martes, 31 de marzo de 2020

Nélida Elena "Mele" Bruniard 1930 - 2020

Mele Bruniard falleció a los 89 años, fue una artista reconocida por sus grabados. A través de su obra fundó un universo muy particular. Dibujantes destacados del país y reconocidos de la ciudad la despiden
Mele fue profesora nacional de dibujo y pintura, título otorgado por la Escuela Superior de Bellas Artes de Rosario. Entre 1952 y 1953 asistió al taller de Juan Grela, donde comenzó a trabajar el grabado. Realizó exposiciones individuales y participó en numerosas muestras colectivas. Ganó premios en distintos salones y obtuvo el merecido reconocimiento nacional a través del Premio Trabucco, en el año 2000. Su obra se cataloga como una de las más representativas de los usos de la xilografía en Argentina. El Museo Castagnino-Macro editó un libro sobre la obra de Bruniard en 2012, con un análisis de Nancy Rojas y una detallada cronología a cargo de Nadia Insaurralde (ver abajo). Más de veinte obras de la artista integran la colección del Castagnino-Macro.

Mele por Mele
Yo nací en 1930. Mi vida ha sido trabajar, trabajar y trabajar como cualquier ser humano para sobrevivir. Me pasaron cosas buenas y malas como a todo el mundo le pasa en la vida. Lo primero fue perder a mi padre, Pedro Antonio Bruniard, a los 10 años. Desde que nací hasta la muerte de mi padre todo fue vivir en un país hermoso, sobre todo porque nací en el norte, en Reconquista, cuando la ciudad era un pueblito y vivíamos en una esquina, frente a un hotel. Mi padre era escribano y estuvo dos años en la intendencia de Reconquista, en la época de Manucho Iriondo como gobernador, con quienes eran amigos de infancia.

Me acuerdo de la experiencia que tuve de chiquita en el jardín de la casa. Era un jardín de cuarto de manzana, con muchos árboles. Teníamos pomelos, mandarinas, naranjas, un granado enorme, gallinas, pavos, un mundo de animales. Y yo me la pasaba con el viejo jardinero, un inmigrante de Italia. Yo recorría el jardín, tomaba las hojas, las pelaba. Contra la calle había una alambrada y teníamos ligustro cerrando el jardín. Me quedaba la hoja de ligustro pelada, con todos los nervios, parecía un arbolito. Muchos años después, en un cuadro de Magritte, con tres árboles, los troncos desnudos, vi mis arbolitos de chica. Entonces era mirar todo: la forma de la rosa, de las flores, las estrellas federales. Era un país encantado. Todo eso se incorporó a mí.
Nueve portones de la fachada sur del CEC Rosario, fueron pintadas con obras de Mele, en homenaje a su trayectoria y a su aporte al arte de nuestro país
Después de la muerte de mi padre, la vida cambió. Mi mamá, Nélida Barraco y del Mármol, se enfermó de los nervios y yo le ayudé a desarmar la casa y a malvender todo. Teníamos una muñeca de porcelana que era más alta que yo, me acuerdo de haberla llevado a una casa donde componían muñecas porque mi mamá me dijo: "Esto no lo vamos a llevar, deciles que se las doy para que la vendan". Tardamos un año en levantar la casa, y nos vinimos a vivir a Rosario. Me sentía sola, el trasplante fue muy duro.

