miércoles, 25 de diciembre de 2019

Osvaldo Bayer: lecciones para futuros periodistas

Por: Mario Bravo Soria
Durante la mañana del 24 de diciembre de 2018, una noticia recorrió rápidamente las redes sociales y los portales web de distintos periódicos latinoamericanos: el historiador y periodista Osvaldo Bayer había fallecido en su casa ubicada en el porteño barrio de Belgrano dentro de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. A manera de homenaje y tras cumplirse un año de su muerte, presentamos este escrito, desde el cual evocamos una entrevista que quien esto redacta sostuvo con el destacado periodista en 2016. Asimismo, incluimos declaraciones que hace un par de días nos concedió Ana Bayer ─hija de Osvaldo─, quien desde Berlín respondió algunas preguntas hechas expresamente por la sección cultural de Notimex

─ ¿Un hombre aparentemente como cualquier otro puede ser extraordinario? ¿Existe algún rasgo notorio que haga distinguir a los seres humanos ordinarios de aquellos que Bertolt Brecht llamaba imprescindibles? En el caso que aquí nos interesa…¿un gran periodista sobresale del resto de los mortales simple y llanamente a través de sus artículos, reportajes e investigaciones? ¿Eso basta para ser considerado un periodista, con todas sus letras? ¿Será que a los maestros del periodismo les brota algún aroma en particular por entre sus ropajes y ello los distingue del panadero, el vendedor de periódicos, el zapatero o el oficinista? ¿Un aura paranormal les rodea de pies a cabeza y eso los convierte en el señor periodista que vive en el departamento 4? ¿Un periodista es diferente al hombre común que camina entre las calles y avenidas durante una mañana de diciembre?

En su libro Un oficio de fracasados [2017], el poeta madrileño Rodolfo Serrano evoca una definición que José Luis Cebrián aporta acerca de lo que es un periodista; es así que en Cartas a un joven periodista [2003], el autor se pregunta y responde: “¿Qué es ser un periodista? Un adagio británico resume semejante destino en el de salir a la calle, ver lo que pasa y contarlo a los demás. O sea, que periodista es cualquier ciudadano que quiera hacer eso y no se necesitan títulos ni honores para llevarlo a cabo”.

Vale la definición para utilizarla frente a algunos envidiosos que se atrincheran en sus respectivas Escuelas de Periodismo y Comunicación, con sus títulos en mano y su tira de materias cursadas, defendiendo a ultranza el monopolio del ejercicio periodístico por quienes asistieron cuatro años a una universidad.

El mismo maestro ya citado aquí, nos referimos a Rodolfo Serrano, ha mencionado que “Nunca he creído en el periodista de título; o sea, el que asiste a una universidad. El periodista es el que sale a la calle, ve las cosas y las cuenta. Ese es el verdadero periodista. Creo que es la única función que tiene y también he dicho que un periodista debe ser honesto; no objetivo sino honesto, hacer su trabajo con honestidad y honradez. Miguel de Unamuno decía que el periodismo había que escribirlo en la calle, con el ruido de los carruajes y las voces de la gente. El verdadero periodismo no se puede hacer desde una oficina, sino que se hace en la calle, viendo lo que pasa y contándolo”.

Salir a la calle…ver…y contar

Osvaldo Jorge Bayer (Santa Fe, 1927-Buenos Aires, 2018) reunió esas características dentro de su labor periodística: caminó las ciudades y los campos, incluso a través de la Historia viajó en el tiempo hacia el pasado; miró…escuchó…y narró… ¡vaya si narró! No fue específica ni solamente un periodista, sino que utilizó tal oficio para hallar una manera de contar las injusticias del mundo. Podría afirmarse que en su caso, el periodismo fue la casa en donde habitaron las palabras expresadas por Bayer; bien pudo haber sido poeta, novelista, cuentista o letrista de tangos… pero eligió el género periodístico porque sentía una necesidad de contar una historia accesible para cualquier lector, escrita para desasosegar conciencias.

