lunes, 30 de abril de 2018

Manipulación: Trabajadoras cuentan en primera persona las órdenes que reciben para desinformar en RTVE

El colectivo de Mujeres de Radio y Televisión Española (RTVE), inicia una campaña en redes para denunciar la manipulación informativa en la corporación y pedir de nuevo su renovación inmediata. Decenas de testimonios dan cuenta de casos concretos que plasman cómo se utilizan los medios públicos con fines partidistas
Por: Vanesa Rodríguez
Ruedas de prensa censuradas. Trabajadores arrinconados por no dejarse manipular. O peticiones expresas como "que el presidente del Gobierno no salga con imputados". El colectivo de Mujeres trabajadoras de RTVE ha iniciado una campaña para denunciar la manipulación en la corporación y así concienciar sobre la situación que se vive en el ente y que se ve prolongada por el bloqueo del PP a la renovación del presidente y el Consejo de Administración.

Según explican en un comunicado, bajo la etiqueta en redes #AsíSeManipula quieren que los ciudadanos "puedan acceder a situaciones reales que explican cómo es la manipulación informativa en el ente público cada día y con el dinero de todos".

Del mismo modo, animan a los espectadores y oyentes a compartir sus testimonios "y relatar ejemplos de manipulación" que hayan percibido en RTVE.

"Los ciudadanos deben ser conscientes de que se les está negando su derecho de acceder a una información plural y de calidad", recogen las impulsoras de esta campaña transversal en la que vuelven a reivindicar una "RTVE de todos".


Bajo el hashtag #AsíSeManipula, historias en primera persona de cómo se tergiversa la realidad para favorecer el relato del Gobierno o ciertos intereses. Periodistas censurados, redacción paralela, órdenes de faltar al principio de pluralidad que por ley debe regir la corporación.

A los casos recogidos en los diversos informes de los Consejos de Informativos, se suman así decenas de denuncias de las mujeres de RTVE sobre las dificultades que tienen en el día a día para llevar a cabo su trabajo como periodistas.
A la campaña de las Mujeres de RTVE se han sumado también otros trabajadores de la corporación que han querido compartir sus vivencias.

"Redacción paralela"
Muchas de las denuncias de las trabajadoras de RTVE hacen referencia a la existencia de una redacción "paralela" de gente contratada por la dirección para sacar adelante informaciones sesgadas.

Fuentes sindicales denuncian en declaraciones a Vertele que "se ha contratado gente afín a quién manda ya que los veteranos no nos dejaríamos manipular y que así salga lo que ellos quieran".

Los sindicatos han denunciado en numerosas ocasiones la existencia de esta redacción "paralela" señalando que la dirección de RTVE "utiliza la contratación temporal para reforzar la redacción" y que "en 2016 se dedicó más del 40% de la contratación temporal a ese fin". Por este motivo CGT llevó ante el Tribunal de Cuentas la contratación temporal en la corporación.

Mientras, la renovación en RTVE sigue bloqueada pese al consenso de todos los partidos menos el PP para poner en marcha el concurso público para elegir a un nuevo presidente.

En la última reunión el PP frenó el documento pidiendo varios informes porque, a su juicio, hay "dudas de que cumpla la legalidad vigente".

Ante esta situación, los trabajadores de RTVE se reunieron el pasado viernes en asamblea para establecer una serie de medidas coordinadas con las que manifestar su protesta hacia lo que califican de "secuestro" de los medios públicos por parte del Gobierno.

Entre ellas, vestirán de negro todos los viernes para expresar el "luto" por la situación que viven en el ente.
Fuente: El Diario.es

Nueve periodistas mueren en ataques en Afganistán

Entre las 25 personas asesinadas y 49 heridas en tres atentados terroristas de EI este 30 de abril en Kabul, hay nueve periodistas muertos y cinco heridos. Un reportero de la BBC fue asesinado a tiros en otro lugar
Varias personas trasladan el cuerpo sin vida del fotógrafo Shah Marai de France Presse fallecido en un doble atentado en Kabul
Esta ha sido una de las jornadas más sangrientas desde 2001 para la prensa en Afganistán.Un suicida en una moto se inmoló en el área de Shashdarak y causó cuatro muertos en un área céntrica de Kabul donde tienen su sede la principal agencia de inteligencia afgana, el Directorio Nacional de Seguridad (NDS, en inglés), la OTAN y varias ONGs internacionales.

Los periodistas se dirigieron a la zona sin saber que un segundo suicida que portaba una cámara con la que aparentaba ser un informador les esperaba para ejecutar la masacre, de acuerdo con el portavoz de la Policía de Kabul, Hashmat Stanekzai.

La cadena de televisión afgana Tolo News confirmó la muerte de su periodista Khair Muhammad, mientras que la emisora Azadi Radio informó del fallecimiento de tres de los suyos, Ebadullah Hananzai, Muharam Durrnai y Sabawoon Kakar.

El fotógrafo Shah Marai, de la agencia de noticias francesa AFP, también murió por la explosión, según confirmó la propia agencia en su cuenta de Twitter.

La cadena de televisión 1TV informó, por su parte, de que un cámara, Nawroz Rajabi, y el reportero Ghazi Rasouli fallecieron en el ataque, mientras que Mashal TV confirmó la muerte de sus trabajadores Salim Talash y Ali Salimi.

La acción fue reivindicada por el Estado Islámico (EI) en un comunicado oficial difundido en canales de la red social Telegram afines a los extremistas.

Reportero de BBC asesinado a tiros
En él, el grupo yihadista señala que un primer terrorista detonó su chaleco explosivo en el edificio de la Inteligencia afgana y un segundo hizo lo mismo en la calle para sorprender a las personas que habían huido del primer ataque y "hacerlos pedazos".

A la cifra de muertos en Kabul se sumó, además, el asesinato en la provincia oriental de Khost de un periodista de la BBC, Ahmad Shah, al ser tiroteado por desconocidos.

El presidente afgano, Ashraf Gani, reaccionó en un comunicado en el que señaló que "la libertad de expresión es uno de los logros importantes del pueblo y el Gobierno de Afganistán. Salvaguardaremos la libertad de expresión con todo nuestro poder y capacidad", dijo.

Además señaló que estos ataques constituyen "crímenes contra la humanidad y los principios islámicos" y que atacar mezquitas, periodistas y la libertad de expresión es "un claro crimen de guerra".

Gani se refería así a otro atentado suicida que tuvo lugar hoy en la sureña provincia de Kandahar, donde el ataque contra un convoy de la OTAN causó la muerte de once niños al derribar la explosión el muro de la mezquita en la que se encontraban.

En el atentado resultaron heridas además 20 personas, entre ellas ocho soldados rumanos de la OTAN en esa parte del país, según confirmó la Alianza en un comunicado.

Periodista, la profesión de mayor riesgo en Afganistán
Los periodistas y los medios que trabajan en Afganistán son objeto habitual de los ataques de los grupos insurgentes, como el que el pasado miércoles acabó con la vida del conocido reportero Abdul Manan Arghand, tiroteado en plena calle precisamente en Kandahar cuando se dirigía a su puesto de trabajo.

El pasado año, el número de periodistas muertos en Afganistán fue de una veintena, convirtiéndolo en el periodo "más mortífero" de los últimos 15 años, con un 54 % más de muertes que en 2016, cuando la cifra se situó en 13, según datos del Comité para la Seguridad de los Periodistas Afganos (AJSC, en inglés).

Hoy el AJSC tildó el ataque de "cobarde" y de "crimen contra la humanidad". La ONU condenó en los "términos más enérgicos" el ataque, en un comunicado firmado por Tadamichi Yamamoto, jefe de la misión del organismo en Afganistán (Unama).

"Estoy más indignado aún porque el ataque parece haber buscado deliberadamente como objetivo a periodistas; este ataque justo antes del Día Mundial de la Libertad de Prensa, es un asalto directo a la libertad de expresión", dijo Yamamoto.


Fuente: Deutsche Welle

domingo, 29 de abril de 2018

Cuando el periodismo se convierte en publicidad

Este domingo los matutinos amanecían en España con la misma portada financiada por la empresa automotriz Audi
En la mañana de este domingo los diarios españoles de mayor tirada: El País, El Mundo, La Vanguardia, La Razón, ABC y El Periódico, llegaron a los puesto de venta con una cubierta negra. El grupo automovilístico que protagonizó el Dieselgate* lanzó una campaña publicitaria con la leyenda "Hoy cambia todo" y el logo de su marca. Con esto, la empresa presentaba su primer modelo 100% eléctrico, debajo estaba la tapa principal.

