

jueves, 25 de enero de 2007

A 10 años...



(Fotos: José Luis Cabezas, DyN, Telam, Fernanda Forcaia; Ilustración: Hermenegildo Sabat)

Cronología del caso
Por Alicia Salinas
La madrugada del 25 de enero de 1997 el fotógrafo de la revista Noticias José Luis Cabezas fue secuestrado en la puerta de su casa cuando llegaba de la fiesta del empresario Oscar Andreani, en Pinamar. Lo asesinaron en una cava de General Madariaga: lo esposaron, le pegaron dos tiros en el cráneo y después quemaron su auto. El crimen causó conmoción y se transformó pronto en un escándalo nacional. En meses previos Cabezas había sufrido amenazas.

La investigación fue dificultosa y enmarañada, con la disputa entre Menem y el gobernador de la provincia de Buenos Aires Eduardo Duhalde como telón de fondo. Al principio se intentó introducir en la causa la versión de que Cabezas era un extorsionador y que lo mataron porque amenazaba a una prostituta con difundir fotos en las que se la veía desnuda. Fue la pista falsa de los Pepitos.

En 1998 Alfredo Yabrán se suicidó con un tiro de escopeta en un campo de Gualeguaychú, Entre Ríos, días después de que la justicia librara una orden de captura en su contra. Este empresario con estrechas vinculaciones con el menemismo, que salió a la luz cuando el ex ministro Cavallo lo nombró en el Congreso en agosto de 1995, estaba sospechado de ser el autor intelectual del crimen.

El 2 de febrero de 2000 la Cámara de Apelaciones de Dolores determinó que hubo un plan "deliberado y frío" para asesinar a Cabezas y que ese plan fue ejecutado por una banda compuesta por policías y delincuentes comunes. Éstos últimos recibieron el nombre de Horneros por provenir del barrio platense de Los Hornos. Estaban ligados a la hinchada de Estudiantes y “trabajaban” para algunos punteros políticos.
La Cámara condenó a prisión perpetua al ex jefe de seguridad de Yabrán, Gregorio Ríos, en carácter de instigador. A reclusión perpetua a los ex policías Gustavo Prellezo, en calidad de autor, Aníbal Luna y Sergio Camaratta como copartícipes primarios. Prellezo era oficial de Judiciales de la oficina de Mar de Ajó, Luna oficial de calle de Pinamar, Cammarata jefe de la jurisdicción de Santa Teresita.
Los cuatro horneros fueron sentenciados a prisión perpetua como partícipes primarios: Horacio Braga, Gustavo González, Héctor Retana (que murió en prisión) y José Luis Auge.

En diciembre de 2002 fue condenado a prisión perpetua el ex comisario de Pinamar Alberto Pedro Gómez, acusado de "liberar" la zona.

El 13 de noviembre de 2003 el Tribunal de Casación bonaerense redujo las condenas y como los "horneros" quedaron sentenciados a penas de entre 18 y 20 años de cárcel, desde diciembre de 2004 hasta abril de 2005 la Cámara Penal de Dolores los fue excarcelando previo pago de abultadas fianzas.

En 2004 Casación también atenuó las condenas de Ríos (a 27 años), de Camaratta (a 25) y Luna (a 24). Los dos últimos recuperaron la libertad el año pasado tras pagar 40 mil pesos de fianza.

En octubre Ríos fue beneficiado por la Cámara penal de Dolores con prisión domiciliaria, aunque hay quienes afirman que se trata de un eufemismo. El mes pasado un reportero gráfico lo habría fotografiado fuera de su casa.

El argumento de la justicia para conceder las libertades fue la aplicación de la llamada ley del dos por uno (nº 23.390), que permite la libertad si se han cumplido las dos terceras partes de la pena. La norma, que ya fue derogada, computa doble cada día de detención sin sentencia firme. También se tuvo en cuenta la “buena conducta” de los condenados en prisión.

El ex oficial Prellezo es el único cuya condena no fue atenuada y deberá permanecer tras las rejas a perpetuidad. Gómez también continúa detenido.

Desde hace 10 años José Luis Cabezas nos mira desde el emblemático volante que se difundió masivamente tras su asesinato. Esa mirada contundente continúa interpelando y pidiendo que no haya olvido. Por eso nuestro compromiso es con la memoria, nuestra lucha es contra la impunidad. Repudiamos que casi todos los miembros de la banda de delincuentes que lo mató estén en libertad a pesar de la gravedad del hecho por el que fueron juzgados. ¿Quién paga sus fianzas? ¿Quién financia a sus costosos abogados?

El asesinato de Cabezas nos golpeó a todos los argentinos, quiso aleccionarnos. Su muerte no es ni más ni menos importante que la de tantas otras víctimas que cayeron en esta última década. Pero es especial en el sentido de que transmitió un mensaje mafioso: no se metan con el poder, no busquen la verdad, no muestren la impunidad. Los homicidas no lograron su objetivo porque nuestro compromiso sigue siendo el de trabajar con la información, contra la censura, por el derecho de la población a enterarse, a conocer, a decidir.