Tras su fallecimiento el 24 de diciembre de 2018 y con los tiempos que corren actualmente en donde el periodista no siempre suele ser ese personaje que sale a la calle, mira y cuenta, sino que cada vez es más un burócrata detrás de un escritorio esperando que el reloj marque la hora de salida para marcharse a casa; ante ello resulta impostergable rescatar algunas de las virtudes más importantes de la función periodística del maestro argentino, sobre todo de cara a que los jóvenes periodistas vinculen su praxis con ejemplos de profesionalismo como el ofrecido por el autor de Severino Di Giovanni. El idealista de la violencia [1970], y no se dejen embaucar por cantos de sirenas ofertando que el periodismo es un medio para generar buenos contactos en las cúpulas del poder, para alcanzar fama o engordar la billetera.

A continuación realizaremos ese repaso por tres rasgos centrales en el inventario bayeriano acerca de qué es ser periodista, para qué y desde cuáles lugares éticos.
I   Estar junto a quienes no son escuchados

Bayer trazó su camino en el periodismo: aquel en donde estuviera dentro de la misma trinchera que quienes experimentaban humillaciones, carencias, injusticias y acallamientos. Eligió y estuvo, tanto desde su escritura periodística como también físicamente; narró y sintió en cuerpo propio. No habitó esa torre de marfil en donde varios intelectuales deciden enclaustrarse para mirar desde lejos aquello sobre lo cual escriben y reflexionan. Así lo afirmó durante la entrevista ya referida y realizada hace tres años:

─¿Cuál es el papel del intelectual y del periodista en América Latina?

─Bueno, el papel del intelectual es estar bien metido en la sociedad y luchar por la igualdad. Luchar para que no haya pobres y ricos, para que realmente todos tengan escuela y todos tengan trabajo. Esa tiene que ser la labor del intelectual y del periodista. Por supuesto, escribir lo que se le da la gana: debe tener toda la libertad que se merece.

─¿Quién espera que lo lea?

─¡Todo el pueblo! Todo lector, de todas las clases… Ojalá…

─Usted no escribe solamente para un público universitario o académico...

─No. Tengo un lenguaje periodístico, trabajé 14 años en periodismo…

─La forma de contar las historias es distinta si uno está pensando en un público académico, a que si uno está pensando en un obrero… ¿Cómo fue descubriendo ese oficio y esa forma de contar?

─¡Totalmente! Lo descubrí a través del periodismo, ahí me exigían un lenguaje claro para todo el mundo. De ahí aprendí lo siguiente: se puede decir exactamente lo mismo y transmitir los mismos sentimientos en idioma periodístico que en idioma clasista, digamos.

─En esta relación entre pensar y hacer, hay quienes solamente se quedan en el acto de escribir, en pensar mucho desde la academia, por ejemplo. Usted es de esos pocos periodistas que actualmente piensa y escribe, pero que también pone el cuerpo: cuando hay que salir a la calle, sale a la calle.

─Siempre… siempre…

─¿Cómo entiende esta relación entre pensar y hacer?

─Y bueno... el intelectual tiene ese deber. Tiene que representar también a las masas, debe representar los intereses de las masas, del pueblo en general; si no… ¿para qué escribe? ¿para que solamente lo lean los aristócratas? ¡No tiene sentido…!

Osvaldo Bayer vinculó así su praxis periodística con aquella necesidad de siempre colocarse del lado en donde se hallan los vilipendiados por la soberbia del poder. Para él era imposible ser neutral y objetivo al fungir como periodista: debía escribir, narrar, investigar y testimoniar los dolores del mundo. No se trata solamente de ser empático con quienes sufren injusticias; para él era obligatorio hacer…y se tatuó casi a fuego la máxima de José Martí, que a la letra dice: “Hacer es la mejor manera de decir…”.

Entonces hizo lo que mejor sabía: escribir… escribir… hasta que la palabra se convierta en espada contra los verdugos:

─Quizás aquel primer viaje que usted realizó a la Patagonia, algo le despertó seguramente… ¿Qué vio allá? ¿Con qué se encontró?