No es la primera vez que los diarios de mayor tirada salen a la calle con la portada ocupada completamente por un anuncio. En enero de 2015, bajo el eslogan GeneraciOnEncontrada, el Banco Santander llevó a cabo una estrategia publicitaria para dar a conocer su programa de becas en pymes para jóvenes universitarios. Para esto compró las portadas de ABC, La Razón, El Mundo, El País, La Vanguardia, El Periódico y 20 Minutos, los siete diarios españoles de mayor tirada.
Con este impacto visual, Audi se aseguró una publicidad directa en todos los lugares, y se abrió un debate sobre el negocio de la prensa en las redes:







*El Diéselgate, fue el escándalo que demostró la manipulación de las mediciones de contaminación de diversas marcas de autos, se instalaba un software para modificar los resultados en los controles técnicos de emisiones contaminantes en 11 millones de vehículos diésel, 200.000 de ellos de la marca Audi.

Mariano Martínez Rojas sumó un nuevo revés en la justicia argentina

Es por la interrupción de la señal de Radio América, en junio de 2016. El empresario acumula pedidos de extradición, aunque también podría ser deportado
Por: Cecilia Devanna
El empresario correntino Mariano Martínez Rojas sumó un nuevo revés judicial este viernes. Fue luego de que el juez Federal Daniel Rafecas ordenara su captura internacional, por haber interrumpido la señal de radio América en junio de 2016. El magistrado hizo lugar a un requerimiento de la fiscal Paloma Ochoa y el pedido se suma a otros que el empresario tiene de distintos juzgados, por diferentes causas en su contra.

Martínez Rojas está preso en Miami desde fines de enero a la espera de ser extraditado a la Argentina, en tanto que también enfrenta problemas migratorios en la justicia estadounidense, luego de que se le venciera su permiso de residencia.

El caso que más lo compromete hasta ahora es uno que tramita en la justicia en lo Penal Económico. Es por su participación en la causa que investiga cómo se fugaron 300 millones de dólares entre 2013 y fines de 2015, salteando las restricciones del cepo cambiario, a través de los permisos para importar, conocidos como Declaraciones Juradas Anticipadas de Importaciones (DJAI).

En ese expediente, instruido por el juez Gustavo Meirovich, Martínez Rojas aparece encabezando una de las asociaciones ilícitas que intervinieron en las maniobras de presunto lavado de dinero realizado a través de empresas "fantasma", por las que se fugaba el dinero al exterior.

Martínez Rojas saltó a los medios a comienzos de 2016 por haber aparecido como el comprador de los medios de Sergio Szpolsky y Matías Garfunkel. Entre ellos estaba Radio América, a cuya planta transmisora, ubicada en Pergamino 4055, ingresó el 11 de junio de 2016, junto a un grupo de personas. En el lugar ordenó la interrupción de la grilla de emisión haciendo cesar la transmisión, lo que es considerado un delito federal que establece penas de tres meses a dos años de prisión, a quien se considere responsable.

Pocos días después, Martínez Rojas irrumpió a los golpes en la redacción de Tiempo Argentino, otro de los medios del grupo. En tanto que a fines del año pasado volvió a los medios con unos videos en los que se lo veía retirando millones de pesos de una caja de seguridad de un banco porteño.

En medio de los escándalos, Martínez Rojas voló al exterior, desde donde se burlaba de las órdenes de captura en su contra a través de publicaciones en sus cuentas en las redes sociales. Pero su suerte cambió a fines de enero, cuando con su visa vencida el 26 de diciembre, fue detenido por la fuerza migratoria estadounidense. Desde entonces enfrenta en paralelo procesos de deportación y extradición.
Fuente: Diario Perfil

Guionistas revelan que la agenda social cambió la ficción de la TV

Dicen que el cambio ya se está dando a la hora de hablar del amor, la sexualidad y la relación de poder del hombre sobre la mujer. Sin embargo, reconocen que será paulatino y que el productor es el que decide
Por: Agustín Gallardo
Los memoriosos recordarán la cachetada que Arnaldo André le dio a Luisa Kuliok en Amo y señor, aquella telenovela emitida a mitad de los 80 en Argentina. “Sería imposible ahora”, se le escuchó decir hace poco a André. Los años pasan y los paradigmas cambian: así como ahora sería un suicidio que Marcelo Tinelli volviera a cortar polleras en TV, a pocos guionistas se les ocurriría escribir –salvo que se esté contando la historia de un personaje violento– una escena así para mostrar el enojo “cotidiano” de un hombre.

Y la prueba está a la vista: en dos semanas se estrena 100 días para enamorarse, la nueva comedia de Underground donde se verá la historia de dos matrimonios que se toman un respiro. Allí, Carla Peterson, una de las protagonistas, es no solamente la que decide terminar la relación, sino que es ella quien levanta la mano y le pega un cachetazo a su marido, algo impensado en tiempos pasados. “Hoy se podría decir que es todo al revés”, resume Pablo Culell, director de producción y contenido de la productora que emitirá esta tira en Telefe. “Hoy cualquier cosa puede llamar la atención. Hay una lectura hipersensible porque la cuestión de género está en agenda”, esgrime el guionista Leandro Calderone.

Pero ¿hay cambio real en la dirección que están tomando las historias? Para Laura Barneix, guionista y autora de Dulce amor y Golpe al corazón, el cambio existe. “Ahora las protagonistas no son las mismas chicas de pueblo que venían a buscarse y encontrarse en la ciudad y no son aquellas chicas virginales de los 90. Se han ido transformando en mujeres más activas, luchadoras y sexuales”. Lily Ann Martin, quien escribió para Valientes, Malparida, Lobo, Solamente vos, Esperanza mía y Simona, entre otras, coincide: “La mujer era siempre más pasiva, más ingenua, más fiel, o si por el contrario una mujer en una novela tenía más de un compañero sexual, no podía ser la protagonista, solo la villana. Ese tipo de prejuicios por suerte ya se están dejando de lado”.

En las telenovelas temas como el sexo y la diversidad sexual fueron siempre terreno de la villanía, de los vicios y la lujuria. Algunas tiras de los últimos años, como La Leona o ADDA, incluso Las estrellas, vienen mostrando que se podía sostener una historia con personajes que se iban a la cama de entrada. “En todas ellas se mostró una sexualidad femenina más activa y natural, la mujer que desea sexo y no solo el amor romántico. En Dulce amor también hubo mucha búsqueda en los personajes femeninos por ese lado, incluso contamos mujeres maduras con deseo sexual, pasión, y no abuelitas en batón”, describe Barniex. “Ahora lo que cambia es el rol de seducción de la mujer, donde ya no es la pobrecita que espera que el señor de turno la llame. Hay una actitud más activa, pero aún estamos en los primeros escalones de algo que tiene que ser más profundo”, dice Esther Feldman, escritora y guionista de Lalola, Maltratadas y En terapia, entre otras.

Trabas. En este contexto de cambio, no siempre las partes –guionistas, productores y directores– coinciden hacia dónde ir. A Erika Halvorsen, escritora y autora, le ha pasado de tener que dar algunas batallas. En Amar después de amar (ADDA) la primera escena de amor de la pareja Federico Amador-Eleonora Wexler, en vez de comenzar con un beso, fue una situación donde el hombre le proporcionaba placer a la mujer. “Era una escena de masturbación sin antes haberse besado. Tuve que insistir para que estuviera, para que apareciera la mujer como sujeto de deseo”, dice Halvorsen, autora de la novela erótica Desearás a la mujer de tu hermana, que a su vez fue llevada al cine con algunas problemáticas. “El comité del Incaa no nos otorgó el subsidio de interés. Apelaron a un artículo que puede no otorgarse este beneficio que se les da a todas las películas, porque contenía situaciones aberrantes de sexo y/o drogas. En todas nuestras escenas hay una mirada femenina del placer. Entonces la pregunta que nos hacemos es: ¿es aberrante la escena cuando es la mujer la que goza?”, analiza Halvorsen.

Sin dudas, el amor homosexual ya se cuenta desde otra forma desde hace años y eso es un cambio que también se cuenta de forma más natural. “Fue entrando de a poco. Muchas veces lo aceptado era el personaje gay divertido, sin historia de amor, amigo de las chicas. Las estrellas dio un gran paso y contó el romance entero, el beso y el sexo. La tele se va animando de a poco”, dice Berniex.“ “En Simona estamos contando la atracción de Junior, uno de los protagonistas jóvenes, por su amigo Blas, y ha tenido muy buena aceptación por parte del público”, agrega Ann Martín.

