sábado, 4 de mayo de 2019

Tras más de 40 años de búsqueda, Carlos Solsona encontró a su hija, la nieta 129

Ana Payotti, Carlos Solsona y Martín Solsona
Por: Denisse Legrand
“Detrás de esto no hay una historia linda, hay una historia de crímenes de lesa humanidad”
Vale la pena conocer la historia de Carlos Rata Solsona. Se crió en plena Pampa húmeda, más concretamente en Rafaela, provincia de Santa Fe, una ciudad en la que, según asegura, “importaba más lo que decía el cura que lo que decía la maestra”.

A los 18 años se instaló en Santa Fe, la capital de la provincia, para cursar estudios en ingeniería química. Un año después quiso estudiar ingeniería electrónica y tuvo que mudarse a Córdoba, porque en su provincia no existía esa carrera.

Un poco de contexto: corría 1968, faltaba apenas un año para el Cordobazo y aquella ciudad se consolidaba como un centro de resistencia política a nivel nacional. Mucha efervescencia.

Otra historia corre en paralelo. Norma Síntora era una adolescente cordobesa que rendía libres todas las materias del secundario para entrar a la universidad. Conoció a Carlos cuando finalmente ingresó a la Facultad de Ingeniería; cinco años después, formaron pareja.

Como muchos jóvenes en aquella época, ambos militaban en la clandestinidad. En mayo de 1973, en medio de una movilización callejera, cayeron en la cuenta de que integraban la misma organización política: el Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo. “Yo estaba vendiendo el diario de nuestra organización y trataba de cubrirme la cara con un abrigo que tenía. Entre la multitud estaba Norma, que se me acercó para comprar un diario. Cuando se lo doy me dice: ‘Esa campera la conozco’. Era la campera que usaba todos los días para ir a la facultad. Ahí nos dimos cuenta de que militábamos en la misma organización”.

En 1974 se pusieron de novios, un año después se casaron y en 1976 nació Marcos, su primer hijo. Ante el avance de la represión, decidieron dejar a Marcos, de apenas siete meses, con sus abuelos maternos. En medio del caos, prometieron encontrarse en España, una vez que bajaran los niveles de letalidad de la dictadura militar.

Carlos se fue a Europa, pero Norma se quedó porque estaba embarazada casi a término y no podía viajar. El plan era parir en Buenos Aires y viajar luego ya con sus dos hijos, para el prometido reencuentro familiar. Pero en mayo de 1977 la secuestraron en Morón, provincia de Buenos Aires; todo indica que Norma tuvo a su hija en Campo de Mayo, donde funcionaba una de las maternidades clandestinas de detención.

Unos años después, en Francia, Carlos conoció a Ana, una exiliada uruguaya que es su compañera desde hace más de 30 años. A la salida de la dictadura decidieron volver a Uruguay, porque en Argentina no había amnistía y estaban todas las causas abiertas. Hicieron base en suelo uruguayo, donde recibieron mucho apoyo. “Me gustó Uruguay, sigo eligiendo vivir acá”, dice Carlos.

A Ana la reincorporaron en el trabajo y consiguieron un apartamento prestado. No tenían muebles ni plata para comprarlos. “Me hice carpintero por un rato; con lo que costaba una cama compré las herramientas y los materiales para hacer los muebles”. Le quedaron horribles, pero todavía los conserva (aunque no se los muestra a las visitas).

Carlos trató de retomar el contacto con sus familiares para que supieran que estaba en Uruguay; recién pudo reencontrarse con su hijo Marcos en julio de 1985. Un tiempo después entraron a una cooperativa de viviendas del Sindicato Único de la Construcción y Anexos, donde luego nacería Martín, su tercer hijo, el único nacido en democracia.

En 1986, Carlos montó un taller de reparaciones. “Con unos compañeros de militancia que habían salido de la cárcel o que habían vuelto del exilio teníamos que inventarnos algo para trabajar. Ahí me acordé de que había estudiando electrónica. Me tenía que actualizar, porque la electrónica había evolucionado. Me compré unos libros y me puse a estudiar para poder trabajar”. Empezaron en el sótano de la casa de la madre de uno de ellos y un tiempo después se mudaron a la zona del zoológico, por la calle Rivera. Villa Dolores cobijó el taller por décadas, hasta que tuvieron que dejar el local porque lo iban a derrumbar para hacer apartamentos. No le daban los años activos para jubilarse, así que rearmó el taller cerca de su casa hasta que finalmente accedió a una jubilación.

