viernes, 7 de septiembre de 2018

Julio Blanck 1954 - 2018

El periodista Julio Blanck falleció a los 64 años debido a un cáncer de páncreas que sufría desde hacía tres meses. Blanck fue editor jefe del diario Clarín hasta el 2016 y también conducía el programa Código Político, que se emitía por TN. “Lamentamos profundamente la muerte de Julio Blanck, respetado y querido por los colegas del diario”, publicó la Comisión Interna del SiPreBA en Clarín
Blank estudió química y periodismo y comenzó su carrera a los 23 años, en 1977, en la sección Deportes del diario Clarín. Trabajó en la revista Goles Match entre 1980 y 1982 y luego volvió a Clarín, donde se desempeñó en la sección Política, de la cual fue editor entre 1992 y 2002, y secretario de Redacción desde 1997.

Además, fue enviado especial en Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Israel, Italia, Colombia, Uruguay, México, Suiza. Entrevistó a todos los presidentes argentinos desde 1983 a la fecha y a personajes como Fidel Castro y Alfredo Yabrán.

En televisión abierta fue co-conductor de Participar (1985) y Confrontación (1986-1999). En TV por cable de Scanner (2001-2007) y Código Político. Fue profesor en la beca de periodismo UCA-Fundación Noble y maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.

Cuando Carlos Menem alcanzó el poder fue ascendiendo en responsabilidades en el diario, haciéndose responsable de la sección política. Con Néstor Kirchner mantuvo un buen vínculo personal que no le impidió las críticas por el intento de intervención en la línea editorial del diario.

El 17 de julio de 2016 dio un reportaje a Fernando Rosso, editor general de La Izquierda Diario, donde Blanck reconoció que “durante los (últimos) años kirchneristas hicieron “un periodismo de guerra”. “Eso es mal periodismo, pero buenos haciendo guerra, estamos vivos, llegamos vivos al final, al último día. Eran las circunstancias“, aceptó con absoluta honestidad y amor a su profesión.

Actualmente conducía junto a Eduardo van der Kooy el programa Código Político en el canal Todo Noticias. Tenía 64 años, tres hijos -Irina, Ignacio y Sofía-, y estaba casado con la también periodista Silvana Boschi.
Julio Blanck, la “topadora” del periodismo que se consagró como analista político
Trabajaba en Clarín desde que tenía 23. Se distinguió como un imprescindible analista político, pero también fue un editor reconocido y un jefe admirado. Estaba internado por un cáncer de páncreas. Blanck era editor jefe del diario Clarín
Por: Alberto Amato
La muerte de Julio Blanck, a los 64 años, abrió este viernes en este diario una oquedad de un diámetro aún mayor que el que deja en el periodismo la desaparición de un analista lúcido, honesto, implacable, irónico y veraz de las últimas cuatro décadas de agitada vida política argentina.

Eso pasa siempre con la muerte joven: sabemos quién fue el que se va, pero ya no sabremos nunca quién pudo haber sido. Por eso rondaban hoy, en el silencio que el mundo virtual impone en las redacciones, alejadas de la batahola verbenera de las máquinas de escribir con las que Julio hizo sus primeros pininos, los rasgos más salientes del carácter de Blanck, que dejó una impronta inolvidable entre quienes tuvieron el placer, siempre duro y severo, de compartir esta profesión fantástica.

Julio recorrió en Clarín el amplio espectro de categorías indescifrables de la profesión: fue cronista deportivo, redactor de la sección política, enviado especial, jefe de la sección, prosecretario general, columnista, editor, conductor junto a Eduardo van der Kooy, y durante una década, del programa Código Político de la señal TN.

Este viernes, Van der Kooy recordaba, mientras todos nos acordábamos de Julio, una historia reciente y casi desconocida que revela cómo enfrentó Blanck su cáncer de páncreas: “En abril de este año celebramos los diez años del programa. Dedicamos todo el mes a esos diez años que cerramos con un reportaje al presidente Macri en su despacho de la Casa de Gobierno. A la mañana siguiente, Julio se internó para su primera sesión de quimioterapia”.

Ese fue también el sello distintivo con el que Blanck encaró el periodismo. Llegó a Clarín en 1977, cuando era un chico de 23 años, había nacido el 28 de junio de 1954, en medio del tumulto desatado por la dictadura instalada en marzo del año anterior. Entró por la puerta de entrada de la profesión, puerta siempre grande, que es la sección Deportes. Entre 1979 y 1981, su inquietud, que se dejaba ver incluso en su lenguaje corporal, lo llevó a la revista “Goles Match”, que entonces dirigía Jorge Azcárate y donde Blanck, que cultivaba esa rara cualidad que sabe mezclar con paciencia y sabiduría los libros y el tablón, dejaba traslucir su pasión por Independiente.

Para 1980, estaba sin trabajo. Horacio Pagani evocaba hoy su aporte para que Blanck regresara a Clarín, previa evaluación del “error estratégico” que implicaba su inicial retirada: “Me lo encontré en la cancha de Vélez y le dije: ‘Te invito a comer a Fechoría’. Al otro día hablé con el editor del diario, Marcos Cytrynblum, para que Julio volviera. Y el tipo me dijo: ‘Está bien, que vuelva. Pero si se vuelve a ir, te vas vos con él”.
Julio hizo de Clarín la casa de su profesión. En 1982, la guerra de Malvinas y los meses que la siguieron, hicieron que Política lo reclamara como un nuevo redactor, pasó a la sección junto con Alfredo Leuco, que también era redactor de Deportes.

Fue testigo y cronista de la recuperación democrática en 1983, cuando cubría los avatares de la Unión Cívica Radical, que iba a resultar triunfadora en las elecciones de octubre de ese año. Y desde entonces, sus crónicas, sus columnas, sus análisis y hasta la inolvidable sección “Azúcar o Sacarina”, en la que derrochó un humor ácido y agudo que enriqueció su estilo, desfilaron por la pluma de Blanck desventuras, desdichas, asonadas, escándalos y esperanzas que sacudieron al país.