Contexto. Los cambios de paradigmas suelen ser caóticos y la ficción puede ir a destiempo dependiendo de quién escriba o produzca. El caso de la violencia contra la mujer, por ejemplo, se viene exponiendo en la ficción desde antes del movimiento Ni Una Menos. Un claro ejemplo es lo que sucedió en Mujeres asesinas, un texto que luego fue llevado a la TV. “El Ni Una Menos viene a condensar una masa crítica del tema violencia contra la mujer”, dice Calderone, quien siente que el desafío de los autores es adelantarse a los cambios de época. “Creo que el horror de la violencia contra la mujer lo venimos trayendo varios hace un tiempo antes de que esté en agenda. Lo que tratamos de hacer desde la ficción es ir siempre un paso adelante”, dice. Culell opina: “Uno puede elegir cómo cambiar la forma de contar porque es políticameante correcto, o porque realmente está de acuerdo con ese cambio. De cualquiera de las dos formas, lo que no se puede dejar de hacer es contar la historia. Es decir, yo no voy a dejar de contar la historia de un violador. Ahora, sí depende mucho desde qué lugar me pare, cuál sea mi foco”.

Jorge Maestro, autor con basta experiencia, coincide con que el foco que se le de a cada ficción, depende siempre de cada autor y afirma que las cosas no han cambiando tanto. “Yo sigo viendo en general la historia del chico que sufre porque la chica está con otro. El cuento de la Cenicienta está presente y se va modificar cuando haya una toma de conciencia que surja del trabajo colectivo”, dice. Y agrega: “Nosotros en en 1992 contamos la historia del amor gay con Zona de riesgo y se nos vino la sociedad de ultra derecha en contra. Pero sabíamos hasta dónde contar. Los machos no tan machos cuando lo hicimos dentro del marco de la comedia, era una mirada piadosa acerca del machismo. Hoy seria visto de otra manera. La televisión a veces es gatopardista ¿Qué son sino las chicas bailando en el programa de música de Crónica los sábados por la tarde? O ¿por qué Volver repite todavía Rompeportones?”.

Para Barneix, los canales son los que marcan temas, tonos y estilos. “Los que escribimos luego esas historias intentamos tocar temas que nos interesen dentro de los lineamientos dados, con más o menos libertad según el caso. Hay espacios de mayor discusión y otros de menos, y no siempre se está de acuerdo en qué vale la pena contar”, concluye.

El aborto, un tema aún tabú
Así como lo es en la realidad, el aborto ha sido un tema complejo de abordar en ficción. “Genera polémica. De modo general en la TV local el aborto era algo que se planteaban solo las villanas”, explica la guionista Laura Berniex. Un ejemplo de cambio fue en la tira La Leona, donde se tocó el tema de un modo distinto. “Se mostró lo cruel y riesgoso de un aborto clandestino. Creo que fue una buena manera de visibilizar el problema”, agrega. Su colega Ann Martín confiesa que hay una deuda con este tema. “Estoy a favor de la despenalización y creo que una vez que se logre esta ley, podrá pasar a ser un tema que se trate naturalmente en la ficción, como sucedió con el matrimonio igualitario. Estoy esperanzada y me siento respaldada por el colectivo de escritoras y mujeres. Hace apenas unos días firmamos entre todas la carta para elevar al Congreso de la Nación y fue muy emotivo ver el apoyo entre las colegas”, agrega la escritora.
Fuente: Diario Perfil

A 50 años: Un país y dos hijos se unen para honrar a un cronista de La Nación caído en la guerra

En 1968, Ignacio Ezcurra, corresponsal de La Nación, desapareció en pleno conflicto; sus restos nunca fueron hallados; hoy, su familia va hacia Saigón, el último lugar donde lo vieron con vida; en un museo de esa ciudad, se exhiben su obra y sus fotos
Por: Encarnación Ezcurra
Una densa niebla nos acompaña en nuestros primeros pasos en Hanoi. El calor y la humedad son constantes, por momentos como lluvia y de a ratos no, pero manteniendo un mismo halo envolvente y pegajoso. El fin de la noche de 30 horas de vuelo a contramano del giro solar, que roba un día al calendario, se vislumbra apenas con la tibia claridad de las calles de la capital vietnamita, tan atestadas como la cabina del avión.

La sensación de duermevela que le sigue al viaje hace aún más irreal un hecho que todavía creemos a medias: estamos en Vietnam y visitaremos en unos días el lugar donde hace 50 años Ignacio Ezcurra, mi padre, llegó como corresponsal de La Nación a buscar otra de sus notas, la de una guerra tan insensata como todas, y le puso a esta historia su propio nombre. El 8 próximo, estaremos en Cholón, barrio ahora integrado a Saigón, donde se lo vio por última vez y donde suponemos que sus huesos yacen en alguna fosa común.

Llevamos el recuerdo de los hermanos de Ignacio, que juntos fueron para nosotros mucho más que un solo padre.

A mi hermano Juan Ignacio y a mí, que apenas habíamos nacido, nos siguió siempre el efecto de ese último gesto. '¿Ezcurra? ¿Como el periodista que murió en Vietnam?'', era una señal de orientación en la maraña de una prolífica familia. Hasta Vietnam es el título del libro que recopila sus notas y fotos.

Si ese hecho final fue el legado de nuestro padre, que lo asumiéramos con orgullo, sin alharaca ni sentimentalismo, es una impronta que heredamos de mamá.

Con los años fuimos agregando matices a una imagen paterna que, como las del archivo de su obra, era en blanco y negro. En mis años de periodismo conocí por relatos y emociones compartidas de amigos la zozobra de su desaparición, que, descripta por uno de ellos, Bartolomé de Vedia, 'no fue el rayo fulminante que ciega y paraliza: fue la larga agonía de una serie de noches, la tensa vigilia de los suyos y de sus compañeros de Redacción mientras el último hilo de esperanza se iba debilitando y un enjambre de cables y fotografías borrosas traían desde lejos su carga de malos presagios".

El tiempo también nos pintó con claroscuros al viajero desprevenido que había recorrido América y todo el país a dedo, al curioso insaciable, al tesón sin límites que le permitía entrevistar a Martin Luther King después de meses de seguirlo o que lo dejaba en vilo luego de vender sangre para pagar el ingreso en una frontera, a quien ya veía fotográficamente antes de que Sara Facio le recomendara su primera cámara, que aún conservamos.

Sus últimos años como cronista de La Nación fueron intensos: en 1967 viajó a cubrir los conflictos raciales en Estados Unidos. Al año siguiente, partió hacia Vietnam para escribir sobre la guerra hasta su desaparición, el 8 de mayo de 1968.

No llegó a saber sobre la muerte de Ho Chi Minh, al año siguiente; la firma de tratados de paz, en 1973; ni dos años después, el día que marcó el inicio de la Vietnam actual, lo que los manuales llaman la "Caída de Saigón" y aquí, mañana, celebran como la Reunificación. Imposible no notar esta fiesta: en Hanoi, banderas rojas con la cruz amarilla brotan como ramos de cada casa, puesto, balcón o poste. Forman un friso monocromático y mudo sobre el bullicio variopinto de sus calles, que contienen la paleta infinita de la vida expuesta sin remilgos. Una metáfora fiel de la política que marca el ritmo y una melodía que mueve velozmente la economía.
Luisa Duggan y Encarnación Ezcurra, en Sapa, Vietnam
Su imagen, la del periodista absoluto, continuará siempre alerta, siempre activa, siempre impregnada de tensa juventud. -escribió sobre mi padre, en 1970, Manucho Mujica Lainez-. No conocerá la bonanza de los años altos, pero no sabrá su melancolía. Y su clara sonrisa seguirá siendo invulnerable". Pero nosotros hace tiempo pasamos la edad que él tenía al morir, 28, y lo interpretamos más cerca de los padres en que nos convertimos que de los hijos que dejó.

Así fue como nos animamos a pensar en venir a Vietnam. En nuestra mezquina visión personal, no era un país, ni siquiera una guerra. Era la tumba que todavía guarda sus restos, que nunca fueron encontrados, era interpelar su decisión de asumir riesgos, era palpar la herida de desgarro que provocó a quienes lo querían.

Por eso fue una idea incómoda antes de ser un plan concreto. Seguiría siéndolo si no hubieran sucedido tantas casualidades que preferimos disimular antes de abandonarnos a la credulidad temeraria. Pero lo cierto es que la conversación insistente que había empezado hace un año comenzó a encauzarse cuando mi hija Teresa nos hizo notar la coincidencia de este año con el aniversario redondo de su desaparición, 50. El almanaque le dio el primer envión hacia la realidad, si esto es tal.

