lunes, 8 de junio de 2015

Norma Giarracca 1945 - 2015

“Triste noticia”. Así resumía el asunto del correo electrónico enviado por la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires la información que desde la tarde del domingo ya circulaba por redes sociales. Norma Giarracca, docente e investigadora de la carrera, había fallecido


Con la juventud de 70 años y un extenso currículum (académico, pero también de activismo y mucho más) Giarracca se despidió de un mundo que pensó, analizó y transformó con su aguda mirada y compromiso.

De 1969 a 1976 trabajó en el Ministerio de Agricultura, en la Dirección de Economía y Sociología Rural. Estaba entonces vinculada al Peronismo de Base. Cuando la Junta Militar tomó el poder por la fuerza en 1976, se exilió en España, Inglaterra y se radicó luego en México.

Con la vuelta de la democracia en nuestro país, se sumó a coordinar las áreas de Ciencias Sociales, Educación y Filosofía del CONICET. Con el conocimiento y experiencia acumuladas creó la cátedra de Sociología Rural y el Grupo de Estudios Rurales (GER). Más adelante fundaría también el Grupo de Estudios de los Movimientos Sociales en América Latina (GEMSAL).

Fue también en su intensa vida investigadora principal del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, coordinadora del Grupo de Trabajo de Desarrollo Rural de CLACSO y directora de la Maestría de Investigación Social de la UBA, además de ser representante por el claustro de profesores en la Junta de Carrera de Sociología.

Su preocupación principal y objeto de estudio fue el modelo agropecuario. Su enfoque, vinculado a la revalorización de los sujetos del campo, los campesinos y pequeños productores principalmente, y la crítica al modelo de agronegocios, la ubicaron como una referencia intelectual no sólo para la academia, sino también para los movimientos sociales y organizaciones del sector.

Desde la docencia, incentivó a generaciones y generaciones de futuros sociólogos. En la página web del GER – GEMSAL Giarracca escribía sobre los estudiantes: “Todos ellos nos desafiaron a que fuéramos mejores docentes, que relacionáramos la rigurosidad con un espacio placentero que incite a reflexionar, leer, trabajar, sin perder la alegría”.

Una intelectual comprometida con su tiempo
Por: Soledad Barruti
Era mediados de noviembre cuando cinco años atrás toqué el timbre de su casa por primera vez. Nos había puesto en contacto un amigo en común, el escritor Guillermo Saccomanno, que la conocía hacía más de treinta años. Cuando le conté a él que estaba escribiendo Malcomidos me dijo: para escribir de esos temas tenés que entrevistar a la socióloga Norma Giarracca. Enseguida le mandé un par de mails pero no le llegaron –Norma insistía en conservar esos dominios de internet que nunca funcionan del todo bien-, la llamé, me pidió que volviera a escribirle para explicarle lo que necesitaba. Esperé. Un mes después me respondió escueta con un día, un horario y la dirección de su casa. Guillermo me había dicho: es una tipa bárbara pero dura también, muy dura. Llegué esa tarde entonces, esperando encontrarme con una mujer difícil. En los meses anteriores aproveché las comunicaciones interrumpidas para leer todo lo que había escrito, pero fue imposible: Norma no sólo había escrito cientos de artículos, además había coordinado demasiados equipos de trabajo, y cada uno de sus trabajos resultaba más interesante que el anterior. Norma, antes de Norma me abrumó.

La entrevista fue en su estudio: un cuarto amable, con una mesa que me resultó pequeña para la cantidad de cosas que necesitaba acomodar ahí. Ella vestía una remera fucsia que degradaba hacia el marrón, unas calzas, el pelo tirando al violeta, los labios rojos, unos aros plateados, como medallones. Ni coqueta ni moderna: canchera. Me senté enfrente suyo, creo que me sirvió un té. Bueno contame, me dijo con esa voz rasposa pero musical, trazada por el aire que hacía años ingresaba a sus pulmones esquivo y tramposo. Le conté otra vez: quería escribir sobre la producción de alimentos en nuestro país. Me dio una clase.