La sociedad comprendió de inmediato el mensaje mafioso que entrañaba el crimen, cometido con métodos que hacían recordar a los de la dictadura. Las movilizaciones en todo el país fueron un conjuro contra el terror que pretendía sembrarse. Demostraron el hartazgo y sobre todo la necesidad de que la justicia esclareciera la verdad sobre el crimen y sancionara a sus ejecutores. La muerte de Cabezas se convirtió en un símbolo de lo que no queremos que suceda nunca más.

El 28 de noviembre José Luis hubiera cumplido 45 años. Pagó con su vida el hecho de ponerle rostro al enigmático magnate telepostal Alfredo Yabrán. Hasta que en febrero de 1996 José Luis lo fotografió caminando con su esposa en una playa de Pinamar, su retrato era ignorado públicamente. A Cabezas lo mataron por hacer su trabajo, por investigar.

Los periodistas sólo somos el nexo entre la información y la comunidad. Cuando nos silencian, nos acorralan y nos agreden desde los sectores de poder o desde los propios medios de comunicación, toda la sociedad pierde. La lucha es cotidiana, intestina, continua. La lucha es por poder expresarnos libremente para que la ciudadanía ejerza su derecho a estar informada. Por eso en este camino no podemos ni debemos estar solos. Necesitamos de los lectores, de los radioescuchas, de los televidentes, de los usuarios de Internet. De toda la gente.

En estos últimos diez años hemos atravesado como país todo tipo de situaciones traumáticas e injustas. Los periodistas sufrimos despidos, censuras, amenazas, achiques, precarización, pasamos a trabajar para los grandes multimedios que pase lo que pase nunca pierden. La corrupción no es un hecho aislado. Hoy sigue habiendo una trama de impunidad, una cadena de omisiones, una agresión a la libertad de expresión. No somos indiferentes a estos ataques, bregamos por la pluralidad informativa, por el respeto a nuestra tarea, por un nuevo esquema de la propiedad de los medios, por la siempre postergada ley de radiodifusión. Por justicia para todas las víctimas.

A veces parece que tantas injusticias y tantas muertes nos anestesian. Por eso tenemos que construir la memoria, fortalecer la democracia, no cejar en nuestro reclamo por garantías para trabajar y vivir en paz. José Luis Cabezas está presente, nos mira y todavía nos pide que como sociedad no olvidemos, que no permitamos que se reproduzcan las condiciones que hicieron posible su asesinato. Y no lo olvidamos, como tampoco a los compañeros que la dictadura hizo desaparecer por intentar cumplir con el compromiso de informar. Aunque por la lógica perversa de los medios ya no sean noticia.

No se olviden de Cabezas es una frase que aún tiene sentido, una consigna que nos obliga a recordar y a luchar por un presente donde la corrupción, la mafia y las muertes no sean moneda corriente.

miércoles, 24 de enero de 2007

Los cínicos no sirven para este oficio

El escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski ha fallecido en Varsovia a los 75 años. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003, era uno de los grandes maestros del periodismo moderno y el autor polaco más traducido y publicado en el extranjero. El escritor, que sufría de una grave enfermedad, fue sometido a una complicada operación el pasado sábado.

Kapuscinski nació el 4 de marzo de 1932 en Pinsk y era licenciado en Historia. Con 17 años se inició dentro del periodismo en la revista Hoy y mañana, pero su profesionalidad se forjó en la agencia de noticias polaca PAP, para la que trabajó de reportero durante 30 años (1958-1981). Durante ese tiempo fue testigo de infinidad de acontecimientos mundiales como los numerosos cambios políticos de países del Tercer Mundo, desde Angola hasta el antiguo Zaire (hoy República Democrática del Congo). Asimismo, cubrió la llegada de la descolonización y la consiguiente independencia en el Tercer Mundo, además de hechos históricos como la caída del régimen democrático chileno o la revolución iraní.

En su dilatada carrera presenció 27 revoluciones, vivió 12 frentes de guerra y fue condenado en cuatro ocasiones a ser fusilado. Harto de la censura polaca, a partir de la década de los 80 empezó a colaborar con periódicos y revistas internacionales, como The New York Times o Frankfurter Allgemeine Zeitung, a la vez que se introducía de lleno en el campo literario a través del gran reportaje.

Mejor periodista polaco del siglo XX

El que fue elegido en 1999 mejor periodista polaco del siglo XX y distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003 tiene una veintena de libros publicados. Se estrenó como autor con Bus po polsku (1962), pero el primero de importancia fue El emperador (1978, en castellano en 1989), sobre la caída del trono de Haile Selassie en Etiopía en 1974. Al título anterior siguieron El Sha o la desmesura del poder (1987) -narración de la salida de Reza Palhlevi de Irán-, Lapidarium (1990), La guerra del fútbol y otros personajes (1992), El imperio (1993) -de la ya extinta URSS-, Ébano (1998), Los cínicos no sirven para este oficio (2000) -en el que habla del buen periodismo-, Desde África (2001), Los cinco sentidos del periodista (2003) y el libro-taller de la Fundación para un Nuevo Periodismo Latinoamericano (FNPI, 2004).

En 2004 expuso una muestra fotográfica propia en el pabellón de Europa instalado en la Feria del Libro de Madrid titulada África en la mirada, una selección de cuatro décadas de viajes por el continente negro de Kapuscinski que reveló una faceta suya menos conocida.

