El adiós de un lector
Por: Mario Wainfeld
Leer la columna sabatina de Oscar Raúl Cardoso era una cita y un gusto. Su escritura rebosaba inteligencia, dando cuenta de una mirada aguda no exenta de ideología. Y socializaba abundante cantidad de lecturas de primer nivel. Rara avis, cuando el periodismo (como la política) parece sesgarse a un vocabulario de 200 palabras y la lectura pierde terreno.
Este cronista lo conoció pero no tuvo amistad personal ni trato frecuente con él. Sí compartió ámbitos políticos, rondando el amanecer de la renovación peronista, hace más de veinte años. Cardoso (también en eso exótico a la tendencia dominante) no escondía su pensamiento político, ni su pertenencia ni rehuía la intervención directa o la militancia. Luego, lo encontró de vez en cuando o requirió de su saber en algún programa de radio.
Escribía bien porque conocía sus temas y porque comprendía aquello de lo que hablaba. El cronista conserva una nota suya, de media página como mucho, escrita el 5 de junio de 1989, cuando Cardoso aún cubría política nacional. Se titula “Un poder sin timidez” y cuenta cómo fue el día en que Carlos Menem designó a los integrantes de su primer gabinete. Con un rosario de anécdotas y observaciones, de uno de los primeros días en que el presidente Menem tomaba decisiones, Cardoso anticipó el modo de ejercer el poder de Menem. Este cronista trajinó el artículo en talleres de periodismo para mostrar cómo se debe hacer una crónica, valiéndose de los hechos para trascenderlos. No le faltaban el chisme ni el color pero los inscribía en un sentido.
Sus columnas de Internacional en Clarín repetían el portento, semana a semana. Falleció el miércoles. Como ya se dijo, estas líneas no despiden a un amigo o a un contertulio habitual. Son, tan luego, el adiós de uno de los tantos lectores fieles (y colegas admiradores) que lo van a extrañar.
Chau Gordo
Por: Horacio Verbitsky
En el velorio de Oscar Raúl Cardoso, uno de sus amigos lo recordó atragantado de risa al recordar lo que le pasó en España cuando lo premiaron por su investigación sobre la guerra de las Malvinas. Junto con los coautores Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Kooy dedicó el premio al centenar de periodistas detenidos-desaparecidos y, en especial, a Enrique Raab. Un periodista español le preguntó cómo se escribía y publicó la respuesta textual: el premio había sido dedicado al periodista argentino Roberto Antonio Bernardo. Era un hombre culto, un fino analista de la política internacional, que empezó a entender durante su infancia en Washington como hijo de un diplomático. Estudió filosofía y su mayor placer era la lectura. Pero al mismo tiempo tenía un entrañable sentido popular. Murió tan de repente que no llegó a saber que se iba el mismo día que Perón. Le hubiera gustado. Su mujer, la China Alicia Lo Bianco, contó que en los últimos tiempos tenía la sabiduría de no leer los diarios argentinos, lo cual le evitó enterarse de la muerte de su amigo Miguel Unamuno, pero que no se perdía una nota de la prensa internacional. Félix Laiño, quien durante décadas fue el hombre fuerte del diario que manejaban los servicios de informaciones del Ejército, decía que a los patrones les gustaba que sus periodistas fueran “Fulano de La Razón”, pero que en su caso la fórmula se había invertido y todos hablaban de “La Razón de Laiño”. Cardoso nunca tuvo esa clase de jactancia. Pero durante tres décadas trabajó en Clarín sin ponerse nunca otra camiseta que la de Boca Juniors, con la que pidió ser velado y cremado. Así esencializado, sus cenizas serán esparcidas sobre el césped de la Bombonera.
Fuente: PáginaI12
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