lunes, 28 de septiembre de 2020

Si no cambiamos, vamos a construir una sociedad de usuarios en lugar de ciudadanos

Rosa María Calaf ha vivido la Transición en España, los cambios de gobierno en dictaduras de América Laina y el final de la URSS. Ahora también una pandemia mundial. El sitio Hipertextual charló con una de las periodistas más famosas de España sobre las redes sociales, las noticias falsas y la democracia
Rosa María Calaf ha pasado muchas horas delante del ordenador durante la pandemia. Como todos. Estados de alarma, contagios, muertes, restricciones. Pocas buenas noticias. No ha podido disfrutar tanto de su gran pasión, la lectura, porque le costaba concentrarse. Las miles de noticias ocupaban ya la mayor parte de su tiempo y, como nos ha pasado a muchos, también la mayor parte de su mente. Su cabeza no ha parado, quizá para suplir que su cuerpo estaba obligado a hacerlo en confinamiento. Porque Calaf es una de esas personas a las que la palabra trotamundos les encaja a la perfección. Una de las periodistas españolas más famosas y reconocidas, la cara de Televisión Española durante muchos años. Corresponsal en Nueva York en los 80, después Moscú -donde estrenó la corresponsalía en la que todavía era la URSS-, Buenos Aires, Roma, Viena, Hong Kong y Pekín. Ha estado en más de 160 países cubriendo noticias y conflictos a lo largo de los más de 35 años de carrera.

La periodista catalana es una testigo y narradora de los finales del último siglo y sigo siéndolo en el actual. Aunque la manera de hacerlo haya cambiado totalmente. De enviar la película por avión para que se revelara y fuera emitida en el telediario nacional a publicar vídeos de un minuto en TikTok sobre el coronavirus. No es que ella los suba, pero forma parte de una sociedad en la que todo va cambiando. Y Calaf sigue aquí para contarlo.

Pero en los últimos meses parece que solamente se cuentan historias sobre el coronavirus y sobre una pandemia que nos afecta. ¿Nos estamos perdiendo otras noticias por poner solamente el foco en la pandemia?

"Totalmente, aunque ya pasaba antes. La pandemia ha agudizado un problema de concentración de información sobre un tema, hasta llegar a la obsesión y olvidar todo lo demás. Es evidente que la cantidad no significa calidad porque que se hable mucho de un tema no significa que se esté informando bien. En este sentido, las redes sociales tienen una gran responsabilidad porque son el origen y la causa de este exceso de supuesta información. Siempre lo comparo con la alimentación: si no sabemos lo que comemos y no tenemos la seguridad de que la comida ha pasado por un control de calidad nuestro cuerpo puede intoxicarse. Con la información es lo mismo. Si no sabemos qué estamos comiendo informativamente, el cuerpo social se va al hospital".

Influncers, poder ...¿y responsabilidad?
Rosa María Calaf con Margaret Thatcher en 1985

Rosa María Calaf ha contado tantas historias a lo largo de su carrera que si algo no le falta son tablas. No vamos a hacer una lista de todos los premios que ha ganado porque son muchos ni tampoco podemos recopilar todo su trabajo. Pero sí podemos decir que esta experiencia ha conseguido que la presencia de la periodista no pase inadvertida. Como tampoco lo hace su característico pelo rojo y mecha blanca. Pero, detalles aparte, Calaf ha aprendido y sigue aprendiendo el lenguaje idóneo para contarnos las historias. Y ese es, en su opinión, uno de los mayores retos en la actualidad. "Es importante conocer el lenguaje de las redes y aprenderlo como si fuera cualquier otro porque si no corremos el riesgo de no interpretar bien los mensajes".
'Ahora parece que la recompensa por lo que hacemos tiene que ser moenetaria e inmediata'
Millones de noticias, opiniones, con fotografías, imágenes o filtros. Sobre política, sociedad o humor. Trolls y discurso de odio. Y detrás de todo esto, un gran negocio. Instagram, Twitter y TikTok mueven el mundo -y se lucran muy con ello- pero las plataformas tecnológicas también han abierto la puerta a modelos de negocio antes inexplorados. Como el fenómeno de los influencers en Instagram, una industria que cruzó en 2019 la barrera de los 100 millones de euros en España, según un informe de la agencia H2H (Human to Human). Seguramente una mayoría de nosotros sigamos en redes a un o una influencer. Eso supone saber dónde compra, ver cómo va vestida, con quién se relaciona y dónde va a cenar. El término influencer no se puso en vano.