Le pusimos un condicionante exagerado: que una visita al Museo de los Restos de la Guerra de Saigón nos permitiera incluir a Ignacio en el listado de fotógrafos muertos, donde sabíamos por testimonios de viajeros que no figuraba. No encontrábamos la punta al ovillo sobre cómo iniciar esa gestión cuando, cerca de Navidad, escribí a la representación argentina en Hanoi. A las dos horas abrí la respuesta encabezada con la desconcertante frase de: "Mirá el mail que llegó a la embajada". El sorprendido era el cónsul Francisco Lobo, quien el mismo día -sí, exactamente el mismo día- había recibido del embajador, Juan Valle, un mensaje por WhatsApp con el pedido urgente de averiguar más sobre la foto que le enviaba de la calle Martín y Omar, en San Isidro, donde hay una placa que recuerda que allí nació Ignacio Ezcurra y la mención de Vietnam. El diplomático informaba que indagaría más sobre el caso y que al regreso iniciaría las conversaciones con el museo de Saigón, que le costaba creer todo esto.

Decisiones
El primer contacto empezó ante una actitud desconfiada de los representantes del museo. Era el único argentino, el único latinoamericano y no tenían registro alguno del caso. Había que probarlo, algo que hicimos rápidamente y la actitud se invirtió completamente: hoy son los vietnamitas los principales promotores no solo de sumarlo a la memoria, sino de rendirle un homenaje en ese lugar junto a veteranos de guerra, exponiendo su foto, biografía, el libro con algunos pasajes traducidos al idioma local y algún objeto que quisiéramos donar.

Eso nos puso frente a la decisión de si dejar la cámara de fotos Pentax, que fue y volvió de la guerra, igual que la máquina de escribir Lettera. Dudábamos. Últimamente, eso precede momentos extraños. En marzo, visitando la Biblioteca Nacional junto a otros invitados, reencontré casualmente a Abel Alexander, historiador de la Fototeca, que fue quien tomó a su cargo hace unos diez años la donación que mi madre, Inés Lynch, hizo del archivo fotográfico de Ignacio. 'Tanto tiempo -saludó-, justo estamos planeando una muestra de tu papá para fin de año''. Le pregunté si era por el aniversario y abrió los ojos como platos: no lo había relacionado con la fecha. Le comenté lo de la cámara y saltó: la cámara no, nunca, pero sí puede la Fototeca donar archivos en alta definición de fotos sacadas por Ignacio para el fondo del museo.

Así que llevaremos los DVD con una carta de Alberto Manguel, director de la Biblioteca Nacional, y ofrecimos la Lettera junto a textos que revelen la visión doliente que ya entonces tenía de esa guerra. Mientras, la Pentax viene también, pero será con mi hija Luisa, que en paralelo a su carrera de Arquitectura estudió fotografía. Que la lleva a todos lados y cuyo lente ha forjado su mirada atenta y cándida.

Nuestra tierra está llena de muertos -me dijo antes de viajar en Buenos Aires el embajador vietnamita, Dzung Dang-, de nuestro pueblo y extranjeros. Honramos a nuestros ancestros y es importante que ustedes y todos quienes perdieron a alguien, no importa por qué, lo hagan también. Sean bienvenidos''.

La pasión por el periodismo
Ignacio Ezcurra nació en San Isidro en 1939. Se recibió de bachiller en 1956 en el colegio El Salvador. Poco después, empezó la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires (UBA) e ingresó a La Nación en la sección Avisos Clasificados. En 1958, junto a dos amigos, viajó a dedo por Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, México y Estados Unidos. Allí, en 1960, estudió periodismo en la Universidad de Missouri, gracias a una beca.

Al regresar al país, en 1961, hizo el servicio militar y fue enviado por la Secretaría de Cultura de la Nación y el Instituto Di Tella a recorrer más de 60 ciudades del interior para ofrecer espectáculos audiovisuales y películas documentales. Un año después, se reincorporó a La Nación como cronista volante e ingresó a las carreras de Sociología e Historia en la UBA. También trabajó asiduamente como fotógrafo.

En este diario escribió en las secciones Un rostro en siete días y Visiones de América. Además, publicó artículos en las revistas Atlántica, Vea y lea, El reflector, Cristina, Autoclub y La chacra. En 1965 se casó con Inés Lynch. Ese mismo año, invitado por la embajada de Siria, visitó Medio Oriente.

Dos años después, fue enviado a los Estados Unidos para cubrir los conflictos raciales. Allí entrevistó a Robert Kennedy y Martin Luther King. Al año siguiente partió a Vietnam como correponsal de guerra. Desapareció en Saigón el 8 de mayo.
La autora trabajó en La Nación desde 1987 a 2001

La estirpe de un periodista, la libertad de un soñador
Por: Carlos M. Reymundo Roberts
Ezcurra con su Pentax, que Sara Facio le recomendó usar
Cuatro periodistas marcaron mi carrera. Claudio Escribano, Alberto Laya y Germán Sopeña fueron maestros, ejemplo, guías. Al cuarto no lo conocí: Ignacio Ezcurra. Yo tenía 12 años cuando murió en Vietnam, y me acuerdo del estrépito y la conmoción que la noticia causó en mis padres, viejos lectores de La Nación.

Volví a cruzarme con su historia, fugazmente, mientras estudiaba periodismo. "Este pibe era muy, muy bueno. Busquen lo que escribió y no dejen de leerlo", recomendó un profesor.

Más tarde, ya incorporado al diario, vi en el corazón de la Redacción su célebre foto con el casco, tomada en Vietnam. Podía ser interpretada como lo que era, un homenaje, un tributo, y también como la presencia de un centinela, un protector de lo mejor de esta profesión: la búsqueda de la verdad llevada, si hace falta, hasta el extremo del heroísmo.

Por los años 80, una madrugada fui al archivo del diario, en el edificio sobre la calle Bouchard, y leí varias de sus notas. Ahí empezó el idilio, el deslumbramiento. Comprobé que realmente se trataba de un grande, de alguien distinto y, me animaría a decir, único. Sabemos que la muerte tantas veces mejora a las personas. Una muerte así, a los 28 años, en un frente de guerra, podía haber contribuido a agigantar su imagen. En realidad había pasado lo contrario. La tragedia había frustrado una trayectoria destinada a alcanzar cumbres insospechadas. Ignacio estaba señalado para hacer historia no por morir bajo los tiros en Vietnam, sino por la dimensión extraordinaria de su trabajo periodístico.

A una edad en la que la gran mayoría -sobre todo en tiempos de extensos cursus honorum en las redacciones- estaba haciendo los palotes, él ya había escrito artículos inolvidables. Su "Reportaje al poder negro" (1967), sobre el conflicto racial en Estados Unidos, es una maravilla narrativa y de investigación. En 15 días, un desconocido jovencito llegado desde la remota Argentina había recorrido los principales ghettos del país, desde Nueva York y Washington hasta la incendiada Detroit, y había entrevistado a los principales líderes negros (Martin Luther King y Rap Brown, entre otros), a relevantes dirigentes blancos como Robert Kennedy, y a cientos de norteamericanos de a pie.

Aquel largo artículo, escrito en primera persona (por entonces, algo muy poco usual), empezaba así: "Me ahogaba. Ya no era por el calor sofocante y pegajoso de Nueva York, esa atmósfera llena de rascacielos, multitudes, neón y de insensible apariencia. Era una sensación desagradable y nueva. Sobre los hombros, y en el estómago, como una trompada punzante y prolongada, me pesaba el odio". En la senda del llamado "Nuevo Periodismo", corriente que nacía en Estados Unidos justo cuando él estudiaba en la Universidad de Missouri (Columbia), en 1960, Ignacio combinaba un trabajo de campo sesudo, incansable, con una prosa trepidante y florida hasta entonces solo propia del lenguaje literario. Ignacio fue uno de los precursores en la Argentina de ese nuevo periodismo de visceral compromiso con la verosimilitud del relato, al que adscribirían, con trazo indeleble, Rodolfo Walsh, Osvaldo Soriano, Tomás Eloy Martínez.

Maestro en la descripción de personas, lugares y momentos, su primer atributo era la intrepidez para ir -cámara en mano, porque también era fotógrafo- hasta el fondo de las historias que encaraba. Parecía responder a la máxima de que solo se puede dar a conocer aquello que se conoce muy bien. Y ahí iba, buscando las entrañas, con audacia y tozudez. Es cierto: esa audacia le costaría la vida. Pero no entendía otro periodismo que el de la mayor aproximación posible a los hechos y a las fuentes.

Para su nota sobre la lucha por los derechos civiles, a Ignacio lo encontramos en un "maloliente departamento de Harlem", donde siete jóvenes negros le muestran la dinamita con la que se proponen "volar una manzana" y destruir "todas las casas de los blancos". Poco después, en una esquina cerca de allí, le puntean la cintura con una sevillana por sacar fotos a dos negros que se estaban peleando en la calle. Lo vemos caminar las calles más sórdidas de barrios virtualmente prohibidos a los blancos y meterse en casas infestadas de ratas para ver cómo vivía la comunidad afroamericana.