Entrevistó a todos y con todos logró el ideal de un periodista: hacer que el entrevistado hable de lo que no quiere y conseguir de su boca un buen título. En 1995 empezó a editar la sección Política, con el país sacudido, para variar, por los remezones de una crisis económica, la conocida como “efecto tequila”. Le imprimió a la sección la misma impronta que impuso a su vida al día siguiente del reportaje a Macri: pasión, fervor, intensidad, constancia, exaltación y una obsesión permanente por los datos chequeados y contrastados. Así se ganó el apodo de “La Topadora”.

Rondaba la sección y las espaldas de los redactores, en las horas previas a los cierres, con una mirada aérea zumbona, también inclemente, sobre textos e intenciones y extensiones. Pensaba siempre en el día siguiente y en las páginas siguientes. Tenía como impresas en la memoria las medidas siempre frágiles de un diario.

El día de la muerte de Néstor Kirchner, reunió a la redacción en pleno para esbozar su plan de cobertura. Cuando terminó el “esbozo”, había diseñadas cuarenta páginas que no dejaban resquicio informativo por cubrir. Cerraba aquella edición especial una de sus columnas: “Poder y dinero, herramientas y también obsesiones de Kirchner”.

En los febriles momentos de cada cierre, cada noche de cada día de todos los meses de muchos años, un diálogo habitual con Blanck era: “Julio, no entra este título”. “Probá con este”. “No va a entrar”. “Probá”. Entraba.

Tenía una capacidad fantástica de liderar y de influir en un equipo periodístico. Dirigió el equipo de investigación de Clarín que en 2003 recibió el premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que entonces dirigía Gabriel García Márquez, e impulsó la investigación periodística como una de las metas para afianzar el periodismo de calidad de Clarín.

Era un tipo áspero, una especie de volcán de emociones contenidas que disparaba con hosquedad unas grageas de afecto casi inocente y valioso. La alta torre de su timidez escondía un rompecabezas de ternura que rara vez rompía para hablar con pasión también contenida de su mujer, Silvana, y de sus hijos, Ignacio, Irina y Sofía. O para ocultar con empeño su pasado como técnico químico, acaso un error de juventud antes de que la profesión lo ganara para siempre.



Fueron esas condiciones, más un humor corrosivo y un cinismo tal como lo entendían los griegos, los que, recordaba Van der Kooy, lo unieron a Blanck para llevar adelante “Código Político”: “Teníamos dos programas diferentes en Metro. La gente de TN nos convocó para que hiciéramos un programa juntos. Nos pusimos de acuerdo enseguida, incluso en que él fuera el conductor, porque lo sabía hacer mejor que yo. Y en diez años, en un mundo de enorme competencia, nuestro vínculo se mantuvo tal y como fue en más de veinte años de vida profesional en Clarín”.

Fiel a lo que fue toda su vida profesional, Blanck escribió una de sus últimas columnas en la clínica donde estaba internado, con un esfuerzo enorme y una decisión inquebrantable y tal como había prometido en abril, durante una de sus últimas visitas a la redacción, que iba a enfrentar el mal que lo aquejaba. No cejó. Fue, hasta el final, un cronista lúcido de su propia vida.

El dibujo que ilustra estas páginas doloridas fue trazado entre lágrimas por Hermenegildo Sábat, que compartía espacio, pared de por medio, con Blanck. Sintetiza, de alguna forma, el sentimiento de una generación de periodistas que siente que perdió no sólo a uno de los mejores, sino a un hermano al que acudir en los momentos de dudas y de incertidumbre. Los profesionales jóvenes tienen en Blanck un ejemplo a seguir. Quienes tuvimos el placer de escribir algunos textos en este diario bajo la batuta impecable de Julio, y hasta bajo su látigo amable, sabemos que tuvimos un privilegio único e irrepetible. Un privilegio que también compartieron sus incontables lectores.

El recuerdo del último té de las 5: la despedida de Eduardo van der Kooy a su amigo Julio Blanck
Compartieron la redacción de Clarín durante décadas y la conducción de Código Político por TN. El ADN de una amistad inquebrantable
Por: Eduardo Van Der Kooy
Llevo mil puñaladas en el alma. Fueron horadando con dolor insoportable ese intangible espiritual durante el martirio de Julio. Mi amigo querido, mi socio infaltable de una década en TV, se acaba de apagar después de una batalla inhumana. Supo lidiar hasta el último día con las armas con que también vivió: la entereza, la determinación, la entrega, el sarcasmo, la honestidad, hasta el humor en la penuria. Valores con los cuales moldeó también su vida personal y su vida pública. Del mismo modo construyó su dorada carrera de periodista.

Esto es, al menos para mí y ahora mismo en el dolor incurable, lo menos importante. Lo insoluble, dramático, desolador es la desaparición del amigo. La psicología enseña que un padre no está preparado para sobrellevar la muerte de un hijo. Va contra la naturaleza. También, que un adolescente sufra un golpe de trauma cuando asiste a la muerte de un par en ese ciclo vital. Con secuelas prolongadas. Somos adultos bien maduros, remotos de la adolescencia, pero el dolor y la sensación de orfandad para nosotros es la misma. Aunque la percepción de finitud, en este tramo de la vida, esté siempre latente. Revivo con la partida de Julio el terremoto de desasosiego que me estremeció hace casi diez años cuando murió el gordo Cardoso. La psicología debería tomar nota también de esa realidad.

Aquel desasosiego, según los laberintos de la terapia psicológica, podrían tener vinculación con el sobrevuelo del fantasma que denominan “la culpa del sobreviviente”. ¿Por qué a él y no a mí?, fue una autointerpelación que me hice ciento de miles de veces mientras Julio transitaba su enfermedad. No hay respuesta para ese enigma cerebral.

Construimos con Julio una de las infinitas formas de amistad de la que somos capaces los humanos. De cotidianeidad, de diálogo, de solidaridad, de respeto, de profundo sentimiento. Cruzado siempre por pinceladas gruesas de ironía. Un ADN inconfundible de ambos. No fuimos jamás amigos por las redes. Sólo cara a cara. Estuvimos más de dos décadas compartiendo oficinas contiguas, al fondo de largo callejón de la redacción de Clarín. Hubo entre nosotros una afinidad personal y laboral poco frecuente. Inquebrantable, despojada de cualquier mala competencia. Bastaba con un gesto, una mueca histriónica, o una palabra para entendernos. La causticidad estableció una especie de puente infalible para comunicarnos. Sabíamos qué queríamos decir. Hacia dónde pretendía ir uno y el otro. Llegábamos siempre al mismo puerto. Poco común cuando se aborda un campo agrietado y hostil como es la política en la Argentina. Esa pasión, mirada indefectiblemente con recelo, nos unió en una amistad que el destino nos acaba de despojar.

