Por Daniel Prieto Castillo
Periodista Ryszard Kapuscinski nació en Polonia en 1932. Después de estudiar en la universidad de Varsovia fue corresponsal en el extranjero desde 1958 hasta 1981, cubriendo 17 revoluciones en 12 países del Tercer Mundo. Entre sus libros más importantes se encuentran “La Guerras del Fútbol y otros reportajes” (Anagrama, 1992); “Imperio” (Anagrama, 1994) y “Ebano” (Anagrama, 2000), una lúcida mirada a la compleja realidad del continente africano, con sus guerras, miseria e injusticia, galardonada con el premio Viareggio. También publicó “Los cínicos no sirven para este oficio” (Anagrama, 2001) así como un libro con sus fotografías tomadas en el continente Africano (“Desde África”, Altair, 2001). En el 2004 apareció “Los cinco sentidos del periodista”, primer libro de la colección Nuevo Periodismo que desarrollan conjuntamente la FNPI y el Fondo de Cultura Económica, así como un libro con sus fotografías tomadas en el continente Africano (“Desde Africa”, Altair, 2001). En una consulta realizada por la revista mensual Press fue distinguido con el título de Periodista del Siglo; también ha sido galardonado con el premio Príncipe de Asturias en comunicación y humanidades en el 2003, el premio J. Parandowski del Pen Club, el premio Goethe (Hamburgo), el premio de la fundación A. Jurzykowski (Nueva York) y el Prix de l´Astrolabe (Francia). Además del español, habla fluidamente 7 idiomas.
A este hombre un periodista joven le preguntó en una oportunidad qué iba a buscar a las guerras que cubría. Respondió sin titubear: cuando voy a la guerra busco la ternura, busco la compasión, busco la solidaridad. Y así fue siempre, en cada una de sus páginas asoman quienes sufrieron las guerras y no los rostros de los guerreros. Tenía como principio el contacto directo con la gente; desde el Hilton, decía, no se puede hacer periodismo. Entonces iba a dormir a las aldeas en África, en el suelo, donde fuera, compartía la comida y las penurias de quienes a menudo son objeto de un periodismo basado en el conteo de cadáveres y el espectáculo. “Para mí es fundamental que un reportero esté entre la gente sobre la cual va, quiere o piensa escribir. La mayoría de la gente de este mundo vive en muy duras y terribles condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho, según mi moral y mi filosofía, a escribir”.
Su tecnología: una libreta de notas y la cámara fotográfica que utilizó con tanta riqueza como su escritura. Su trabajo estuvo atravesado por una capacidad de escándalo inextinguible, tenía una ética a toda prueba, como la que reclama su amigo Gabriel García Márquez a través de la siguiente imagen: “La ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón”.
Ética que lo llevó a sostener su mirada y su capacidad de diálogo con el ‘otro’ de distintas culturas. “Al toparse con el ‘otro’, la gente tuvo, pues, tres alternativas: hacer la guerra, construir un muro a su alrededor o entablar un diálogo”. Sin esa ética, sin esa capacidad de reconocer al ‘otro’, de reconocerse entre otros, no se puede hacer periodismo, y menos cuando se trata de alguien que no cesó nunca de moverse en distintos contextos humanos. “Cabe señalar que el concepto del ‘otro’ suele definirse desde el punto de vista del hombre blanco, del europeo. Pero hoy día, cuando cruzo a pie una aldea montañesa de Etiopía, los niños me siguen en alegre tropel y me gritan: “¡Ferenchi, ferenchi!” (“extranjero, otro”). Este es un ejemplo del desmantelamiento de la jerarquía del mundo y sus culturas. Los otros, en verdad, son tales, pero, para estos otros, el ‘otro’ soy yo. En este sentido, todos estamos en el mismo bote. Todos los habitantes de nuestro planeta son el ‘otro’ para los ‘otros’, Yo para ‘ellos’ y ‘ellos’ para ‘mí’”.
Nada más lejos de su práctica que el afán de la primicia y de la noticia descontextualizada. Su trabajo cotidiano y su obra toda se nutrieron de la convivencia y de la relación humana en su más profundo sentido: “Los años vividos entre pueblos remotos me enseñaron que la bondad hacia el prójimo es la única actitud que puede tocar el punto sensible, humano, del ‘otro’”.
El ‘otro’, aún en su extrema pobreza, irradia bondad, poesía, sólo que para reconocerla hace falta acercarse a ellas y tener la mirada para sentirlas: (en una aldea de Senegal) “... cuando llegaba la noche, la gente se juntaba desde las siete a contar sus historias, y era ese el momento más literario, más bello, más fantástico del día. Era toda una poesía”.
Fue, junto con García Márquez, Tomás Eloy Martínez, entre otros de los grandes escritores de nuestro tiempo, un representante del nuevo periodismo, o periodismo narrativo. “En el nuevo journalism nos damos cuenta de cómo los métodos tradicionales de periodismo no reflejan la riqueza de la situación que se describe. Es e buscar ayuda en los métodos de la literatura...”.
Un periodismo centrado en seres humanos, basado en el relato de sus vidas en situaciones como las que vivió este hombre de prensa: “Yo soy un pobre reportero que no tiene desgraciadamente la imaginación de escribir. Si yo la tuviera jamás habría ido a estos terribles lugares en donde estuve. Además creo que si se logra escribir sobre lo que pasa en el mundo, esto tiene mayor peso que las obras de ficción”.
El periodismo, como toda profesión, necesita modelos. Hemos perdido a uno de ellos, periodista del siglo, periodista de la ética, del respeto por el otro, del culto de la palabra bien trabajada, del relato. Hombre que con su práctica y todo su ser ennobleció por décadas de incesante labor nuestro querido oficio.
Publicado en el Diario Los Andes, 26 de enero de 2007.