Yo no pensaba en el arte. Me gustaban los colores, los lápices. Con mis hermanos jugábamos con lápices de colores, teníamos unas pinturas que habían salido en el Billiken y pintábamos, a ver quién hacía el pájaro más lindo. Mi hermana fue al profesorado del Normal número 2, la escuela de plástica y música. Y yo terminé en el Colegio del Huerto, donde me recibí de maestra. Quise seguir Bellas Artes. En ese momento se rendía un examen, era hacer un dibujo. Ponían cosas en la pieza y había que dibujarlas. Lo hice, y entré. No me gustaban todas las materias, pero me encantaba dibujar. Lelia Pilar Echezarreta, una señora muy agradable, que tenía una casona en Saladillo, nos llevaba hojas, ramas, flores, para que dibujáramos, y las acuarelábamos o las pintábamos con lápices de colores. Tenía pintura con Juan de los Angeles Naranjo, que nos traía tarjetas y copiábamos con lápices y acuarelas. Y Nicolás Antonio de San Luis me enseñó escultura y además me prestaba libros, me prestó la Vida de Miguel Angel, y después me regaló la Vida de Rafael, cuando terminé la carrera. Lo tuve también a Uriarte, que ponía modelos y se iba a fumar al patio. Nos traía, por ejemplo, a un anciano de la calle, con olor a peste, a mugre, lo sentaba frente nuestro y había que dibujarlo; o nos llevaba a la esquina a dibujar tal casa. Yo, dibujaba. Pero no estaba estructurada la parte formal de una carrera.
Tuve varios profesores, pero no puedo decir que entonces contactara con el arte. Estaba sumergida en una escuela donde se pretendía hacer arte, pero la esencia no se enseñaba. No había elementos, no había libros de artistas, no había historias y los profesores eran pintores que enseñaban dibujo o pintura. Yo no tenía idea si estaba bien o mal lo que hacía, tomaba el lápiz y dibujaba, nada más. Me recibí, aprendí grabado. ¿Aprendí? Lo único que hice fue una chapa que el profesor nos trajo pulida de la casa. Terminé el profesorado y el verano siguiente me compré unos cartones y los pinté de blanco. Me compré unas flores chinas, las dibujé, las pinté. Y las rompí en pedazos, las tiré a la basura y dije: "yo no sé dibujar, no sé pintar, no sé nada, porque hago lo que veo y no se trata de eso".

A mí me enseñó a grabar Grela, Juan Grela. Primero fui a ver a Uriarte, a buscar pintura. Eramos cinco: Rosa Aragone, Nilda Bustos, Ana María Pusso, Zulema Piazza y yo. Uriarte nos dijo: "Grela les va a enseñar dibujo, porque ustedes no saben". Los dos vivían en Alberdi, a cinco cuadras. Nosotros fuimos y nos encontramos ante un hombre fino, respetuoso, que sabía lo que decía. Un hombre que pensaba. Pensar, y buscar a través de los ojos fue su tarea.
Grela nos enseñó primero la línea. Después los grosores de la línea. Después observar todo. Nos decía: "El domingo que viene tráiganme treinta dibujos". Porque íbamos los domingos a la mañana. Yo tomaba el tranvía, el 15 me llevaba a la casa de Grela. Grela quería que estuviéramos a las 7 de la mañana, entonces yo tenía que salir a las cinco y media; volvía a las tres de la tarde. Nos pedía cincuenta y si podía ser cien dibujos. Ante esa exigencia hacíamos tres, cuatro. Él decía: "Piensen, si están en la casa, está el papá o la mamá, dibújenlos. Pero no los pongan ahí, dibújenlos en acción. Si tienen un gato, dibujen el gato, el gato se mueve, se rasca. O toman las tazas del desayuno y las apilan, les miran el contorno, la curva, la recta, la línea, la manija. Y dibujan las tazas. Una latita con un malvón: la dibujan. Dibujan todo lo que hay en la casa: el hermano, la hermana, el novio, el perro, si la vecina tiene una vaca también la dibujan. Dibujen todo lo que hay en el mundo. Pero mírenlo". La cuestión era mirar a través de la línea.
Después, cuando era profesora de dibujo, me paraba en el salón y decía: "Yo soy el punto. Debajo mío hay un punto. Miro hacia el norte y camino; cada paso que doy es un punto. Llego al final, he hecho una línea de puntos. Hago otra línea hacia el oeste, otra línea, otra línea. En fin, queda formado el plano, la superficie donde se va a hacer el dibujo". La actitud es distinta. No es copiar ni dibujar la copa sino mirar para adentro y manejar lo que nos da el dibujo: la recta y la curva. La recta se corta y se quiebra, la curva se ondula o se cierra, se mueve, va, viene, es pequeña, se inclina para un lado o para el otro. Y la línea. No hacemos la manzana, no hacemos el caracol. La manzana y el caracol están hechos. Nosotros dibujamos con una curva, otra curva más pequeña, el borde del caracol, seleccionamos lo que mejor nos parece. Me maté en la escuela enseñándoles a los chicos que venían de sexto grado que la realidad en el arte es muy distinta a la realidad que vemos y tocamos.