En ese mismo año fue galardonado con el Premio Bruno Kreisky para libros políticos de Austria y doctorado honoris causa en 2005 por la Universidad catalana Ramón Llull. Dedicó los últimos años de su vida a viajar, impartir conferencias y reflexionar sobre el proceso de la globalización y sus consecuencias para la civilización humana. Además continuó escribiendo libros en su casa de Varsovia, donde fijó su última residencia.

Premio Príncipe de Asturias

En el acta del jurado que le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, se destacaba que Kapuscinski se le otorgaba el galardón " por su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje". "No se ha limitado a describir externamente los hechos sino que ha indagado sus causas y analizado las repercusiones, sobre todo entre los más humildes, con los que se siente hondamente comprometido", destacaba el jurado.

Y calificaba sus trabajos de "valiosos reportajes, agudas reflexiones sobre la realidad circundante y, al mismo tiempo, ejemplos de ética personal y profesional, en un mundo en que la información libre y no manipulada se hace más necesaria que nunca".

Fuente: El País.com

Siempre estuvo allí para contarlo

Por Sergio Carreras, La Voz del Interior. Foto: EFE
Conocemos a tan pocos polacos que, si cerramos los ojos, no es difícil que la memoria auditiva nos convenza de que estamos escuchando al papa Karol Wojtyla. En un español que choca de frente contra las erres y pasea una aspiradora sobre las jotas, Ryszard Kapuscinski habla sobre periodismo frente al cuidadoso silencio que sostenemos una quincena de periodistas de diferentes países latinoamericanos, atraídos hasta Caracas por el imán de su ¿historia? ¿trabajo? ¿aventura?

Todos acabamos de leer y releer media docena de los libros del polaco –no el papa sino Kapuscinski– y sabemos que este señor de 73 años sentado junto a nosotros, corbata, saco y camisa a cuadros, que habla en un tono de voz tenue, como queriendo hacer pasar inadvertida su presencia, no tiene nada que ver con Kapuscinski. No es Kapuscinski; claro que no.

El verdadero Kapuscinski es ése que atraviesa a ciegas el desierto del Sahara sentado al lado de un camionero que habla un dialecto inentendible; es el que recorre las aldeas etíopes cuyos habitantes mueren en masa por la hambruna o las epidemias y, conmovido, le regala lo único que lleva, una tira de aspirinas, al jefe de la tribu; es el corresponsal al que le hacen saltar los dientes y le amoratan los ojos a trompadas y culatazos los soldados de ejércitos nigerianos clandestinos que vigilan los caminos.

El Kapuscinski real atraviesa Tegucigalpa caminando en la mayor oscuridad, para poder enviar el telegrama con la noticia de que estalló una guerra luego de un partido de fútbol; es el mismo Kapuscinski al que muerden los escorpiones, lo atrapa la malaria y la tuberculosis, se salva de confundir con un cenicero la cabeza de una cobra que duerme bajo la cama de su tienda, se muda a un cuchitril en un callejón africano de Lagos: ése es Kapuscinski, ¿o no?

Sin grabadores
Con más de una veintena de libros publicados luego de varias décadas de trabajo como corresponsal en diversas regiones del Tercer Mundo, apabullado de premios internacionales y honoris causa, Ryszard Kapuscinski además suele cargar, acorde al entusiasmo creciente de sus críticos, con el título pesado de Mejor Reportero del Siglo 20.

Semejantes antecedentes, forjados en la cobertura de dos decenas de revoluciones, guerras y golpes de Estado, van de la mano del más llano estilo de trabajo. En la charla en Caracas, cuenta que jamás usó grabador, que escribió todos sus libros con una clásica máquina de escribir y le rehúye a las computadoras, que no hace anotaciones durante las entrevistas; que, en realidad, jamás hizo una entrevista en toda su carrera, al menos no en la forma en que estamos acostumbrados a verlas: un tipo que hace preguntas preparadas a otro que las responde. “No, yo no descargo cuestionarios sobre las personas. Yo converso”, dice.

Si Kapuscinski comenzara su carrera hoy, tendría escasas posibilidades de conseguir una pasantía en un medio. Además, si de quemar lustrosos manuales de estilo periodístico se trata, Kapuscinski recalca que no usa citas textuales en sus notas “para no interrumpir la prosa”. Ni hablar de los meneados códigos de ética: “No responden a las situaciones concretas con que uno se enfrenta en el trabajo. Ahí, el único código válido es nuestro corazón”.

Kapuscinski nació en la ciudad de Pinks, en 1932, en una familia pobre, y a los 19 años se graduó como historiador en la Universidad de Varsovia, ciudad donde sigue viviendo hasta hoy. Aunque, para ser precisos, Kapuscinski es más un habitante de aviones, de salas de espera en los aeropuertos, en los hoteles de diversos lugares del mundo desde donde es requerido para conferencias, seminarios, entregas de premios.

