domingo, 7 de septiembre de 2008

Un conciliador en frecuencia modulada

El radiodifusor guayaquileño César Farah, con experiencia en Argentina, Chile y Holanda, asume el reto de crear una radio pública sin olvidar las particularidades de las regiones.
Por: David Sosa, dsosa@telegrafo.com.ec
La voz grave, serena, bien timbrada, con un ligero registro de tenor no puede ser otra que la de un hombre que trabaja en radio desde los 14 años. Y se corresponde, cual un esperado déjà vu, con la de un tipo calmado y analítico, de 54 años, que tiene entre sus manos, desde hace poco más de un mes, la difícil tarea de echar a rodar la primera radio pública del Ecuador, una pluralista, multiétnica, donde no solo el reggaeton y los chistes bobos tengan cabida en el dial, sino también haya espacio para la música del mundo, el interés comunitario, la programación en kichwa y los debates de actualidad.
César Farah Romero -don César, para algunos colaboradores; simplemente César, para otros-, el muchacho que hizo sus pinitos en la emisora de su padre (Radio Continental), que sustituyó por un breve periodo a un actor en una radionovela, el mismo que se fue a formar en Argentina y Chile; aquel que tuvo el placer de trabajar en Radio Nederland (Holanda) con el famoso Alfonso Montealegre (sí, el del Europarada) es el nuevo director de la Radio Pública del Ecuador. Para este guayaquileño, radicado en Quito, esto no es un simple reto: es, también, una utopía posible, sin anunciantes dictando contenidos, ni locutores pueriles mofándose de sus oyentes. Él deberá transitar por un sendero que ya abrieron emisoras como la BBC, la Voz de Alemania y la propia Radio Nederland.
César Farah tiene un parecido (aunque es más delgado) con Freddy Ehlers, el creador de La Televisión. Pero también tiene algo del experimentado maestro zen, un poco de vuelta de todo pero todavía dispuesto a enseñar. Sabe que lo que tiene entre manos es un desafío que quema de lo caliente, y que su mayor reto será atravesar la delgada línea que divide a lo público de lo gobiernista, de lo comunitario a los mensajes de barricada.

¿Cómo se inició usted en la radio?
Yo empecé como operador de audio, solo los fines de semana colaboraba con la emisora de radio de mi papá, que se llamaba Radio Continental. En aquella época solo había emisoras de AM. En cinco años comenzaron a operar algunas frecuencias moduladas, pero todo el desenvolvimiento radial era en AM, con muy interesantes producciones. Nunca me desapegué de eso, pudo haber sido algo transitorio, ayudar un rato por tener algo que hacer, pero fue persistente. Tenía apenas 14 años.

¿La veía como un hobby?
No era una obligación, ni tampoco lo veía como un hobby, no sabía por dónde se iba a encauzar esa emoción. Lo único que me identificaba era retransmitir espacios de programas elaborados en otra emisora (por ejemplo, una misa que emitían en onda corta y era solicitada por un sacerdote de la Catedral de Guayaquil).

¿De qué época estamos hablando?
De 1967, me acuerdo de los discos, yo tengo una memoria muy gráfica y asociativa con las emociones, entonces la pauta me la da el hecho de que yo veía los LP que tenía la industria ecuatoriana, yo ponía música instrumental. Por eso, desde temprana edad, ya sabía quiénes eran Paul Mauriat, Frank Pourcel, Ray Coniff… La radio ponía esa música ambiental –a mi gusto- y desde temprana edad me comencé a identificar con las emociones.

¿Por entonces usted ya hacía locución?
No, no, no tenía voz para hablar, mi voz era la de un niño; no la cambiaba todavía. Cuando contestaba al teléfono todavía me decían “señorita”.

Una pausa. Tanto en esta charla, como en su vida. Antes de posesionarse como director de la RPE, Farah estaba desarrollando una nueva emisora, Radio Concierto, con la audaz propuesta de transmitir música clásica las 24 horas. Fue entonces que lo llamó el presidente ejecutivo de Ecuador TV (Enrique Arosemena) que lo conocía de sus tiempos de gerente de Ecuavisa, y le hizo la propuesta.

¿No lo pensó teniendo en cuenta que lo iban a ver como un gesto político?
Pensé, lo consideré, pero había escuchado días antes de que me llamaran para conversar del proyecto, al presidente, quien decía que El Telégrafo no iba a ser un diario “del” Gobierno, sino que lo iba a poner al servicio de la comunidad. Lo vi tan categórico cuando manifestó eso que... Obviamente, todo va a tener una injerencia, una participación.

