Diego Salazar publicó “No hemos entendido nada” un libro que da cuenta de la problemática relación de medios y periodistas con el paisaje actual: modelos de negocios destruidos, búsquedas frenéticas de clics, ríos tóxicos de información y sofisticados mecanismos de manipulación. El periodista peruano Diego Salazar cree que a Latinoamérica le falta más crítica de medios, menos complacencia y más apertura de mente para aceptar —para entender— que el escenario cambió y que son otros quienes están poniendo la música y disfrutando la fiesta.
Si pudieras resumir en una frase o una idea, ¿con qué estado de ánimo comienzas el 2019 en relación a los medios y al periodismo?Lo puedo resumir en una palabra: preocupación. Los medios, y la prensa en general, vamos muy a remolque de lo que está ocurriendo en la industria tecnológica. Hoy en día, todo el periodismo que se hace se hace para internet. Hay muchos medios que cuentan con ediciones impresas, pero incluso esos textos tienen un reflejo en el mundo online, donde llegan a la mayor cantidad de usuarios. Sin embargo, los periodistas y las personas responsables de medios siguen teniendo un profundo desconocimiento de cómo funciona internet y de cómo funcionan las distintas herramientas que utilizan los usuarios para acceder a nuestro contenido en el mundo online. Me preocupa muchísimo esa profunda desconexión y esa incomprensión que hay en los medios.
Hoy en día, esta sobreabundancia informativa en que vivimos se ha convertido en un río tóxico. Por suerte, en algunos mercados, principalmente en el anglosajón y sobre todo en el norteamericano, hay distintas instituciones, no solo medios, que empiezan a tomar precauciones y a intentar prever los graves problemas de desinformación que se van a profundizar en los próximos años. Estoy últimamente muy interesado por el tema de los deepfakes. Hoy ya contamos con la tecnología y las herramientas suficientes para producir videos que son capaces de engañar al ojo más experto.
Hay un caso clarísimo que por suerte no generó mayor problema. Cuando se captura a Keiko Fujimori, se distribuyó rápidamente por redes sociales una fotografía en la que parecía que las dos policías que le estaban trasladando en un coche patrulla se estaban tomando una selfie con ella. A lo largo del día, se descubrió que la foto había sido photoshopeada. Si una fotografía con un photoshop —que en realidad estaba bien hecho— es capaz de burlar las pocas alarmas con que cuentan hoy en día los medios para no publicar tonterías, imagínate lo que pueda ocurrir con un video producido con herramientas mucho más avanzadas, ya sea de inteligencia artificial o de deep learning.
En ese sentido, si habláramos de un escenario aterrador en torno a esta idea de lo que te preocupa, ¿ese escenario estaría monopolizado por esta forma insospechada de manipulación?Sí. Empecemos hablando un poco de periodismo político, que es la joya de la corona del periodismo y donde vemos esfuerzos más groseros y con consecuencias más graves de manipulación. Lo que ocurrió en la campaña del 2016 en EE. UU. va a ser un juego de niños respecto a lo que vamos a ver en las campañas presidenciales de nuestros países y del propio EE. UU. en unos años. De hecho, ya hemos podido ver —y creo que no ha sido analizado lo suficiente todavía— las distintas herramientas y fórmulas de manipulación que tuvieron lugar en la campaña presidencial brasileña reciente, en donde la desinformación, sobre todo a través de Whatsapp, fue tremenda.
He estado analizando muy de cerca y durante mucho tiempo el escándalo de Cambridge Analytica y no sé si seremos capaces de dictaminar cuán influyente fue determinado esfuerzo de manipulación, pero lo que sí sabemos es que hubo un montón de esfuerzos de manipulación, ya sean provenientes de Rusia, de Estados Unidos. A mí me aterra la campaña presidencial del año 2021 del Perú. Manipular a los medios peruanos es un juego de niños que cualquier persona, con un mínimo de conocimientos digitales, es capaz de llevar a cabo. Me aterra el escenario y me aterra lo que vamos a ver.
La frase que da nombre a tu blog y a tu libro —“No hemos entendido nada”— es un tirón de orejas para el medio periodístico, pero en su formulación alberga cierta condicionalidad, porque es distinto a decir “ya no entendimos nada y esto se acabó”. ¿Qué te da optimismo en este momento?
Me gusta que lo plantees de esa manera, porque es cierto. El no entender la naturaleza de nuestro negocio y esa despreocupación que los periodistas hemos tenido siempre por el negocio, amparados en el famoso “Chinese Wall” entre el área administrativa y el área de redacción de los medios, nos dejó inermes ante los cambios producidos por la revolución digital, que se inicia a finales de los años noventa y que tiene su cénit con la aparición de Facebook y otras herramientas.