Nacimos y nos conocimos bajo el fuego que provoca cada día hacer un diario. Ese fuego es ahora distinto. Demasiadas cosas cambiaron con la modernidad y la innovación. Esos vientos terminaron por empujarnos, precisamente, a la televisión. Fue una década de convivencia intensa, extrema, apasionante. Durante la cual se amalgamó nuestro vínculo. Esa intensidad dejó, sin embargo, algún vacío. Que nunca supimos ocupar. Nos hemos dado cuenta tarde de semejante distracción.

Nuestra amistad jamás se animó a invadir debidamente la vida personal e íntima de cada uno. Ese mundo que se edifica fuera del trabajo. Julio fue un amigo de emociones habitualmente contenidas. Cancerbero de su privacidad. Tampoco he abierto yo de par en par las puertas de las seis décadas largas que llevo recorridas. Corre sangre sajona en mi interior. Pero también las personas tenemos vigas maestras que se rompen.

En los tiempos de su enfermedad descubrimos esa carencia imperdonable. Nos aflojamos. Disfrutamos de una sensibilidad que casi habíamos mantenido blindada. Un día, en medio de su tratamiento cruel le confesé que lo extrañaba a mi lado. Que Código Político no era lo mismo sin él. No lo será. Su respuesta fue impactante. Me conmovió al punto que no me reconocí. Un WhatsApp de un mediodía de mayo: “Resulta que a la vuelta de los años, fóbicos y cínicos como solemos ser, encontramos el valor de una amistad que no necesita de alardes para ser sincera y profunda”, escribió. No lo hubiera podido decir mejor. Con tanto realismo y precisión.

Estuvimos conectados casi hasta su último día. Silvana, su mujer, fue fiel e inclaudicable mensajera cuando a Julio le empezaron a escasear la voluntad y la energía. Irina, su hija mayor, también. Adrián, un amigo de ambos, se convirtió en otro socorrista firme. Pudo haber quedado pendiente entre nosotros algún contacto personal de despedida. Supongo que Julio prefirió que no me llevara el recuerdo de una imagen desvaída de él. Su vida había sido, de verdad, otra cosa.

Creo ahora que, como lo hacía cuando planificaba la edición del diario, montó nuestra última escena de amistad sin que me diera cuenta. Hace algunas semanas, cuando todavía parecía Julio, me propuso que tomáramos el té en su casa. Quedamos que yo llegaría a las cinco. Bromeamos con la tradición inglesa y ese ritual de muchas mujeres paquetas, quizás de otra época.

Compré escones artesanales que en migajas aún pudo degustar. Compartimos el tiempo con Silvana, con otra de sus hijas, Sofia. Después nos recluímos solos en el living de su bellísima casona en Caballito. Hablamos de todo. Casi cuatro horas. Aunque una y otra vez nos reprochamos que a nuestra entrañable amistad le hubiera faltado algo.

Ya no hay remedio para eso. No lo hubo para su enfermedad. Prefiero despedirme sellando como recuerdo sagrado aquella última escena: junto a él, durante el té de las cinco.
La tapa con "La crisis causó dos muertes": "Fue un error no decir la verdad. Tengo guardado ese diario en mi oficina: la tapa dice una cosa y adentro (la nota) dice otra. Fue un título infeliz: escamoteaba la verdad".

“En Clarín se angostó como nunca la posibilidad de pensar distinto”
En el segundo semestre de 2015, con 38 años en Clarín, Julio Blanck se sentía en el momento “más pleno” de su carrera. En proceso de retiro de las tareas de edición derivado de la concentración del poder en la línea Kirschbaum-Roa, Blanck expresaba una mirada crítica hacia el paradigma kirchnerista sobre los medios pero también hacia el rumbo de Clarín. Con inusual crudeza, los cuestionamientos no excluían a su propia tarea y al cuerpo de la redacción. Entre julio y noviembre de ese año, Sebastián Lacunza realizó entrevistas a Blanck en su despacho del edificio de Tacuarí, para la escritura de un capítulo del libro "Pensar el Periodismo" (Ediciones B, 2016), que aquí se reproduce.
Julio Blanck conoció tempranamente una de las facetas del ejercicio del periodismo. En 1977, antes de empezar a estudiar una tecnicatura en química, colaboró con cuatro notas para la revista El Deporte y nunca le pagaron.

Fue su única experiencia antes de ingresar a la sección Deportes de Clarín, a meses del comienzo del Mundial 78. Recuerda la sensación mientras subía la escalera hacia el segundo piso de la redacción ubicada —como ahora— sobre la calle Tacuarí. “Ya un piso antes se sentía el tableteo de cien Olivetti Lexikon 80. Atravesé el taller de linotipía, composición en caliente, con barras de plomo derritiéndose; una sinfonía inolvidable”.

Blanck lleva casi cuatro décadas en una estructura que muchos —dentro y fuera— definen como “soviética”. Acaso su militancia juvenil en el Partido Comunista lo ayudó no sólo a sobrevivir sino a sentarse en el politburó del diario.

Desde abril de 2003, cuando Ricardo Kirschbaum asumió la edición general y Ricardo Roa quedó como segundo de la redacción, Blanck se desempeñó como editor jefe. Junto a Daniel Fernández Canedo, llevó “el día a día” hasta noviembre de 2013. Desde entonces, la órbita de Blanck quedó circunscripta a Política y Economía, lo que le dio aire para escribir notas de opinión y leer libros como El adversario, de Emmanuel Carrère. [i]

Con las modificaciones de la estructura de Clarín en 2016, ya no tendrá funciones de edición.