Cronista curioso, inquieto, también temerario, Ignacio acompaña a una patrulla armada hasta los dientes que sale en busca de cazadores furtivos en la espesura de la selva misionera; llega hasta el corazón de la colorida Semana Santa indígena de Ayacucho, en Perú; va al encuentro de la célebre cantante folk y militante del pacifismo Joan Báez; vuela por las rutas en el auto conducido por el corredor de TC Juan Manuel Bordeu; recorre el explosivo Medio Oriente; husmea el depósito de hallazgos de la Policía Federal, donde hay desde joyas, televisores y lavarropas hasta calaveras y ataúdes.
En 1991 me tocó cubrir para La Nación, desde Israel, la Guerra del Golfo Pérsico. Al volver tuve una visita que jamás olvidaré: la de Chiquita Ezcurra, la madre de Ignacio. Ella y su nieta Encarnación, que trabajaba en el diario, me regalaron Hasta Vietnam, el libro que, con prólogo de Manucho Mujica Láinez, reúne algunas de sus mejores notas y fotos, y el diario de su viaje a dedo a Estados Unidos, con dos amigos, cuando tenía 19 años. Se publicó en 1972 y fue reeditado en 1998, con un nuevo prólogo de sus hijos, Encarnación y Juan Ignacio, y una presentación de Sara Gallardo.

Desde entonces, Hasta Vietnam es una suerte de biblia profesional que utilizo para las clases de periodismo. A muchas generaciones de jóvenes estudiantes les he repartido fotocopias de "Reportaje al poder negro", y me maravilla comprobar, una y otra vez, cómo ese artículo escrito hace más de 50 años entusiasma y deleita a chicos de la era digital.

"Un periodista da su medida verdadera cuando es libre", dice Manucho en el prólogo. Ignacio era radicalmente libre. Libre, curioso, tenaz, aventurero. Soñador. Sus trabajos lo sobreviven, y en ellos palpita todavía esa libertad que no pudo cegar del todo la tragedia de Saigón.

Ignacio Ezcurra: relato de una vida que honra el periodismo más sublime
Por: José Claudio Escribano
Ignacio Ezcurra pertenecía a una tribu numerosa de San Isidro. A una de esas familias tan grandes que las gentes se preguntan si los chicos habrán encontrado alguna vez toallas secas en los baños de la casa. Los hijos de Pedro Ezcurra y María Delfina "Chiquita" Caprile fueron doce; Ignacio, el quinto, y, como sus hermanos, tataranieto de Bartolomé Mitre, fundador de La Nación. Por los Ezcurra se emparentaba con Juan Manuel de Rosas. Sobraban cables contrapuestos en ese genio atrevido, tan inteligente como candoroso e intrépido, alegre, curioso y solidario, para captar el mundo y reflejarlo en la más amplia diversidad de sus matices.

Lo he admirado a lo largo de medio siglo por el heroico arrojo periodístico. Hoy, releyéndolo en Hasta Vietnam, la antología de sus artículos, lo admiro, además, por haber encarnado un modelo ejemplar: el del periodista que en solo seis años de ejercicio pleno del oficio alcanzó un punto de maduración llamativo en la excelencia de la capacidad narrativa, en la riqueza del poder de observación. Y, desde luego, en la naturalidad expresiva, propia del buen estilo que se mama desde chico y se añora en el periodismo del énfasis y las hipérboles, esquirlas de la lengua que duelen en ojos y en oídos. Un periodista perspicaz dosifica el humor, la ironía. Así escribía Ignacio: con la súbita fugacidad de los guiños.

El 22 de abril de 1968 está por llegar a Saigón, la ciudad en la que perderá la vida. El avión asciende de pronto a 12.000 metros. Lo recuerda en una de sus notas: "'Hay que impedir que nos alcancen los cañones comunistas', dice la azafata, con la misma cara sonriente con que había anunciado el cóctel". Y, ya en tierra: "En la escalerilla nos detiene la explosión próxima de un cañón. La azafata, siempre sonriente, lo explica: 'No se preocupen, es la guerra'".

En todo el mundo, las puertas de entrada en la Redacción de los diarios son múltiples. No siempre se acierta con la mejor. Costó a Ignacio cuatro años encontrar la más favorable, a pesar de que "Chiquita", su madre, era accionista de la sociedad que edita este diario. La entrada de Ignacio a La Nación en 1958 había sido como empleado de la sección Avisos Clasificados. Se mantuvo en esas tareas administrativas, interrumpidas por viajes, estudios y algunos artículos en revistas y en La Nación, hasta que, en 1962, triunfó en el afán de que lo aceptaran como periodista con "cama adentro", en nuestra jerga.

Había nacido con el don para el oficio. Lo había pulido en su paso por la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, al haber obtenido una beca de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), y por vinculaciones con la Universidad de Missouri, entre las más acreditadas entonces en periodismo. A fines de los cincuenta, la prensa internacional destacaba el trabajo de un profesor de la Universidad de Missouri que al configurar la lista de los veinte mejores diarios del mundo había incluido dos periódicos de la Argentina: La Prensa y La Nación.

Viajero empedernido
Pero no eran los ámbitos cerrados de la academia o donde se edita un diario los que Ignacio sentía como más apropiados para su condición de viajero empedernido, a dedo, si era posible, sino en la caja de camiones solidarios por América Latina. De audaz explorador de selvas del Litoral, de aldeas andinas ignoradas en los mapas o de espacios infinitos en la Patagonia profunda, de la que se había enamorado en correrías de misionero laico entre paisanos.

Desconocía la categoría humana y animal del peligro. Lo sabíamos antes de Vietnam por otras crónicas, como las que había escrito sobre Harlem y el poder negro. Por eso, como corresponsal viajero, lo veíamos más cerca de la virtuosa credibilidad de Ernie Pyle, el periodista de la cadena Scripps-Howard y de cien conflictos cruentos hasta que cayó en Okinawa, que de las historias, maravillosamente escritas, es cierto, de Ernest Hemingway, que pasaba tanto o más tiempo en los bares de retaguardia que en los frentes de combate. Ignacio se había casado en 1965 con una rubia espléndida, Inés Lynch. Tuvieron una hija, Encarnación, y cuando Ignacio murió, Inés esperaba otro hijo. Lo llamaría Juan Ignacio.

El viejo y gruñón, pero honorable y en el fondo bondadoso secretario general de Redacción, lo convocó un día a su despacho: "Señor Ezcurra, dígame: ¿qué hace con esa barba". El interpelado quedó perplejo. Se recompuso. Elevó la vista y buscó sobre la pared, en la que se recostaba el sillón de la alta jerarquía, un cuadro de Mitre: "Mi tatarabuelo usaba barba...". El otro volvió al ataque: "Señor Ezcurra, eran otros tiempos. Haga el favor de afeitarse".

Sería un diálogo alucinante en estos días, en cualquier diario. En 1963, no. No solo por las formas paternalistas, que en voluntad protectora encorsetaban a los más jóvenes, sino también porque había estallado un nuevo fenómeno, que cambiaría radicalmente la relación de fuerzas e influencias políticas en los claustros universitarios, en las redacciones, en la intelectualidad argentina. Referían al fenómeno castrista y la afectación que produjo sobre una muchachada de la alta burguesía argentina, hasta poco antes liberal, conservadora y acerbamente antiperonista. Ignacio era un periodista puro, "un periodista absoluto", escribió Manuel Mujica Lainez, pero la barba incipiente, esa tontería, podía interpretarse en aquellos días de aprehensiones como signo burlón de rebeldía, de simpatías disimuladas con Castro, con Guevara.

Con la revolución, en suma, que arrastraría más adelante a la insurrección vernácula a dos de los buenos, muy buenos, entre los nuestros, y ambos, de la generación misma de Ignacio: Salvador del Carril, de remota sangre unitaria, y Emilio Jáuregui, descendiente de Vicente Fidel López, ametrallado en Once, en 1967. En la inhumación de sus restos en la Recoleta, acontecimiento de época, se aunaron el tío abuelo, Federico Pinedo, y Raimundo Ongaro y Rodolfo Walsh, a quien Jáuregui secundaba en la radicalizada CGT de los Argentinos.
Juan Ignacio y Encarnación, sus hijos 
Un año después de ese asesinato, Ignacio Ezcurra, con 28 años, viajaba como corresponsal a Vietnam, venciendo con su insistencia la oposición inicial de La Nación, que había procurado resguardar su vida. Había recibido alguna enseñanza sobre lo que era la guerra de Malcolm W. Browne, corresponsal de The New York Times en Buenos Aires. Browne venía de estar cinco años en Vietnam.

