Negar lo positivo de los cambios en instrumentos y formas de comunicación es tan inútil como necio. Lo dice este ombudsman, que fue viendo las transformaciones de medios y protagonistas en el periodismo de todo el mundo, Argentina incluida. Recuerdo que era un niño cuando nos asombrábamos con las imágenes de inalcanzables televisores en los 50. Por entonces, se vaticinaba la muerte inexorable de la radio como vínculo con un público expectante ante esas mágicas cajas de sonidos. Mi padre era periodista de una de las emisoras más importantes del país. Entendió, cuando la pantalla se sumaba al mundo de las comunicaciones populares, que se trataba de un nuevo actor en un negocio en mutación. Radio y televisión convivieron y sus periodistas compartieron acontecimientos que también viví como protagonista de este oficio formidable. Radio, televisión y otro formato, tal vez el más creíble: el periodismo escrito, los diarios y revistas. Se les auguró una muerte lenta tras la aparición de radio y televisión, pero el vaticinio falló: hoy siguen siendo, algunos de esos medios en papel, los de mayor credibilidad.
Los vertiginosos cambios que estamos compartiendo hoy, están centrados en los sistemas digitales, en particular aquellos derivados de la aplicación universalizadora de internet, un formidable salto en las comunicaciones que todavía no ha alcanzado su cenit: cada día aparecen nuevos desafíos en las redes sociales, que han pasado a ser parte ya indisoluble del universo comunicacional. Negarlo sería necio e inútil como se define más arriba En verdad, se trata de una revolución, con sus más y sus menos.
Un fragmento del libro El desafío y la oportunidad de las nuevas tecnologías, del periodista y catedrático chileno Abraham Santibañez, fue publicado como aproximación al tema por la Red Ética Segura de la Fundación Gabo. Las redes sociales son “como todos los instrumentos que provee la tecnología digital, que no son en sí ni buenos ni malos: los hace buenos o malos quien los usa. Permiten contactos múltiples y una intensa interactividad; favorecen el intercambio de datos, de fotografías y de opiniones. Son características que resultan positivas para el periodista y que pueden cambiar el ejercicio profesional.” No es tan benévolo un párrafo más adelante. Las redes, dice, “propician, por otra parte, las informaciones sin fuente conocida, también el trabajo de escritorio que prescinde de la visita a los lugares en que ocurren los hechos, hace aparecer superfluo el contacto personal con las fuentes y, por tanto deja a un lado el contacto personal y la posibilidad de las contrapreguntas; favorece, además, un manejo mecánico de los datos de la noticia, completamente distinto del que se produce si el periodista es testigo ocular. En este manejo de lo digital todo se reduce a lo virtual”. Y concluye: “Como fondo de estas consideraciones aparece la gran paradoja: cuando los humanos disponemos de los medios más perfeccionados para la comunicación, comprobamos que ha aumentado nuestra incomunicación. Esto vale para el periodista que no puede suplir la comunicación personal con la comunicación virtual que le proporciona la tecnología. La relación persona a persona da una información que no puede suplirse con la sola tecnología”.
Las redes no reemplazan al periodismo de calidad. Tampoco los espacios de radio y televisión sesgados por espurios intereses personales o políticos. Es bueno que los lectores de Perfil perciban las bondades y perjuicios de lo virtual para no caer en trampas insalvables.
Los vertiginosos cambios que estamos compartiendo hoy, están centrados en los sistemas digitales, en particular aquellos derivados de la aplicación universalizadora de internet, un formidable salto en las comunicaciones que todavía no ha alcanzado su cenit: cada día aparecen nuevos desafíos en las redes sociales, que han pasado a ser parte ya indisoluble del universo comunicacional. Negarlo sería necio e inútil como se define más arriba En verdad, se trata de una revolución, con sus más y sus menos.
Un fragmento del libro El desafío y la oportunidad de las nuevas tecnologías, del periodista y catedrático chileno Abraham Santibañez, fue publicado como aproximación al tema por la Red Ética Segura de la Fundación Gabo. Las redes sociales son “como todos los instrumentos que provee la tecnología digital, que no son en sí ni buenos ni malos: los hace buenos o malos quien los usa. Permiten contactos múltiples y una intensa interactividad; favorecen el intercambio de datos, de fotografías y de opiniones. Son características que resultan positivas para el periodista y que pueden cambiar el ejercicio profesional.” No es tan benévolo un párrafo más adelante. Las redes, dice, “propician, por otra parte, las informaciones sin fuente conocida, también el trabajo de escritorio que prescinde de la visita a los lugares en que ocurren los hechos, hace aparecer superfluo el contacto personal con las fuentes y, por tanto deja a un lado el contacto personal y la posibilidad de las contrapreguntas; favorece, además, un manejo mecánico de los datos de la noticia, completamente distinto del que se produce si el periodista es testigo ocular. En este manejo de lo digital todo se reduce a lo virtual”. Y concluye: “Como fondo de estas consideraciones aparece la gran paradoja: cuando los humanos disponemos de los medios más perfeccionados para la comunicación, comprobamos que ha aumentado nuestra incomunicación. Esto vale para el periodista que no puede suplir la comunicación personal con la comunicación virtual que le proporciona la tecnología. La relación persona a persona da una información que no puede suplirse con la sola tecnología”.
Las redes no reemplazan al periodismo de calidad. Tampoco los espacios de radio y televisión sesgados por espurios intereses personales o políticos. Es bueno que los lectores de Perfil perciban las bondades y perjuicios de lo virtual para no caer en trampas insalvables.
Fuente: Diario Perfil