domingo, 1 de noviembre de 2009

Robert Cox: “Yo sólo estaba haciendo mi trabajo”

Director del Buenos Aires Herald entre 1976 y 1979, plena dictadura militar, fue uno de los pocos que publicó noticias sobre desaparecidos, lo que le costó un secuestro. El próximo martes será declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
Por: Magdalena Ruiz Guiñazú
Los jóvenes que no vivieron la dictadura militar que asoló el país de 1976 a 1983 no tienen, seguramente, la dimensión de lo que significaron la denuncia y el coraje periodístico de Robert “Bob” Cox durante aquellos años oscuros en los que hablar de más podía costar la vida.
Director del Buenos Aires Herald, no tardó, a través de sus editoriales bilingües, en convertirse en una primera voz de denuncia acerca de la desaparición de personas que se estaba llevando a cabo en el país.
Este inglés, muy alto y de mirada transparente, llegó a la Argentina en 1959 contratado como redactor por aquel primer Herald, que era un periódico escrito en inglés de la comunidad británica.

Nos contrataban porque éramos ingleses y salíamos menos caros que los periodistas norteamericanos, explica con humor. Además, en aquellos años el Herald no era solamente el diario de la comunidad inglesa, sino que también era leído particularmente por los escandinavos que vivían aquí y por la gran cantidad de técnicos contratados por las compañías extranjeras con representación en Argentina. Me di cuenta también de que era necesario convertirlo en un diario con abundante información local, y aún recuerdo que, tal como lo hacía La Razón, teníamos que cubrir también los grandes escándalos como el caso Penjerek.
Recordamos con Bob el asesinato de aquella chica Norma Penjerek que, en Florencio Varela, dio lugar a una verdadera historia de suspenso con inclusión de políticos y supuestas fiestas negras.
Empezamos también nosotros a investigar y abarcamos así el espectro de noticias nacionales, incluyendo por primera vez información de tipo policial.
La influencia de Bob Cox en el periódico fue tan grande que modificó completamente su dinámica y su diseño. Transformó aquel pequeño boletín de colectividad en un diario respetado del cual fue nombrado director en 1968. De allí en más el Buenos Aires Herald se instalaría entre las más respetadas publicaciones.
Allí estaba, efectivamente, cuando comenzó la dictadura de 1976.

Muchas veces me he preguntado –reflexiona Cox en voz alta– cómo era posible que en Alemania, ante el exterminio llevado a cabo por los nazis, no hubiera alemanes decentes que levantaran la voz para protestar Para decírtelo más claramente, ¿cómo puede ocurrir esto entre ciudadanos que son testigos de hechos aberrantes? La guerra sucia me brindó la respuesta. Los seres humanos suelen alejarse de la realidad cuando ésta se convierte en demasiado obvia. Especialmente cuando se sienten amenazados por situaciones aterradoras. En la Argentina, en aquellos años, muchos ciudadanos no querían enterarse de los espantosos secretos de la acción gubernamental y la prensa tampoco los publicaba. En muchas oportunidades me preguntaban acerca del fenómeno que significaba un pequeño diario extranjero, como el Buenos Aires Herald, publicando en inglés y comentando en castellano hechos que la prensa argentina omitía. Sobre esto los colegas tenían dos teorías: una, que estábamos apoyados por la Embajada de los Estados Unidos, y otra, que por ser un periódico extranjero gozábamos de inmunidad. Ninguna de las dos cosas era cierta.

Yo recuerdo, Bob, que ustedes fueron los primeros en informar abiertamente que el gobierno militar estaba secuestrando gente y haciéndola desaparecer.
Sí, yo comencé a acercarme a algunos grupos que pasaban la noche frente a la Casa Rosada esperando que les asignaran uno de los diez números (solamente diez por día) que repartían entre los que buscaban noticias de sus familiares, en el Ministerio del Interior, pensando que así lograrían alguna información. Pasé algunas noches con ellos y así fui tomando conocimiento de todas sus historias. Así comenzaron también las Madres de Plaza de Mayo. Por supuesto que en el Ministerio del Interior no consiguieron absolutamente nada.

¿Fue en aquel momento que comenzaron los allanamientos en las oficinas del “Herald”?
Eso ya nos había ocurrido antes, cuando nos habíamos instalado en el edificio de Azopardo. En la época de López Rega. También allanaron la imprenta de Alemann, donde se imprimía el diario, con la clara intención de intimidarnos. Aún recuerdo que Fred Marey, nuestro famoso crítico musical, que era judío, ni levantaba las manos del teclado de la máquina de escribir y les contestaba fríamente: “Soy el crítico musical ¿les interesa?”.