En un despacho desde Saigón, retransmitido vía Nueva York por The Associated Press, Ignacio narraba en La Nación del 9 de mayo lo que había observado en el valle de A Shan, al noroeste del Delta del Mekong, a bordo de un helicóptero artillado de la IX División de Caballería Aerotransportada, procedente de Laos. La Guerra de Vietnam era más que eso. Era una guerra en el sudeste asiático, con los rusos y los chinos proveyendo de armas y suministros de todo tipo a las fuerzas del régimen de Ho Chi Minh, héroe nacional de la pasada lucha contra el colonialismo francés. Enfrente, los Estados Unidos y unos pocos aliados, que ardían en la escalada agotadora de asistir a Vietnam del Sur, con gobiernos corruptos, y más incompetentes para la guerra y menos preparados para bastarse a sí mismos que sus enemigos de Hanoi.

Oye "el ladrido seco del AK 47, el fusil automático chino". A su lado, dos artilleros ametrallan bultos sospechosos "sin dejar de mascar chicles"; mejor: los mascan acompasadamente, mientras disparan. Es la guerra, es la vida con algo de tics de todos los días

Vuelan sobre el valle de A Shan rozando las copas de los árboles, deben dificultar los disparos de cañones enemigos de 35 mm. Vuelan, Ignacio y otros corresponsales de guerra extranjeros, en helicópteros de la "caballería volante" de una de las unidades militares más modernas de la época. Los pilotos tienen la misión de saltar detrás de las líneas enemigas. Ignacio anota que han visto desde el aire camiones y topadoras rusas capturadas intactas sobre un valle al que han dejado como paisaje lunar las descargas reiteradas de hasta 30 toneladas de bombas de los B 52 de la aviación norteamericana. Oye "el ladrido seco del AK 47, el fusil automático chino". A su lado, dos artilleros ametrallan bultos sospechosos "sin dejar de mascar chicles"; mejor: los mascan acompasadamente, mientras disparan. Es la guerra, es la vida con algo de tics de todos los días.

El camino rojo
Por allí abajo se dibuja el camino rojo, conocido como el sendero de Ho Chi Minh, que conduce hacia el norte. Ignacio toma nota de los soldados "que cavan trincheras para pasar la noche luego de cubrirlas con maderas y bolsas llenas de tierra". El cronista de lo simple, sin cuya mención la realidad estaría despojada de sus elementos eternos y los lectores, carenciados del contexto en que se libran por años batallas de infierno, contabiliza árboles en los bordes de la montaña y descubre plantaciones de maíz, de mandioca y bananas que se extienden por la vega. Los soldados llevan un rancho de latas verdes con galletitas, chocolates, dulce, pavo, sopa; quienes cargan con una radio procuran disimularla: "Siempre empiezan con nosotros", dice con sequedad un soldado, experimentado en la lógica e importancia de las comunicaciones en la guerra.
Escena de guerra retratada por Ezcurra Escena de guerra retratada 
Ignorábamos todavía, con el ejemplar de aquel 9 de mayo en las manos, el horror de que lo que leíamos ya era un texto póstumo. Ignacio había sido asesinado el día anterior. Con sus colegas Merton B. Perry, de Newsweek, y Raymond Coffey, del Chicago Daily News, había incursionado en jeep, la mañana del martes 7, por el barrio de Cholón, donde habían muerto poco antes cuatro periodistas occidentales, al parecer en manos del Vietcong. Después de un tiempo de rondas, Perry y Coffey lo anotician de que regresan al centro de Saigón. Nuestro corresponsal decide quedarse para seguir a pie el reconocimiento de la zona y de sus gentes.

En la habitación 502 del Hotel Eden Roc había quedado sobre la cama una máquina eléctrica de afeitar; en el ropero, su uniforme militar de corresponsal. Las luces estaban encendidas y el ventilador en funcionamiento. Sobre el modesto escritorio, del rodillo de una Lettera 22, la liviana máquina de escribir que utilizábamos con preferencia los corresponsales en el exterior, despuntaba una hoja con esta única, sombría línea: "Saigón, 8.- Correrá mucha sangre en mayo...".

Concurrían de tal modo indicios firmes de que el ocupante de la habitación 502 se había propuesto volver pronto a fin de reanudar la labor interrumpida. Se había acostado tarde. A la medianoche, Ignacio había entregado en las oficinas de AP, la agencia noticiosa de mayor vínculo con La Nación desde 1920, cuando La Prensa rompió relaciones con aquella y contrató los servicios de la United Press, dos artículos sobre la guerra y un tercero afín, pero centrado en la comunidad católica de Vietnam. En este último artículo relata su entrevista con el arzobispo de Saigón e informa del recelo de la reducida pero influyente feligresía católica por las gestiones de paz que por esos días se inauguraban en París con el célebre diplomático Averrell Harriman como jefe de la delegación negociadora de Estados Unidos. Los católicos temían que las negociaciones terminaran con los comunistas en el poder. Acertaron, no ante esa rueda, pero sí ante la última, la de 1973, y el abandono por los norteamericanos del escenario bélico, en abril de 1975, al que siguió la reunificación de Vietnam.

Saigón no era la ciudad indicada para andar de noche sin custodia durante los últimos estertores de la ofensiva del Tét. En ataques de guerrilla, el Frente Nacional de Liberación del Sur (Vietcong), hijo del Ejército Popular de la República de Vietnam (Vietnam del Norte), que conducía el legendario general Vo Nguyen Giap, había penetrado hasta lugares supuestamente invulnerables en enero y febrero últimos. De manera que, por gestiones de AP, Ignacio, junto con otro corresponsal, Peter Kann, de The Wall Street Journal, retornó al hotel en la noche del martes 7 al miércoles 8 en el jeep de una patrulla de la policía militar.

El lunes 13 de mayo, La Nación titulaba en tapa: "No fue hallado nuestro corresponsal de guerra". La información daba cuenta de la situación y de la angustia creciente por el joven periodista argentino. Ignacio se había comprometido a comer con un asistente especial del embajador norteamericano Ellsworth Bunker. Oriana Fallaci, famosa periodista italiana, enviada por L' Europeo, había conocido a Ignacio en Buenos Aires y sugirió que algo terrible debía haberse producido. Su razonamiento la pintó tal cual era: "Ignacio es un hombre demasiado educado para olvidar una invitación a cenar".

El 14, también en la portada, La Nación, con nuevos elementos de juicio, fue más lejos que en la edición anterior: "Témese por la vida de nuestro corresponsal en Vietnam del Sur".

El carnet que será exhibido en el museo El carnet que será exhibido en el museo Fuente: Archivo
Ahora se sabía que al día siguiente de la desaparición un colaborador freelance japonés de AP había fotografiado dos cadáveres en una de las calles de Cholón. Nos resistimos por días a la aceptación de la brutal evidencia: la misma camisa blanca, el mismo cinturón blanco, los mismos pantalones negros. Los mocasines de siempre. Así mostraba a uno de los cuerpos yacentes, de rostro desfigurado por balazos, la foto borrosa que por circuito radioeléctrico AP había hecho llegar al diario.

Según fueran las condiciones climáticas durante las transmisiones, las radiofotos derivaban en motivo de estupefacción. A comienzos de los sesenta habíamos publicado en tapa una foto de primeras figuras políticas de Europa alineadas de pie, al cabo de una reunión. En el epígrafe, a una de ellas la identificamos como De Gaulle, presidente de Francia. No porque lo acreditaran los rasgos de la cara, sino porque sobresalía en exceso por encima del resto: nadie sabía de otro dirigente político de nivel en Europa con dos metros de altura.

Empezaron a llegar a La Nación mensajes de solidaridad. Ernesto Sabato escribió que seguía con angustia la suerte de Ignacio en medio de una de las guerras más atroces que se hubieren conocido. "El coraje -dijo- me ha conmovido y admirado siempre, y los hombres que lo revelan tienen invariablemente mi respeto. Ojalá este muchacho aparezca. Lo deseo de todo corazón".
Ignacio Ezcurra  / Biblioteca Nacional
La Nación postergó sus conclusiones sobre la tragedia, pero publicó en la misma edición del 14 la radiofoto con los dos cadáveres. Lo hizo con la advertencia de que quebrantaba la política editorial de abstenerse de publicar tal clase de imágenes. Fundamentó la excepción en el valor documental del material. El 22, después de haber recibido por avión copia fiel de la fotografía obtenida por el colaborador de AP, consideró disipada, en opinión coincidente con parientes y amigos de Ignacio, cualquier duda sobre el tristísimo final.

