lunes, 5 de abril de 2010

"Lo importante sigue siendo el contenido periodístico de calidad"

A 1.000 kilómetros de Bogotá, sobre la costa, está Cartagena de Indias, una de las ciudades más bellas del continente. La ciudad vieja está rodeada por un muro, poblada de balcones de vivos colores, congelada en el tiempo pero hervida por un calor que rivaliza con el del verano tucumano. Allí tiene su sede la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Gabriel García Márquez. El destacado periodista español Joaquín Estefanía la definió como la principal fábrica vocacional y formativa del periodismo de habla hispana. Su director es Jaime Abello, quien fue distinguido por el diario español El País, por su gestión al frente de la entidad, como una de las cien personalidades más influyentes de Iberoamérica en el año 2009. Han pasado por los talleres de capacitación de la fundación más de 6.000 alumnos (entre otros, los periodistas de La Gaceta Alvaro Aurane, Miguel Velárdez, Fernando Stanich, Indalecio Sánchez y el fotoperiodista Juan Pablo Sánchez Noli) y han sido -o siguen siendo- sus maestros algunos de los mejores periodistas del mundo, como Ryszard Kapuscinski, Jon Lee Anderson o Tomás Eloy Martínez. Con su desbordante simpatía, su chispeante inteligencia y su habitual generosidad, Jaime Abello recibió a La Gaceta Literaria.

¿Cómo juzga el nivel del periodismo en América Latina?
Estamos en un escenario de transición. Entonces no se puede hacer un corte y formular un juicio categórico sobre lo que está ocurriendo. Lo evidente es que muchas empresas periodísticas se han visto obligadas a hacer grandes reducciones presupuestarias, incluso de plantilla, para bajar costos de operación, disminuyendo además la inversión en formación de periodistas. Estos son factores negativos, pero hay que entender el contexto de transformación en el que estamos viviendo. También observamos cierto desconcierto en muchos jóvenes respecto de la función social del periodismo y el status del periodista. Muchas veces no entienden que la comunicación es una rama más del servicio público, que es un trabajo en función del interés y del conocimiento colectivos. Por otro lado, las empresas periodísticas deben respetar la dignidad del periodista, su capacidad intelectual y estimular un espíritu crítico e independiente. Están apareciendo nuevas oportunidades a través de internet y hay una explosión de medios comunitarios. Eso está bien, pero necesitamos que los medios tradicionales, que son los que realmente pueden ofrecer condiciones laborales sólidas, se afiancen y encuentren su camino.

Usted sigue muy de cerca la influencia de las redes sociales dentro del periodismo. ¿Cuál es hoy su impacto y qué cree que cambiará con la aparición del iPad y de otros dispositivos electrónicos de lectura similares?
Creo que las redes sociales son un estadio dentro una serie de cambios. Un estadio importante porque están generando una transformación de hábitos, de la forma de relacionarse del público con los medios. Sabemos que el problema central de los cambios que vive el periodismo es que lo que está en juego no es la tecnología sino la relación con la audiencia, ya sea a través de internet o específicamente blogs o redes sociales. Estas actúan como un filtro de lectura que antes no existía y, especialmente entre los jóvenes, están generando procesos colectivos de selección que desindividualizan la relación con los medios. También hay una cuestión generacional en la relación de la lectura en papel o en la pantalla o en la "pantallita" (porque ahora se navega por internet más a través de teléfonos móviles que de computadores tradicionales). Pero lo importante sigue siendo el contenido periodístico de calidad. Los comentarios, los rumores y las noticias son commodities, sobran, están en todos lados. Lo que sigue faltando es la producción de contenidos basados en la investigación y en reportería con técnica periodística, y concibiendo al periodismo como un servicio.

¿Debe haber límites en la participación de la audiencia en la generación de los contenidos de los medios? ¿Y qué ocurre con el anonimato en internet?