¿Es atractivo?
“Sí, sí tengo vida familiar; siempre me preguntan eso”, responde. “Tengo esposa, hija y un nieto. En cierto sentido llevo dos vidas: una en Varsovia, cuando escribo, y otra cuando viajo. Nunca hago las dos cosas a la vez”. Las anécdotas alrededor de esa vida de corresponsal permanente son variadas. Una cuenta que Kapuscinski, en una larga ocasión, estuvo cinco años sin ver a su esposa. Otra, que un colega colombiano recibió una llamada, desde Varsovia, en la que ella, sin otra fuente a la que recurrir, intentaba saber en cuál rincón del mundo se encontraba su marido.

Los conceptos alrededor del periodismo con los que insiste desde sus libros reivindican una idea humanista de la profesión y son una crítica a las prácticas industriales de los medios masivos, construida en base a su experiencia de periodismo participante. “Hoy –dice– el periodismo es más una profesión de masas, menos aristocrática. Antes se era periodista para toda la vida y hoy es una profesión más. Los dueños de los medios hoy no son periodistas sino hombres de negocios, por eso corrompieron la profesión. Preguntan cuánto tiraje tienen, cuánta gente los lee o los ve, pero no hablan sobre la calidad, si un texto está bien escrito, si hay detrás una pluma talentosa; sólo ven si lo compran o no, si lo miran o no. Apuntan a captar un auditorio de masas; lo único que los conmueve es el dinero. Antes, lo primero que preguntaba un editor ante un hecho era: ‘¿Es verdad?’; en cambio, hoy pregunta: ‘¿Es atractivo?’”.

“En realidad –continúa en su mismo tono de voz– el periodismo no es una profesión, no es como ser ingeniero o ser médico o arquitecto, profesiones en las que se requiere un título que acredita un conocimiento básico gracias al cual, aun sin posterior perfeccionamiento, los puentes que construyan no se van a derrumbar, los edificios no se van a caer. Pero en el periodismo la experiencia no se acumula, nunca sabemos en realidad qué hacer, cómo actuar o escribir. En cada artículo, cada reportaje, cada crónica siempre estaremos empezando de nuevo, desde cero. Los estudios nunca se acaban porque el periodismo se ocupa de nuevos datos, nuevos hechos, nuevos problemas. Eso impone estudiar permanentemente y de todo”.

Para el reportero polaco “el que no considera que ser periodista es la única manera de vivir, debe dejar de ser periodista. No pertenece a esto. Uno debería probar antes cualquier cosa, cualquier trabajo y, al final, si en ninguno anduvo, debería intentar con el periodismo. Esta es una profesión muy mal pagada, de mucha responsabilidad y poco dinero. Los más grandes periodistas no son ricos, esto no sirve para hacerse rico, pero si hay uno que piense que no es fascinante, debe abandonarlo”.

Sucede que el verdadero Kapuscinski, el aventurero, el temerario, el viajero incansable, en realidad es, también y fundamentalmente, un periodista romántico y un humanista militante comprometido con las realidades que testimonia y que no justifica a aquellos que se detienen sólo en la cáscara de las cosas.

No entiende, por ejemplo, cómo algunos corresponsales pueden decir que estuvieron en Dubai o en Argel si jamás abandonaron sus hoteles cinco estrellas ni las zonas “occidentales” de ese tipo de ciudades. No entiende que haya reporteros que puedan hablar sobre personas a las que no conocen profundamente, o sobre la vida en África sin haber conocido lo que es tomar un té calentado entre piedras, en una choza de barro.

Tiempo de incomprensiones
A la hora de enumerar sus incomprensiones, no es difícil descubrir a partir de la lectura de sus libros que el polaco odia la televisión y sus programas y sus presentadores, que detesta las computadoras y no soporta los centros de compras desmesurados y el exacerbado consumismo estadounidense; que lo sacan de las casillas los tipos protegidos detrás de un escritorio y que, si pudiera, aboliría la esclava forma occidental de relacionarse con el tiempo.

“Para mí –dice en Lapidarium IV– la pregunta más importante del siglo 21 es esta: ¿qué hacer con la gente? No cómo alimentarla o cómo construirle escuelas y hospitales, sino ¿qué hacer con ella? Sobre todo, cómo proporcionarle una ocupación. La imagen que más impacta cuando se viaja por África, Asia o América latina no es otra que la de millones –decenas de millones– de personas inactivas”.

A la hora de escribir sus reportajes, Kapuscinski encontró sus maestros en la literatura. “El lenguaje periodístico es muy limitado y estereotipado. ¿Cómo describir con sus pobres fórmulas los olores de un jardín, la atmósfera de un pueblo, la belleza de una montaña? Por eso usamos herramientas de la ficción y un requisito de todo buen periodista es leer mucha ficción.

El futuro del reportaje periodístico es el reportaje-ensayístico, no el descriptivo. En la era de la television, frente a los peligros de un periodismo superficial, manipulado e ignorante, uno debe plantearse un periodismo profundo. Hay que ser curioso y trabajar mucho. Tengo que saber 100 veces más que el lector para interesarlo en un tema, y hoy los lectores están cada vez más informados”.

El taller en Caracas, organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, giró alrededor del tema periodismo de fronteras. Kapuscinski no deja de anotar cada neologismo y localismo que detecta en las conversaciones.

