miércoles, 17 de agosto de 2011

Para Virginia Ogando

Virginia Ogando, hija de desaparecidos que buscaba a su hermano nacido en cautiverio, se quitó la vida en Mar del Plata. Tenía 38 años. Tenía 3 cuando fuerzas de seguridad secuestraron a sus padres en la ciudad de La Plata, el 16 de octubre de 1976. Virginia quedó en la cuna, durmiendo, sola. La crió su abuela paterna Delia Giovanola, que se sumó a Madres y luego fue una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo
Virginia supo siempre que era hija de desaparecidos y que tenía un hermano. Tuvo la certeza de que había nacido, de que era un varón, supo que su mamá lo había llamado Martín y que su papá había llegado a saber de su nacimiento. Desde 1997, cuando tuvo necesidad por primera vez de encarar su propia búsqueda y se presentó en el programa "Gente que busca gente", hizo público su testimonio de distintas maneras. Medios masivos, un documental, un grupo de facebook, un blog...
Virginia hizo todo lo que estuvo a su alcance. En algunas ocasiones le hicieron llegar denuncias sobre jóvenes que podían ser Martín. Virginia se volvió detective, los contactó, los animó y acompañó hasta que los análisis genéticos dieron resultados negativos. Virginia lo buscó hasta último momento, le escribía cartas en su blog con la ilusión de que del otro lado de la pantalla estuviera él. Sus textos trasuntan una ilusión casi infantil de compartir la vida con el hermano y presagian la inminencia de un encuentro que no se produjo.
Conocí a Virginia en una época en la que me parecía que mi modo de buscar a mi hermano era el único válido. Trataba de convencerla para que se acercara a Abuelas, para que buscáramos juntos a todos. Ella estaba en otra. Me arrepiento de no haber sido más abierta, más receptiva, no haber buscado comprenderla más en lugar de querer sacarla de lo que juzgaba su error. En ese momento a mí me parecía que Martín, como el hermano que yo buscaba, eran las víctimas de esta historia; me parecía que Virginia, que yo, que tantos otros hermanos que "sólo" habíamos sufrido la desaparición forzada de nuestras familias, no éramos las víctimas, o sí pero menos, que habíamos tenido suerte, que la habíamos sacado barata. Estaba profundamente equivocada. Ninguno de nosotros la sacó barata. Virginia, ciertamente, no la sacó barata.
No alcanzó haber crecido con su abuela ni haber sabido siempre la verdad. No alcanzó haber recibido lo que el Estado considera que son "reparaciones" por la desaparición forzada de nuestros padres. No alcanzó ni siquiera la política de reconocimiento del Banco Provincia, donde trabajó su papá, donde trabajó siempre Virginia, donde le guardan, todavía, un puesto de trabajo a Martín para cuando aparezca.
No fueron suficientes el juicio por la verdad de La Plata ni el proceso judicial que se les sigue a los militares por el llamado "plan sistemático de apropiación de niños". De todo eso tuvo Virginia, que tenía el "privilegio" de contar con testigos y pruebas. Tampoco los homenajes, las placas, las baldosas, los espacios de memoria, nada de eso fue suficiente porque nada de eso estuvo dirigido a ella, a paliar los efectos traumáticos que la desaparición forzada de sus padres y la sustracción de su hermano produjeron en Virginia y que hicieron que su vida fuera imposible de ser vivida. Han pasado más de treinta años; los hijos son hombres y mujeres, padres y madres muchos ellos, pero las marcas siguen a flor de piel.
El trauma se reactualiza con la impunidad, con los privilegios de los que gozan los represores procesados, con el ocultamiento de los hermanos robados, con la desaparición o asesinato de testigos como Julio López y Silvia Suppo, con las pericias psiquiátricas destinadas a probar nuestro daño psicólogico para acceder a una "indemnización", con la incertidumbre sobre el destino de nuestros padres y la falta de cuerpo, que nos impiden realizar el duelo.
Me suena a poco despedir a Virginia con la promesa de seguir buscando a Martín. Porque mientras buscábamos a Martín, se nos perdió Virginia. Ya no habrá justicia, nunca, aunque Martín se encuentre. Cabe preguntar quién estaba desaparecido, quién desaparece cuando el Estado secuestra, tortura y mata en la clandestinidad.
Que me digan ahora que los hijos son la segunda generación de afectados o que son portadores de una "post-memoria", categorías extrapoladas del Holocausto que sólo sirven para evitar pensar en el alcance directo del accionar genocida sobre los hijos. Que me digan ahora que los hijos ya recibimos nuestra reparación, que el Estado no nos debe nada, que esa deuda fue saldada con títulos públicos.
Que me digan ahora que es más urgente ocuparse de las víctimas del paco que de los hijos de desaparecidos. La muerte de Virginia nos confronta con la necesidad y la urgencia de pensar en los efectos en el presente de eso que amenaza con volverse pasado épico, mito fundante, discurso en el fondo vacío si disociamos a los desaparecidos de las familias que aún hoy sufren su ausencia.
La muerte de Virginia nos confronta con la necesidad y la urgencia de encontrar a todos los hijos que faltan, no de esperarlos, no de confiar en que se les despierte la duda y sepan qué hacer con ella, sino de salir verdaderamente en su búsqueda, con todos los recursos que tiene el Estado y que ha venido desaprovechando sistemáticamente. No alcanza con declarar (o declamar) que cuando encontremos a Martín esto o aquello.
No alcanza con numerar a los hijos encontrados y celebrar los hallazgos que se producen a un ritmo moroso que por alguna extraña razón no parece preocuparle a nadie. No alcanza con llenarse la boca de agradecimientos para Delia y para todas las Abuelas. No le alcanzó a Virginia. No alcanza.
Mariana Eva Pérez
Mirá el documental "Hermanos de sangre, la búsqueda continúa", realizado por el Área Audiovisual de la Universidad Nacional de La Plata, sobre la búsqueda de Virginia Ogando de su hermano, quien fue dado a luz cuando su madre, Stella Maris Montesano, se encontraba secuestrada por las fuerzas militares en el "Pozo de Banfield" durante la dictaruda militar