Por: Alejandra Beresovsky*
Nada ha sido más volátil en los últimos años como el interés que han generado en el gobierno de los Kirchner las telecomunicaciones, los avances tecnológicos y su irremediable impacto en la radiodifusión.
La falta de sensibilidad y respeto por el área tuvo su primera señal en 2003, cuando Néstor Kirchner designó en la Secretaría de Comunicaciones (SeCom) a un hombre que no sólo miraba con recelo a cualquier desarrollo productivo que no fuera meramente industrial —con tuercas y tornillos, aunque eso significara un retroceso en materia de tecnología—, sino que hasta el fin evidenció un desinterés absoluto en el tema. Guillermo Moreno, el funcionario que ocupó el cuarto piso del Palacio de Correos hasta 2006, usó buena parte de su jornada laboral —siempre muy intensa y larga, hay que reconocerlo— a los primeros acuerdos de precios que en voz baja comenzaba a hacer la gestión de Kirchner cuando la inflación comenzaba a ser el gran problema económico de la Argentina. Antes de eso, había recibido a mucha gente del mercado en el que formalmente regía; a la mayoría, los había maltratado, y, en el medio, hizo anuncios sobredimensionados de proyectos fallidos, como “el fideicomiso de las telecomunicaciones”, “la primera computadora con mayoría de partes nacionales”; o “el celular argentino”.
La televisión por Internet, aquella posibilidad que desvela ahora a las telefónicas, no sólo no estuvo en su agenda, sino que —también hay que reconocerlo— tampoco estaba en la de las compañías que se quedaron con la ex ENTEL. Tanto Telefónica, como Telecom, actuaron tardíamente sobre el tema, porque, en aquellos primeros años de la administración kirchnerista, la preocupación pasaba por la tarifas. Así fue como se aprobó en las narices de las poderosas compañías la modificación de la actual ley de radiodifusión 22.285, que sólo habilita a las firmas de servicios públicos sin fines de lucro —las cooperativas— a brindar esos servicios. Un año después, las telefónicas comenzaron a hacer su lobby sobre el tema.
Poco pudo avanzar entonces motu propio Carlos Lisandro Salas —de profesión, arquitecto; alias, “el mudo”— sobre semejante complejidad (al menos, en el escenario legal actual de las telecomunicaciones).
En una esquina, Julio Bárbaro, hasta el año pasado interventor del Comité Federal de Radiodifusión (ComFeR), cumplía, al igual que su sucesor, Gabriel Mariotto, el difícil papel de hacer como que tomaba decisiones. A Bárbaro se le escapó un día decir que si las telefónicas daban televisión perdían su licencia, con todo lo que había logrado nadar hasta ese momento en las aguas del discurso políticamente correcto. Era demasiado. Pero, además, había sido muy insistente en que a él no le preocupaba tanto aquello de que la ley de radiodifusión era de la época de la dictadura. Lo decía tanto que parecía querer reconfortarse ante lo antipático que resultaba el tema para los seguidores de un Gobierno que había convertido en bandera el desagravio a las víctimas del Proceso. La radiodifusión también había sido una damnificada del paso de los cañones, tanto que es un caso paradigmático de ley derogada de hecho.
Cuando el status quo parecía inquebrantable, pasó lo impensado: un sector de la economía se retobó y las cámaras lo mostraron. En ese momento, la tecnología, las telecomunicaciones, la radiodifusión, pasaron a ser temas estratégicos de Estado.
El año pasado, en pleno conflicto con el campo, se anunció el inminente envío al Congreso de un proyecto para una nueva ley de radiodifusión. El texto volvió al cajón de los pendientes apenas unos meses después, aunque aseguran que en ese tiempo “se consensuó con grupos de intereses”. Curiosamente, nuevamente sale al ruedo ahora, luego de que la intermitente pelea con el sector rural se reactivó y otra vez para pasar el tamiz “de la discusión con grupos de interés”.
Entre las versiones que “trascienden” está la de que las telefónicas podrían acceder a dar servicios de televisión con la tecnología de la banda ancha. Un botín cada vez más interesante en un país en el que las cuentas de Internet siguen creciendo a un ritmo del 20%.
Bajo ese modelo, los usuarios elegirían canales, combo en el que las emisoras de noticias, aquellas que ponen una cámara donde molesta, seguramente no tendrán gran éxito.
*Redactora de la sección Negocios de El Cronista Comercial