Hacia agosto de 2011, habían corrido más de tres años de intercambio de agravios entre el multimedios y el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Las primarias presidenciales del 14 de ese mes fueron la última ocasión en que Blanck acompañó a su padre, Aldo Ivnisky, a votar.

Al día siguiente, la opinión del editor jefe de Clarín admitía sin vueltas: “Hay que inclinarse con respeto ante la voz de los ciudadanos. Quien quiera oír que oiga”. Uno de los ciudadanos que había hecho oír su voz a favor de la reelección de Cristina era el prestigioso contador y docente de la UBA Ivnisky, quien falleció a los dos meses.

A cinco años de aquello, Blanck tiene presente una agria frase de su padre sobre las consecuencias del periodismo en su personalidad.

En los últimos años, ha habido un aumento de la desconfianza hacia el discurso periodístico y los medios, tanto en el país como en la región. ¿Entendés que esa desconfianza es algo que se debería reparar o es un marco que llegó para quedarse?
En el caso argentino, ése es el triunfo cultural del kirchnerismo sobre el periodismo profesional. Se ha hecho de una forma magnífica. Si vos decís: “soy periodista pero no soy objetivo ni profesional; soy militante y vos también lo sos; no somos objetivos”, es una manera muy perversa y eficaz de lograrlo. Esa idea permeó en los que estaban a favor y también entre los que estaban en contra del kirchnerismo. Quedó instalado que los periodistas sólo responden a intereses que no son propios, y en el caso de los oficialistas, su dependencia es del Estado. Eso va a trascender en el tiempo, más allá de cambios políticos. La única manera que se me ocurre (de cambiar de escenario) es recuperar profesionalidad, no perder la capacidad de informar con un cierto equilibrio; señalar, tanto en la presentación de la información como en el análisis, las cosas que puedan ser positivas o negativas: periodismo profesional, lo que se hizo con errores e insuficiencias hasta que nos fue instalada una guerra por el sentido. No hay una receta especial, un tratamiento de desintoxicación. Es largo. La credibilidad de los periodistas y los medios se construye día por día a lo largo de años, ladrillo por ladrillo, y se destruye en un solo día.

El abordaje crítico de los medios como “intermediarios” entre el público y la realidad tiene una larga trayectoria en las universidades, mientras el discurso oficial de los medios ha sido muy perseverante con la idea “inmaculada” de la objetividad y la independencia. Incluso hoy hay algunos resabios de eso.
En la universidad, ese abordaje es correcto, tiene razón de ser. Está buenísima una mirada crítica para alguien que nunca haya pisado una redacción. Para los estudiantes de periodismo, ha sido una especie de zanahoria muy útil, promovida por quienes más han manipulado las noticias y la información en estos últimos años. Si pensás en quiénes eran los modelos de periodistas, tendrás una pauta. En los noventa, el modelo era Página 12, que cambió la forma de hacer periodismo. Nos obligó a todos a hacer un trabajo distinto. En su momento, fue un revulsivo importante para los que estábamos en Clarín, en La Nación, en los medios establecidos, porque impuso un lenguaje y un abordaje de los temas que no se concebía como lo habíamos hecho hasta entonces. Fue una competencia muy dura y un aprendizaje. Hoy ves huellas en los medios tradicionales del estilo del Página inicial, en los largos primeros años. Incluso en Clarín, que acaba de cumplir setenta años. Hoy ya nadie reivindica la objetividad y ahora nos vamos al otro extremo. Del extremo nocivo “los periodistas somos inmaculados, portadores de la verdad”, a “somos portadores sanos —en el mejor de los casos— de mentiras interesadas”.

¿No es más saludable que haya un público menos crédulo?
Vos tenés públicos crédulos y corderitos de uno y otro lado, me consta. Hacés todo blanco y negro y el que está de gris, es el enemigo de todos. Hay que bancársela. Es bueno que el público se haya desvirgado de la idea de los periodistas como una especie de paracaidistas polacos, como decía (el fallecido diputado radical César) Jaroslavsky, que llegaron sin ningún anclaje con el pasado. Está bueno porque te exige más, eso no está tan mal. La distancia y la madurez del público crecieron. (El periodista Luis) Majul lo dice bien: “No crea en nada, ni siquiera en lo que se dice en este programa”. A los periodistas hay que creerles como a las encuestas, un poco sí y un poco no. No somos los dueños de la verdad. No tenemos ni tiempo, ni método, ni recursos, ni siquiera el objetivo de contar la verdad. Nuestro objetivo es lo verosímil. Sobre todo los que trabajamos diariamente, y más en medios online. Tenemos que hacer algo que sea verosímil, una reconstrucción más o menos honesta; reconstruir las cosas como creemos que las podemos transmitir. La verdad es otra cosa, lleva más tiempo. El verosímil se puede trabajar aun en el ritmo del online.

¿La búsqueda del verosímil, especialmente en los medios online, habilitó que meras especulaciones sean presentadas como información en forma creciente?
Hay que adaptarse a una nueva tecnología. En el ritmo de Guttenberg, tenés esta charla conmigo, la escribís y pasan hasta 24 horas hasta que alguien la lee publicada. Los diarios, en ese sentido, traen noticias viejas. Lo que yo veo en los medios digitales es la tentación de que todo se resuma en la nueva tecnología; que la inmediatez te autorice a no ponderar. A veces, cuando tenés un video menor que contiene una anécdota, hay audiencia y no hay lectores. Mostrás cosas. En el periodismo, del rubro que sea, se necesita un tiempo mínimo para ponderar y dudar. Hace más de diez años, tuve la posibilidad de participar en la reunión de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Monterrey. Ya siendo grande, era el menos experimentado. Estaban Clovis Rossi, de Folha de São Paulo; Horacio Verbitsky, de Pagina, y Jean-François Fogel, de Le Monde. De Europa traían la idea de que el público le daba permiso al online para equivocarse, para informar con errores, y que después existía la posibilidad de corregir, mientras nosotros estamos entrenados en la verificación hasta el límite de la hora de cierre. Todo en el periodismo digital es experimentación y error.