¿A usted le tocó la época gloriosa de la radionovela?
Sí, por supuesto, fue una época brillante en la radiodifusión ecuatoriana. Recuerdo excelentes emisoras, con un staff muy abierto, noticias, segmentos musicales y, por supuesto, el de radionovelas. Dramatizaban ciertos segmentos noticiosos o hechos históricos. Había radios que todos los días segmentaban en horarios estelares. Esas radios de AM fueron el semillero para que la televisión captara a todos aquellos profesionales para sus inicios. Después, poco a poco, fueron bajando aquellas propuestas radiales y se reemplazó con una locución más liviana, con más participación telefónica, con menos producción. En uno de esos programas me invitó a participar una radiodifusora y durante pocos días hice un pequeñísimo papel. Un sacristán, un personaje muy liviano en cuanto a la participación, en esos 15 días en que hice el reemplazo. Esa fue mi única experiencia en radiodrama.

Vargas Llosa retrató todo ese mundo en su novela La tía Julia y el escribidor. ¿Cómo ve el tránsito entre aquel universo de sonidos e imaginación y este de ahora, tan dado a lo visual?
Como decía el pensador Ortega y Gasset: “Sorprenderse, extrañarse es comenzar a comprender”. Yo creo que ahí el ser humano en cualquier época de su vida va a entregar sus emociones a algo que le pueda llamar la atención. Lo cotidiano le va quitando esa sorpresa. Todo lo fácil, las comunicaciones al alcance, le va quitando el encanto del encuentro (el amigo al que uno no ve hace unos años, después de haber dejado el colegio), todo va perdiendo sorpresa. Yo creo que la radio genera esa magia de que una palabra en un momento oportuno puede hacer humedecer los ojos.

Después de aquellos escarceos adolescentes, ¿cómo fue su despegue como radiodifusor?
A los 16, 17 años comencé a “travesiar”, me hacía el ingeniero, me hacía el técnico, pero dañaba todo, eso solo pude haberlo hecho sin sanciones porque era la radio de mi papá.

¿Cuántas consolas dañó?
Bueno, consolas ninguna … pero sí el tocadiscos, le quería poner a la cápsula efectos de sonido, le quería poner aceite a la cápsula

¿Era ya un disc-jockey avant la lettre?
Comenzaba a hacer “jum”, eso le daba sentido de grave al sonido que transmitía esa cápsula, cuando reportaban que le habían puesto aceite, me llamaban, pero no escarmentaba. Hasta que un día me agarró la energía eléctrica y me botó dos metros, por suerte no era de alto voltaje.
En eso ya me había cambiado la voz, ahora ya parecía mi papá, no era la señorita que contestaba el teléfono. Comencé a leer mucho, todo lo que pudiera, y empecé con mis primeros programas, musicales por supuesto.

¿Qué vino después?
Entré a Radio Espectáculos y a Radio Sucesos, en Guayaquil. Desde el 69 hasta el 72, con locutores espectaculares, aprendí mucho de ellos, era el más joven. Por la popularidad que me daba la radio tuve la locura de proponer algo para televisión. Me acogieron y fui a presentar música en televisión. Fui uno de los pioneros en pasar videos en ese medio. Por ese tiempo estuve en Argentina y allí tuve un gran clic porque se trabajaba con un formato muy profesional, muy sustentado en textos y guiones, mucha preproducción. Estuve cerca de un año, retorné y se iba marcando mi inclinación hacia los medios. Por eso me decidí a estudiar Comunicación Social.
(En Argentina estuvo durante el 75 y el 76, y en Chile del 86 al 89. En el primer país era la etapa final del gobierno de María Estela Martínez de Perón, y la llegada del nefasto Videla. Pero antes de que los jóvenes porteños comenzaran a tararear “pero los dinosaurios van a desaparecer” -el tema emblemático de Charly García contra la dictadura- regresó a Ecuador).

¿Dentro de qué tendencia política se ha formado usted?
Yo me formé en el colegio Vicente Rocafuerte, un colegio de Estado, donde salieron figuras gloriosas de este país.

¿En ese entonces ya era un plantel violento?
Antes era el colegio de los revoltosos, sinónimo de violentos. Salían a la calle a confrontar.

¿Y usted era un muchacho violento?
No, siempre fui un conciliador, por el hecho de haber comunicado en la radio a temprana edad. A mis amigos les ponía sus dedicatorias musicales para su familia, hermanos y novias. Me llevaba con todos.

¿Vuelve mucho a Guayaquil?
Sí, con frecuencia, tengo a mi familia allá. Mi relación con Quito se dio a través de un canal de televisión que contrató a un equipo de periodistas (Ecuavisa) y allí trabajé cinco años. Fue mi última etapa de televisión.

Pero, ¿ha seguido haciendo radio?
Con pequeños paréntesis de interrupción. Pero yo que he tenido la suerte de haber estado en los dos medios (nunca he hecho prensa) me sigo emocionando con el sonido, la emoción que produce una canción.

¿Entre esos dos amores usted escoge a la radio?
De-fi-ni-ti-va-men-te. No siento que hago un trabajo.