Estuvo 14 años en la clandestinidad, con distintos niveles de intensidad. Recién en 1989 recuperó sus documentos, y de esa manera Martín pudo llevar su apellido, justo para entrar a la escuela. “Era Martín Payotti, ahora es Martín Solsona Payotti”.

Sin tener certezas de que su bebé hubiera nacido, buscó por más de cuatro décadas. No sabía siquiera si buscaba a Pablo (como se llamaría si nacía varón) o a Soledad. Hace un par de semanas, tras años de investigación de las Abuelas de Plaza de Mayo, Carlos encontró a su hija. La mujer tiene 41 años y vive en España. Es la nieta 129 recuperada por las Abuelas.

Las pistas sobre su identidad y su conexión con la familia Solsona Síntora empezaron a ser firmes en 2012, cuando la organización recibió una denuncia por una mujer que había sido inscripta con una partida de nacimiento adulterada. La partida apócrifa decía que el parto había sido en un domicilio particular y estaba firmada por un médico vinculado con la Policía Federal Argentina, con antecedentes por adulteración de documentos de este tipo.

Las Abuelas se acercaron a ella para que se hiciera el examen de ADN. Tras años de incertidumbre y miedos, viajó a Argentina para hacerse el análisis. Como los resultados demorarían unos meses, se volvió a España, donde vive desde la crisis de 2001. Apenas aterrizó en territorio español recibió la noticia: es hija de Norma Síntora y Carlos Alberto Solsona.

Dicen que el resultado se precipitó porque cuando se fue a hacer la extracción de sangre le mostraron un álbum de fotos de mujeres que fueron desaparecidas por la dictadura estando embarazadas. Ella señaló la foto de Norma, con quien se encontró cierto parecido. Entonces empezaron por las muestras de la familia Solsona Síntora.

A días de haber recibido la noticia que esperó durante más de cuatro décadas, Carlos conversó con la diaria. Cuenta que hablan todos los días y admite que espera con ansias que llegue el momento de abrazarla.

Tuvieron que dejar a Marcos con sus abuelos cuando era un bebé.
En agosto de 1976 tuvimos un choque con la Policía y el Ejército de Córdoba. Sacaron un comunicado diciendo que me habían matado. Estaba mirando televisión y me enteré. Vimos que la situación se estaba poniendo tensa. Ahí Marcos estaba con nosotros. Decidimos dejarlo con sus abuelos maternos hasta que nuestra situación mejorara, aunque sabíamos que no iba a mejorar. Lo más seguro era que estuviera con los padres de Norma. No hubo una noche en la que Norma no llorara por eso.

Decías que no le podían garantizar la vida.
Ya en esa época el carácter criminal de la dictadura era evidente. Los operativos se hacían volteando las puertas a balazos, la gente que estaba adentro, aunque no tuviera nada que ver, caía igual. Para los que militábamos en la clandestinidad la cosa era más compleja aun. Nuestra vida no estaba garantizada, no podíamos arriesgar la vida de la criatura. Era algo común en las organizaciones, pasábamos días con hijos de compañeros que estaban en situaciones complicadas. Nos hacíamos cargo de los chicos entre todos. Al final de la conferencia de prensa en la que anunciaron la noticia de mi hija, vino una mujer de unos 50 años y me dio un abrazo. Cuando habló la reconocí por el parecido con su padre: era la hija de un compañero. Cuando tenía diez años mataron a su padre, y su madre estaba presa. Eran tres hermanas que estaban parando con nosotros; Norma dormía con las tres niñas en la cama y yo en el piso sobre unos diarios. Ella era la mayor; al día siguiente que mataron al padre la más chiquita cumplía años. En nuestra casa, con lo que había, Norma le hizo una torta; se acuerda hasta el día de hoy, me dijo. Ahora es abogada y trabaja en temas de derechos humanos. A los chicos los salvamos entre todos.

¿Cómo fue el reencuentro con Marcos?
Marcos tenía nueve años. Quedamos en encontrarnos en un pueblo de Entre Ríos con mi padre, mi hermano y él. Me bajé del ómnibus y vi un auto en el que había gente. Ni sabía qué auto tenía mi padre en ese momento, hacía nueve años que no lo veía. Un niño salió del auto y vino corriendo hacia mí. Años después me contó que a pesar de que no me conocía, cuando me vio bajar del ómnibus dijo “es él”. Corrió hacia mí, dejó que lo agarrara de la mano pero no me habló. Tenía que sacarle las palabras, al día de hoy no es muy distinto.