Una situación que luego, dos años después, en 1976 empeora vertiginosamente.
Sí, nosotros denunciamos no solamente los secuestros, sino que constatamos que los militares utilizaban los crematorios del cementerio de la Chacarita para incinerar los cuerpos de los desaparecidos. El día del golpe nos llamaron para decirnos que estaba prohibido publicar nada sobre asaltos, acciones guerrilleras o cuerpos hallados en la calle. Descubrimos que la violencia iba en aumento. La gente empezó a llegar al diario para denunciar cosas. Teníamos nuestras fuentes y también las agencias extranjeras. Cuando ocurrió la matanza de los sacerdotes palotinos, en el exterior se publicó la información correcta de que había sido un grupo de extrema derecha. Pero aquí en Buenos Aires, todos los diarios dijeron que habían sido los Montoneros. Cuando la gente llegaba a la redacción para hacer una denuncia yo también les pedía que presentaran un hábeas corpus. Y como los militares prohibían que se publicaran noticias sobre secuestros o cadáveres sin confirmación oficial nosotros, justamente, tomábamos los hábeas corpus como la confirmación.

Vos también denunciabas estos hechos en los diarios norteamericanos, ¿no es cierto?
Sí, yo hice y firmé dos notas para el Washington Post después del golpe. En una decía que no era verdad que regía la libertad de expresión en la Argentina y que los diarios habían llegado a un acuerdo con los militares para no publicar determinada información. Pero lo que realmente me importaba era salvar gente. Iba a ver a los funcionarios con listas de personas desaparecidas y les decía que no publicaríamos nada en el diario si esas personas aparecían. Y tuvimos mucha suerte porque algunas de esas personas se salvaron.

Pero en 1977 también te detuvieron ilegalmente.
Sí. Cuando vinieron yo estaba preparando una edición especial sobre el cumpleaños de la reina de Holanda. Los hice esperar mientras terminaba y llamé a mi esposa Maud para avisarle. Cuando me asomé por la ventana ví un Falcon y un Peugeot con techo corredizo. El chofer parecía un bandido mejicano con bandoleras cruzadas. Cuando me llevaron, el auto entró a Coordinación Federal por un subsuelo, y en cuanto llegué, vi una gran cruz esvástica en la pared. Me ubicaron en una celda, sin ropa. La celda era una especie de tubo. Como te imaginarás, fue una experiencia muy fuerte. Después supe que a raíz de mi detención, hubo una fuerte presión internacional. Siempre recuerdo a Tex Harris, un diplomático, un tipo fantástico que había enviado Jimmy Carter (entonces presidente de Estados Unidos) a la Argentina. También Patricia Derian (secretaria de Derechos Humanos en Washington) se movió muchísimo.
Nunca olvidaré que por defenderme, Harris y su familia vivieron perpetuamente amenazados. Incluso él y su esposa sufrieron un atentado y un intento de secuestro. Finalmente se tuvo que ir del país y, cuando eso sucedió, uno de los máximos jerarcas de la dictadura, el general Guillermo Suárez Mason, hizo un brindis por haber logrado su expulsión.
Bob tiene entre las manos el libro que acaba de publicar su hijo David con un título significativo: Dirty secrets, dirty war (Secretos sucios, guerra sucia) que se publicará en español el año que viene.

Para un padre es un verdadero honor que un hijo valore su trayectoria. Este es el libro que no pude escribir –explica Cox–. Es una historia que debe ser contada, pero no a través mío. Yo siempre he creído que el periodismo debe ser impersonal. Algo así como la imagen del reportero con un viejo impermeable, bajo la lluvia y del cual nadie imagina que está elaborando un reportaje memorable. Aunque suene extraño, yo sólo estaba haciendo mi trabajo como director de un diario y el Herald inició la tradición de publicar en inglés y con traducción castellana lo que ocurría en Argentina. Es cierto que todos los canales y la mayoría de las radios constituían un monopolio del Estado, pero los diarios eran otra cosa.

Hace un momento decías que fue la presión internacional la que logró salvarte cuando te detuvieron en Coordinación Federal.
Sí, por supuesto. Pero también recuerdo que lo primero que hice, cuando me liberaron, fue presentarme en la Casa Rosada pidiendo hablar con el presidente Videla. El secretario de prensa, el marino Carlos Carpintero, me contestó que eso era imposible. Le dije entonces: “Dígale de mi parte al presidente Videla que si quiere mantener su autoridad y demostrar que cree en la legalidad, vaya a Coordinación Federal con un trapo de piso y una botella con lavandina para borrar la cruz esvástica que está pintada en una gran pared. Ese es el símbolo de una masacre de ciudadanos”.

¿Y qué te contestó Carpintero?
Bueno, algo molesto, se rio y me dijo: “No se imagine que el presidente Videla haga algo semejante”. También creo que querían detener a Andrew Graham-Yooll. Y quiero insistir acerca de la tarea formidable que cumplió Patricia Derian ya que los militares más moderados pensaban que era necesario controlar el tema de las detenciones y desapariciones para proteger la imagen del gobierno de Videla y también como una forma de seguir recibiendo ayuda de los Estados Unidos. Patricia invocó estas razones, y con mucho coraje se enfrentó incluso con el almirante Massera (el personaje más inescrupuloso de la Junta) reclamando la aparición con vida de gente desaparecida.