Está investigando para un reportaje sobre América latina. Al mismo tiempo, escribe su sexto libro de la serie Lapidarium y acaba de publicar un nuevo libro de poesías. Dice que jamás vuelve a leer sus libros y que ya olvidó todo lo que escribió. “El ritmo de la escritura nos lleva. Es como el ritmo del mar. Encontrarlo es un trabajo duro y penoso y todo el tiempo vivo en una enorme tensión, un enorme estado de miedo. Uno está en manos de fuerzas misteriosas que lo manejan y con las cuales es difícil discutir. En el momento en que me siento con un papel y un lápiz, soy la persona más humilde del mundo”.

"El sentido de la vida es cruzar fronteras"


Ramón Lobo
Ryszard Kapuscinski tiene casi 74 años, una cadera dañada y unas inmensas ganas de viajar y de contar historias. Por las mañanas sube las escaleras que van de su casa del primer piso del número 11 de la calle Prokuratorska -en el apacible barrio de Sródmiescie de Varsovia donde vive con su mujer Alicja- al ático del piso superior en el que escribe y recibe a sus visitantes rodeado de miles de libros, papeles, libretas de notas y recuerdos. Se trata de un espacio amplio y luminoso decorado desde un elegante desorden: cientos de ejemplares en varios idiomas apilados en el suelo y decenas de post it y otros recordatorios pegados en las vigas de madera que sostienen un techo altísimo, casi catedralicio, (entre ellos el esquema a mano y en media cuartilla de Viajes con Heródoto, su última obra, que en España publicará en breve la editorial Anagrama). En este lugar, en el que todo parece guardar un equilibrio mágico, uno se siente conectado a un cable de alta tensión, que no es otro que la pasión por la vida a través de la mirada lúcida de Kapuscinski.

La entrevista con el autor de El emperador -su primer éxito literario: una detallada descripción de la desmesura del poder absoluto en la corte de Haile Selassie en Etiopía- arranca con un accidente menor: la grabadora de última generación del entrevistador no funciona. Kapuscinski aprovecha la comicidad del desconcierto de su interlocutor para airear su aversión a los móviles, a Internet y al correo electrónico. "Me robarían mi tiempo", exclama. Después, tras preparar café, añade: "Un amigo americano tuvo el mismo problema en una entrevista con Gorbachov cuando era quien mandaba en la Unión Soviética. Desde entonces lleva tres aparatos y los utiliza simultáneamente".

A Kapuscinski le desagradan los magnetófonos porque, a su juicio, alteran el discurso, sea el del político, el del escritor o el de una persona cualquiera en África. "Mi experiencia es que en cuanto sacas la grabadora, el lenguaje se burocratiza, se transforma y surge el idioma oficial. Es como si el cerebro del entrevistado buscara la frase adecuada para ser inmortalizada en la cinta".

Uno de los grandes viajeros del último medio siglo, comenzó su carrera con ambiciones más bien modestas: sólo quería cruzar una frontera; cruzar y regresar en seguida; cruzar para saber qué se sentía al hacerlo. Nacido polaco en Pinsk (hoy Bielorrusia), Ryszard es un producto, una víctima más, del diabólico juego de fronteras del final de la Segunda Guerra Mundial. Al poco tiempo de emplearse como reportero en el diario polaco Sztandar Mlodych, en 1955, le dijo a Irena Tarlowska, su redactora jefa: "Quiero cruzar la frontera". Se refería a la de Checoslovaquia, pero un año después ella le envió a India regalándole para ese viaje el libro Historia de Heródoto. Desde entonces, Kapuscinski se mueve por el mundo acompañado del griego de Halicarnaso, con un ejemplar manoseado, subrayado y repleto de anotaciones, en busca del Otro, su gran obsesión, el motor de su vida y de su trabajo.

"Nunca ha sido sencillo cruzar una frontera", asegura sentado en una silla, donde su cadera se queja menos que hundida en el sofá. "A menudo cruzarla resulta peligroso, es algo que puede costar la vida; es la barrera entre la vida y la muerte. En Berlín hay un cementerio con la gente que no lo logró. Las fronteras se guardan con armas y en ellas se exigen documentos para pasar al otro lado. En la guerra fría, a las nuestras las llamaban telón de acero y más que países separaban mundos opuestos. El Mediterráneo es ahora una gran frontera en la que muchos mueren ahogados al intentar pasar de África a Europa. También sucede con los latinoamericanos entre México y EE UU. Personas que están dispuestas a morir en el mar o en el desierto porque buscan algo".

Kapuscinski sostiene que éstas no son las únicas fronteras (o murallas, como apunta en Viajes con Heródoto al describir China). Hay otras barreras que también es necesario saltar: la de la cultura, la de la familia, la del idioma, la del amor... "Mi vida ha sido un cruzar constante de fronteras, tanto físicas como metafísicas. Ése es para mí el verdadero sentido de la vida". Defiende el abandono del cubículo de la seguridad, del terruño, del árbol que da sombra, para ir en busca de las respuestas, del Quién, como hizo Heródoto hace 2.500 años. Hay que aventurarse en lo desconocido, dejarse guiar por "la magia de viajar" que "actúa como una droga" y en la que el "camino es el tesoro", escribe el reportero polaco en Viajes.

