El 26 de septiembre de 2014 el cuarenta y tres dejó de ser un número.
Cuarenta y tres sueñosTímidas primero, las voces se fueron multiplicando, hasta hacerse estampida.
Cuarenta y tres proyectos
Cuarenta y tres libros.
Cuarenta y tres cuadernos.
Cuarenta y tres asientos.
Cuarenta y tres estudiantes
Cuarenta y tres futuros maestros.
Cuarenta y tres hijos, hermanos, amigos.
Cuarenta y tres vidas.
Cuarenta y tres quiénes, cómo, dónde, por qué.Aquí estamos, juntos en este profesorado. Aquí estamos los que pretendemos en este mundo enloquecido, enseñar algo. Transmitir y pasar. Educar, educándonos.
Cuarenta y tres ahora y siempre.
Cuarenta y tres presentes.
Cuarenta y tres justicias.
Cuarenta y tres vivos los llevaron.
Cuarenta y tres vivos los queremos.
Cuarenta y tres griten bien fuerte y no se callen.
No se callen. No se callen. No se callen.
Aquí enseño y me debato ¿qué es lo que tienen que saber los estudiantes? ¿Qué les transmito a los futuros docentes? ¿Que es lo que no puede faltar en la formación de quienes serán maestras y maestros?
No siempre encuentro respuestas a mis interrogantes. Pero aquí y ahora pienso que es urgente que les diga que los números no pueden usarse para contar el horror. Porque no son números los estudiantes de Ayotzinapa, como tampoco lo son nuestros chicos y nuestras chicas, víctimas del letal sistema que nos engulle y nos estraga.
A cada número le corresponde un nombre, una historia para ser contada. Por eso, el 26 de septiembre de 2014, el cuarenta y tres dejó de ser un número. Eso vine a decirles: aunque duela, no podemos renunciar a que la memoria inunde nuestras aulas. Porque ya va siendo hora de que en el mundo exista otra ciencia, otra lengua, otra matemática poblada de números vida, para contar los días y las noches por los que vamos transitando.
Creo que la anestesia que nos aletarga no puede durar para siempre.
Desde Ayotzinapa nos llegan cuarenta y tres pastillas para no dormir.Prometámonos contar esta historia una y mil veces. Por cada nombre una historia. Por cada cuaderno en blanco un libro por escribir.
Cuarenta y tres inyecciones para despabilar conciencias.
Cuarenta y tres cuadernos de apuntes, para llenarlos de letras nuevas.
"Bienvenidos a lo que no tiene inicio. Bienvenidos a lo que no tiene fin. Bienvenidos a la lucha eterna por ser mejores cada día. Algunos le llaman necedad. Nosotros le llamamos esperanza". Así reciben a los alumnos que empiezan a cursar en la Escuela Normal de Ayotzinapa.
Si aún en medio del espanto en la Normal le llaman esperanza a la lucha por la dignidad y el respeto a la vida humana, esperanza le llamaremos también nosotros desde estas aulas. No tiene inicio, no tiene fin. O necios o esperanzados. Esperanzados.
De Ayotzinapa a Rosario