jueves, 18 de septiembre de 2025

El caso Jimmy Kimmel y la amenaza a la libertad de expresión en Estados Unidos

La suspensión del programa de Jimmy Kimmel por parte de ABC no es un episodio aislado, sino un síntoma preocupante del clima político estadounidense, donde la presión del trumpismo sobre los medios empieza a marcar los límites de lo decible
Por: Valeria M. Rivera Rosas
El universo de la televisión estadounidense está acostumbrado a lidiar con controversias. Desde los tiempos de Johnny Carson hasta las irreverencias de David Letterman, el late night se concibió como un espacio de sátira, crítica política y desahogo humorístico frente a la solemnidad institucional. Sin embargo, lo ocurrido con Jimmy Kimmel marca un punto de inflexión: la suspensión “indefinida” de su programa no responde a una caída de audiencias ni a una crisis creativa, sino a un pulso político en el que el trumpismo ha demostrado, una vez más, su capacidad de intimidar a las grandes corporaciones mediáticas.

El detonante fue un comentario irónico de Kimmel sobre la muerte de Charlie Kirk, uno de los jóvenes líderes más mediáticos del movimiento MAGA. El cómico, en su habitual tono corrosivo, vinculó la reacción de Donald Trump y sus seguidores con la contradicción de defender un discurso moralista mientras se alimenta un clima de odio y violencia. Nada que se salga del manual de la sátira política. Y, sin embargo, bastó para que el regulador de las comunicaciones, presidido por un hombre designado por Trump, lanzara una amenaza pública: “Esto puede hacerse por las buenas o por las malas”.

El peso de la censura política
La presión surtió efecto. Primero fue Nexstar, conglomerado que controla cientos de emisoras locales, quien anunció que retiraba el programa de su parrilla. Después, ABC dio el golpe definitivo: suspensión indefinida. Todo ello en un contexto en el que la cadena, propiedad de Disney, depende de autorizaciones y fusiones reguladas por el mismo organismo que agitó la amenaza. El cálculo empresarial pesó más que la defensa de la libertad de expresión.

Que un regulador público, cuya misión debería ser garantizar la pluralidad, actúe como brazo ejecutor de la sensibilidad presidencial es un síntoma de deterioro democrático. La sátira, por incómoda que sea, forma parte del ADN de la cultura política estadounidense. Castigarla equivale a aceptar que los medios solo pueden bromear hasta donde el poder les concede.

El estilo Trump: castigo ejemplarizante
Trump, lejos de disimular, celebró la caída de Kimmel como una victoria personal. En su red Truth, arremetió contra el cómico y extendió la diana a otros presentadores como Jimmy Fallon o Seth Meyers, a quienes descalificó con la habitual mezcla de insulto y desprecio. No se trata solo de un ajuste de cuentas: es un aviso a navegantes. El mensaje es claro: cualquier voz mediática que ose caricaturizar al presidente puede ser objeto de represalias, ya sea en forma de demandas multimillonarias, presiones regulatorias o campañas de descrédito.

Lo paradójico es que este mismo Trump ha hecho de su relación con los late nights un capítulo central de su biografía pública. Antes de convertirse en político, disfrutaba de ser entrevistado como estrella televisiva, y se prestaba a la caricatura con tal de mantener su omnipresencia mediática. Ahora, instalado en el poder, pretende que los focos iluminen solo su versión de la realidad.

La fragilidad de los medios
Lo más inquietante del caso no es tanto la vehemencia de Trump como la fragilidad mostrada por las corporaciones mediáticas. Nexstar y ABC han preferido alinearse con el poder antes que defender a su propio talento. El argumento de la caída de audiencias resulta una excusa endeble: Kimmel lleva más de dos décadas en antena y ha sobrevivido a la competencia feroz del género. Lo que ha cambiado no es su humor, sino el clima político, cada vez más hostil hacia cualquier atisbo de disidencia.

El miedo a perder licencias, fusiones o contratos publicitarios pesa más que la convicción democrática. Y ahí reside la gran derrota: cuando la libertad de expresión depende de la cuenta de resultados, deja de ser un derecho y se convierte en un privilegio condicionado.