En su caso, la primera vez que cruzó una frontera lo hizo del Este al Oeste, la más brutal, en la que el mero hecho de pasar de un lado a otro representaba una gran emoción, un desafío. En este libro escrito de la mano de Heródoto, Ryszard cuenta que al llegar a Roma en los años cincuenta, de camino a India, unos amigos le ayudaron a comprar un traje italiano para que pudiera desembarazarse de su anticuada indumentaria del telón de acero. Pese a la nueva máscara, Kapuscinski notó que nada había cambiado: todos le miraban como a un extraño porque su otredad estaba en su forma de caminar, de mover las manos, de mirar. "Recuerdo que en 1994, más de cuatro años después de la caída del muro de Berlín, vi a unos alemanes del Este pasear por las calles del Oeste. Se sabía de dónde venían por su inseguridad. Parecían turistas en su propia ciudad".

La obra periodística y literaria de Kapuscinski, su vida, son la permanente búsqueda del Otro para la mejor divulgación entre los suyos, entre sus lectores, de sus costumbres y pensamientos, porque es en el desconocimiento donde se cultivan los virus del odio y de la guerra. El gran descubrimiento del hombre, asegura a menudo Kapuscinski, no fue la rueda si no ese Otro, cuando la primera tribu-familia de 150 miembros que vivía entre los dos ríos en Mesopotamia se topó con otra tribu-familia y ambos se dieron cuenta de que no estaban solos. ¿Qué hacer ante ese hallazgo?, se pregunta. Tres reacciones son la constante en la historia: ignorarlo, entablar contacto (comercio) o guerrear.

"El problema no es el miedo", dice, "sino la creación de ese miedo a lo desconocido, que es anterior. Cuando un niño se cruza con un desconocido puede reaccionar con temor, si ha sido inducido a ello, y correr a esconderse detrás de la falda de su madre. Pero también puede acercarse despreocupado al desconocido porque ve en él una oportunidad de juego. Se trata de la respuesta natural. Es la educación y la cultura las que nos van separando".

En Viajes, Kapuscinski explica el origen de la hospitalidad, una de las improntas de la civilización griega -acoger al desconocido, darle cobijo y alimento-. Una tradición que se conserva en muchos lugares de África en los que el que nada tiene comparte todo con el extranjero. "Esta costumbre se basa en la creencia griega de que el visitante podía ser un hombre o un dios disfrazado. Esa acogida llevaba pareja una responsabilidad: la seguridad del invitado. Ya nadie conoce de dónde procede esta costumbre ancestral que entiende el encuentro con otra persona como un acontecimiento, como una oportunidad y una fiesta. Nunca como un problema".

Esto no se da en la cultura occidental del siglo XXI, que no padece la escasez, las pandemias y enfermedades, ni el hambre del Tercer Mundo. En esta cultura opulenta todo está basado en el individualismo, en un egocentrismo radical en el que el yo es más importante que el grupo. Es una sociedad en la que el Otro ha dejado de interesar: sólo existo Yo y mis problemas. "Cuando había pocos seres humanos en el planeta, los peligros eran numerosos y las herramientas escasas para hacer frente a los animales salvajes y a la naturaleza, primaba la tribu, el grupo, porque fuera de él era imposible la supervivencia", dice Kapuscinski. "Al desarrollarse la tecnología para luchar contra esos peligros, con la llegada del progreso, surge el individuo. Ya no es necesaria la pertenencia al grupo para sobrevivir, para garantizar la continuidad de la especie. La noción del individuo que está por encima de la tribu es muy reciente".

Kapuscinski se levanta de nuevo. Esta vez para abrir las ventanas. Dentro hace un calor asfixiante; afuera, la temperatura es agradable: 10 grados centígrados tras cinco meses de duro invierno y grandes nevadas.

El maestro, como lo llamó Gabriel García Márquez, se queja de que los medios de comunicación actuales estén inundados de noticias aisladas, casi suspendidas, sin explicación alguna, y que el reportaje esté siendo expulsado de los principales periódicos. "Heródoto era un hombre curioso que se hacía muchas preguntas, y por eso viajó por el mundo de su época en busca de respuestas. Siempre creí que los reporteros éramos los buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede. Quizá por eso los periódicos son ahora más aburridos y están perdiendo ventas en todo el mundo. Ninguno de los 20 finalistas de la última edición del Lettre-Ulysses del arte del reportaje [premio que se otorga en Berlín], y del que soy miembro del jurado, trabaja en medios de comunicación. Todos tuvieron que dejar sus empleos para dedicarse al gran reportaje. Este género se está trasladando a los libros porque ya no cabe en los periódicos, tan interesados en las pequeñas noticias sin contexto".

"Cuando vemos imágenes de las pateras, con 20 o 40 personas en su interior, empezamos a hablar de inmigración, y los políticos proponen medidas para combatirla o regularla. Un día leemos una noticia sobre la llegada a Italia de un barco con kurdos; otro, el hallazgo de asiáticos encerrados en un camión en Inglaterra; otro, de africanos saltando la valla de Melilla... Pero se trata de pequeñas noticias separadas que no explican nada. Se nos presentan fuera de contexto porque el verdadero contexto es la miseria".