¿Cómo fue contarle todo lo que había pasado?
Lo primero fue reconstruir su historia, averiguar qué sabía sobre la verdad y cómo estaba parado en el mundo. Con los chicos hay que ir siempre con la verdad. En Argentina, recién ante la apertura democrática la familia se volcó a reconstruir la verdad. Él se quedó viviendo en Córdoba y yo en Montevideo. Nos veíamos esporádicamente, no podíamos pasar mucho tiempo juntos, pero en cada oportunidad que teníamos intentábamos compartir. Cada uno se adaptó a la época como pudo.

¿Cómo fue contarle a Marcos que podía tener un hermano?
Más o menos en el mismo momento en que le cuento la verdad. Le habían hecho creer una historia terrible, que la madre lo había abandonado y que el padre era un satanás al que mejor perderlo que encontrarlo, una historia que sigue vigente hasta hoy en el pueblo. Cuando volvió la democracia todo el mundo tenía la expectativa de que volvieran los que se habían ido y a los que se habían llevado. Ahí alguien le dijo que su madre no iba a volver porque había muerto en un accidente. Cuando le conté toda la historia le dije que cuando se la llevaron estaba embarazada y que entonces podía haber una hermana o un hermano, que no sabíamos si había nacido. A medida que me iba enterando de las cosas le iba contando. No le podía transmitir certezas, porque yo tenía dudas. Mientras no sabés, tenés que seguir buscando. No podés clausurar el tema. En la adolescencia empezó a militar en la organización HIJOS, y fue armando su propia historia.

¿Cómo fue tener un hijo en democracia?
Cambia todo. Cambian todas las condiciones de la crianza. Tenía una experiencia muy limitada sobre la crianza de hijos. Conocía los primeros meses nada más, hasta los siete meses sabía lo que hace un bebé: no te deja dormir, tenés que estar todo el día arriba de ellos, etcétera. El hijo de la democracia tiene 11 años menos, hubo un cambio de época en el medio. Estaba todo el tiempo con él, yendo para todos lados juntos.

El hermano de Norma también está desaparecido.
Daniel tenía dos años menos que Norma. Lo secuestraron y se llevaron toda la mercadería que vendía y el vehículo. La dictadura también tenía intereses económicos. Fue visto en el centro clandestino de detención La Perla, en Córdoba.
Carlos Solsona
¿Cómo te enteraste de que habían desaparecido a Norma?
Retomé contacto con la organización desde el exilio. Suponía que íbamos a reencontrarnos, tal como habíamos planificado antes de que me fuera. Ella se quedó para tener el bebé, porque con ocho meses de embarazo no podía viajar. Estaba en París con otro compañero, cuya pareja también estaba embarazada cuando se fue. Nos dijeron que en Madrid había una compañera con un niño recién nacido, no sabíamos si era su pareja o Norma. Había plata sólo para dos pasajes. Si íbamos los dos nos quedábamos anclados todos en Madrid, porque no teníamos más plata. Resolvimos que viajara yo y me encontrara con ella. Si era la compañera del otro le pagaba el pasaje de París a Madrid para que ellos se reencontraran; si era mi compañera él se arreglaba y yo podía vivir con mi familia una semana con esa plata. Ni bien llegué la vi de lejos. No era Norma. Aparte Norma tenía que venir con dos bebés, uno en el cochecito y el otro caminando. Y la compañera tenía sólo el cochecito. La acompañé a la estación de tren y la despedí. Al tiempo fui a la casa de unos compañeros y ahí me enteré de lo que había pasado.

¿Cómo fue la última vez que hablaron?
Hablamos por teléfono, en marzo de 1977. Estaba en Madrid, los teléfonos públicos se trancaban y permitían hablar gratis. Habíamos quedado en que ciertos días a cierta hora podía llamar a la casa de una gente que no tenía nada que ver con la militancia pero recibía a Norma para que pudiera hablar conmigo. Me contó que se iba a Buenos Aires, que tenía todo arreglado y que había visto a Marcos caminando de lejos.