En algunos momentos, habrás notado que en la redacción cometieron errores o excesos. ¿Qué respuesta tuviste cuando planteaste objeciones ante tus superiores, tus pares o la gente a tu cargo?
La respuesta más interesante es la que tenés arriba. Si las discusiones no las das delante de los que están arriba, para qué las das. Si las das para tratar de quedar bien delante de los que están abajo tuyo… Me fue más o menos, a veces bien y a veces mal. Tampoco produje actos de heroísmo. Tuve una manera de ver algunas cosas. Mi viejo (Aldo Ivnisky) me decía, a los años de haber empezado a trabajar en esto, “el periodismo te hizo cínico”. Uno cree que tiene una mirada fuera de todo. Somos periodistas porque finalmente estamos afuera de todo, pero también afuera de lo que uno hace. Hay momentos en que uno hace algo que no le gusta hacer, lo que no está bien, pero sabés que lo tenés que hacer porque es tu laburo o tu convicción política o personal. En determinada instancia, lo hago pero no dejo de pensar que en otra circunstancia no lo haría.

¿Tuviste diferencias con algunas de las cosas que se hicieron?
Sí. Ninguna me resultó tan fuerte como para que me resultase insoportable seguir trabajando acá.

¿Y cómo te fue en cuanto a tu proyección personal?
Perdí más de lo que gané en los resultados inmediatos. Si en la cabeza de algunos de los que están afuera (de su despacho) quedó sembrada la idea de que hay que ser crítico de lo que uno hace y después hay que mirar al resto, es algo positivo. No fui el único. En estos años hubo discusiones cotidianas haciendo la tapa, en charlas informales. La profesión ha sido un revulsivo muy fuerte todos estos años. Hubo instancias orgánicas para plantear lo que pensaba. No puedo quejarme porque (en la empresa), sabiendo orgánicamente cómo pensaba, no tuve ningún cercenamiento profesional.

¿Diste tu opinión cuando el diario se permitió titular en tapa y en notas interiores con un verbo en potencial sobre hechos graves que después no se corroboraron, como las cuentas de Máximo Kirchner y Nilda Garré[ii], entre otros?
Si esos potenciales se hubiesen corroborado con hechos de manera inmediata, nadie los recordaría. El potencial lo usás para cubrirte hasta que los hechos sucedan, pero si los hechos no suceden, hay un problema: la imposibilidad de sostener con pruebas lo que habías dicho.

¿Qué pasó cuando lo planteaste?
Cuando pasan esas cosas, vos decís “Che, dónde está eso que dijimos; no aparece”. Vos podés tener dos actitudes. O nadie dice nada, porque todos sabemos que estamos en una calle sin salida; o podés hacer lo que tenemos que hacer y decir, “Che, está pasando esto”. La reacción instintiva es el silencio. Es la reacción cultural. A mí no me sale, pero no quiere decir que no entienda que otros actúen de otro modo. No porque piensen distinto sino porque les parece que tienen que canalizar su pensamiento de cierta manera. Yo estoy en una posición aventajada; ¿qué me van a decir? Hago abuso de mi lugar circunstancial en la redacción. Si no uso mi lugar para eso, además de ganar unos mangos más… Estoy en una posición en la que me fijo más en los errores que en los aciertos. De los aciertos no aprendés. Todos estamos expuestos al error. Uno de los problemas de esta época es que quedamos anestesiados ante la posibilidad del error, de uno y otro lado. Se cumple aquella frase “si el error te conviene, que la realidad no te arruine un buen título”. Vamos para adelante.

Existe también una demanda del público creyente, que premia a quien alimenta sus prejuicios, incluso con información intoxicada.
Esos errores, esas alianzas tóxicas son transversales. Nos pasó a nosotros y supongo que les habrá pasado a los otros. Cuando por la calle te dicen “sigan así, no aflojen”, ese tipo te dice “matala a Cristina, hablá mal de La Cámpora, sea lo que sea”. Ese tipo pide “decí lo que sea, no importa lo que digas porque yo quiero escuchar eso”. La división tan antinómica, profunda que vive la sociedad, favorece eso. El asunto es qué hacemos con eso. Si te creés que sos el representante de la sociedad, hacete candidato y que te voten. A ninguno (de los periodistas que se presentaron de candidato) le ha ido demasiado bien. El problema del periodismo militante fue que de un lado se habló de periodismo militante y, del otro, muchas más veces de lo aconsejable, se lo practicó. De un lado se habló y se hizo y del otro, del nuestro, se hizo demasiadas veces.

¿Creés que los periodistas que asumieron el rol de “ponerse la camiseta” no por convicción sino por conveniencia van a volver a una posición más “neutral”?
Acá no tenés tipos tirados en la banquina por su manera de pensar. Clarín tiene una cosa extraña. Tenés libertad; bastante más libertad de la que se cree. Esto es una máquina de picar carne, hoy me toca ser máquina todavía pero me acuerdo cómo era ser carne. El periodista tiene que forzar el límite, hasta que el límite te lo ponga el editor general o el Pulitzer. Obligalo a tu editor a que te ponga el límite. No he visto tipos acá que hayan sido segregados. En esta profesión hay mucho de refugiarse en que “esto no se puede hacer”. El periodista tiene un ego similar al de un actor, pero ganando mucha menos plata. No ves casos constantes de gente que esté tocando el límite. Tengo 35 años en esto y veintialgo con cargo de edición. No conozco muchos tipos que se hayan ido por eso. Hay colegas que se han ido a medios oficialistas en tiempos del kirchnerismo, y no es que acá eran guerrilleros resistiendo. Todos agarraron el retiro voluntario y se fueron a otro lado. Veo desde acá (su despacho) dos o tres que no están de acuerdo (con la línea del diario) y siguen escribiendo.

En tu descripción de que muchos no empujaron el límite se percibe una crítica a la profesión.
No me golpearon la puerta nunca para pedir más libertad. Es muy fácil decir “no hago más que esto porque no me dejan”. Lo que vos no hacés es porque no tenés el talento, la dedicación, la determinación y la capacidad de esforzarte y de exigirte a vos mismo.

