En estos días asististe a un evento en el que se conmemoró el 60 aniversario de la creación de la agencia de noticias Prensa Latina. ¿Qué temas se discutieron en el mismo y quiénes participaron?
El simposio duró dos días y se debatió sobre la crisis cultural, el creciente papel de la tecnología en las comunicaciones, la incidencia de las fakenews en los procesos políticos de Latinoamérica y los peligros que acechan el desarrollo de un periodismo popular y progresista en el continente. Naturalmente, también se recordaron los tiempos y las circunstancias que motivaron la fundación de Prensa Latina en el curso de la tremenda explosión que significó para el mundo ese escándalo teórico que podríamos simbolizar con la entrada de Fidel en La Habana y el triunfo de la revolución cubana.
¿Qué impresión tuviste de Cuba en estos pocos días?
Es poco lo que se puede ver en menos de una semana y son muchísimas las sensaciones de estar en un país que queremos tanto. El proceso continúa muy vivo, las dificultades continúan siendo muchas como siempre, el apoyo y la lealtad del pueblo es incuestionable y también lo son los errores, los retrasos y los desajustes de un modelo que ha sido ahorcado sistemáticamente desde el primer día por el imperio norteamericano.
La fundación de Prensa Latina, ¿puede haber pasado inadvertida ante la sucesión de acontecimientos que sobrevinieron en esos primeros meses de 1959?
Es imposible que no llamara la atención la creación de Prensa Latina en aquellos años de tanta debilidad de la izquierda en el continente. Máxime que contaba con algunos de los mejores periodistas como Jorge Massetti, Ángel V. Ruocco, Eduardo Galeano, Carlos María Gutiérrez, para nombrar sólo a un argentino y cuatro uruguayos.
Resultaba obvio que un emprendimiento de tamaña magnitud no podía haber salido de una usina que no fuera el propio Fidel. Por otra parte, hay que imaginar que cualquier cosa que sucediera en Cuba en esos días era motivo de aplausos, rechazos y contradicciones, y tal vez los temas más debatidos y con más calor fueran los de la información, la creación cultural y la libertad
Tú dirías que Prensa Latina vino a llenar un vacío….
¿Qué hubiera sido de nosotros si en Playa Girón, en la crisis de los misiles, en la guerra de Nicaragua y El Salvador, en las invasiones de República Dominicana y Granada no hubiera estado Prensa Latina, para desmontar mentiras y abrir cabezas?
Hubiéramos conocido sólo una versión, amañada, falsa, intencionada, parcial y engañosa. Cuba experimentó desde los albores de la Revolución el carácter avieso de los grandes medios de comunicación del mundo, particularmente de los Estados Unidos y, en su área de influencia, de los publicaciones asociadas en la Sociedad Interamericana de Prensa, fundada en La Habana pocos años antes de la Revolución bajo los auspicios del dictador Fulgencio Batista y las agencias internacionales imperialistas.
La dirección revolucionaria tuvo la lucidez de implementar la Operación Verdad pocas semanas después de la victoria.
Se hizo contra la desinformación y la mentira, para desmontar el cúmulo de falsedades que se estaban propalando desde las primeras horas después del triunfo, y cuyos propósitos eran imponer un límite al proceso revolucionario, torcer a la opinión pública internacional e impedir que el ejemplo del ejército rebelde y de los barbudos comandados por Fidel se extendiera por el continente como un reguero de pólvora.
Algunos se sorprendieron de la percepción estratégica de Fidel al ubicar como una prioridad la batalla por la información.
La dimensión estratégica de aquella Operación Verdad, más allá de los objetivos del momento, denota la comprensión temprana de que un proyecto político emancipador no debe soslayar la importancia de la lucha en el territorio de las ideas y en el terreno de la información, porque en ese ámbito intangible se libra una de las dialécticas más trascendentes y que más influyen sobre la subjetividad de la gente: la disputa por la verdad y la credibilidad.
