No hay mejor alimento para una enfermedad que el error de diagnóstico de un médico, porque mientras se buscan soluciones o se dan al paciente medicamentos equivocados, el virus o la bacteria avanza sin ningún tipo de control. Eso es lo que está sucediendo con el crecimiento de la extrema derecha en Europa y Estados Unidos. Los partidos tradicionales de todo el ámbito ideológico están haciendo un diagnóstico absolutamente erróneo que, finalmente, tiene como consecuencia que estas formaciones populistas y sus líderes continúen creciendo.
Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo del pasado 9 de junio y las legislativas francesas han mostrado un incremento del apoyo popular hacia los partidos ultras, que se refuerzan con las victorias de Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador y el liderazgo en las encuestas de Donald Trump en Estados Unidos. Es decir, se trata de un fenómeno global que afecta a las principales democracias del mundo, no una cuestión nacional o regional.
Desde luego, no se trata de un problema político ni ideológico sino de una reacción ciudadana frente al sistema impuesto desde las élites empresariales, económicas, financieras y políticas gracias a la crisis de 2008. El «éxito» de ese sistema se basa en el incremento de la desigualdad y en el sometimiento de los gobiernos democráticos a los intereses de la minoría privilegiada.
Uno de los problemas sociales y económicos más importantes de las democracias occidentales es el alto nivel de desigualdad en la distribución de ingresos, que se ha disparado desde el año 2008. Una de las razones principales de esta realidad es la menor capacidad redistributiva del sistema de impuestos y prestaciones sociales.
Esta gran desigualdad persiste en el tiempo y hace que las clases medias y trabajadoras sean más vulnerables ante posibles shocks económicos, ya que la desigualdad crece rápidamente cuando la economía está en recesión y se reduce poco cuando se expande. Sin embargo, cuando han empezado los ciclos de recuperación tras la crisis de 2008, los únicos que han recogido los beneficios han sido esas clases privilegiadas. La inmensa mayoría de la ciudadanía está en peor situación que antes de ese año y, lo que es peor, los ciclos políticos no generan esperanzas de que el escenario se vaya a revertir. Todo lo contrario, los dirigentes democráticos demuestran día a día, independientemente del partido o la ideología a la que pertenezcan, que son cómplices.
Este es el principal incentivo que tiene la ciudadanía para decantarse por la extrema derecha. No hay tantos millones de fascistas en Europa o en Estados Unidos. No estaban dormidos ni eran abstencionistas. Antes votaban a los distintos partidos del arco ideológico. Sin embargo, la falta de soluciones por parte de la clase política actual ha dejado sin opciones al electorado, sobre todo cuando hay situaciones de extrema vulnerabilidad que sólo es paliada gracias a la economía sumergida o al escudo familiar.
Por tanto, lo que es un problema social, económico y sistémico, los distintos partidos la analizan desde un punto de vista político e ideológico. No hay ni un atisbo de autocrítica y, en consecuencia, no hay esperanza de cambios. No se trata de políticas progresistas o neoliberales, se trata de una cuestión de ruptura con el sistema.
«Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros». Esta cita mal atribuida a Groucho Marx, dado que su origen se encuentra en un periódico de Nueva Zelanda del año 1873, es la mejor definición posible a la actual clase política. Se adaptan a lo que haga falta porque no trabajan para la ciudadanía, como es su función constitucional, sino para las minorías privilegiadas.
Intentar frenar a la extrema derecha sin autocrítica y con el diagnóstico erróneo de que se trata de cuestiones ideológicas o políticas es un gravísimo error. A la extrema derecha sólo se la puede parar con un reseteo absoluto del sistema en el que las políticas sean para beneficio del pueblo, caiga quien caiga y las pague quien las tenga que pagar. La ciudadanía ya se ha hartado de grandes anuncios que luego no se reflejan en la vida diaria o en las cuestiones cotidianas. Las familias están hartas de escuchar que las economías de los países están creciendo mientras comprueban que las personas son cada vez más pobres o se ven obligadas a aceptar abusos que antes de la crisis de 2008 eran imposibles de ejecutar.
La extrema derecha seguirá creciendo y terminará gobernando en las principales democracias del mundo si los políticos tradicionales siguen viendo fachos por las esquinas.
Fuente: Diario16