Clarín fue, después de la dictadura, un diario con un amplio rango de opiniones. Pretendía asumir “el sentido común” de la clase media y buscaba a los costados. ¿Se privaron de esa diversidad en los últimos años?
Las líneas editoriales son angostitas o más anchas. Hasta el 2007, éramos más abiertos. Este diario era acusado de ser socio o cómplice de (Néstor) Kirchner. La Nación tiene un espectro más cerrado y la lógica de Clarín, uno más amplio de cronistas y analistas. Cuando yo era redactor, había colegas que eran simpatizantes abiertos de la Ucedé (derecha) o del Movimiento al Socialismo. En el medio había radicales, peronistas, socialistas, desarrollistas. Ahora hay menos. Vos vas a la redacción de política y hay más filokirchneristas que filomacristas, sin ninguna duda. La lógica de los periodistas es que creemos que somos progres —sin saber muy bien qué es ser progre— porque tenemos un sistema de valores que en general nos acerca a ciertas posiciones. Por eso acá (la excandidata presidencial de Progresistas) Margarita Stolbizer sacaría muchos votos. En 1983[iii] se hizo una votación interna de la redacción. Ganó (el peronista clásico Ítalo Argentino) Lúder; segundo salió (el centroizquierdista del Partido Intransigente Oscar) Alende y tercero, (el radical Raúl) Alfonsín. Los votantes de Alfonsín, sobre 150 o doscientas personas, eran siete. Te nombro algunos: Carlos Quiroz, Jorge Aulicino, Luis Gregorich y Pablo Kandel. Por suerte, tenemos un problema de ajenidad con el público (risas, porque Alfonsín ganó las elecciones nacionales). Volviendo al tema de los columnistas, Clarín tuvo siempre un espectro muy amplio al interior de la redacción; estos años hemos tenido el espectro más angosto de los que yo recuerde. El campo de acción del diario se angostó y va a volver a ensancharse con una flexibilidad que a algunos va a sorprender.

¿En qué, por ejemplo?
Vas a encontrar pronto que Clarín no se va a dejar robar el tema de inclusión de derechos y nuevas modalidades de relación. No sé si en la parte política podremos ser tan flexibles. La lógica de Clarín es no dejarse arrinconar. Vos tenés que estar lo más cerca posible del público y el público probablemente deje de consumir guerras; quizás va a consumir menos de política. No nos vamos a arrinconar en el lugar del conservadurismo. Ahora, independientemente de que el espectro político podría haber sido un poco más amplio, esto nunca fue una democracia ateniense.

¿Te hubiera gustado un arco de firmas más amplio para incorporar lectores críticos con el rumbo del diario?
Me hubiese gustado, sí, pero no tiene ningún efecto práctico. Se fue angostando la posibilidad de que hubiese pensamiento muy distinto. Durante el conflicto del campo, hubo un quiebre. Kirchner maltrató a (el entonces cronista de política, luego editor en Infobae) Leonardo Míndez[iv] y ahí empezó un proceso. Bastó que maltratase a Leo; todos sabemos quién es quién. Kirchner le dijo “te mandó (el copropietario de Clarín Héctor) Magnetto a preguntar eso”. Magnetto no le manda a preguntar nada a nadie. Esa idea no era nueva en el kirchnerismo. Repasé un libro de Cristina, una recopilación de sus intervenciones parlamentarias, prologada por Ricardo Lagos. Ella sostiene que “los medios defienden intereses al igual que nosotros”. Es un antecedente más lúcido y elaborado —como es Cristina, muy sólida— de lo que vino después. No hay neutralidades, “ustedes o nosotros”. En momento en que la acusación de la no neutralidad salta de los medios a las personas, se abroquela a la redacción. El ataque al periodista de Clarín amalgamó mucho a la redacción para defender a las personas, no al medio. Había una sensación de que venían por nosotros.

¿Por esa personalización de la crítica es que no fueron más amplios?
Lo cierto es que nadie reclamó “seamos más amplios”, pero a veces hay que forzarlo. Decir algo de la oposición (a los Kirchner), no vender que es angelical. No digo que elogies al gobierno…

En estos años encontraron espacio en Clarín firmas que representan una postura más extrema, que antes eran impensadas o no frecuentes, como Juan Bautista Yofre y Ceferino Reato. ¿Por qué?
Entraron. Alguien los habrá traído, cayeron simpáticos, pero no se vieron más. Fijate cuándo es la última publicación. También demuestra que no es una cuestión monolítica. Cuando Clarín, que es un elefante, decide mover una pata, la mueve. La cultura de un medio grande que se supo muy poderoso en una época, es que cuando hacés algo, lo hacés, y si te das cuenta de que está mal, lo cambiás a los cinco años. ¿Por qué algunos tipos escriben? Yo no manejo el área de opinión.

Muchos creen que La Nación guardó más la compostura periodística estos años, excepto en sus editoriales. ¿Lo compartís?
Sí, yo pienso lo mismo. Pudo hacerlo. Hay un teorema imposible. ¿Qué hubiese hecho La Nación si hubiese estado bajo el volumen y la intensidad de ataque que Clarín? No lo sé. Veo hoy La Nación, que es muy polite en vida cotidiana. Es un medio extraordinario satisfaciendo a su público. Saben quién es, dónde está, cómo está cambiando, y ellos van cambiando con su público. La Nación se mantuvo más equilibrada, jugó a ser más o menos ecuánime, lo logró durante mucho tiempo. Acá la redacción (de Clarín) tuvo que atravesar la discusión sobre quiénes eran los hijos de la directora.

¿Cuánto dudaste sobre si Felipe y Marcela Noble, los hijos de Ernestina Noble, eran hijos de desaparecidos?[v]
Dudé hasta que me demostraron que no eran.

La adopción fue irregular, de eso no hay dudas, en medio de un momento crítico del terrorismo de Estado.
Yo no hablo de la adopción. Así salían las adopciones, no lo sé, es una hipótesis. Hasta que no se hicieron los análisis, acá no sabíamos qué pasaba. Los periodistas de este diario seguían escribiendo mientras esa situación estaba abierta y acá era motivo de conversaciones orgánicas e inorgánicas.

¿Cómo hubiera seguido el diario si en efecto se probaba que eran hijos de desaparecidos?
Se hubiese dañado severamente. Hubiese producido un impacto muy fuerte en la redacción, seguramente.