─Sí. La Historia patagónica… terrible historia patagónica. La masacre de los obreros en el año 1921: 1500 obreros sacrificados, además de ciertos peones rurales. Hecho cometido por un presidente elegido por el pueblo: me refiero a Hipólito Irigoyen. Eso no lo hizo un conservador…

─Sus cuatro volúmenes de Los vengadores de la Patagonia trágica [1972-1974] abordan precisamente tal pasaje silenciado de la historia de la Argentina…

─Es justamente eso. Cuatro tomos dedicados a esa matanza. Creo que he dejado todo al desnudo. Se hizo una película después, la cual tuvo mucho éxito y se tituló La Patagonia rebelde [1974].

─Más allá de lo que usted escribió allí; la investigación, encontrar archivos, ir en búsqueda de la verdad… ¿todo ello qué le hacía sentir al Osvaldo Bayer de aquel entonces?

─Me hacía sentir la injusticia. Lo que fue una enorme injusticia que nunca fue esclarecida; nunca se mandó una investigación de por qué se había hecho esa matanza. Y mi libro quedó ahora como testimonio de todo eso. Pero también los gobiernos se han ido por otro lado… Está bien que han pasado muchos años, pero al nunca haberse tratado tendría que crearse una ley especial en el Congreso para investigar ese suceso de la Patagonia. Porque todavía viven muchos de los protagonistas, tanto de los militares como de los estancieros.

─Parece que en la historia siempre ganan los mismos. El periodista en esta historia de vencedores y vencidos, deberá tomar algún partido, ¿no?

─Claro que sí, siempre. Es lo que exigí, pero no fui escuchado.

─Con La Patagonia rebelde, así como desde su Severino Di Giovanni y otros tantos libros más, parece que Bayer está obsesionado con la Historia. No la generada desde arriba que cuenta narrativas a modo para los vencedores sino otro tipo de Historia, proveniente de quienes se hallan abajo y dominados. ¿Hay una obsesión o una pasión inclusive de usted por la Historia?

─Es que ahí está la vida, justamente ahí está la vida: esos obreros, los anarquistas temidos o los pueblos originarios son la gente que hace a la vida; ellos son la gente que marca a la sociedad lo que deben hacer: para mí son los héroes de la sociedad, entonces les coloco en relevancia.

Otro periodista de grandes virtudes como lo fue el italiano Antonio Gramsci, en 1917 afirmó que odiaba a los indiferentes, pues según lo aseverado por el nacido en la isla de Cerdeña: “Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera”.

En este mismo tono ya marcado por el célebre autor de Los Cuadernos de la cárcel, escritos entre 1929 y 1935, Bayer jamás fue un indiferente, pues si algo hizo desde su labor periodística consistió precisamente en involucrarse, nunca mirar hacia la acera contraria en donde un acto indigno sucedía: nunca ahorrarse una palabra, unos párrafos, un artículo o un libro desde los cuales este mundo pudiera equilibrar un poco la balanza (generalmente desequilibrada) entre la estulticia y la bondad, entre la soberbia y la dignidad.

Así lo expresa Ana Bayer, quien, ante la petición de Notimex por evocar la trayectoria y legado periodístico de su padre, responde:

─Pero sabemos que no solamente fue escritor sino también un grandísimo periodista, él empezó así. Uno de los primeros diarios en donde laburó fue el Diario Esquel, también en la Patagonia, en donde fue echado de ahí. Y después vino el primer diario independiente de la Patagonia, se llamó La Chispa, ahí él empieza a contar acerca de los pueblos originarios. Y esto fue también motivo de que lo volvieran a echar bajo amenazas militares. Volvió entonces a Buenos Aires y trabajó en el diario Clarín, cuando ese medio estaba en otra época, en donde el periodismo era diferente; él estuvo muchísimos años ahí y fungió como secretario de Redacción. Luego conoció a otras personas y lo emplearon en revistas de Historia y ahí empieza a escribir desde otra faceta.

