Por Stephen Kinzer, Foto: Der Spieguel
La última vez que me encontré con Hrant Dink, el periodista turco-armenio que fue asesinado en Estambul el viernes 19, sentí una repentina necesidad de hacer algo más que sólo intercambiar un saludo amable. Esto fue hace varios meses y estábamos disfrutando de una de las grandes delicias turcas: una cena a bordo de un barco en el Bósforo. Pero la vida para Dink ya no era una delicia. Estaba siendo ferozmente atacado por la prensa ultranacionalista y parecía callado y preocupado.
Le dije lo importante que era su trabajo, cuánto apoyo tenía en Turquía y otros países, y que se había convertido en un héroe periodístico. "Entiendo", contestó simplemente. "No me detengo".
Dink era la cabeza más visible de un creciente número de turcos que quieren llevar a su gobierno a admitir que quienes encabezaron la masacre masiva de armenios en 1915 fueron los líderes del Imperio Otomano en pleno desmoronamiento. Estos son los mismos turcos que quieren que su país rompa con su pasado autoritario y complete su marcha hacia la democracia plena.
Pero algunos nacionalistas turcos se sienten amenazados por el avance de su país hacia la modernidad. En los 80 asesinaron a balazos a los principales periodistas turcos. En los 90 concentraron el fuego en los nacionalistas kurdos. En los últimos años muchos turcos se habían permitido creer que esos tiempos malos habían pasado. Pero al acercarse una nueva campaña electoral, la retórica nacionalista está reapareciendo en discursos políticos y en periódicos partidistas. Esa retórica contiene horribles insinuaciones sobre los armenios, kurdos y miembros de otros grupos minoritarios, que serían supuestamente una amenaza para la unidad nacional turca y su supervivencia.
Raros son los funcionarios del gobierno o los jefes militares que condenen esa retórica. Algunos no sólo la alientan sino que protegen a los acusados y evitan que se los condene. Eso ha dado aire a los radicalizados y los lleva a pensar que el Estado los apoya tácitamente.
Con su silencio y al no condenar ataques como uno con bombas hace 14 meses en el pueblo kurdo de Semdinli, los líderes políticos y los comandantes militares turcos ayudaron a crear el marco para el asesinato de Dink. En su periódico semanal, Agos, que se publicaba en turco y armenio, Dink escribía lo que quería, negándose a respetar tabúes tácitos que maniatan a la prensa turca. Fue acusado varias veces del crimen orweliano de "insultar a la turquedad". En una ocasión fue condenado, aunque su condena quedó en suspenso. Cada vez que aparecía ante las cortes, una multitud de ultranacionalistas lo cubría de insultos e intentaba atacarlo físicamente.
Es la misma banda que insultó a los gritos al novelista ganador del premio Nobel, Orhan Pamuk, cuando fue llevado a juicio el año pasado. Dink estuvo junto a Pamuk, dándole su apoyo en el juicio, lo que incentivó aún más la furia de los militantes nacionalistas.
Los nacionalistas turcos creyeron haber logrado una gran victoria cuando, a fines del año pasado, la Unión Europea suspendió las conversaciones para convertir a Turquía en miembro de la UE. Aún esperan revertir la marea democrática que recorre su país. Algunos parecen creen que, si no pueden hacerlo condenando a quienes piensan libremente, pueden lograrlo con el asesinato. Este ataque fue rechazado en toda Turquía. Sin duda va a galvanizar a los numerosos y cada vez más envalentonados defensores de los derechos humanos.
Su primer paso quizás sea intensificar la campaña por el rechazo del artículo 301 del código penal turco, que impone una serie de restricciones a la libertad de prensa. Lograrlo y terminar de reformar el sistema político no será fácil. Turquía se ve desgarrada por una crisis de identidad que hace época. Está muriendo la vieja tradición política de opresión, pero en su agonía se vuelve preocupantemente violenta. Los líderes políticos y sus colegas en uniforme parecen creer que pueden tolerar e incluso hacer uso de ideólogos ultranacionalistas. El asesinato de Dink muestra lo peligroso que es ese curso.
Stephen Kinzer fue jefe de la corresponsalía del New York Times en Estambul y autor de Crescent and Star: Turkey Between Two Worlds . Traducción: Gabriel Zadunaisky, LA NACION y The Boston Globe