Hoy, estando un poco abrumados por los peligros que percibe el periodismo veraz en Latinoamérica, nos preguntamos, ¿cuál es el peligro mayor que acecha a los periodistas progresistas, democráticos y de izquierda?
Sin duda el cerco económico que imponen los anunciantes privados, sin menospreciar la persecución en algunos de nuestros países contra los periodistas y los medios independientes, asimismo nuestras limitaciones y la de la mayoría de los partidos progresistas y de izquierda que han subestimado la importancia que tiene la prensa y la batalla por la hegemonía cultural para su propia supervivencia y la de los gobiernos que han conducido y que hemos perdido en esa ingrata alternancia de la democracia liberal.
Este enfrentamiento entre las agencias norteamericanas de noticias y los intentos de comunicación desarrollados por los movimientos democráticos y de liberación nacional ha sido siempre muy desequilibrado….
Hoy se hace evidente que todos los procesos políticos latinoamericanos que han desoído la voz de mando de los Estados Unidos y han afectado el interés de los grupos económicos poderosos en el seno de sus países han sido sometidos, por ese motivo, a intensas campañas de propaganda y de desprestigio, denostación y falsedades, tergiversando sus verdaderos propósitos y ocultando sus verdaderas y mejores realizaciones.
Querámoslo o no, es evidente que pese al triunfo de López Obrador en México, América Latina experimenta un retroceso político notable luego de 15 años de gobiernos populares y democráticos que redujeron los índices de pobreza y marginalidad, que expandieron el espacio público, que condujeron además largos ciclos de crecimiento económico y distribución de la renta.
Las corporaciones, los terratenientes rurales y el capital financiero han sido los que más han reaccionado contra los movimientos sociales y progresistas…
Indudablemente las corporaciones y el capital financiero a través de los medios de comunicación fueron los principales adversarios de esta larga época de progresismo y de izquierda.
Lo fueron en Brasil, en Argentina, en Uruguay, en Bolivia o en Ecuador, para mencionar los que más conocemos.
En Uruguay, dentro de pocos meses, la izquierda deberá poner en juego en elecciones su gestión de quince años de gobierno en donde la unidad de la fuerza política se mantuvo muy firme, como lo ha estado desde hace 50 años.
Los gobiernos del Frente Amplio, categóricamente, no han traído el caos a Uruguay….
Es verdad, por el contrario, han sido muy exitosos. En estos tres gobiernos se fortalecieron las empresas públicas que tienen el monopolio de la trasmisión de datos, de la telefonía básica, que controlan más del 60% de la telefonía celular móvil y tienen el monopolio de la distribución de la electricidad, la refinación del petróleo, la distribución y producción del agua potable y el saneamiento. En estos quince años se ampliaron los derechos individuales y colectivos, se legisló sobre el aborto permitiendo a la mujer decidir sobre su propio cuerpo, se liberó el consumo de marihuana, el derecho de las personas a elegir su opción sexual y el matrimonio igualitario, se universalizó la educación y la salud pública, se entregó a cada niño, adolescente y anciano una computadora y se cablearon todos los hogares con fibra óptica, se reformó el Código Penal haciéndolo más garantista, se extendió la electrificación rural hasta el más remoto rincón del país, se transformó la matriz energética desenvolviendo extensos planes de uso de la biomasa, la energía hidráulica, eólica y solar, se hizo una profunda reforma impositiva para que los que tienen más paguen más, se fortaleció la organización sindical y se aseguró la participación de los trabajadores en las negociación de sus salarios, se abatió la pobreza y la marginalidad, se disminuyó notablemente la mortalidad infantil y el embarazo adolescente. Hoy mismo se anuncia que Uruguay tiene el salario mínimo más alto de la región y que él alcanza los 500 dólares americanos mensuales.