Norma no era dura, era precisa y filosa pero muy cálida también. Un poco mandona pero extremadamente sensible y generosa. Y con un don que está en extinción en nuestra sociedad: la empatía. Pero, sobre todo, Norma era una mujer sin miedo: a pensar, a decir, a trabajar desde una autonomía que tampoco se encuentra fácil.

Cuando terminé mi libro le mandé el borrador. Una semana después me escribió: Sole, ¿estás? Si leés esto rápido (13.10 hs) llamame por favor. Sabés que no tengo tus teléfonos, soy un desastre. Abrazos.

El libro le había gustado. Menos el final. Hay que cambiarlo, me dijo: tenés que venir para acá. Corrí a su casa en una emergencia que entonces parecía tan real y ahora es graciosa: no estaba por entrar en imprenta ni mucho menos. Pero Norma era también así: había leído que faltaba algo –algo muy importante, me dijo- y ahora tenía una urgencia que le quemaba las manos. Cuando llegué la encontré inmersa en su computadora: estaba reescribiendo los últimos párrafos de mi libro. Esperá, esperá, no me interrumpas, me dijo. Y me regaló esto: “Las políticas que perjudican a las mayorías, los territorios, la naturaleza y los seres vivos de todo tipo suelen finalizar cuando quienes salen a hacer política de calles logran poner un límite al orden hegemónico. Cuando una franja importante de la población comprenda que las grandes corporaciones del agronegocio se están quedando con un bien común como es la fertilidad de la tierra, que están devastando nuestros recursos naturales, que están generando un espantoso sufrimiento de seres vivos y un inconmensurable sufrimiento social directo e indirecto, posiblemente logremos poner límite”.

Norma detestaba algunas cosas: la modernidad homogeneizadora (de culturas, de espacios, de ideas) y el colonialismo como su arma más eficaz que había creado el capitalismo con toda su brutalidad, su falta de respeto, su arrogancia.

Había trabajado en el ministerio de Agricultura de 1969 a 1976. La dictadura militar la obligó a exiliarse: anduvo por España, por Inglaterra, pero encontró su hogar en México. Junto a Miguel. Siempre junto al brillante economista Miguel Teubal, su compañero de toda la vida con quien trabajó, militó y tuvo dos hijos. Cuando volvió a Argentina creó la cátedra que no querría dejar nunca: Sociología Rural. También el Grupo de Estudios Rurales y el Grupo de Estudios de los Movimientos Sociales en América Latina. Trabajó en el Instituto Gino Germani y fue coordinadora del grupo de trabajo de Desarrollo Rural en CLACSO. A Norma le gustaba la investigación pero sobre todo la apasionaban las resistencias: hacía libros pero primero estaba en los territorios aprendiéndolo todo, compartiendo las luchas, poniendo el cuerpo.

La van a extrañar en Famatina y en Esquel los que luchan contra la megaminería, los foros latinoamericanos que ayudó a crear y sostuvo con una voluntad incalificable de compartir ideas. También los movimientos sociales a los que nutría con un pensamiento claro, profundo y transformador.

Por supuesto, la van a extrañar sus miles de alumnos.

Yo voy a extrañar mucho a Norma porque era mi amiga, porque me trataba como una igual –ella con todo ese carrerón encima- y me obligaba a pensar siempre un poco más. Norma me daba vuelta las ideas porque quería dar vuelta al mundo que sabía estaba al revés y le dolía.

Era revolucionaria. No murió de vieja sino de joven. No resistió haberse jubilado con sólo 70 años. No resistió tener que despedir a tantos amigos en los últimos tiempos. No aguantaba la superficialidad de la época y la poca responsabilidad de los que sólo avanzan cada día como si no hubiera otros modos posibles, como si no pudiéramos entre todos reconstruir esto que llamamos sistema y es en verdad un modo de vivir tan injusto.