¿Cuándo te enteraste de que el bebé que esperaba Norma había nacido?
Hace unos 30 años las Abuelas de Plaza de Mayo me dijeron que existía la posibilidad. Estela de Carlotto siempre nos decía que lo más probable era que hubiera nacido, porque a las embarazadas esperaban que parieran para matarlas. Incluso les garantizaban atención médica, porque había una política de hacer nacer a los hijos de las detenidas.

¿Qué datos tenías sobre el secuestro de Norma?
No sabía de dónde la habían desaparecido. El viaje de Córdoba a Buenos Aires es larguísimo, podían haber tres o cuatro controles militares en el medio. Toda la gente en la que podía pensar para preguntarle si sabía algo estaba desaparecida. Sólo un miembro de la organización estaba vivo. Y me dijeron que había muerto en un accidente de tránsito en Europa. Años después, averiguando otras cosas, me entero de que este hombre estaba vivo. Al principio fue muy difícil obtener datos con este hombre, porque había quedado muy golpeado por la represión. Desaparecieron a toda su familia. Él recuerda que en esa caída Norma zafó y fue ella que al tiempo le contó que se habían llevado a toda su familia. Pasaron como tres años para que se acordara. Un día recibí un mail en el que me contaba que en otra caída había zafado una mujer embarazada y que él la había dejado en una casa en la zona de Morón. Ahí arranqué para Buenos Aires. Era 2005, los equipos de búsqueda del kirchnerismo estaban activos. Salimos a buscar por ese barrio, con las descripciones que teníamos. En un momento uno de los vecinos me preguntó qué tenía que ver yo con la búsqueda, le dije que la mujer embarazada que buscábamos era mi compañera. “Usted está buscando a un hijo, entonces”, me dijo. Y sí, estaba buscando a un hijo.

Empezaron en 2012 a investigar con pistas más firmes.
Me enteré de eso cuando se supo todo, hace unos 20 días. Alrededor de 2012 llegó el dato a Abuelas de que había una mujer que vivía en el exterior con datos que no eran los de ella y con una partida de nacimiento adulterada. Desde que apareció la posibilidad real hasta que se confirmó para mí pasaron unas horas, pero las Abuelas pasaron años investigando. Ella tenía más de 20 años cuando le dijeron que era adoptada. Estaba asustada, a medida que ella va explicando te das cuenta de que no era rechazo por su historia sino miedo. Detrás de esto no hay una historia linda, hay una historia de crímenes de lesa humanidad.

¿Qué le contó la familia que la crió?
Le contaron otra historia. No le dijeron nada hasta que murió el hombre que la crio. Cuando él murió le contaron. Su abuela materna le contó que no era hija del matrimonio que la había criado. Ella interpeló a su madre, que al principio lo negó. Le pidió fotos de cuando estaba embarazada, fotos que claramente no existían. A los pocos días la mujer le reconoció que era adoptada, aunque la habían anotado “como hija propia”. Le dijo que se la había dado un médico amigo del padre de ella porque la iban a abandonar, porque era hija ilegítima de una hija menor de edad de un general, cosa que era una deshonra muy grande para la familia. Compró esa historia durante un tiempo, hasta que hizo un clic respecto de la historia reciente. Vio que había una maniobra ilegal, porque no figuró nunca como hija adoptada sino como legítima nacida en un parto domiciliario.

¿Cuándo te enteraste de que existía la chance real de que apareciera?
En Semana de Turismo de este año, mientras estábamos de vacaciones. Íbamos por la ruta entrando a Santiago de Chile y llamó Marcos. Como estaba manejando atendió Ana. Le dijo que lo llamara enseguida, cosa que nunca había hecho antes. Ahí me di cuenta de que algo fuerte pasaba. Cuando lo llamé me dijo que las Abuelas querían que estuviéramos en una conferencia al otro día. Ahí me fue cayendo la ficha. Martín me sacó un pasaje de avión para esa noche. Cuando llegué a Buenos Aires todo era una locura. Pasé de la sospecha a la certeza en medio día.