¿Como el caso de Rafael Perrota, director de “El Cronista Comercial”?
Bueno, Perrota se sentía amenazado porque no le habían querido renovar el pasaporte, aun mencionando que tenía una hermana en Boston a quien deseaba visitar. Incluso me lo confesó en el transcurso de un almuerzo que mantuvimos a solas. Temía que lo secuestraran. Me pareció poco probable ya que contaba con muchas vinculaciones con militares y marinos, pero él insistió y lamentablemente no era un temor paranoico, sino que desapareció pocos días después y nunca más se supo de él.
Durante aquellos años, recordamos, no hubo tregua para Bob Cox. A través de su tarea como director de un diario al cual recurría toda persona que deseaba información acerca de los hechos que verdaderamente estaban ocurriendo en Argentina, y a pesar de haber recibido galardones como el premio María Moors Cabot de la Universidad de Columbia, su vida y la de su familia corrían un serio peligro. Hubo un intento de secuestro el mismo día en que la guerrilla hizo explotar una bomba en la casa del secretario de Economía Walter Klein, y su esposa Maud se salvó milagrosamente, en otra oportunidad, cruzando la avenida Alvear, donde los Cox tenían su domicilio.
En el libro de David se transcriben algunos de los editoriales de su padre en el Herald y pensamos que es importante conocerlos, ya que brindan una medida del coraje que significaba publicar estos textos en septiembre de 1977.
David Cox también menciona en su libro que a medida que Bob multiplicaba sus editoriales el asma que sufría habitualmente había comenzado a atormentarlo con mayor frecuencia. A tal punto que la familia tuvo que desplazarse a Córdoba durante una semana para que Cox pudiera recuperarse alejándose del diario. Finalmente, el 20 de noviembre 1979, la situación se volvió insostenible cuando una carta cuyo sobre llevaba el membrete del colegio San Andrés, dirigida a Peter (otro de los chicos de Bob), llegó por correo ordinario al departamento de los Cox. A pesar de los esfuerzos de su madre, los chicos alcanzaron a ver la insignia de Montoneros en el encabezamiento. Bob estaba en la casa ya que, después del atentado contra el secretario Klein, solía quedarse a esperar que sus hijos llegaran de la escuela. Cox advirtió de inmediato que la carta no era de Montoneros, sino una evidente amenaza proveniente de los sectores más duros de las Fuerzas Armadas. La carta decía así: “Querido Peter, sabemos que estás preocupado por las cosas que les pasan a los familiares de tus amiguitos y que tienes miedo que también le ocurran a ustedes y a tu papá. Pero nosotros no nos comemos chicos crudos con el desayuno. Considerando el miedo que tienen ustedes y que tu papá es un periodista de alto nivel que nos es más útil vivo que muerto, hemos decidido enviarte esta pequeña esquela como advertencia. Por esta razón y en consideración al trabajo que cumple tu papá le ofrecemos (y también a todos ustedes: Peter, Victoria, Robert, David y Ruth) la opción de salir del país en el que corren el riesgo de ser asesinados. Elijan lo que más les guste y díganle a “daddy” y “mummy” que vendan su casa, los autos y vayan a trabajar a París en otro diario del Herald. También pueden ustedes quedarse aquí, luchando por los derechos humanos, pero no creo que sea lo que prefieran ni sus papás ni sus tíos que los están esperando en Inglaterra para Navidad. Un gran saludo revolucionario para tu papá. Fdo. Montoneros”.
Como te imaginarás –explica Bob visiblemente conmovido aún después de tantos años–, releí atentamente la carta y no tuve dudas de que no pertenecía a Montoneros, sino que era una real amenaza de muerte del sector más duro del Ejército. Estaba en juego la vida de mi familia. Dias después, en diciembre, nos fuimos a Virginia gracias a una beca que me otorgó de inmediato el Smithsonian Institute, pero siempre con la idea de volver a nuestra casa de Buenos Aires. También comencé a dictar conferencias en la Universidad de Harvard y finalmente nos radicamos en Charleston, en Carolina del Norte, donde está el periódico Daily News and Courier, perteneciente al mismo grupo que el Herald de Buenos Aires. Allí trabajé como redactor de la sección internacionales cubriendo, entre otras noticias, las guerras civiles en El Salvador y Nicaragua. Con el tiempo, me nombraron subdirector del periódico.
Bob habla entrecortadamente de estos recuerdos terribles. Le falta el aire al hacerlo. Lo que no le faltará nunca es coraje y por eso mismo, y en agradecimiento por tantas familias que él ayudó en las peores circunstancias, pasado mañana, martes 3 de noviembre, la Ciudad de Buenos Aires lo honrará como Ciudadano Ilustre en el Salón Dorado de la Legislatura porteña.

Fuente: Diario Perfil