La Fallaci, que estaba en Saigón, escribió: "Tiene los brazos atados a la espalda; se ve la cuerda a la altura del codo. El cuerpo está destrozado por una ráfaga vertical al estómago y al vientre, su rostro es irreconocible, traspasado por las balas. Un asesinato en frío... Las mejillas son las de Ezcurra. Los cabellos son los de Ezcurra y la frente es la de Ezcurra. También le dispararon en la nuca".

Bien dicho: un asesinato en frío. Como ningún delincuente común se toma el trabajo de atar las manos de nadie para cometer un crimen en circunstancias como aquellas en Saigón, la motivación debía de haber sido otra. ¿Dónde hallarla? El Vietcong, citado por Radio Hanoi, se negó a cargar con la muerte de Ignacio. Los norteamericanos, desde el Departamento de Estado hasta sus aparatos de inteligencia, dijeron haberse movilizado para el esclarecimiento del hecho. La Argentina, gobernada por el general Juan Carlos Onganía en nombre de las Fuerzas Armadas, se puso en igual dirección, dándole el canciller Nicanor Costa Méndez instrucciones al embajador Luis Castells de concentrarse en dilucidar qué había sucedido. Las relaciones entre los militares argentinos y los Estados Unidos y Vietnam del Sur eran óptimas. Nuestro país acompañaba en las Naciones Unidas el reclamo norteamericano, neutralizado por el veto soviético, de que la cuestión de Vietnam se tradujera en tema del Consejo de Seguridad. Días después de la muerte de Ignacio, una delegación militar argentina, encabezada por el general Mariano de Nevares, arribaba a Saigón.

La línea editorial de La Nación era decididamente adversa al imperio soviético y sus aliados allí donde se manifestaran. Esa posición se expresaba sin fisuras entre los sobresaltos de la Guerra Fría y el conflicto de Vietnam. ¿Había habido, sin embargo, en la correspondencia de Ignacio, y, por lo tanto, en la política editorial de La Nación, que la había publicado, rasgos relevantes de una independencia de criterio informativo inaceptables en Saigón como para acabar con la vida de nuestro periodista? ¿Había incomodado Ignacio al poder político o militar instalado en Vietnam del Sur? Veamos algunos detalles.
Nuestro corresponsal había retratado a guerrilleros y efectivos regulares norvietnamitas. Se detiene en el buen estado de los uniformes, aunque también en que están calzados con ojotas confeccionadas con cubiertas de camión ("Pobres, con esos elementos no sé cómo pelean, los compadeció un soldado"). Otro soldado norteamericano dice, en el hilado del cronista: "No sé si serán estúpidos, pero pelean como lobos". Y un sargento, que reflexiona: "Si los soldados del ejército survietnamita pusieran el mismo entusiasmo, en una semana ganamos la guerra". No había mucho más que eso, pero no menos.

Y sí, en cambio, esto otro, nada complaciente, con el bando al fin triunfante, que consta en declaraciones de Ignacio a la televisión de La Voz de América: "Siento mucho la muerte de los colegas que fueron asesinados días atrás por el Vietcong. Estaban desarmados y tuvieron tiempo de decir que eran periodistas. Fue una crueldad inútil eliminarlos...".

Hoy, menos que en el pasado me atrevería a arriesgar una certidumbre sobre la autoría del asesinato de Ignacio. Dejo todas las hipótesis abiertas, en impotencia acentuada por la desaparición del cuerpo después de haberlo fotografiado un periodista japonés que enseguida voló a Tokio.

Inés Lynch murió en 2009. "Chiquita" Ezcurra, en 2013, con 103 años de edad y la desazón por el orgullo con el que pudieran haberse amenguado en su espíritu de madre inquietudes íntimas, propias por igual de un hondo sentimiento, al despedir al hijo que no volvería nunca.
Fotos: Archivo La Nación y Gentileza Encarnación Ezcurra
Fuente: Diario La Nación

La TV abierta no ataca: la crisis frente al streaming

El medio permanece en estado de "hibernación" y las mediciones de rating indican que enfrenta un abismo; muy pocos programas logran dos dígitos y se apuesta cada vez más a los formatos enlatados 
Por: Marcelo Stiletano  
El último episodio en el que la TV abierta ocupó el lugar central del debate público estalló el 31 de marzo y se prolongó durante toda la primera semana de abril. No fue un hecho para que la pantalla se enorgulleciera. Todo lo contrario. El escándalo desatado en aquel programa de Mirtha Legrand desde el cual se ventilaron gravísimas acusaciones sobre una red de pedofilia en un contexto de asombrosa liviandad y sus secuelas seguramente quedarán entre los peores momentos de la historia de la televisión argentina.

Gracias a ese revuelo mucha gente tomó nota de que la TV abierta seguía ocupando un lugar en el mapa de los medios. Por un momento parecía abandonar ese estado de letargo que caracteriza a quienes tienen poco y nada para decir. Gracias a una ruidosa discusión que giró alrededor de una frase clave dicha hace un par de décadas por la propia Legrand ("Por un punto de rating se mata a la madre") caímos en la cuenta de que ese mismo rating todavía existe y que se sigue luchando encarnizadamente por conseguirlo, aunque la recompensa en todos los casos resulte magra.

Tras las disculpas públicas de Legrand, una semana exacta después del estallido, todo volvió a la normalidad. Las planillas de medición de audiencia volvieron a reflejar el estado de hibernación de la pantalla y de los espectadores, tan poco movilizados por lo que la TV de aire les ofrece que hoy los canales destapan champagne para celebrar que alguno de sus programas apenas alcanzó alguna cifra de dos dígitos en las franjas horarias más competitivas. Lo que en otro tiempo era una batalla sin cuartel entre emisoras que apuntaban a superar los 30 puntos de rating (número que acaba de sobrepasar con holgura en Brasil el cierre de la temporada 18 de Gran Hermano, por la red Globo) hoy se reduce a modestísimas aspiraciones que no van más allá de los 12 o 13 puntos. Cuando la miniserie Sandro de América alcanzó a principios de marzo un promedio cercano a los 15 puntos de rating, la novedad se recibió como un hecho de ribetes excepcionales

Los canales de aire están en una encrucijada. En una realidad global de cambios televisivos constantes y dramáticos, así como de verdaderas revoluciones en la manera de consumir contenidos propios de la pantalla chica, con el streaming como actor cada vez más dominante, la TV abierta está obligada a reinventarse todo el tiempo. El problema es creer que el público puede volver a confiar en ella solamente a partir de un menú integrado por platos e ingredientes de dudoso gusto como los que se ofrecieron en la mesa de Mirtha Legrand. Por el contrario, hace mucho tiempo que la televisión abierta no despierta interés en los terrenos que le son naturales. No hay logros periodísticos, no hay producciones vistosas, no hay figuras que valga la pena escuchar, no hay ideas originales dignas de seguir. No hay, en definitiva, una voluntad de crear o de innovar que se mueva a partir del elemental impulso de salir a buscar al público perdido.

En el ánimo de los programadores parece haber hoy más modorra que espíritu de superación. Hacía tiempo que un canal abierto que compite por el liderazgo de la audiencia como Telefe no exhibe en su grilla cotidiana una sucesión tan monótona de propuestas. Hasta que llegó Pampita con su show de trivialidades vespertinas, toda la tarde de Telefe se impulsó exclusivamente con combustible extranjero, especialmente llegado de Turquía. Los 10 u 11 puntos garantizados que aporta diariamente a las planillas de rating le permiten a la telenovela Elif asegurarse un espacio de ¡tres horas! por cada día hábil. Como si fuese una señal televisiva con cabeceras en San Pablo y Estambul, la mayoría de las novedades que por ahora anuncia Telefe tienen identidad brasileña o turca. La rara excepción es Pampita Online, un programa por ahora imaginado más para lograr una calculada repercusión en las redes sociales que para adquirir una genuina identidad televisiva, aún con sus características mundanas

Hay un poco más de producción nacional en El Trece, el otro canal líder que también prefiere navegar en aguas tranquilas y cercanas a los puertos. Aquí tampoco hay búsquedas, hay riesgos, hay voluntad de llegar más lejos. La competencia en el horario central es casi soporífera. Tanto, que después de muchísimo tiempo los programas autorreferenciales de la TV, que también parecen haber perdido buena parte de sus reflejos, ya casi no se interesan por lo que dicen los números de la tele. Esa falta de atención queda a la vista también en la elección de los formatos predominantes. A la sombra de Mirtha Legrand, que transita su histórico año de festejo de bodas de oro con su programa, surgieron (sin comida en el medio) otros ciclos en los que políticos, referentes sociales y figuras del espectáculo o de la farándula se juntan a charlar, como PH y Debo decir.