Sin embargo, soy optimista. Pienso que hoy en día se hace mejor periodismo que nunca, y esto no no lo digo para darnos una palmadita en la espada. La prueba está ahí, a un click de distancia. No creo que haya que romantizar el pasado; estoy seguro de que los medios tradicionalmente —y antes incluso de la revolución digital— siempre han tenido errores y ha habido problemas serios. No creo que todo el periodismo que se hacía antes de internet sea mejor que el periodismo que se hace hoy en día. De hecho, creo lo contrario: el periodismo que hacemos hoy es mejor. El problema no es de calidad; es un problema de exposición, de espacio y de acceso.
Hoy la gente que compra el diario es cada vez menos y la mayoría de nosotros —incluso aquellos que somos news junkies, que leemos distintos diarios, que estamos pendientes de medios en el extranjero— accedemos a la información periodística a través de redes sociales o suscripciones RSS o alertas en Google o de las suscripciones que pagamos a medios digitales. Nuestra información está filtrada, queramos o no, por las redes sociales o por los distintos algoritmos que dominan el espacio online. Y ese cambio hace que los medios estén hoy en la situación en la que están porque, además, estos cambios en el modelo de consumo de información han dinamitado el modelo de negocio. Eso es algo que también los medios se han resistido a ver durante mucho tiempo.
Hoy parece haber animadversión en contra de Facebook, en algunos casos justificada por el tratamiento de datos personales, pero también en otras situaciones vista como una revancha por lo que ha sucedido en la última década en torno a la destrucción del modelo de negocios de los medios. ¿Cómo ves la relación que deberían tener los medios, los periodistas, con las grandes plataformas de distribución?
Has utilizado una palabra que me parece justa y adecuada: hay una animadversión y una revancha de los medios. Facebook se ha convertido en una suerte de gran cuco, y a la vez es la gran excusa de los medios para justificar su propio fracaso. No podemos olvidar que los medios han sido cómplices en esa destrucción del modelo de negocios, en algunos casos por propia vocación, en otros porque no le quedaba otra. Pero han alimentado y han tenido esta relación malsana con Facebook, en la que le hemos dado armas a nuestro propio enterrador.
Los medios hemos sido cómplices, y lo hemos sido sobre todo con ignorancia, porque no entendíamos la naturaleza de nuestro negocio y no entendíamos cómo funcionaban estas herramientas. Facebook ha sido siempre —desde que se convierte en la herramienta que conocemos hoy y deja de ser juego de niños universitarios— una máquina publicitaria extremadamente aceitada. Es una máquina que está diseñada para captar nuestra atención y alquilar esa atención a anunciantes. Que, de hecho, es la manera en que también funcionaban los medios o funcionan los medios. La diferencia es la escala. Los medios nunca habían podido soñar con una escala similar. Y, de hecho, es esa promesa de audiencia la que hace que los medios entregaran a lo largo de estos años, tanto su contenido, como su nombre, su prestigio a manos de Facebook.
En tu libro mencionas que es tabú hablar de la noticia como entretención o de los medios como entretenimiento. Hablemos sobre el rol actual del periodismo ¿Para qué crees tú que sirve hoy el periodismo?
La prensa siempre ha sido parte de la industria del entretenimiento. La diferencia es que el periodismo, los medios, eran a la vez el borrador de la historia. Y ese “first draft of history” tiene una serie de connotaciones de responsabilidad para los periodistas. De hecho, una de las cosas que más me obsesiona es que, debido a la forma en que se produce y se consume información, estamos perdiendo la idea de “public record”, esta idea que como sociedad compartimos unas bases mínimas de conocimiento. Y ese conocimiento o información estaba disponible hace poco en la prensa, en los diarios. Pero para que los diarios o para que el contenido producido por medios sea record, tiene que tener unos mínimos estándares de calidad, de criterios editoriales.
En la cabeza de muchos periodistas la gente se levanta temprano, cinco, seis de la mañana, pone el café y se pone a leer cinco o seis diarios porque ese es su deber cívico. Y yo dudo que esas personas existan o hayan existido. La palabra entretención o entretenimiento está mal entendida. Por supuesto que me entretiene seguir la política norteamericana o seguir lo que ocurre en Brasil o seguir lo que está ocurriendo en el Perú con el caso de la fiscalía y de los jueces. Que me entretenga no lo hace menos serio o menos importante o menos relevante. El problema es que hemos dejado de lado esa idea de relevancia. Y basta ver la página web de cualquier medio de comunicación latinoamericano o en español, para darse cuenta de que los medios han desatendido esa parte de relevancia del “first draft of history”.