Una de las novedades de los últimos años fue la incorporación de Jorge Lanata, una marca en sí mismo, algo que no era habitual en un medio en el que la marca era el Grupo en sí mismo. ¿Qué evaluación hacés? ¿Por qué lo trajeron?
Era una cuestión de concentrar fuerzas; hay que ver el marco en que se produce su incorporación. Lanata es a la generación de los periodistas de hoy lo que Verbitsky fue para los periodistas que entraron a los medios en los 90. El tiempo va decantando a las personas. Traer a Lanata al diario o al canal, al Grupo, tenía que ver con la idea de pertrecharte, tener más impacto y consolidar más público. Es evidente que Lanata tiene un predicamento en un público al que los medios del Grupo no llegaban. Si vos pensás qué es lo que buscaste y qué conseguiste, los resultados son extraordinarios. Lanata encontró en la apoyatura editorial que te puede dar el Grupo Clarín la posibilidad de potenciar sus cualidades.

También tiene un efecto que es radicalizar al público. Sin ser de derecha, es venerado por la derecha.
Y también por una parte de la izquierda. Te permite llegar a niveles de audiencia que antes no tenías. Te ayuda a hacer líder a Radio Mitre[vi]… Atrae a Chiche Gelblung desde Radio 10, que es el antecedente directo de Lanata, en la revista Gente, y lo hizo veinte años. Es un genio de su época y Lanata, de la nuestra. Son dos exponentes de que el fin justifica los medios. Es una manera de hacer periodismo. Tiene un estilo que no ejercemos porque no tenemos el talento y la desfachatez para hacerlo. Es un modo de relacionarte con el público. En eso Clarín se desencorceta con (el periodista de radio y TV) Nelson Castro, Lanata, (Marcelo) Longobardi, (el columnista de La Nación) Carlos Pagni, (el columnista de La Nación y exjefe de redacción de Clarín) Joaquín (Morales Solá). Lanata venía con esa idea. Alguien tenía que decir con gracia, penetración y un lenguaje menos atado al código de la política y la economía tradicionales las cosas que un segmento importante del público venía pensando. Por ahí no es el tipo de periodismo que más me gusta, pero es el que más impacto tiene, por escándalo. Y no es periodismo sin sustancia. Compará el éxito de un tipo en un canal o en una radio contra todo un sistema armado por el gobierno kirchnerista.

En el plano de buscar otras voces, sin embargo, se desprendieron de Marcelo Zlotogwiazda y Ernesto Tenembaum[vii]. De centroizquierda, desacartonados, uno más lejano que otro del kirchnerismo pero no conservadores…
Zloto es un kirchnerista crítico y lo sostuvo con mucha integridad y entereza. Nunca fue distinto ni se camufló de lo que no era. Hubiese sido más inteligente que siguiesen. Me pareció un movimiento paquidérmico. Podrías haberlos mantenido, pero no conozco al interior la relación de ellos con TN.

¿Por qué creés que el kirchnerismo, que derivó recursos abundantes vía pauta publicitaria y concesiones a ciertos medios, no fue capaz, salvo excepciones, de hacer unidades sustentables, que trascendieran el mandato de Cristina?
Sobre todo porque si vos querés que sigan una letra, que haya un sistema de medios que recite lo que querés escuchar, no funciona. Sí les da resultado a los propietarios de esos medios que se han llenado de oro, eso es otra cosa. Lo único masivo que han logrado fue la propaganda de Fútbol Para Todos, que fue extraordinaria en sus efectos, está medido.

Muchos actores políticos y sociales que van más allá del kirchnerismo sostienen que Clarín ocupa una posición incompatible con la diversidad que requiere una democracia. ¿Estás de acuerdo con una legislación que desconcentre el mercado?
Estoy de acuerdo con la desconcentración y estoy en desacuerdo con calificar la posición de Clarín como incompatible (con la diversidad). En términos de medios, no tiene una posición monopólica en ningún espacio; ni en gráfica, ni en radio, ni en internet, ni en televisión.

La legislación en países del Primer Mundo establece incompatibilidades para mantener porcentajes significativos en todos los mercados de la comunicación a la vez.
El problema es cuando tomás una iniciativa razonable y la convertís en otra cosa. La herramienta no es mala en sí misma, la cuestión es cómo la usás. La ley de medios era un martillo, y lo podías usar para construir o para romperle la cabeza a Clarín. Si hacés esto, desvirtuás la verdadera discusión sobre la necesidad de modernizar y adecuar el sistema. Tan muerta nació la ley de medios que no mencionaba a internet. Su objeto central terminó siendo su punto débil: hacer de goma a Clarín. En los ochenta, a INT Pensar el periodismo mí me decían los políticos “publicame esto porque si no salís en Clarín, no existís”. Ya en esa época me parecía una enormidad, no lo entendía. Disfrutás de la ventaja comparativa de que crean eso, pero ya me parecía raro. Hoy sería bobo y antiguo pensar eso. Lo que hizo el gobierno bastardeó lo que era el proyecto inicial, elaborado por la Coordinadora para una Radiodifusión Democrática. Los tipos que redactaron los principios de ley de medios son todos bien intencionados, con ideas buenas o malas pero reconocidos como expertos y académicos —no como hacedores—; sentaron un punto de partida muy razonable y lúcido para empezar a discutir. Pero el kirchnerismo hizo una ley que tenía nombre y apellido, y ahora volver a discutir una ley de medios va a llevar una pila de años, porque hay que desarmar este sistema absurdo que montaron.

¿Cómo ves el mercado de medios que viene?
Hay propietarios de medios del sistema paraoficialista kirchnerista que jugaron a quedarse. Cristóbal (López) es el caso más claro; no hacés una inversión así si no te querés quedar. Otra cosa es si abrís 25 ventanillas para cobrar lo máximo posible y después cerrás. Cuando baje la espuma, se verá quiénes quedamos en este negocio y se sentarán los empresarios a ver quiénes compiten. No sé si habrá diálogo en términos de ponerse de acuerdo. Son los jugadores que están. Los empresarios son mucho menos ideológicos que los que están en la calle o llenaban el Patio de las Palmeras (de la Casa Rosada, donde Cristina Kirchner se dirigía a jóvenes de La Cámpora). Somos todos instrumentos de otros.

