martes, 7 de octubre de 2008

La ley

Por Antonio Tardelli*
Se le atribuye la explicación al parlamentario peronista Humberto Roggero. Fue pronunciada durante los noventa, en medio de un encuentro en el que se reclamaba por la siempre demorada Ley de Radiodifusión.
–Esto es muy simple –fundamentó el legislador–. No hay ley porque los grupos no quieren. El día que los grupos quieran, saldrá la ley que ellos quieran.
En una etapa de recuperación de la política, la tesitura estatal en la materia no puede ser idéntica. No debiera estar marcada por la resignación. En tal caso, el país tendrá que seguir soportando, con escasas alteraciones, la legislación que para los medios diseñó la dictadura militar.
La problemática resurgió en estos días a través del pronunciamiento de una serie de organizaciones sociales e instituciones públicas que demandaron al gobierno que cumpla con su promesa de avanzar en la materia. Algunas de esas entidades, incluso, coinciden con el rumbo general de las políticas oficiales.
Se ha instalado la sensación, no ausente en la aludida declaración, de que la derrota que el campo asestó al gobierno en el tratamiento legislativo de los derechos de exportación desalentó el intento oficial. De ser así, el Poder Ejecutivo estaría pagando un doble costo por aquel traspié, pues desperdicia su oportunidad histórica de corregir una situación aberrante.
Pero al mismo tiempo, perro que se muerde la cola, el gobierno se estaría inclinando en materia de radiodifusión por la peor de las alternativas: la omisión. Si por miedo a los medios, o a los grupos económicos que controlan los medios, el Poder Ejecutivo retrocede, la iniciativa será tomada por las empresas y la ley, en caso de que algún día vea la luz, será, tal como otrora pronosticó Roggero, la que los medios quieran que sea.
De todos modos, no es probable. Lo que está en juego trasciende una ecuación de costos y beneficios políticos de corto plazo. Solamente la digitalización plantea desafíos tecnológicos y económicos que modificarán drásticamente el esquema de la radiodifusión. De ningún modo el Estado puede permanecer indiferente ante el fenómeno.
Pedirle a la sociedad que se despabile, y advierta la magnitud de lo que está en discusión, es otra forma de morderse la cola. El actual esquema no alentará ni transparentará el debate. Por el contrario, lo velará, lo ocultará, para poner a buen resguardo sus intereses.
Esos intereses son, en un primer plano, económico. Apenas un poco más allá, ideológicos.
En una entrevista publicada por el diario “Crítica”, el filósofo León Rozitchner declaró: “Todos los medios, salvo algunos, muy pocos, forman parte de una gran estrategia de dominio económico, religioso y político”. Agregó: “El objetivo al que apuntan los media es el dominio del hombre: distorsionar el poder unitario del cuerpo pensante e imaginario para adecuarlo a esas necesidades ajenas. Los medios nos seducen o inquietan; nos ordenan a su gusto mientras nos desorganizan”.
El rostro, la voz y el pensamiento de Rozitchner son desconocidos para el gran público, consumidor de productos que, sin haber inventado nada, potencian ahora sí hasta el infinito su devoción por la superficialidad. Cualquier idiota televisado cobra por su idiotez diaria mucho más que un estibador, un ferroviario o un empleado público y esa distorsión, al margen de lo que define en términos culturales, se constituye en una injusticia que ni siquiera un gobierno reformista puede tolerar.
El kirchnerismo probó de su propia medicina cuando, durante su enfrentamiento con los ruralistas, se sintió hostigado por las empresas de comunicación. En rigor, los medios sólo se volvieron críticos del poder político después de mucho tiempo de acompañamiento casi incondicional. Los arquetipos del esquema mediático argentino, llámense “Clarín” o como se llamen, fueron los aliados del kirchnerismo hasta antes de ayer.
Los buenos no se convierten en malos de un día para otro. La perspectiva de largo plazo es la que el gobierno debe atender al momento de legislar sobre los medios electrónicos.
Cada día que transcurra sin que el Estado y la sociedad civil impulsen el debate democrático acerca de los medios, de su relación con la política, con las empresas y con el dinero, será un retroceso adicional que abonará el carácter anestesiante de la radio y de la televisión en la Argentina.

* Periodista
Fuente: Cronista Digital