domingo, 11 de septiembre de 2005

Periodismo puro

Por: Jorge Fontevecchia
Llegó el tiempo de volver.

Justo un 11 de septiembre, el día de Sarmiento, quién fundó dos diarios y escribió en una docena de ellos.

Fueron 7 años y 42 días sin el acompañamiento del lector. Mucho tiempo, pero fue lo más rápido que se pudo. Incluso podría haber sido prudente esperar un poco más para recuperar fuerzas. Pero así como Andrés Calamaro dice que no se puede vivir sin amor, tampoco se puede vivir sin el lector.

¿Cómo se sobrevivió, y cómo se hizo para cumplir la promesa de volver a encontrarse con el lector?

Fueron años difíciles, pero en los cuales el sueño nunca desapareció. Soñar es terapéutico: el sólo tener el proyecto de hacer, mantiene vivo lo proyectado, como también al soñador.

Voluntad es la primera palabra que viene a mi mente. Einstein sostenía que era una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica.

Y Confucio decía que se le puede quitar a un general su ejército, pero no a un hombre su voluntad.

A veces se las confunde, pero voluntad y fuerza son cosas diferentes. Puede sobrar la segunda y faltar la primera; más raro es lo inverso. No se trata de una dimensión física, sino metafísica.

La voluntad sería una potencia del alma, un decreto divino, fuera del control del sujeto, externo a él y por tanto indómito. Un afamado psiquiatra norteamericano, Abraham Maslow, explicaba que toda capacidad es una necesidad. Pide pista sola. Es un mandato que no se detiene a analizar conveniencias ni a especular.

Su prima, la vocación, viene de vocatio: llamar. Los romanos pensaban que era un llamado de Dios, una vox, una advocación que cuando se producía nadie podía resistírsele; que convoca y mueve a hacer, casi sin saber por qué.

Ortega y Gasset creía que al ser fieles a nuestra vocación éramos fieles a nuestra propia vida. Que la vocación (destino personal) designa la autenticidad del ser humano porque es insobornable e intransferible.

Tantas vueltas para decir que no hay un por qué desde la razón: aquello de que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Que en una empresa guiada por el principio de maximizar los beneficios probablemente echarían a quien se disponga a malgastar los recursos en un proyecto tan incierto y económicamente poco aconsejable, como editar un diario.

Para el diccionario, editar es “sacar a la luz pública una obra”. Escribí una vez que editar comparte la raíz con edificar. Y con educar, que también significa “sacar afuera”. Editar proviene –también– del latín: edîtîo que literalmente quiere decir parto, dar a luz. Nada menos.

La creatividad es un intento de imponer nuestros deseos a la realidad. Hacer público lo creado –publicar– es compartirlo, obsequiarlo a sus destinatarios. Los artistas, por ejemplo, arden en deseos de mostrar. Pero aún sin el reconocimiento de los demás, quien crea vive una experiencia gratificante, ya que el trabajo bien hecho hace cantar al espíritu.

Esta reencarnación de Perfil me impulsa a pensar en aquello que también necesitó nacer dos veces. Apenas como cábala y entretenimiento, vale recordar aquí que la Apolo 11 consiguió alunizar después de haberlo intentado y fracasado la Apolo 10. Lo mismo sucedió en Marte: primero falló el Mars Pathfinder en 1997 y luego lo logró el Spirit el año pasado.

La Argentina logró su primer Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 en su segunda final, después de haber malogrado la otra en 1930. Y en su primer Campeonato Mundial de Fórmula 1 Fangio tuvo que abandonar en su primer carrera, pero luego llegó primero en la segunda.

Recién en su segundo viaje por el Atlántico, Américo Vespucio advirtió que aquellas tierras que había recorrido no eran parte de Asia sino un Mundos Novus que llevarían su nombre.

La propia ciudad de Buenos Aires demandó el compromiso de dos fundaciones. Y el alto Aconcagua, como no podía ser menos, reclamó dos misiones para entregar su cumbre: una en 1883, otra en 1896. Unos años antes, también Sarmiento tuvo que fundar dos veces su diario El Zonda.

El destino parece requerir la complicidad de la voluntad.

A veces, intentando lo imposible es como se hace lo posible. La insistencia es la materia prima con la que se consigue realizar los sueños. Leonardo afirmaba que lo que persevera, aunque sea débil se transformara en fuerte.

Para no pocos filósofos, la voluntad tiene un carácter irreductible; es autónoma, principio y fondo de cuanto existe y motor de todo cambio.

Desde una perspectiva moral, para santo Tomás el bien, en tanto que es comprendido, es objeto de la voluntad y la mueve como un fin. Al querer algo, el hombre se quiere a sí mismo. Querer es querer vivir, deseo de seguir siendo.

Descartes consideró a la voluntad infinita respecto del intelecto, porque el segundo delibera pero sólo la primera decide. Y Maine de Biran alteró el principio cartesiano de “pienso, luego existo” por “quiero, luego existo”.

Cualquier ser humano juzgaría absurda la pregunta: “¿Por qué quiere usted existir?”.

La voluntad de creer es requisito del pensamiento: si nos propusiéramos ser completamente racionales no podríamos encontrar una base para creer que haya una verdad, o que nuestra mente y la verdad estén hechas la una para la otra.

Si creyéramos que nuestro intelecto es infalible, podría tener algún sentido esperar hasta contar con pruebas más firmes de la verdad o la falsedad de una hipótesis.

Hacer es creer, y la acción es voluntad. La personalidad de los individuos no se manifiesta en expresiones estáticas, sino sólo en movimiento.

Para Unamuno, la voluntad de sobrevivir es el instinto constitutivo de la vida. La voluntad de poder –voluntad de potencia en realidad, y mal traducida del alemán– era para Nietzsche la fuerza fundamental de todo, incluida la naturaleza. Un ímpetu que va siempre más allá, que no se detiene hasta su muerte; algo vital, orgánico y biológico.

O sea: la fuerza universal, impulso intrínseco de toda materia y la esencia íntima del ser. Visto así, vida y voluntad son sinónimos.

Schopenhauer dedicó toda su obra a la voluntad: “el mismísimo qué del mundo”. Escribió que ella es el incesante y ciego impulso, la cosa en sí, su contenido y esencia. La vida es autoconocimiento de la voluntad, y el mundo su espejo.

Para concluir, queda Rousseau, quien en su Contrato social habló de la voluntad general que se manifiesta en la voluntad de una comunidad: la voluntad colectiva.

De ella dependerá el futuro de este diario: de la voluntad de los lectores y los anunciantes.

No sé por qué, pero estoy convencido que esta vez coincidirán nuestras voluntades.
*Fundador de Perfil