domingo, 26 de septiembre de 2010

Robert Cox: Hay libertad, pero es frágil

Hace un par de años, recibí una llamada telefónica en mi oficina del diario The Post and Courier, en la ciudad de Charleston, Carolina del Sur, Estados Unidos

Era de un periodista que trabajaba para la revista 7 Días, quien me explicó que estaba haciendo una nota acerca del director de Perfil, Jorge Fontevecchia. El periodista quería que le diera detalles de la complicidad de Fontevecchia con la última dictadura militar.
Me quedé petrificado. “Es exactamente lo contrario”, le dije firmemente, mientras le explicaba que Fontevecchia había sido secuestrado, torturado y detenido en El Olimpo, una de las más crudas prisiones clandestinas operadas por los escuadrones de la muerte de la dictadura. Le comenté, además, que personalmente reporté su desaparición forzada en el diario Buenos Aires Herald, en enero de 1979.
La noticia, que apareció en ese entonces en primera plana, hizo sonar la alarma de los medios internacionales; y eso, considera Fontevecchia, terminó salvándole la vida.
El reportero de 7 Días intentó hacerme decir exactamente lo contrario. Quería que le dijera que quien a los 21 años fue editor y fundador de La Semana había sido un entusiasta defensor y admirador de los militares.
Llamé entonces a un amigo de Noticias y le conté que me estaban intentando usar para difamar a Fontevecchia. Para mi sorpresa no se mostró sorprendido. Me dijo que el cronista seguramente era un joven que simplemente estaba haciendo lo que le había pedido su editor.
Ante la curiosidad que le produjo este extraño incidente, mi amigo se aseguró una copia de la edición de 7 Días, y se sorprendió y horrorizó al ver cómo aquel joven periodista había logrado que varias de las Madres de Plaza de Mayo –incluyendo, triste es decirlo, a la presidenta de las Abuelas, Estela de Carlotto– declararan en el texto, dando la falsa impresión de un Fontevecchia cómplice de la dictadura.
Nada decía aquel artículo de la detención en El Olimpo, donde fue torturado e interrogado durante diez días, cubierto con una capucha en condiciones infrahumanas, aunque con la suerte de no haber sido llevado en camión hasta la base aérea de El Palomar, desde donde despegaban los vuelos regulares que llevaban prisioneros hacia la muerte, y los arrojaban, drogados, al Océano Atlántico.
Para los ojos de los militares, Fontevecchia era culpable de subversión porque ignoraba las órdenes de no publicar noticias acerca de quienes figuraban en las listas negras de la dictadura, entre los que estaban artistas como Mercedes Sosa y Nacha Guevara. La Semana sí publicó, por supuesto, editoriales favorables a los militares en los años previos a la dictadura, como probablemente todos los diarios de la Argentina lo hicieron, incluido el Buenos Aires Herald.
Para empezar, los editores no sabían que el “Proceso” era un proceso rutinario de tortura y asesinato. Un editorial ocasionalmente favorable actuaba como una póliza de seguro. Era una cuestión de supervivencia.
La razón de este relato personal es para advertir que hay algo que está podrido en el periodismo argentino, y debe ser extirpado. He tenido otra sorpresa en relación con Fontevecchia desde mi regreso a Buenos Aires, luego un exilio de 30 años, hace poco más de dos meses. Descubrí que, como tantas otras cosas en la Argentina, la historia de Fontevecchia no es completamente conocida. Un periodista veterano, muy estimado, me dijo que Fontevecchia “fue detenido y retenido durante sólo unos días porque iba a alta velocidad en el camino a Mar del Plata”. Fontevecchia no relató la historia completa de su barbárico sufrimiento hasta el año 2005. Ver acá
La difamación intencional contra Fontevecchia es un ejemplo particularmente atroz de ataque disfrazado de periodismo. Todos los días, el público accede a información falsa o distorsionada de algunos periódicos, que son esencialmente órganos de propaganda.
Me he encontrado en el centro de una controversia en el debate sobre la libertad de prensa y la democracia, y me he sorprendido al ver cómo cada lado ha utilizado mis declaraciones para su propio beneficio, en lo que se ha convertido en una guerra mediática. El truco consiste en falsear o informar parcialmente lo que se dice.
Por eso, permítanme establecer mi posición. Mi carrera en el periodismo argentino se extiende por casi medio siglo. En primer lugar, quiero decir que nunca he visto a los medios de comunicación tan libres como lo están hoy. Simplemente mirando un puesto de periódicos, encendiendo la radio o el televisor, uno se da cuenta rápidamente de que todos los puntos de vista políticos están representados. La gente puede decir lo que quiera, de hecho, pueden insultar a quienes no les guste. Y, hasta ahora, las peores consecuencias que ha habido por hablar en contra del Gobierno son violentas amenazas verbales, que pueden ser interpretadas, a veces, como chiste.
Pero la libertad es frágil en la hoy polarizada Argentina, y, como la historia prueba, la agresión verbal puede fácilmente convertirse en violencia armada.
La pluralidad y diversidad que caracterizan a los medios de comunicación desaparecerían si, como algunos parecen querer, Clarín y La Nación, los principales periódicos del país, fueran silenciados, usando la claramente cuestionable adquisición de Papel Prensa durante la dictadura como pretexto, y la tortura de miembros de la familia Graiver, los antiguos propietarios, como justificación.
En una democracia, una cuestión jurídica como lo es la relacionada con la compra de Papel Prensa, independientemente de las circunstancias terribles en las que ocurrió, no representaría una amenaza para la supervivencia de los periódicos y otros medios de comunicación controlados por el Grupo Clarín y La Nación. Los medios de comunicación en Argentina son visiblemente libres, pero hay una amenaza en el aire. Sigo recordando un pequeño poema que captura la incertidumbre en la que se vive hoy:
A medida que subía las escaleras/ me encontré con un hombre que no estaba allí/ hoy tampoco estaba/ ¡Oh, como me gustaría que se fuera!

*Robert Cox es periodista. Director del Buenos Aires Herald durante la dictadura y, actualmente, es columnista de ese diario.