Los países del continente han cambiado pero la prensa ha cambiado muy poco en Latinoamérica en estos 60 años. Al menos, la propiedad de los grandes medios sigue estando en manos de pocos empresarios muy ricos y concentrados…
El problema central del periodismo en nuestra América Latina es que la propiedad de los medios presenta un grado de concentración mayúsculo en manos de oligopolios privados, que son exponentes de esas mismas corporaciones económicas.
La mayoría abrumadora de los medios de comunicación de nuestro continente no informan, sino que representan; son portavoces de las corporaciones, de sus opiniones y sus demandas. Cualquier perspectiva disonante opera en un territorio hostil, donde ya hay instalada una campana única, siempre mejor financiada, con mejor infraestructura, con mayor cantidad de recursos y posición dominante en todas las plataformas posibles.
Me temo que hoy es imposible abordar con éxito un proceso de cambios profundos y sostenibles en América Latina sin tener en cuenta que es necesario debilitar estos medios concentrados y fortalecer una comunicación alternativa con proyección de masas.
Los medios de comunicación privados, como lo es Caras y Caretas en Uruguay, o cooperativos o comunitarios como hay quizás más ejemplos, que confrontan esta mirada única y conservadora, son por lo general mucho más débiles económicamente y tienen, por lo tanto, menor alcance, menor despliegue. También menor tecnología e infraestructura y menor influencia.
Además tienen un alcance muy limitado…
Los que existen, además, están limitados a la prensa escrita, a la radiodifusión y a los portales de internet.
La televisión abierta es un campo vedado donde no existen voces alternativas.
En nuestra América prácticamente no existen los canales de televisión abierta privados que no sean de derecha. Y entre la oferta de televisión por cable o satelital, las alternativas se cuentan con los dedos de la mano.
No hay que subestimar este dato, porque la televisión, cuya influencia ha decrecido por la revolución que significa internet, continúa siendo el medio con mayor penetración por excelencia y el medio que impone la agenda.
Los medios masivos han sido determinantes en muchas de las operaciones mediáticas contra los gobiernos, los partidos y los líderes progresistas…
Sin menospreciar el papel desestabilizador de lo que se conoce como las guerras jurídicas, las guerras mediáticas han sido devastadoras.
En combinación con las persecuciones judiciales, han sido el arma implacable de la derecha instalando en el pueblo la idea de que los líderes de izquierda o progresista son la materialización del mal, de la corrupción, del autoritarismo.
La combinación de las llamadas fakenews, el uso de estamentos de los poderes judiciales perfeccionados en Estados Unidos y los medios de comunicación hegemónicos han coadyuvado para perseguirlos y hasta desplazarlos de la competencia política.
Lula es quizá el caso más emblemático, y continúa en prisión en una causa amañada, dispuesta por un juez que ahora es el ministro de Justicia del ultraderechista Jair Bolsonaro, para impedir que se presentara a las elecciones que habría ganado de acuerdo con todos los estudios de opinión pública.
Si ya teníamos una altísima concentración en el ámbito de los medios privados, el advenimiento de internet y el fenómeno de las redes sociales introdujo un nuevo terreno que ofrece amplísimas oportunidades pero que no es neutral.
Los grupos económicos y las potencias mundiales, y fundamentalmente los Estados Unidos, son los dueños de esas tecnologías. Las redes sociales más utilizadas en el mundo son estadounidenses: Facebook, Twitter, Instagram, las aplicaciones de mensajerías como WhatsApp tienen dueños y no son dueños equidistantes o desaprensivos.
Manejan los datos de miles de millones de personas y ya se probó que se han utilizado ilegalmente esos datos para hacer gigantescas operaciones de ingeniería social, de manipulación de la opinión pública, a través de propaganda personalizada, campañas de mentiras y de demolición de política de líderes de izquierda mediante difamaciones masivas o las conocidas como “fake news”.
Tú describes un panorama muy desalentador…
Quizá parezca desalentador. Pero hay que ser consciente de que la disputa por la verdad en el ámbito de la comunicación de masas es estratégica pero compleja.