¿Será que estamos atravesando el año de otro Mundial? Suele decirse que la televisión es ese medio caracterizado por las innovaciones que experimenta cada cuatro años, en coincidencia con la máxima fiesta del fútbol globalizado. Las transmisiones deportivas han dado cuenta de esta evolución, sobre todo tecnológica y visual, pero a costa de dejar deliberadamente huérfano a todo el resto. En la Argentina hace tiempo que existe la costumbre de hacer la plancha -televisivamente hablando- en el año de cada Mundial, como si todos creyeran ciegamente en el hecho que no habrá otra cosa que fútbol en el interés del televidente. Algo difícil de probar mientras nadie se anime a hacer otra cosa que anunciar programas especiales y enviar a la sede del Mundial a la mayor cantidad de gente posible... para no hacer nada nuevo o distinto.

Las expectativas en materia de novedades son contadas, y a la vez condicionadas por lo que ocurra en Rusia 2018. Entre latas y latas extranjeras, Telefe prepara con bastante despliegue el desembarco de 100 días para enamorarse, la nueva producción de Underground en clave de comedia romántica con un destacado elenco. Y confía en la tracción de audiencia que pueda darle Susana Giménez con su vuelta después del Mundial.

El Trece descartó por desacuerdos horarios y artísticos la reaparición de Antonio Gasalla (cuya ausencia, de paso, es el mejor testimonio de que los programas de humor en la TV de aire están directamente extinguidos) pero espera por otros dos regresos, el de Jorge Lanata y PPT por un lado, y el de Marcelo Tinelli (¿a principios de julio?) por el otro. Pareciera que el canal no piensa en otra cosa para pelear por el liderazgo en las mediciones de audiencia. La llegada de la miniserie El lobista tiene aspiraciones un poco menores al respecto.

Mientras tanto, América eligió no escapar de su zona de confort, la continuidad de su programación periodística (más seria o más frívola) en vivo. Y Canal 9 parece haber optado por la estrategia de consolidar en esta temporada algunos de sus programas insignia, desde el clásico Bendita hasta Mejor de noche, pasando por El show del problema y Combate.

Queda la TV Pública, en un año atravesado por la austeridad presupuestaria, por los cuestionamientos de sectores gremiales a la política oficial representada en la figura de Hernán Lombardi y por la aparente decisión de llevar adelante esta temporada sin un director, cargo vacante desde que el 1° de enero renunció Horacio Levin. Aquí también se apuesta al Mundial con la emisión en directo de 32 partidos, algunas ficciones (la segunda parte de El marginal, La caída), el muy bienvenido regreso de Filmoteca y un ambicioso programa musical (La hora del tango, realizado en el CCK) que se vislumbra como uno de los pocos ciclos televisivos que promete algo distinto y ambicioso en materia de producción. Un pequeño estímulo que crea expectativas, pero no oculta para nada, y más bien eleva, las preguntas sobre los grandes dilemas que enfrentan los canales de aire. La demora en resolverlos hará las cosas mucho más complicadas para el medio en el futuro inmediato.

Encendido en picada
Ninguna cifra o dato ilustra mejor la encrucijada de la TV abierta en la Argentina que la baja del encendido. En televisión.com.ar, que viene siguiendo el tema, se reveló que 2017, con un acumulado de 23,1 entre los cinco canales, fue el año de encendido más bajo de los últimos 13 para los canales de aire.

Esa tendencia siguió en enero de 2018, con un encendido acumulado entre los cinco canales de aire de 21,7 puntos, el registro más bajo medido mes a mes desde 2004. En febrero hubo una leve suba, pero la sensación de haber tocado fondo se mantiene
Imagen: Shutterstock
Fuente: Diario La Nación

El CiSPren alerta sobre la situación de los medios de comunicación en Río Cuarto

En un contexto de ajuste, despidos y pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, la delegación Río Cuarto del CiSPren concluyó una serie de reuniones con algunos de los directivos de medios locales donde se plantearon reivindicaciones salariales en el marco de la paritaria que comenzará la semana próxima en Córdoba y varias particularidades que son motivo de reclamos de los compañeros en dichos medios.

Ante la preocupación del personal de LV 16 por la demora en el pago de salarios, uno de los integrantes del directorio de la emisora, Pedro Frías, argumentó problemas financieros de la empresa y el paro bancario que impidió que se acreditaran los fondos en la fecha prevista. La secretaria general de la delegación, Marta Maezo, y el gremial, Javier Lucero reclamaron que se realice el pago en los términos previstos en el convenio, es decir antes del quinto día hábil, y no desdoblado en dos como lo viene haciendo desde hace años.

En el canal 13, con la presencia de la secretaria general, el gremial y Pablo Callejón, también integrante de comisión directiva, se planteó la preocupación por la continuidad del Telediario Federal y el pago de las horas extras. El director Juan Green expresó las dificultades que tienen para insertar la señal generada en Río Cuarto por la falta de una política federal en materia de medios, pero garantizó su continuidad hasta fin de año. Sobre el pago de horas extras se reclamó que se mantengan aquellas que constituyen parte de los ingresos permanentes o semi permanentes de los trabajadores y expresó su compromiso de que esos pagos continuarán realizándose.

En el diario Puntal, dado que el grupo se asoció con Canal Quatro, se plantearon temas de ambos medios y el gremio conformó una comisión intermedios. La secretaria general, con Leonardo Brochero y José Luis Debernardi, miembros de la comisión, con respecto al diario, reclamaron por la liquidación correcta de la antigüedad, dado que desde hace años se ha quitado ese derecho de los trabajadores, pese a numerosos fallos judiciales en contra de la empresa. También se reclamó el pago de presentismo entre otras cuestiones particulares del medio. El director Eduardo Yuni recepcionó las demandas y quedaron en una etapa de discusión.

Con respecto al Canal Quatro, donde recientemente se desvinculó a un trabajador, Yuni informó que la empresa irá generando producciones como productora, aunque dijo que se estudia la implementación de un nuevo noticiero.
Comisión directiva CiSPren Río Cuarto

viernes, 27 de abril de 2018

Siguen los aprietes policiales a periodistas y ya es intolerable

El sitio EnRedacción denunció que un periodista que publicó un informe sobre un jefe policial fue amenazado a través de la red social Instagram, en la que se mencionaron las cuentas de familiares suyos.

"Amenazaron a nuestro periodista Adolfo Ruiz luego de publicar un artículo sobre acoso", es el título de la nota en la que alerta sobre el hecho. En la cuenta "tnoticias76" de Instagram -ya desactivada- se publicaron ocho historias con las cuentas de familiares de Ruiz "con el objeto de indicar el conocimiento que tienen de su vida y sus afectos, por lo que se trata claramente de una amenaza a su tarea", señaló EnRedacción.

En tanto, el Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba, manifestó su solidaridad con el compañero en un comunicado:
El CiSPren, se solidariza con el compañero trabajador de prensa Adolfo Ruiz, quien ha sufrido amenazas a través de redes sociales derivadas de su labor periodística. El hostigamiento comenzó a partir de la publicación de una nota en el medio EnRedacción, el pasado 25 de abril, en el que se dejaba expuesto el caso de un alto mando policial de la departamental San Justo, Carlos Cabral, quien a pesar de las numerosas denuncias por acoso de parte de sus dependientes, fue ascendido.

A escasos días de la condena en contra del ex jefe policial Julio César Suárez por la causa de amenazas en contra del periodista y compañero Dante Leguizamón, parece que hacia adentro del cuerpo policial no han cambiado mucho las cosas, pues los aprietes y amedrentamientos en contra de los y las trabajadoras de prensa sigue siendo moneda corriente.

Desde nuestra institución repudiamos la actitud cobarde y violenta de oscuros personajes que se amparan en el anonimato de cuentas falsas en las redes para apretar a periodistas, amenazando incluso a familia e hijos en busca de callar la difusión de investigaciones que evidencian ilícitos.

Responsabilizamos a la Policía de la Provincia de Córdoba en su conjunto y al Gobierno Provincial por la seguridad y la integridad física del compañero Adolfo Ruiz y su familia.

Renovamos nuestro reclamo al gobierno provincial de valorizar la tarea de prensa y ponemos a disposición de Ruiz todas las herramientas legales y gremiales para arribar a una solución definitiva ante este hecho tan aberrante.

Córdoba, 27 de abril de 2018
Bárbara Arias, Secretaria de Prensa CiSPren
Javier De Pascuale, Secretario Adjunto CiSPren