¿Cómo fue el primer contacto con ella?
Por teléfono. Uno de los abogados de las Abuelas la llamó y la puso en altavoz. Ella estaba molida del viaje, recién había llegado y no se esperaba la respuesta tan pronto, le habían dicho que iba a demorar unos meses. Él le insistió para que habláramos y ella le dijo que no estaba en condiciones. Agarré mi celular, escribí “sin presión” y se lo mostré. Se calmó y en determinado momento le preguntó si todavía estábamos ahí. Le pidió que le pasara con nosotros. Cuando la saludé se largó a llorar, no podía hablar. Le dije que se calmara, que respirara un poco. Le pasé con Marcos. Él la calmó, intercambiaron unas palabras y le dijo que me diera el teléfono a mí. Le dije que se quedara tranquila, que íbamos a tener tiempo para todos los problemas que vinieran. Nos dijo que iba a ver la conferencia de prensa por internet. Ni bien terminó la conferencia le mandó un mensaje al abogado diciendo que le había gustado. Eso ya fue un avance, y nos fuimos todos más contentos todavía.

¿Cómo fue verla en foto?
Antes de la conferencia me mostraron una foto de Norma y otra de ella juntas. Cuando la vi enseguida las encontré parecidas, sobre todo en algunos detalles, como los dientes y una marca en la pera. También me mostraron un video en Youtube en el que habla de su actividad laboral. Tiene gestos que son de la madre. Hay un gesto que hace en el video que es el mismo gesto que hacía la madre. A la gente que conoció a Norma le mostré ese video y cuando llegaron al momento que hace ese gesto lloraron todos, porque hay una gran semejanza. En Marcos también veo cosas. Marcos tiene la mirada y los gestos de la madre.

¿Fue como encontrar un poco a Norma?
Seguro. Yo sé que a Norma difícilmente la encontremos, a ella y a los 30.000 que faltan, porque fueron víctimas de una maniobra muy bien planificada y ejecutada de manera que no pueda ser descubierta nunca. Mi hija es una parte de ella, aunque todavía falta ella, y todos los demás.

Con los desaparecidos no se puede hacer el duelo.
Hasta el término “desaparecido” es nefasto. Ahora está impuesto socialmente, pero desde que surge fueron muy pocos los que lo cuestionaron. El término “desaparecido” es tan criminal como el crimen, porque oculta el secuestro, la tortura, el asesinato y el ocultamiento del cadáver. Lo tapa con un concepto que es nebuloso. No es que estás buscando algo que no encontrás y que tenés perspectiva de que aparezca, el desaparecido por el terrorismo de Estado implica que en el mejor de los casos vas a encontrar algunos restos óseos ocultos en algún lugar. Restos de una persona que fue militante social. Acá quisieron borrar hasta la historia, porque junto al desaparecido apareció el “algo habrán hecho”. Esa fue la máxima explicación que dieron los mayores criminales de la historia de nuestros países.

¿Cómo fueron estos 40 años de búsqueda?
La gran mayoría fueron años de espera. De paciencia. No soy muy paciente, pero en esto no tenía opción. Si me ponía loco terminaba loco. Y por el lado de la locura no me iban a ganar. No estaba peleando contra un misterio, estaba peleando contra una política de terrorismo de Estado. Sabía quiénes eran.

Empezaste a buscar a los 30, tenés 70. ¿Qué le dirías al Carlos de 30 años?
Que estuvo bien en no aflojar.

¿Qué te pasa ahora cuando suenan los militares como opción para la seguridad?
Me da vergüenza ajena. Los mismos que convocan este plebiscito se hacen los distraídos cuando se codean con los torturadores que andan sueltos. Muchos se codean con estos políticos que quieren sacar los militares a la calle. Mienten, porque acá no está en juego la seguridad de doña María, que va al almacén y le roban el monedero, la tiran y le parten la cadera. Nunca les importó el destino de los de abajo. Que esta medida es para solucionar la seguridad de doña María es mentira. El riesgo de los delitos no cambia con los tanques. Nunca la solución va a ser sacar a los militares a la calle. Tratan de embarrar la cancha con los de abajo. Plantean agudizar la represión contra el delito, cuestión que no funcionó en ningún lugar del mundo.

De Ana a Norma: carta de la compañera de Carlos Solsona desde hace tres décadas a su compañera aún desaparecida
Por: Denisse Legrand
Carlos Solsona encontró a su hija apropiada por la dictadura tras más de 40 años de búsqueda; Norma, mamá de sus dos primeros hijos, continúa desaparecida. La familia argenguaya Solsona Payotti se forjó entre el exilio y la ausencia. La construcción posdictadura fue posible en Uruguay tras la apertura democrática

Carlos Solsona conoció a Norma Síntora en 1968, en plena efervescencia política en Córdoba. Se conocieron al ingresar a la Facultad de Ingeniería y militaban, al principio sin saberlo, en la misma organización, en la clandestinidad. Tras cinco años de estudio y militancia conjunta, se pusieron de novios y se casaron un año después, en 1975. Al año siguiente nació su primer hijo, Marcos, al que tuvieron que dejar, cuando apenas tenía siete meses, al cuidado de sus abuelos maternos porque no podían garantizarle la vida debido al avance feroz de la represión de la dictadura.