¿Crees que la gente joven es consciente del poder que tienen los influencers dentro de la sociedad?
Creo que no, y en general no son conscientes de los peligros que entraña la red, hay una tendencia peligrosa a la banalización. Y al revés, creo que tampoco son conscientes de la responsabilidad que tienen y del enorme daño que pueden hacer. Sería fantástico que ese poder para influir se utilizara para construir mejores personas y un mundo mejor para la mayoría. Pero es difícil que pase porque el logro nunca va a ser inmediato. Ahora parece que la recompensa por lo que hacemos tiene que ser monetaria e inmediata y eso no es así. Una sociedad que solo tiene como objetivo el poner precio a todo, se está olvidando de las cosas que no tienen precio pero sí mucho valor. El ejemplo de la pandemia está clarísimo. No hemos hecho prácticamente nada para defender la sanidad pública y ahora todo el mundo exige una serie de derechos -que son básicos universales- pero para esos derechos hay que cumplir con una serie de obligaciones.

Es fantástico que pueda haber una serie de personas que tienen millones de seguidores, es una habilidad fantástica. Esa influencia es buena si saben lo que están haciendo. No digo que hablen de filosofía pura, pero hay una diversión sana y que aporta, y otra que embrutece. Esa influencia debe ser para lo primero, no para que provoque inseguridades o hasta odios.

Democracia, una llamada de socorro
Vamos a llamar a la Rosa María de joven. Esa que estudió derecho con la idea de iniciar carrera diplomática -por eso de ver mundo- pero que la intensa burocracia la hizo virar hacia el periodismo. La que empezó, de muy joven, a trabajar en Televisión Española y fue miembro del comité fundador de la televisión de Cataluña TV3. Pero vamos a pedirle que no recuerde esos inicios, sino que los imagine en el contexto actual: en medio de un cambio constante en la manera de hacer periodismo y en la que parece que en algunos momentos las noticias falsas tienen más repercusión que las verdaderas.

Al final de mi carrera ya había cambiado la forma de presentar la información. Cuando empecé a hacer periodismo en los años 60-70, en el 80% de los sitios a los que viajaba no había teléfono Y no me refiero al móvil, no había ni teléfono fijo. Ahora hubiera aprovechado todo lo que tendría al alcance y quizá cambiaría la manera de buscar información y de presentarla, pero no la esencia de lo que hago. Estar en una profesión de servicio significa servir a la comunidad, no servirse de la comunidad.

Pero una parte de esta comunidad parece tener una debilidad con las fake news
Siempre que se recibe un mensaje hay que pensar quien lo envía y a quién beneficia. Eso te da una garantía, pero claro, eso supone un esfuerzo. Tienes que contrastar tus fuentes, no puedes fiarte de todo lo que recibes y sobre todo no de todo lo que te gusta. ¿Por qué las fake news tienen tanta posibilidad de penetración? Porque se va creando una burbuja que al final lo propicia. Además de los algoritmos, la gente solo lee aquello con lo que está de acuerdo. Pero no contrasta si eso es verdadero o no. Siempre se ha intentado influir en la opinión pública, pero esta influencia actual por parte de expertos en manipulación de la opinión pública tiene un alcance mayor porque tiene una posibilidad de amplitud que no ha tenido nunca antes un medio de comunicación.