Hace unos días Diego Rottman, un periodista argentino, colgaba una “noticia” del diario Clarín donde decían que comer tierra era una forma de perder peso. Clarín es una de las grandes cabeceras periodísticas latinoamericanas, una institución del periodismo en nuestro idioma. ¿Cómo es posible que alguien en ese diario dijera que eso es un contenido relevante para su audiencia? El problema no es que el periodismo sea entretenido o sea parte de la industria del entretenimiento; el problema es que el modelo fracasado de negocio actual de los medios en digital hace que esto sea posible.
En el libro muchos de los referentes y referencias están en el hemisferio norte, están en EE. UU. ¿Qué nos pasa en Latinoamérica? ¿Estamos condenados a vivir en la periferia?
Siempre digo esta broma: el periodismo moderno es como el jazz o los western. Una invención norteamericana. De hecho, el modelo de pago por anuncios que ha sostenido a la prensa los últimos doscientos años nace en el siglo XIX en Nueva York. No creo que sea una cuestión de colonialismo y de que somos el patio trasero de EE. UU.; sencillamente, los grandes referentes de estándares de calidad de prensa en el mundo siempre han venido de EE. UU., porque el periodismo moderno es una invención de ahí. Dicho esto, yo creo que en nuestro idioma y en nuestros países se sigue haciendo periodismo de calidad. No creo que estemos condenados a ser la periferia.
Siento que no tenemos una tradición fuerte de reflexión y de crítica de medios en nuestro idioma. Hay una frase muy buena que recordaba Jeff Jarvis —que no es santo de mi devoción— de un editor que decía que el problema del periodismo actual es que los periodistas tenemos que apagar el incendio de una casa, mientras descubrimos cómo construir la otra. En esa situación es importante que haya más gente que se dedique a reflexionar y a intentar ver qué es lo que estamos haciendo bien, qué es lo que estamos haciendo mal y cómo nos adaptamos. Yo siento que lastimosamente en nuestro idioma no hay la cantidad de gente y los medios no otorgan espacio a aquellos que estamos reflexionando e intentando poner las luces en el camino para no irnos directo al barranco.
Al comienzo del libro dices que sentías una extraña sensación de estar redactando tu propio obituario. Finalmente, esa es una imagen que no se cumple, pero sí genera esta sensación de que la identidad profesional vive una transformación que probablemente no se detenga ¿Cómo lo ves en términos de la identidad del periodista?
El periodismo era un oficio que te garantizaba cierto prestigio social y una vida modesta de clase media en el peor de los casos. Hoy en día la mayoría de los periodistas no puede contar con ingresos que les permita tener esa vida de clase media liberal que teníamos hasta hace poco, pero también nuestro prestigio social ha decaído muchísimo. Nuestra identidad como gremio se encuentra en un momento de crisis, es muy difícil poder hacer el trabajo que creemos debemos hacer. Porque el modelo de negocio, la salud de los medios no es la adecuada para realizar ese tipo de trabajos.
Siento que es un momento de transición, que no va a durar para siempre. Siento que cada vez más los medios y periodistas vamos a tener que encontrar nuestros propios modelos de negocios. Hoy en día cada medio, cada periodista va a tener que encontrar su propia forma de supervivencia, tanto económica como de cara a su audiencia. Porque también se han atomizado las audiencias. La idea de los grandes medios generalistas que le hablan a todo el mundo y que satisfacen los intereses de todo el mundo también se encuentra en retroceso. Una de las cosas que nos ha traído internet es esa atomización de audiencias.
Por mi parte creo que el libro no fue mi obituario; de hecho, he publicado bastante. Incluso una pieza que nos valió a mí y a Gabriela Wiener el Premio Nacional de Periodismo de Perú, un reportaje de investigación sobre un poeta relativamente conocido que había violado a su hija y su hijastra. Por suerte sigo haciendo periodismo pero tampoco puedo engañarme y engañar a la audiencia que vivimos en el mejor de los mundos y que puedo vivir holgadamente de mi trabajo. No es así. Como todos los periodistas, tenemos que hacer una infinidad de trabajo y estar mirando la cuenta a fin de mes para ver cómo hacemos para seguir haciendo el trabajo que nos gusta y que es importante. El periodismo es un oficio que nadie hace por dinero; se hace porque se quiere hacerlo o porque no se tiene otra opción. Esa vocación es muy fuerte, muy poderosa en muchos de nosotros.
Fotos: Paco Sanseviero
Fuente: puroperiodismo.cl