"Cuando existía el telón de acero estábamos aislados. Apenas conocíamos algo del otro lado. Todo nos llegaba distorsionado. No sabíamos siquiera si vivíamos bien o mal porque no había nada distinto con lo que nos pudiéramos comparar. La diferencia hoy es que la televisión por satélite ha llevado las imágenes de nuestra vida a los rincones de África, y esas imágenes son las que han permitido a los africanos tomar conciencia de su verdadera situación, de su pobreza extrema. Cuando se declararon las independencias de India y Pakistán -y después las de la mayoría de los países africanos-, se produjo una gran euforia, una esperanza de que la misma independencia era la solución a los problemas. Se creó el Movimiento de los No Alineados para confrontar a Occidente, pero 20 años después, en 1972, tuvieron que admitir su fracaso, que el mundo desarrollado no estaba dispuesto a atender sus aspiraciones. Ahora, la táctica es otra. Ya no se trata de buscar la confrontación, esta vez el objetivo es intentar la penetración. No es una acción organizada, sólo el débil que busca la igualdad cruzando el mar y los desiertos, jugándose la existencia, para saltar la nueva frontera que separa la muerte segura de la posibilidad de vida. Y los periodistas no estamos informando del contexto, de que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Occidente ha creado unas condiciones de desigualdad tales que la única salida de los pobres es jugarse todo para alcanzar ese mundo donde están acumulados los bienes y el bienestar, y es muy hipócrita decirles que ahora ya no pueden cruzar. Es un problema que tiene una solución muy difícil".

En Viajes con Heródoto, Kapuscinski describe cómo hace 2.500 años ya existía una lucha entre Occidente y Oriente, los dos grandes modelos de la época, la democrática Grecia frente a la dictadura persa, y que la primacía de la primera, de Europa, durante los siglos siguientes se libró en las Termópilas y en las aguas de Salamina, con la derrota de Jerjes, el rey de reyes persa. El reportero polaco, el maestro para García Márquez, se niega a aceptar que exista hoy una reedición de esa vieja confrontación con la guerra contra el terrorismo internacional que libra el presidente de EE UU, Bush. "Oriente no es sólo el mundo islámico. Oriente es, sobre todo, China y es India también.

Kapuscinski se incorpora lentamente de la silla, estira las piernas, cierra la ventana y busca el ejemplar de Historia que le acompañó en sus viajes durante más de 50 años ("Tengo más de otras ediciones", confiesa). Tras mostrarlo a su interlocutor se sienta detrás de la gran mesa de su despacho. Allí, en el lugar donde escribe sus historias, siempre a mano aunque después las pasa a máquina (nunca al ordenador), vuelve a hablar del trabajo de toda su vida y asegura que el gran periodismo es capaz de salvar vidas y de modificar el curso de los acontecimientos, y recuerda para ello lo ocurrido en Somalia antes de la retirada estadounidense. Unas imágenes de televisión de varios soldados norteamericanos muertos y arrastrados por las calles de Mogadiscio crearon en EE UU una opinión pública instantánea en favor de la salida. Kapuscinski juguetea con varios de sus bolígrafos. "Los colecciono. Tengo de la mayoría de los lugares en los que he estado. Son más de 700", asegura desde una sonrisa, "pero muchos no funcionan". Preguntado sobre si conocía algún periodista a quien su primer jefe le hubiera regalado un libro como Historia, responde que la cuestión nos obligaría a sostener otra entrevista de dos horas, a la que parece muy dispuesto.

¿Recomendaría que se estudie a Heródoto, el primer reportero, el primer gran buscador de contextos, en las facultades de periodismo?, pregunta el visitante. Kapuscinski vuelve sonreír: "¿Para qué? Si nadie me va a hacer caso".

Heródoto como guía

EL LIBRO que ahora publica Ryszard Kapuscinski en España es un juego con la historia de la mano de su fundador, Heródoto de Halicarnaso. Se mueve con él por el mundo antiguo y por el moderno. Por India y China, sus primeros viajes como reportero en los años cincuenta. Y por África. En ellos, el joven periodista polaco que era entonces Kapuscinski descubre las limitaciones del idioma hablado y las extraordinarias posibilidades del corporal, de ese conjunto de signos, gestos y olores que los británicos llaman química. En Etiopía recorrió miles de kilómetros junto a su chófer, un hombre prudente que sólo conocía dos palabras en inglés, problem y no problem, sin que esa limitación generara incomunicación alguna entre ellos.

El hallazgo de este vocabulario paralelo y mudo, a menudo invisible para el que no sabe mirar o carece de tiempo para ver, es uno de los elementos fundamentales que determinan su estilo como reportero.

Fue en la agencia de noticias polaca, gracias a la estrechez de sus presupuestos, donde Kapuscinski se topó con el segundo pilar de su forma especialísima de trabajar y de contar historias. Explica en Viajes con Heródoto que sus colegas de las agencias occidentales disponían de dinero abundante para contratar intérpretes y adquirir las potentes radios Zenith Trans-Oceanic, con las que sintonizaban cualquier emisora del mundo. Al no disponer de tales herramientas, Kapuscinski tuvo que pisar las calles y mancharse los zapatos del polvo. "No queda más remedio que andar, preguntar, escuchar, acopiar, atesorar y enhebrar las informaciones, las opiniones y las historias", escribe en Viajes. "No me quejo, porque gracias a esto conozco a muchas personas y me entero de cosas que no aparecen en la prensa y en la radio".