Un futuro incierto para la sátira
El late night estadounidense vive un momento de declive, acosado por el streaming, la fragmentación de audiencias y la pérdida de relevancia cultural. Pero casos como el de Kimmel aceleran ese declive al desnaturalizar lo que lo hacía único: la posibilidad de reírse del poder sin pedir permiso. La sátira es, por definición, un espejo deformado que revela las contradicciones del sistema. Si ese espejo se rompe por miedo a las represalias, lo que queda es un entretenimiento dócil, incapaz de incomodar.

El episodio Kimmel, más allá de la anécdota, ilustra cómo el trumpismo ha conseguido colonizar no solo la política, sino también los márgenes culturales donde antes encontraba resistencia. La pregunta, incómoda pero inevitable, es si estamos ante una excepción coyuntural o el inicio de una nueva era en la que la sátira televisiva se vea condenada al silencio.

Porque si en Estados Unidos, cuna del late night, un presidente puede tumbar a un cómico con un tuit y una llamada de su regulador, ¿qué queda de la primera enmienda? 

¿Qué dice sobre el termómetro de libertad de expresión en EE UU?
La retirada del programa del comediante de la parrilla de ABC, tras los comentarios sobre el asesinato de Charlie Kirk, ha desatado un encendido debate sobre los límites de la sátira política y la posible autocensura en EE. UU.
Por: Natalia Souto
La suspensión indefinida del programa del comentarista Jimmy Kimmel no solo es un hecho mediático, sino también un acontecimiento con fuerte carga simbólica. La decisión de ABC, propiedad de Disney, se produjo después de que el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), Brendan Carr, advirtiera que el contenido del monólogo del comediante podía justificar sanciones y hasta la retirada de licencias a las emisoras afiliadas. El efecto inmediato fue la desaparición de uno de los programas de sátira política más populares del 'late night' estadounidense.

Kimmel, un crítico recurrente de Donald Trump, había ironizado en su monólogo sobre los intentos de ciertos sectores MAGA de "intentar caracterizar" al asesino de Charlie Kirk "como algo distinto a uno de ellos" y de utilizar el crimen como arma política. La reacción fue fulminante: sectores conservadores exigieron medidas, la FCC elevó la presión, y la cadena decidió suspender el programa para evitar consecuencias regulatorias.

El episodio ha generado una ola de críticas de figuras públicas y organizaciones de defensa de la libertad de expresión. El gobernador de California, Gavin Newsom, calificó la cancelación de "peligrosa" y "coordinada", acusando al Partido Republicano de estar "censurando en tiempo real".

Líderes demócratas como el líder de la minoría en el Senado Chuck Schumer y el congresista Chris Murphy advirtieron de que podría ser el inicio de un patrón de silenciamiento de voces críticas bajo el pretexto de proteger la memoria de Kirk.

La reacción del mundo del entretenimiento ha sido igualmente enérgica. Actores como Ben Stiller y comediantes como Michael Kosta denunciaron que la decisión amenaza la esencia de la comedia política en EE UU. La Writers Guild of America (WGA), sindicato que representa a guionistas de televisión, emitió un comunicado contundente: "Silenciarnos empobrece al mundo". Para ellos, ceder ante la presión gubernamental equivale a socavar derechos protegidos por la Primera Enmienda de la Constitución.

Por su parte, el presidente Trump celebró abiertamente la medida, felicitando a ABC por "tener el valor de hacer lo que debía hacerse" y aprovechando para pedir que otros presentadores críticos —como Jimmy Fallon y Seth Meyers— sean despedidos de sus programas. Este alineamiento entre presión política y decisiones empresariales ha sido interpretado por algunos críticos como un indicador de hasta qué punto el poder ejecutivo puede influir en el panorama mediático.

La controversia también ha puesto de relieve un dilema mayor: el del papel de la sátira política en una sociedad polarizada. ¿Debe un comediante moderar su discurso para evitar represalias o es precisamente su función tensar los límites del debate público? La decisión de ABC podría marcar el inicio de una era de mayor autocensura en la televisión abierta, temerosa de represalias, sanciones regulatorias y campañas de presión política.

El impacto de este episodio se medirá no solo en las audiencias que pueda perder ABC, sino en el precedente que establece para otras cadenas y creadores de contenido. Si la suspensión de Kimmel se convierte en la norma y no en la excepción, podría redefinirse el espacio de la crítica política en los medios de masas.

Por ahora, el caso Kimmel funciona como termómetro de la libertad de expresión en EE UU en 2025: indica que la temperatura no ha bajado y que los equilibrios entre poder, medios y sociedad se están reajustando.
Fuente: Mundiario