Sole, llamame que es importante, me dijo el viernes en un mensaje. Había participado en un documental sobre la ley de patentamiento de semillas y se había quedado con cosas que decir. Es preocupante, me dijo. Tenía la misma urgencia por trabajar en su corrección que con mi libro.

Hablamos un rato, hasta que nos interrumpió su falta de aire. El domingo se acostó a dormir una siesta y no volvió a despertarse. A muchos la noticia nos dejó helados. ¿Norma? ¿De Verdad? No puede ser. No era que no estuviera enferma y cansada es que Norma era tan extraordinaria que no parecía ser de esa clase de personas que un día ya no están. Claro que dejó mucho cuando se fue, Norma se dejó casi toda en sus textos, en sus clases, en sus recorridas. Pero los que hablamos con ella, los que necesitábamos tenerla cerca, sabemos que no va a ser el mismo, que todo desde ayer se volvió un poco más triste y difícil.

Reflexiones, por Norma Giarracca
“¿Cuándo pasamos a la minería, es decir, de la Tierra a los Recursos Naturales? Después del 2001 y 2002 para nosotros estaba claro que iba a haber un cambio en el modelo neoliberal tanto en la Argentina como en el resto de América Latina donde la etapa de la especulación financiera y del FMI estaba terminando y la nueva etapa que estaba comenzando iba a tener a los recursos naturales en el centro de la escena.

Con Miguel, fuimos los primeros en ver que todo estaba conectado y caracterizar a la producción sojera como una producción del agronegocio y caracterizar muy rigurosamente al agronegocio como una actividad extractiva, con la importancia de las rentas, poniendo –creo- nuestro granito de arena en el estudio de las problemáticas que están dándose en este momento.

Para mí una izquierda política que apoye la soja no es posible. Se llegó a este modelo con políticas públicas y cooptación de distintos gobiernos –con decirte que la aceptación de la semilla transgénica tiene toda la parte de fundamentación en inglés arrancada de formas de Monsanto, lo que indica una connivencia de la transnacional con la Secretaría de Agricultura encabezada entonces por Felipe Solá.

Salir de esto también necesita una ingeniería tecnológica, política, social para volver a una agricultura de alimentos, que no perjudique a los pequeños productores que entraron a la soja porque se les marcaba que esa era la única opción para no salir de la producción.

Es más fácil salir de la minería porque no han entrado tanto todavía, son proyectos, que salir de la agricultura donde tenés actores argentinos territorializados que están en producción que no hay que confundir con Monsanto. Hay que salir del modelo extractivista, no se puede salir de la minería y no salir del agronegocio; es una incoherencia total.

En toda América Latina, quienes pelearon esta cuestión como las Asambleas constituyentes de Bolivia y Ecuador están demostrando que este modelo extractivo no va con la democracia ni va con la distribución de los ingresos.

El grave problema de la ciencia hoy es la colonización por parte del capital transnacional porque perdió el diálogo con el pensamiento social crítico de esta época. Hay innovación tecnológica pero en función del capital, no del vivir bien de la humanidad. Cuando sí hay diálogo es cuando los científicos cambian, a veces tan radicalmente que se convierten en ecólogos y tampoco sirve.

Necesitamos físicos, biólogos, químicos, geólogos que lo sigan siendo pero en diálogo con el pensamiento social crítico. Un ejemplo es Andrés Carrasco.

Los partidos de izquierda de los años ’50 hoy son reaccionarios: desarrollo de la fuerza productiva, no relación con la naturaleza. La culpa no la tiene la gente que generó esos pensamientos porque los generó para el siglo XIX, no para el 2000. Esos colegas están muy atrasados. El pensamiento crítico hoy no puede desconocer dos epistemologías fundamentales para el cambio de los paradigmas: la ecología política y el feminismo. Boaventura de Sousa Santos habla de los pasajes paradigmáticos, estamos en pasajes de paradigmas epistemológicos y societarios."
Fuentes: notas.org.arMalcomidos y ComAmbiental