“Es ahí en donde empieza a escribir sobre la Patagonia, sobre el Anarquismo, las luchas obreras… Y yo quisiera decir que Osvaldo dio voz a quienes no tenían voz. Siempre se hablaba de quienes ganaban en la Historia; en cambio, él habla de los perdedores y les da voz: esa fue su gran tarea…”.
II  Escribir es escuchar (y mirar…)

Bayer perteneció a una generación inigualable de escritores, periodistas, intelectuales y militantes políticos. La gran mayoría de ellos fueron desaparecidos y asesinados durante la más reciente dictadura militar en Argentina (1976-1983): dentro de ese listado de imprescindibles, podemos mencionar al profesor, novelista y cuentista Haroldo Conti (1925-1976), el periodista y poeta Francisco Urondo (1930-1976), y al traductor, periodista y escritor Rodolfo Walsh (1927-1977), entre otros. El último referido en tal listado, acuñó una frase que se repetía a sí mismo casi a manera de mantra: “Escribir es escuchar…”.

En el caso de Osvaldo Bayer, nos encontramos ante alguien que encarnó absolutamente tal síntesis de lo que pudiera ser el periodismo: escribir es escuchar… pero también es mirar. El colaborador del diario argentino Página 12, encontró que la palabra convertida en texto periodístico podría generar alquimias casi increíbles, desde transformarse en máquina del tiempo y vehículo para enfilarse rumbo al pasado y hacer así que los dictadores y genocidas paguen por sus atrocidades, hasta encarar a monstruos vestidos de verde olivo y enfrentarlos en desigual batalla, pues ellos portan fusiles y balas, en cambio, los periodistas sólo (aunque no es poco, para nada es poco) cargan con un lenguaje que les sirve para nombrar y narrar al mundo.

Nuestro personaje aquí referido estuvo en los sitios convulsos, ahí donde un periodista solamente puede tomar partido y decir lo que es necesario (y urgente) decir dentro de ciertas sociedades como la Argentina en la cual él vivió, pero también de la que en algún momento fue exiliado. Y también de eso escribió, así lo relata su hija al evocar cómo su padre no sólo vivía las experiencias que todo ser humano podía experimentar ─tales como un exilio forzado─, sino que a la par, Bayer sentía la imperiosa necesidad de encarnar otra máxima, pero dicha en su momento por el escritor Elías Canetti: “Narrar y narrar, hasta que nadie muera…”:

─Sabemos también que su actividad como escritor y periodista le costó el exilio. Nosotros como familia nos fuimos todos al exilio, estuvimos viviendo en Berlín y ahí también es muy importante lo que hizo, siendo referente de los exiliados… ¿por qué referente? Porque él dio un grandísimo mensaje al decir: “nosotros debemos volver a la Argentina. No debemos aceptar el dinero que los gobiernos europeos nos den”; él no aceptó nada porque quería seguir luchando, sentía una gran responsabilidad porque a sus amigos periodistas los estaban desapareciendo. Sentía esa necesidad de luchar por la democracia en la Argentina: dio muchas conferencias en Europa, haciendo huelgas de hambre…hizo mucho trabajo en el exilio.

“Cuando vuelve a la Argentina, él crea la Cátedra de Derechos Humanos en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, es ahí donde su actividad sobre los derechos humanos es fundamental. Eso lo caracterizó muchísimo, en el sentido de que nunca quiso meterse en un partido político ni bajo una sola bandera, sino luchar especialmente por los derechos humanos”.

El historiador y periodista no era militante de una causa o ideología específica, sino que bien podríamos definir que él militaba en la Dignidad, la cual no necesariamente tiene banderas únicas, colores o siglas, pues es humana y universal. Asimismo, en Bayer podemos encontrar otra grandísima virtud: al ser parte de una generación que brutalmente fue silenciada y desaparecida, él como sobreviviente supo escuchar, mirar y escribir en nombre de sus entrañables amigos que ya no pudieron seguir sosteniendo la pluma a causa de la barbarie militar padecida en la Argentina durante los años setentas.

Él seguramente fue muchos hombres a la vez, y escribió no sólo como Osvaldo Bayer, sino que incluso ─aún sin estar consciente de ello─ creó un concepto inédito: si el entusiasmo para los antiguos atenienses se refería a la condición de aquel hombre que estaba habitado por dioses; en el caso bayeriano deberíamos de inventar una nueva palabra para designar a quien se halla habitado por sus amigos, héroes y heronías.