Y cada vez lo va a ser más, porque aunque las nuevas tecnologías de la información permitan que cualquier persona en cualquier lugar se transforme a sí mismo en un medio de difusión, el desequilibrio a favor de las grandes corporaciones y de los intereses imperiales nunca ha sido más acentuado.
Las nuevas plataformas son increíbles, pero también es increíble la brecha tecnológica que existe entre las potencias centrales y los países de la periferia.
Algunas compañías privadas en el mundo, como Cambridge Analytica, entre otras, utilizando procedimientos de análisis de datos masivos robados, comprados u obtenidos de manera ilegal, han incidido en más de 200 elecciones por todo el mundo, y han sido determinantes en campañas electorales como las de Donald Trump en Estados Unidos, la de Mauricio Macri en Argentina o la reciente elección en Brasil.
La lucha por la verdad en tiempos de posverdad representa un desafío que apenas imaginamos. Fidel siempre tuvo claro que la batalla en el campo de las ideas y de la información no puede abandonarse ni un minuto. No importa qué tan difícil sea ni cuánto sacrificio conlleve. Está en el propio concepto de Revolución.
Pero es una batalla desigual, contra fuerzas muy poderosas y sin escrúpulos que están dispuestas a todo, con tal de impedir el avance de la izquierda, la construcción de sociedades más justas y la verdadera soberanía de los países de nuestro continente.
Este evento al igual que otros que han sucedido y deberán suceder, sin embargo nos alientan a seguir buscando instancias de encuentro.
Tal vez un camino que recién estamos explorando es el de formar comunidades de lectores que rodeen y abriguen a los medios de izquierda, populares y progresistas. Tal vez, el camino sea el de la construcción de grupos de cooperadores que compartan las vicisitudes de la comunicación alternativa y nos ayuden a dar la batalla con creatividad, por una comunicación más participativa lo más independiente que nos sea posible y más audaz, amplia y plural.
Además esto no lo podremos hacer solos. Habrá que estudiar más profundamente la solidaridad y la colaboración entre los distintos actores de la prensa de izquierda en el continente en el área de la tecnología, el mercadeo social, el marketing digital, la producción de contenidos, y compartiendo lo mejor de nuestras experiencias en el campo de la cultura, la información, la investigación y el entretenimiento para mejorar la calidad, la credibilidad y la penetración de nuestra prensa.
¿Cuáles intervenciones te parecieron más interesantes?
Hubo ponencias muy interesantes de periodistas peruanos, mexicanos y brasileños. Tal vez las de Abel Prieto, exministro de Cultura de Cuba y actual director del Instituto de Estudios Martianos, la de la periodista y ensayista argentina Stella Calloni, a quien conocí hace 40 años cuando ella cubría, como corresponsal de guerra para el Diario Uno más Uno de México la guerra de Nicaragua, y el periodista español Ignacio Ramonet, exdirector de Le Monde Diplomatique, fueron las que más me llamaron la atención.
Calloni fue la más propositiva. Ella convocó a los trabajadores de la prensa y los medios progresistas a construir un músculo propio para dar la batalla.
Se preguntó: ¿por qué no hemos tenido la imaginación y la creatividad para construir y cuidar los instrumentos que nos permitan disputar la agenda mediática?
Dijo sin vacilar que hay que ser consciente de que hay una guerra contrainsurgente, contrarrevolucionaria, una guerra colonial en este siglo con el desarrollo consecuente de ejércitos mediáticos contra el progreso.
La política actual del imperialismo -recordó- intenta imponer la seguridad nacional en estas nuevas guerras coloniales y extender el dominio a escala mundial. Su idea es la expansión y gobernanza global y la pregunta que surge es: ¿cómo actuar frente a la dependencia y el imperialismo en los medios de comunicación modernos?
Fuente: Agencia Prensa Latina