Carlos se exilió en Europa y Norma, embarazada casi a término de su segundo hijo, se quedó en Argentina para dar a luz y luego viajar con sus dos hijos para que toda la familia se reuniera en el exilio. Pero no pudo ser. A Norma la secuestraron en Buenos Aires; todo indica que tuvo a su hija en Campo de Mayo, donde funcionaba una de las maternidades clandestinas.

Tras recibir la noticia del secuestro y desaparición de Norma, Carlos comenzó una búsqueda incansable que duró más de 40 años. Hace un par de semanas encontró a su hija, la nieta 129 recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo.

En los primeros años de búsqueda, en Francia Carlos conoció a Ana, una exiliada uruguaya que es su compañera desde hace más de 30 años. Ana se exilió a fines de 1977 y llegó a Francia en 1978. Militaba en la Unión de la Juventud Comunista. Se conocieron en París, en un restaurante que se llamaba Rayuela.

Ana cuenta que se quedó muy impresionada con la historia de Carlos y Norma. “A mí me había tocado vivir un tiempo semiclandestina, en medio del horror que era Uruguay en aquella época, pero esto era mil veces peor”.

A la salida de la dictadura decidieron hacer base en suelo uruguayo, donde recibieron mucho apoyo. Antes de exiliarse, Ana trabajaba en la mutualista privada CASMU. De hecho, allí la fueron a buscar para detenerla, pero no la encontraron. Cuando volvió a Uruguay la reincorporaron a su trabajo. “El CASMU tuvo una política de apertura y solidaridad con los trabajadores que habían estado en el exilio o presos, así que no tuve ningún problema y pude reintegrarme a trabajar”, dice.

Ana fue el puente para que Carlos pudiera retomar el contacto con sus familiares. “Fue la avanzada para contarles que estaba vivo, que estaba en Uruguay y que quería reencontrarme con ellos”, cuenta Carlos, quien a los dos meses de ese viaje pudo reencontrarse con su hijo Marcos, a quien no veía hacía casi diez años.

Al principio consiguieron un apartamento prestado. Un tiempo después ingresaron a una cooperativa de viviendas por ayuda mutua del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos, donde luego nació Martín, que se define como “un hijo posdictadura”. Es el primero de los tres hijos de Carlos que nació en Uruguay y en democracia, en 1987. Es el único hijo al que Carlos pudo criar y acompañar en el día a día hasta hoy. Como coletazo de la dictadura, los problemas de documentación de Carlos hicieron que Martín llevara el apellido de su mamá hasta los seis años. Le cambiaron el nombre en el momento justo: cuando entró a la escuela. “Recuerdo que me puse contento; todavía tengo las cédulas de cuando era Martín Payotti de León”.

Martín recuerda que su mamá le decía que tenía que entender que su papá “había sufrido mucho”. Cuando Martín tenía 12 años, Carlos empezó a viajar seguido a Buenos Aires porque había aparecido una pista sobre su familia desaparecida. Ana fue la encargada de contarle a su hijo lo que estaba pasando. “En un momento mi padre entró a viajar muy seguido a Buenos Aires, lo cual era raro porque siempre viajaba a Rafaela –su pueblo en Santa Fe– o a Córdoba, donde estaba mi hermano. Un día le pregunté a mi madre por qué iba tanto a Buenos Aires y me contó que estaba tras una pista, porque cuando Norma cayó estaba embarazada y yo podía tener una hermana o un hermano desaparecido, apropiado por otra familia”, relata Martín.

Ana cuenta que no podía evitar ponerse en el lugar de ella y sufrir mucho por eso. “Siempre pienso en ella y en lo que puede haber sentido en esos momentos. Fue todo muy fuerte y lo sigue siendo. Ahora todo se vuelve a revivir, a pesar del tiempo transcurrido”.