Era así un hombre habitado por muchos otros seres humanos; no narraba periodísticamente a título personal, sino a nombre de una enorme comunidad de indignados. Uno de estos ejemplos puede ser el de su amigo Rodolfo Walsh, periodista referencial no solamente en Argentina sino con un legado a cuestas que trasciende al resto de América latina. Bayer al saber de la desaparición forzada de Walsh en plena Avenida Entre Ríos de la capital porteña en 1977, seguramente escribió y narró también a nombre de su entrañable amigo. Así lo recordó durante la entrevista:

─En el caso de Walsh, usted ha dicho que él encarnaba el deber del intelectual. ¿Cómo lo recuerda?

─Sí, claro. Era un hombre generoso, magnífico, gran capacidad artística… un gran escritor. Insuperable. ¿Lo leyó?

─Sí, Operación Masacre

─Ese día en Corrientes y Avenida 9 de julio, ustedes se encontraron. Fue la última vez que usted miró físicamente a Walsh. Ninguno de los dos sabía que él caminaba hacia la muerte. Han pasado más de 40 años desde aquel momento. ¿Bayer cómo recuerda ese momento, en la Avenida 9 de julio y Corrientes encontrándose a Rodolfo Walsh?

─Con una gran emoción. Una gran emoción dentro de un gran peligro. Sin embargo, nos juntamos y nos fuimos a tomar un cafecito como si nada hubiera pasado. ¡Qué lindo! ¡Qué hombre…!

─Los dos estaban en las listas de los posibles asesinados…

─Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y yo éramos los más perseguidos. Yo, por mi libro de La Patagonia Rebelde y la película…

─Me imagino que los dos sentían miedo. El miedo no es que se arroje al bote de la basura...

─Miedo… sí, pero no nos íbamos del país, nos quedábamos pese a que eran asesinados casi todos. Nos quedábamos. Al final tuve que irme porque yo tenía a mi familia y no quería dejarla sola. Yo me fui por mi familia, si no me hubiera quedado.

─¿Cómo se encara al miedo? ¿Cómo hacer que el miedo no provoque que te quedes debajo de las sábanas y dejes de escribir?

─Se olvida. Se trata de olvidar el miedo, se trata de hacer la vida común, la de siempre, pero llega el momento en que uno no tiene trabajo, se sabe perseguido y no hay la posibilidad de seguir viviendo acá. Por eso me fui al exilio.
III   Vivir como se escribe (y como se piensa…)

¿Puede hacerse periodismo al escribir sobre determinados temas y vivir cotidianamente en la acera opuesta de dicha visión del mundo? ¿Un artículo escrito en un diario debe correr en la misma dirección que el quehacer del día a día, íntimo y personal de quien lo ha redactado? Un periodista que investiga acerca de pueblos originarios, obreros y demás sujetos plebeyos, ¿puede concederse la licencia de sentarse a la mesa de los políticos o empresarios que empobrecen a los primeros en nombre del Progreso y el Neoliberalismo? Por ser periodista, ¿alguien puede (y debe) vivir muy por encima de los niveles experimentados por el resto de la población en nuestros países latinoamericanos? ¿Se debe vivir como se escribe (y se piensa) o acaso son actos totalmente disociados y sin la menor importancia con respecto a la relación que uno guarda con el otro?

Quizás las respuestas a todas estas preguntas y su manera de convertirlas en praxis cotidianas, sean el centro del legado heredado por Osvaldo Bayer a las generaciones futuras de periodistas en América latina y en el resto del mundo. Pareciera que el intelectual argentino cuidó milimétricamente el hecho de emparentar la coherencia del día a día con su periodismo de investigación, convertido así en palabras para dar sentido a la realidad.

Escribió acerca de un anarquista como Severino Di Giovanni, pero no solamente redactó un libro acerca de tal personaje, sino que aún hasta sus 89 años de edad, él mismo se reivindicaba como un anarquista pacifista, llevando al límite ciertos rasgos identitarios como la austeridad, la humildad y la solidaridad. Así lo rememora su hija Ana Bayer, quien desde Alemania nos compartió su respuesta acerca de cuál considera que es el principal legado de su padre, tanto como periodista pero también como ser humano:

─Esto es lo que él ha dejado, toda esta vida de lucha, su ética y coherencia que él siempre tuvo en sus ideales. Y como periodista, él viajaba muchísimo por la Argentina y escribía sobre las cosas que veía, por ejemplo: miraba a alguien que estaba mal, y al día siguiente ya lo escribía. Él iba a ver a presos, visitaba las villas miserias, a gente necesitada… y después él escribía eso. Ese fue su gran periodismo: escribía siempre acerca de la gente que necesitaba tener voz; a todo el mundo le abría la puerta de su casa.