¿Usted actualmente es propietario de alguna emisora?
No, yo hice empresariado en una radio que se nutrió de la experiencia de la radio de mi padre. Se llamaba Radio Concierto. En Radio Sucesos y Radio Espectáculos empleé mi talento en decir palabras de bien, que fueran útiles para el oyente. De las experiencias de Chile y Argentina también nació Radio Concierto.

¿Qué pasó con Radio Concierto?
Creció, se desarrolló mucho en áreas y provincias donde no había apoyo comercial y demandaba mucho gasto. Hubo períodos particulares míos que afectaron el manejo económico, cuestiones personales. Me divorcié... Empieza uno a agotarse cuando empieza a trabajar a temprana edad.

¿Cuando se empieza a los 14, a los 30 se siente uno como de cien?
Bueno, a los 30 no. Creo que cuando me pasó eso fue a los 50.

¿Cree usted que el facilismo y la chabacanería, la burla al oyente, el chiste bobo se han apoderado de la radio ecuatoriana?
Coincido con lo que usted plantea, hay tendencia al facilismo. Eso de tener todo tan al alcance propicia la tendencia. La formación y la buena orientación académica es la que da la pauta para que se transforme en algo productivo. Tenemos mucha capacidad, pero no las queremos explotar. Entonces sí hay radios que tienden hacia el facilismo y desprestigian el quehacer radiofónico.
Eso no es radiodifusión. No digo que todas las emisoras, algunas son muy serias y tienen un formato específico, propuestas interesantes. No hay que generalizar.

“El reto de este proyecto es el equilibrio”

¿Cuáles serán los objetivos de la Radio Pública del Ecuador?
Es la gran oportunidad de desarrollar y proponer una radio al servicio del público; van a tener cabida todas las áreas que tiene el país: el que gobierna, el que tiene funciones públicas, el ministro… más aún cuando el país está viviendo un periodo de cambios profundos. Y esto es mundial, Ecuador está siendo mirado porque está proponiendo cambios. Será una radio pionera, donde por primera vez el Estado desarrolla una emisora en frecuencia modulada, con cobertura nacional, segmentando y aceptando la realidad de las regiones: la Costa, el Austro, la Amazonía y la Sierra. No es una radio que sale desde Quito y se transmite para todo el país con la misma propuesta. El proyecto es interesante, tenemos un diseño sustentado en una tecnología de punta. Es el momento para que productos que tengan buena intención lleguen a la comunidad.

¿Cómo se va a lograr que la radio incluya la diferencia cultural y pluriétnica?
Estamos asesorándonos, vinculándonos a organizaciones que nos llevan décadas y proponiendo productos para una Radio Pública. Caso concreto, el ícono que todo el mundo mira es la BBC, la Voz de Alemania, Radio Francia Internacional, Radio Nederland, donde, por cierto, yo trabajé: es una ciudad-radio, un bosque hermoso donde la emisora está metida allí, con una pequeña laguna.

¿Cómo avizora usted el papel de la RPE en los próximos dos años?
Nos vemos en un proceso inicial de desafío, de hacer bien las cosas, de sintonizar porque hay que proponer cosas que gusten, pero con las recomendaciones de los estudios de mercado. No seremos una radio única, sino compartida por otras regiones, con su estructura autónoma en cada una de ellas. La veo integrada a la comunidad. Que los medios tengan como referencia a la radio pública, pues siempre estará atenta, en noticias, cubriendo eventos, desarrollando proyectos siempre nuevos, pero que la gente los necesita y no se los han ofrecido en otras radios.

¿Van a tener participación las comunidades indígenas?
La radio termina de instalarse, de aquí a finales de año. Todo este proceso no concluirá antes. Hay que implementarla en Quito (100.9 FM), Guayaquil (105,3), Cuenca y Manta. El próximo año tendremos un menú y una variedad de producciones radiofónicas que involucren a esas regiones. Incluso hicimos una convocatoria, de solicitar guionistas, actores y gente relacionada con el teatro, para que manejen programas específicos de radionovelas.Y con lo del tema de programas en kichwa también tenemos proyectos.

¿Cómo hacer una radio pública sin que se la identifique con proselitismo, como ha podido hacer Europa?
El país está madurando, se va involucrando cada vez más y participa en los espacios públicos. Por temor, recelo, que se llegó a temer. Hay aristas, desbordes, eso es normal, ya cuando eso comience a tener un cauce va a generar una cantidad de líderes. Tenemos que admirarnos más de lo que nosotros podemos hacer. Y en ese sentido tenemos que ser muy dedicados para tratar de que esa línea tenue que usted menciona no se desborde. Y si en algún momento se desborda, tratar de que no sea frecuente, porque el espíritu de las personas es efusivo. El reto de este proyecto, en el tiempo que nos hemos trazado, es justamente poner el equilibrio. No es fácil, pero se logra con organización. Lo importante es no perder de vista la balanza, hay que invitar, conversar, promover el diálogo. Lo que queremos es que el oyente se informe, ilustre y después pueda sacar sus propias conclusiones.

Fuente: El Telégrafo