La pensó y la anheló muchas veces. Hace unos años escribió un texto para recordarla. No recuerda exactamente cuándo lo escribió, pero cuenta que fue hace tiempo, cuando Martín aún era pequeño, alguna de las tantas veces que le preguntó dónde estaba la mamá de su hermano.

Ana le mostró a Carlos lo que había escrito hace unos meses. Y ahora eligen compartirlo, porque pueden.
Carta a Mora N*
Dondequiera que estés, quiero decirte que de alguna forma te quiero. Si querer es: acordarse de vos, admirarte, compadecerte, envidiarte, lamentarte y, tal vez, unas cuantas cosas más. Tu cara desdibujada, borrosa, pero siempre sonriente como se te ve en las fotos, se me viene a la cabeza dos por tres. Se me desboca la de volar, y vuelo y te veo. Si, te veo, un poco rubia, ni alta ni baja, con ese gracioso acento en tu voz, vaqueros viejos y poca bola a las pilchas.

Te imagino esencial, o sea, que te ibas por las cosas verdaderas, auténticas, profundas. Aunque, a veces, por ahí, te imagino parecida a mí. A mí, la de aquella también tu época, la nuestra, la de los sueños de sangre y Zabriskie Point, y el Che y la justicia a la vuelta de la esquina. Te pienso como yo, un poco destartalada, tragándote en cada mirada, en cada palabra, en cada caricia.

Sé que tenías miedo. ¿Quién no lo tenía? El miedo de la madrugada uniformada, de la cara dura y extraña, del Ford Falcon, de la tartamuda, de las medallas y de los comunicados.

También sé que te despediste llorando de él, como si presintieras algo, como si esa separación ocupara el universo todo, para siempre. Y llorabas (¿llorabas?), te desgarrabas las tripas electrizadas, pinzas hirviendo en el útero tan dulce de la/el que iba a nacer. Llorabas por el que no pudiste criar, pichón sin el calor de tus alas, frío de madre. Y no sólo por eso llorabas, llorabas porque se podía acabar para siempre este abrazo, esta mirada mi amor, felicidad de fosforitos apagada por los vientos fríos de aquel invierno.

¿Qué habrás pensado desde ese momento para adelante, en el poco adelante que te dejaron? ¿Qué habrás sentido cuándo te oprimieron el brazo y ya era el principio del fin, cuando comenzaron los dolores y las contracciones y gritabas y nadie te oía, y la oscuridad se aliaba con el dolor y la apenas alegría de aquel alumbramiento? Jaula maldita, peor que una fiera, ¿qué habrás sentido, horrorizada cuando te sacaron a tu hijo para siempre? (Ser a medias, no ser, dejar de ser).

Y, ¿qué habrás “nadificado” cuando ya no él, ya no el niño, ya no el recién nacido, cuando te apuntaron y te enfrentaste al soplo de vida que te quedaba y que te iban a cortar? ¿Cuál habrá sido tu última imagen, la última cara dentro tuyo?

A veces quiero imaginar, mejor dicho, lo imagino todo, y me siento, a pesar de ocupar tu lugar, tu hermana, tu madre, y te acaricio el pelo largo del olvido, la sonrisa dulce, esperanzada, y el vientre vacío en un cementerio NN, espacio de la muerte asesinada.

Y sos algo mío, como yo algo tuyo, somos nuestros propios espejos. Fuiste lo que quise ser, soy lo que quisiste ser, nos negamos, nos complementamos, te continúo y me condicionaste. Dos mujeres diferentes y tan parecidas, ligándonos en el tiempo y en el espacio del sur.

Y te seguimos queriendo. Él, tu hijo y el que aún no sabe que te quiere, los otros (no sé cuántos) y yo, que nunca te conocí más allá de unas fotos, y te querrá mi hijo cuando entienda lo que anoche preguntó: “Y la mamá de mi hermano, ¿quién es, dónde está?”.

Te queremos, ninguna ley de obediencia debida ni de perdón ni de impunidad podrá matarte.

Epílogo
De un testimonio: “[...] a nuestra llegada al lugar de detención, vimos a muchas mujeres tiradas en el suelo, en colchonetas, que esperaban el nacimiento de sus hijos”.

“Una vez nacida la criatura, la madre era ‘invitada’ a escribir una carta a sus familiares, a los que supuestamente les llevarían al niño”.
Testimonios tomados de Nunca más.
*Mora N es un “encriptado” de Norma.
Fuente: La Diaria