En 1954 hice mi primer grabado fuera del taller de Grela. ¿Cómo lo hice? Como me enseñó el maestro. Me planteé un problema formal: blanco, gris claro, levemente oscuro, más oscuro, más oscuro, más oscuro y negro. Un valor. Lo llamé "La vela apagada". Participé en la Asociación de Grabadores Rosarinos y cuando se hizo la muestra en el Círculo Italiano, que estaba en Mitre y Córdoba, mi grabadito brillaba. "Bruniard, vení, te quiere conocer Hilarión Hernández Larguía, pregunta por vos", me dijeron. "¿Usted ha hecho este grabado? —me dijo Hernández Larguía— .Yo creía que era un hombre".
Yo no lo conocí a Eduardo hasta los 28 años. Y nos casamos a los 30. Tuvimos una amistad muy linda, llevamos una vida plena. Fui a ver una muestra a la Galería O, de Lidia Borgonovo, "que fue la que metódicamente introdujo las vanguardias plásticas en Rosario", dice Emilio Ellena, y que había inaugurado en 1956 con una muestra de Clorindo Testa. Llego una tarde con una amiga a ver una muestra donde exponían Eduardo con Susana Zinny. "Mele, te ha estado llamando Eduardo Serón", me dice Lidia Borgonovo. "No lo conozco", le contesté. "Quiere hablar con vos, llamalo", me dice, y me da el número. Cuando le hablo él me dice: "Me acaban de nombrar secretario del Museo Rosa Galisteo de Rodríguez de Santa Fe y vamos a instituir una sala para jóvenes artistas. Querríamos que usted haga una exposición". Viajé a Santa Fe y lo conocí. Nos hicimos amigos. Ibamos a tomar café al Savoy. Hablábamos de libros. La afinidad fue muy grande. El trato era de usted a usted, él me traía libros. Yo leía, leía, leía.

Aprendí mucho de Eduardo. Me siguió enseñando lo que me enseñaba Grela y lo que se debe enseñar. Es decir, todo sale de adentro. Hay un libro de Lewis Mumford, de los tantos que trajo Eduardo, que comienza así: "Por necesidad se cantó, por necesidad se habló, por necesidad se escribió, por necesidad se pintó". Por necesidad se hizo todo.
En Álbum de familia, una de mis series, me hice yo de 3 años, de recuerdo. No miré la tarjeta, la tengo adentro, me fui dibujando. y agregué un cochecito que había hecho en mimbre. Lo hice a mi padre. Hice un tío. Me acordaba del tío. Las tías, también las recordaba. Todo está adentro, la búsqueda de la forma está adentro de uno. Gatos, he hecho tantos gatos que estoy asombrada. Pero nunca tuve uno. Sigo dibujando al gato y el gato siempre es distinto. Y tengo el animal que creé yo, el tortimulitatú; torti, de tortuga, muli de mulita y tatú. Le puedo hacer liso, negro, rayado; más finito, más grueso, con pintitas. Me gustan los críticos de arte que dicen en televisión "sí, pinta muy bien las caras, las hace igualitas". Pero nadie hace nada igual. Entre vos y yo hay espacio, aire, vos me ves y yo te estoy mirando, estoy hablando, y este momento es único. Nos encontraremos en otro lado y las cosas serán distintas. Todo cambia y el mundo sigue andado, como decía Gardel.

En escultura, ¿cómo enseñás a hacer una manzana? Tomás la arcilla, la tenés que amasar, darle la forma, mirar la manzana. Pero no te la podés comer cuando terminás, porque no es una manzana, es una forma que parece una manzana. No hacés una cara. Tenés que mirar y continuar dibujando la línea, sacar el espíritu de la línea que se desarrolla a través de lo que podés mirar. Pero todo tiene que salir de adentro, y de la necesidad de hacerlo y de hacerte. Yo soy figurativa, pero no copio la realidad, yo tengo mi realidad. Como dice Mumford, el artista siente la necesidad de contar al mundo su mundo. No hacemos la manzana, no hacemos el caracol. La manzana y el caracol están hechos. La realidad en el arte es muy distinta a la realidad que vemos y tocamos.


Fotos: Guillermo Turin Bootello, Silvina Salinas
Fuentes: La Capital, Señales