¿Cómo ves tu futuro?
Qué se yo; nunca planifiqué mi carrera profesional. Así como estoy, estoy contento. Tengo mucho más tiempo que antes y acá lo toleran, lo alientan. Estoy bastante más en la calle, hago lo que más me divierte; tengo mucho clima y trato de oler para dónde van las cosas. Para mí, es el momento más pleno del ejercicio profesional. Empujé las ruedas de las redacciones durante treinta y tantos años…

[i] Ricardo Kirschbaum y Ricardo Roa están al mando de la redacción desde que dejó la conducción Ricardo Guareschi. Hasta mediados de 2016, Daniel Fernández Canedo (formado en Ámbito Financiero) y Facundo Landívar (formado en La Nación) llevaron a cabo la edición diaria, mientras que Darío Gallo (formado en Perfil) fue uno de los encargados de la mesa matutina, lo que implicaba mayor responsabilidad en la web. En agosto de ese año, fue hecha pública una nueva reestructuración, con una mesa central a cargo de Fernando González (exdirector de El Cronista Comercial y exjefe de Política de Clarín), Darío D’atri, Gallo, Gonzalo Abascal y Héctor Gambini. Otros nombres con peso en Clarín son los de Osvaldo Pepe (a cargo de la tapa y el cierre), Silvia Fresquet (revistas) y Eduardo Van der Kooy (columnas de opinión). Julio Blanck, uno de los editores con más responsabilidad en los últimos años, pasó a escribir columnas.

[ii] El 31 de marzo de 2015, el título principal de Clarín fue: “Máximo (Kirchner) sería cotitular de dos cuentas secretas”. La bajada informó: “Las compartiría con Nilda Garré, exembajadora en Venezuela. Están en el banco Felton, de Delaware, EE.UU., y en el Morval Bank, de Islas Caimán. Entre ambas hubo hasta 80 millones de dólares en depósitos. Lo dicen fuentes bancarias y documentos a los que accedió Clarín”. La información fue desmentida por el gobierno de Belice, donde, según el diario, estaba radicada la empresa fantasma poseedora de la cuenta, y también por el banco CNB (que absorbió el Felton). La nota había atribuido a Garré probables cuentas en Irán, algo de lo que tampoco se exhibió ninguna prueba. Aunque fue un caso muy notorio de una información errada, sin fuente y con gran despliegue, se registraron varios por el estilo. Otro ejemplo paradigmático indicó que el disparo que acabó con la vida del fiscal de la causa AMIA Alberto Nisman “habría” sido ejecutado a una distancia de “entre 15 y 20 centímetros de distancia”, con lo cual dificultaba la hipótesis del suicidio. La nota, publicada el 24 de enero de 2015, a seis días de la muerte de Nisman, citó “fuentes judiciales” y afirmó que el dato “estaría ya escrito en el informe de la Policía Federal”. La información era incorrecta, el disparo se había producido con el arma casi pegada al cráneo, dato que ya constaba en el expediente.

[iii] A comienzos de los 80, Julio Blanck era militante del Partido Comunista. Cuando su colega de la sección Deportes Pablo Llonto fue candidato suplente a concejal por el Movimiento al Socialismo en el partido de San Martín, Blanck lo criticó: “Para tu partido, es mucho más importante tener un redactor en Clarín que un candidato suplente en San Martín”. En Sivak, Martín. Clarín. La era Magnetto. Planeta, Buenos Aires; 2015 (pág. 101).

[iv] En el marco de una conferencia de prensa de septiembre de 2009, el cronista de Clarín Leonardo Míndez preguntó al expresidente Néstor Kirchner: “Despierta mucha curiosidad y sería bueno que pueda aclarar el incremento patrimonial del 570 por ciento en los seis años desde que usted fue presidente”. Kirchner respondió: “Escuchame un cachito. No sé si te mandó Clarín, Magnetto o (el entonces director de relaciones institucionales de la empresa Jorge) Rendo. Sé que te mandaron. Te lo digo con todo cariño. Yo sobre las cosas que son absolutamente cristalinas, como fueron siempre, en mi declaración de bienes y demás, como cualquier ciudadano me someto a la investigación de la Justicia; no me someto al poder monopólico de Clarín ”.

[v] Ernestina Herrera, viuda del fundador de Clarín y directora del medio, publicó una carta abierta el 12 de enero de 2003, en la que incluyó la siguiente confesión: “Muchas veces he hablado con mis hijos sobre la posibilidad de que ellos y sus padres hayan sido víctimas de la represión ilegal”. En Mochkofsky, Graciela. Op. cit. (página 302). De esta manera, la propietaria del multimedios admitía la posibilidad de que sus hijos adoptados, Marcela y Felipe, hubieran sido robados a desaparecidos, una versión que había circulado durante casi todo el proceso democrático e incluso había llevado a Herrera a pasar días en prisión en diciembre de 2002. Finalmente, al cabo de más de once años de batalla judicial, el cotejo de ADN de Marcela y Felipe con el Banco Nacional de Datos Genéticos dio resultado negativo. El expediente se había transformado en un elemento de intensa disputa entre Clarín y el gobierno de Cristina Fernández. De todas maneras, la adopción de los hermanos Noble Herrera tuvo múltiples irregularidades, detalladas en el libro de Mochkofsky y en Llonto, Pablo. Op. cit. (páginas 19 a 47).

[vi] 8. Radio 10 fue líder en audiencia durante trece años, mientras estuvo en manos del empresario Daniel Hadad, que la vendió en 2012 al Grupo Indalo, de sus colegas Cristóbal López y Fabián de Sousa. Emisora popular y con proclamas de derecha, perdió el liderazgo en 2013 —según Ibope—, cuando Marcelo Longobardi (proveniente de Radio 10) y Jorge Lanata se hicieron cargo de la mañana de Radio Mitre, del Grupo Clarín.

[vii] Marcelo Zlotogwiazda y Ernesto Tenembaum conducían el programa Palabras +, Palabras – por la señal TN.


Fuentes: Clarín, La Izquierda Diario, Anfibia, Señales