¿Crees que nuestra democracia está en riesgo y no nos estamos dando cuenta?
Es rotundo que hay una amenaza seria para la democracia de calidad. Lo que significa que hay una amenaza para las libertades de las personas porque si nosotros no tenemos la capacidad de discernir y de conocer será muy difícil que consigamos defender nuestras libertades. Y, como dices, no nos estamos dando cuenta aunque pensadores y analistas alertan de este vaciado democrático, de convertir la democracia en un simulacro de la misma.

Parece una situación de la que la ultraderecha podría aprovecharse
Los ultras, da igual si son de derechas o de izquierdas, no piensan en absoluto en el bien común, solo en su propio bien. Antes, por no disponer de las herramientas más sofisticadas, la aplicación de esas ideologías era por la fuerza directa: matar, intimidar… Ahora, la sofisticación de estas herramientas tecnológicas permiten aniquilar al enemigo, que es el que piensa distinto. Y buscan destruir su credibilidad, atentar a su autoestima… Hay muchas formas de contrarrestar la fuerza de personas o movimientos que se oponen a su ideología sin necesidad de recurrir a la violencia física.
'Solamente me jubilará la enfermedad o la muerte'
Rosa María Calaf en Pekín, 2008 

Parece que Rosa María Calaf está demonizando la tecnología, pero no es así. La define como una herramienta de conocimiento que nos ayuda a saber qué es lo importante para ser libres. Solamente pone el acento en que hay que saber usarla bien. "Es como un cuchillo, si no lo utilizas bien te puedes cortar". El mayor reto, en concordancia con lo que nos ha contado anteriormente, es la ética. Y, en concordancia, la necesidad de una revolución humanística.

"A la revolución tecnológica hay que añadirle el punto humanista, hay que añadirle valores. No puedes estar utilizando una herramienta donde todo vale, porque eso no es así. El respeto y los conceptos morales son esenciales. Si no vamos a construir una sociedad de usuarios en lugar de ciudadanos. Y una sociedad de apps y contenidos en lugar de derechos. Una sociedad de consumidores que compran productos que no necesitan y que compran ideas que son nocivas para ellos mismos y para la construcción de una sociedad sana, justa y mejor para la mayoría".

La periodista reitera en la entrevista la importancia de que seamos conscientes de las libertades que tenemos, para poder ver cuando nos las intentan arrebatar. Quizá lo repita porque ha visto cómo el peor de los escenarios se ha cumplido en muchos de los países que ha visitado. Calaf fue hasta esos lugares para contárnoslo, para que veamos que esas cosas también pasan, aunque parezca que a nosotros nunca nos tocará. Es lo que tiene ser testigo de la historia.

Pero, sobre todo, Rosa María ha aprendido a estar alerta, a no dar nada por sentado. Y es lo que pide a la sociedad. No pretende mostrar un mundo apocalíptico en el que ya no hay nada que hacer, sino intentar que cada vez más personas vean más allá de un tuit o de un vídeo de TikTok. Su alerta no es para alarmar, sino para reflexionar. "En este momento hay mucha gente que ha sido conducida por la desinformación pero hay otra mucha que ha reaccionado que está adoptando una postura crítica y activa. No solo es quejarse en casa, en la barra del bar y en las redes domésticas".
Calaf cuenta al otro lado del teléfono que hay que decidir en qué lado queremos estar. En el de los que miran hacia un lado o miran de frente. Ella tiene claro a qué bando pertenece: en el de los que no paran. No nos extraña. En una entrevista con Andreu Buenafuente en el programa Late Motiv, Calaf declaró formar parte de un término que ella misma llama envejecimiento activo. Porque para envejecer también hay dos bandos, los que lo hacen pensando en negativo y que nos les queda tiempo o los que lo aprovechan hasta el final. Rosa María Calaf dice que solamente la va a jubilar la enfermedad o la muerte. "No pienso parar de aprender y compartir. En eso consiste una sociedad que funcione".
Fuente: Hipertextual