“Eso es su grandeza también: abría la puerta a estudiantes, gente joven y para todos tenía una palabra. Pienso que esa humildad de no creer que a cierta edad se debía jubilar y decir “Hasta aquí voy a llegar”; pero no, él siguió hasta el último momento y podía decir dos o tres palabras, pero decía lo que había que decir”.

Y no podríamos concluir una revisión de ciertos rasgos periodísticos y de vida con respecto a Osvaldo Bayer, si no mencionáramos a uno de sus grandes referentes, quien para el autor de Rebeldía y esperanza [1993] representó un ejemplo absoluto de ética; nos referimos a Ernesto Guevara de la Serna, el Che. Al comandante Guevara lo conoció en algún viaje que ciertos periodistas argentinos realizaron a La Habana, poco tiempo después de que la Revolución de Fidel Castro triunfara; al respecto Bayer nos compartió sus recuerdos acerca de aquel encuentro que le marcó gran parte de su vida:

─El Che Guevara es insuperable, el más valiente de los valientes. ¿Qué se puede decir del Che Guevara? Hablar de su honestidad y su coraje, su desprendimiento ante la vida: darse para una causa. Mi modelo… aunque yo no tengo la fuerza de él, por supuesto.

─¿Cuál sería la virtud que usted más rescata en Ernesto Guevara?

─El coraje civil. Ponerse siempre enfrente de todo.

─Usted lo conoció en Cuba.

─Sí, gran impresión me causó.

─Recuerdo que usted ha contado que en aquella reunión, el Che les habló dos horas o un poco más de tiempo sobre cómo hacer la Revolución en América Latina. Ha llovido bastante desde aquel año; Osvaldo Bayer, aquí en su casa, ¿cómo recuerda esa reunión?

─Como una especie de obra romántica. Nos relató cómo hacer la Revolución. ¡Qué cosa romántica! ¡Qué cosa fácil para él…! Poner la cara nada más, salir a la calle; tal vez hay que hacer eso… no pensar demasiado.

─En el Che intuyo que hay un gran acto de amor para hacer lo que él hizo. No sólo es la política sino creo que el amor también.

─Sí, y una fe en su ideología: una fe total en su ideología…

Más allá de una licencia poética, quizás es necesario afirmar que seres humanos como Bayer no mueren totalmente, pues su escritura y su praxis cotidiana son demasiado intensas como para desvanecerse tan fácilmente entre la cotidianidad de este mundo en donde ─como lo expresa cierto tango de Enrique Santos Discépolo─:

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,

ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador...

¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!

Lo mismo un burro que un gran profesor.

Hombres como Osvaldo Bayer no mueren incluso cuando su corazón deja de latir. Quizás estemos ante un fenómeno extraordinario dentro de la historia humana: alguien que aun muriendo físicamente, continúa existiendo dentro de otros cuerpos, dentro de otras escrituras…

Aquí emerge intempestivamente esa frase de Canetti, la cual citamos al inicio de este texto: “Narrar y narrar, hasta que nadie muera…”. Será entonces que al continuar narrando el andar de Bayer por el mundo, ¿así él seguirá siendo una vela encendida en medio de la noche? Si uno escribe y escribe acerca de quienes ya no están, ¿eso es una manera eficaz de contrarrestar los casi siempre invencibles efectos de la muerte?

¿Bayer ha muerto?

La última vez que hable con él, vía telefónica desde México y tras felicitarlo por su cumpleaños número 91, él finalizó aquella llamada con esta frase:

─¡Hasta siempre, querido…!

Por lo tanto, entonces, este texto es necesario finalizarlo con la siguiente expresión que intenta clausurar el monopolio de la muerte:

─¡Hasta siempre, maestro…!
Fuente: Notimex