La curiosidad periodística, la necesidad de interrogar al Otro, de interesarse por él, se ha convertido en una parte inseparable de su carácter. De su forma de ser. Terminada la entrevista, sentados en un taxi en dirección al restaurante Quianti, uno de sus favoritos en Varsovia, Kapuscinski se acomoda en el asiento delantero y desde él pregunta al conductor, provocándole una conversación. Agnieszka Flisek, una de sus ayudantes que lleva cuatro años con él, asegura que siempre es así: "Cuando me conoció se interesó por mi vida. Pensé que era sólo un gesto de educación del gran hombre, pero después comprendí que no era una excepción. Es su forma de estar en la vida".
Fuente: El País.com

viernes, 19 de enero de 2007

Se acaban las cámaras ocultas en los centros de trabajo

Un buen ejemplo para que siga don Eduardo J. López que en el edificio donde tenía el bingo instaló la redacción de el Diario "El Ciudadano". Las cámaras quedaron así como la oficina con vidrios polarizados desde donde controla a su personal.

Madrid. El Boletín Oficial del Estado de 12 de Diciembre de 2006 publicó la Instrucción 1/2006 de 8 de noviembre de la Agencia Española de Protección de datos que a su entrada en vigor convierte las imágenes captadas con videovigilancia en datos de carácter personal.

Las zonas sometidas a videovigilancia deberán contar desde el día 13 de noviembre de 2006 con avisos visibles de la ubicación de las mismas.

Contempla la Instrucción el contenido y el diseño del distintivo informativo deberá de incluir:

1- Una referencia a la Ley de Protección de Datos.

2- Una mención a la finalidad para la que se tratan los datos.

3- Una mención expresa a la identificación del responsable ante quien puedan ejercitarse los derechos de las personas en materia de Protección de Datos.

“Solo se considera admisible la instalación de los sistemas de videovigilancia cuando la vigilancia no pueda realizarse con eficacia por otros medios”.

La Instrucción de la Agencia de Protección de Datos tiene por objeto lograr una regulación concreta y garantizar los derechos de las personas cuyas imágenes son tratadas por medio de sistemas de cámaras y videocámaras con fines de vigilancia.

La Instrucción de la Agencia de Protección de Datos comprende la grabación, captación, transmisión, conservación y almacenamiento de imágenes, incluida su reproducción o emisión en tiempo real así como el tratamiento de los datos personales relacionados con ellas.

SEGURIDAD Y SECRETO

La empresa o el responsable deberá adoptar las medidas de índole técnica y organizativas necesarias que garanticen la seguridad de los datos y eviten su alteración, pérdida, tratamiento, o acceso no autorizado.

Asimismo cualquier persona que por razón del ejercicio de sus funciones tenga acceso a los datos deberá observar la debida reserva, confidencialidad y sigilo en relación con las mismas.

Los datos y/o grabaciones serán cancelados en el plazo máximo de un mes desde su captación.

Desde la Secretaria Confederal de Acción Sindical se reclama de las Secciones Sindicales, Federaciones y Uniones una atención especial para velar por el Derecho Fundamental de la Intimidad de los Trabajadores y Trabajadoras ante la proliferación de cámaras incontroladas que vienen siendo utilizadas entre otros fines para el control y aplicación del régimen disciplinario establecido en el Convenio Colectivo contra los trabajadores y trabajadoras.

Es importante realizar una campaña de información masiva en aquellos centros de trabajo o empresas donde conocemos o intuimos la existencia de cámaras ocultas convirtiendo los centros de trabajo en “UN GRAN HERMANO LABORAL”

www.uso.es

domingo, 14 de enero de 2007

Fontanarrosa a sus lectores...

Hoy Roberto Fontanarrosa escribió en la revista VIVA, del diario Clarín, un texto contando que su mano derecha ya no le respondía. Esto decía el Negro:

Finalmente, la mano derecha claudicó. Ya no responde, como antaño, a lo que dicta la mente. Por lo tanto, e independientemente de que yo siga intentando reanimarla, me veo en la necesidad de recurrir a alguno de los muchos excelentes dibujantes y amigos que tengo para que pongan en imágenes mis textos. En Viva, hay dos frentes a cubrir: el chiste unitario quincenal y la página de Inodoro Pereyra, que se alternan. Hoy presentamos, acá, en la página siguiente, la propuesta para el chiste quincenal. Nadie mejor en este caso, a mi juicio, para graficar mis ideas, que el Negro Crist. Porque lo conozco desde hace más de 30 años, porque somos como hermanos y porque dibuja en blanco y negro o a color, mucho pero mucho mejor que yo. Siempre admiré su virtuosismo y hoy me alegra poder aprovecharme de él y lucirme de esa forma. Lo de Inodoro Pereyra es más complejo. Pero creemos estar cerca de una solución a través de un dibujante cercano a mi estilo. No digo igual, porque el intento de lograr un clon limitaría muchísimo la creatividad del ilustrador. Vale este informe a los lectores para que no se sorprendan al advertir que he mejorado notablemente la calidad de mis trazos y de mis colores. Nos estamos viendo.

Negro Fontanarrosa