Creo que el anonimato nos obliga a universalizar la educación, empezando con los niños, sobre el uso consciente de internet. Hay que enseñarles -también a los adultos- a ser críticos con los contenidos, a estar alerta frente a las manipulaciones, a las identidades falsas, a los delitos. Pero eso implica, más que controlar al anonimato, controlar los niveles de alerta. En cuanto al primer tema, pienso que es imposible fijar límites preestablecidos en el periodismo participativo, porque es el público el que termina decidiendo. Los límites los pondrá o no la gente. La pregunta sería: en un escenario donde todo el mundo participa y "suelta" cosas, ¿quién es el periodista? Debatimos ese tema en la Fundación y concluimos que el público puede hacer periodismo pero, siempre y cuando, cumpla con tres requisitos: ética periodística, contenido periodístico y legitimación o reconocimiento del público. Si se cumplen, todas las fórmulas son válidas. Algo puede empezar como una actividad no periodística y terminar convirtiéndose en periodismo, como ocurrió con la famosa bloguera cubana. Estamos en un ambiente donde los límites son muy fluidos.

Un gran debate que hay en la redacción de los diarios tradicionales deriva del contraste entre los temas que jerarquiza la redacción (aquellos que dominan la tapa del diario) y los que son más leídos en las ediciones online. Es común que ambos no coincidan.

Sabemos que las mayorías se inclinan por el entretenimiento. Ese problema existe y existió siempre. Lo que pasa es que antes no se podía establecer. Y ahora se mide en tiempo real por el tráfico de las distintas secciones. El otro problema grave es la falta de credibilidad a la que manifiesta un porcentaje significativo del público frente a los medios tradicionales, plasmado en cuestionamientos que se hacen en la web, sobre todo en los comentarios que adjudican posiciones sesgadas a los medios, a veces con razón, y otras sin ella.

¿Cómo se recupera esa confianza?
La transparencia es fundamental. La claridad es un reclamo no sólo para la acción individual de los periodistas y los editores sino para la acción de las empresas periodísticas. Y ahí entra en juego la responsabilidad social empresarial: creemos que en la medida en que los medios demuestren su compromiso con la sociedad y mantengan ciertos valores, el público los respaldará.

Hay leyes y proyectos de leyes referidos a los medios que están proliferando en América latina. ¿Qué opina de la regulación de los medios por parte del estado?
Si la regulación fuera producto de un proceso legislativo sereno, en sociedades que dentro de su maduración tratan de fortalecer los valores sociales como la transparencia o el derecho a la información, podría discutirse. Pero lo que en estos momentos en América Latina hay son crisis generadas por gobiernos que han demostrado claramente que no les gusta lo que se escribe sobre ellos. Eso le quita todo valor a estas iniciativas. Se esgrimen argumentos supuestamente democratizadores que encubren una intención de controlar toda voz crítica. Eso ocurre en Venezuela, en Colombia, en Ecuador y en Argentina.

Gabriel García Márquez le presentó a Tomás Eloy Martínez como el mejor periodista de habla hispana. ¿Qué recuerda de él?
Tomás Eloy fue uno de los mejores amigos que he tenido en mi vida. Era un hombre que entretenía a cualquier persona que tuviera a su lado con un sentido del humor, una agudeza y un optimismo únicos. Recuerdo particularmente un viaje que hicimos juntos a Tucumán hace muchos años. Allí me presentó a su familia, a sus amigos, a su querido Daniel Alberto Dessein, compañero de vida periodística y amigo personal. Dejó en la Fundación, de la que era co-fundador, una huella imborrable.

Pasemos a García Márquez. El está ahora en Cartagena de Indias y hay una especie de secretismo en torno de su vida y de lo que está escribiendo. Usted es una de las personas que lo frecuenta. ¿Qué nos puede contar sobre él?
Lo que puedo decir es, simplemente, que a sus 83 años Gabo es un abuelo que está más en plan de retiro que de trabajo. Pasa los días con su señora, con su familia, entreteniéndose, comiendo bien, divirtiéndose; y francamente no se si habrá o no una obra literaria más, aunque sí sé que se sienta frente a su escritorio y escribe. Pero no creo que haya secretismo. Lo que hay es simplemente el ejercicio del derecho al descanso y a la intimidad.

Fuente:
Diario La Gaceta