Junio 30 de 1971: Katharine Graham, editora de The Washington Post, y el director periodístico Benjamin C. Bradlee celebran el fallo de la Corte Suprema que avaló la publicación de los informes secretos del Pentágono sobre la guerra de Vietnam
Por: Susana ReinosoA sus 86 años, ya retirado, quizá Daniel Ellsberg viva con hondo orgullo esta repentina actualidad que ha tomado el caso conocido como “los papeles del Pentágono” a raíz del estreno de la película The Post . La filtración que Ellsberg hizo en 1971 a Neil Sheehan, un reputado reportero de Vietnam en el New York Times, sobre los oscuros secretos que cuatro gobiernos norteamericanos escondieron sobre el rol de EE.UU. en aquel rincón de Asia entre 1945 y 1967, erosionó el gobierno de Richard Nixon, unió a la prensa de referencia norteamericana como un puño, y acabó con el presidente estadounidense apenas cuatro años después, cuando estalló el caso Watergate.
El caso del Pentágono empezó con ¿un acto patriótico? ¿un acto de rebeldía contra el poder absoluto? Puede resultar incomprensible que un ciudadano, experto en la realidad asiática en los años 70 asumiera una decisión tan compleja y trascendente, como fue la filtración de un informe secreto de 7000 páginas a un periódico leído por la intelligentsia norteamericana. Eso hizo Ellsberg, con la colaboración de Anthony Russo, tras hartarse de las mentiras que el gobierno de Nixon daba a la prensa a sabiendas, mientras los hijos de la sociedad estadounidense morían a miles de kilómetros de distancia.
Lo ocurrido con la filtración al New York Times del voluminoso reporte conocido oficialmente como “Relaciones Estados Unidos.-Vietnam 1945-1967. Un Estudio preparado por el Departamento de Defensa” había comenzado mucho tiempo antes, hacia finales de la Segunda Guerra Mundial. Con la caída de la antigua Indochina, tras el revés de Francia en 1954, Vietnam, Camboya y Laos quedaron bajo el arbitrio militar de Estados Unidos.
La guerra de Vietnam, se sabe ahora tras la publicación oficial de los papeles del Pentágono ordenada cuarenta años después del fin de la contienda, fue un rotundo fracaso para los norteamericanos. Se saldó con más 60 mil soldados muertos y mutilados que marcó a varias generaciones.
El fantasma del comunismo, fortalecido tras la Segunda Guerra Mundial, desvelaba al poder norteamericano más que la Guerra Fría. Del sudeste asiático hasta Asia Central, con la cabecera de playa de Cuba en América latina, el comunismo era el foco de la política militar y exterior de las sucesivas administraciones estadounidenses. Daniel Ellsberg había trabajado en la embajada norteamericana en Vietnam. Tras su regreso a los Estados Unidos, este estratega fue contratado por Rand Corporation, una agencia del Pentágono para informes secretos sobre la guerra. Fue parte de un equipo de académicos y especialistas, a pedido de Robert McNamara, para emitir un informe sobre Vietnam.
Nixon consintió en mantener borrada la verdadera historia que habían ocultado sus antecesores, desde Eisenhower a Johnson, pasando por John F. Kennedy, a lo largo de tres décadas. Por eso Ellsberg se dio a la intensa tarea de fotocopiar las 7000 páginas.
Mientras esto ocurría en un rincón del poder, The Washington Post trataba de digerir, el 13 de junio de 1971, la bomba periodística en la portada del Times. Neil Sheehan firmaba la primicia que todo periodista anhela conseguir una vez en su vida: “Vietnam Archive: Pentagon Study traces 3 decades of growing U.S. Involvement” (Archivo de Vietnam: Un informe del Pentágono rastrea tres décadas de intervención creciente de EE.UU.). Así se titulaba el avance en tapa.
El Times había decidido su publicación luego de mantener tres meses en una suite del Hotel Hilton a un equipo de periodistas encabezado por Sheehan, que analizó minuciosamente aquellos documentos. Eran apenas una parte de los gruesos volúmenes que Ellsberg ocultaba a buen resguardo.
Si la publicación de aquellos documentos, que derivaron en protestas agitadas en las calles, fue una prueba de fuego para el Times, se convirtió en un enorme desafío para el Post. Katharine Graham era la nueva directora y dueña del periódico que, por entonces, se preparaba para salir a la Bolsa con una oferta pública de acciones, en una estrategia de supervivencia y de proyección futura. En los 70, el Post aspiraba a dejar de ser un diario regional para posicionarse a nivel nacional e internacional, como ya lo estaba el Times.
En su fascinante autobiografía, "Kay" Graham –una mujer de clase alta, refinada, educada para su época, conforme con que las grandes decisiones sobre The Washington Post Company estuvieran en manos de su padre primero, y de su malogrado marido Phil Graham después- cuenta cómo tuvo que tomar el timón de The Post, sin haberlo deseado.
De pronto irrumpió en la vida del periódico y en la suya, el talentoso Ben Bradlee, flamante editor general del Post, que venía de trabajar en Newsweek. Golpeado en un ala por la primicia del Times, Bradlee reunió a su equipo y lo mandó a la calle a hacerse con los papeles del Pentágono. No quería colgarse de la primicia del Times, por entonces bajo la presión de Nixon. Un juez federal de Nueva York restringió al Times la publicación del tema por una semana. Esa fue la hora de The Post y de Graham.
Katharine Graham se movía con soltura entre muchos de los personajes conectados a los papeles del Pentágono. Era amiga de Henry Kissinger, secretario de Estado de Nixon, y de McNamara, secretario de Defensa hasta 1968. Bradlee había sido amigo de Kennedy. Para Graham evitar la publicación de los papeles era una alivio, a punto de sacar la compañía a Bolsa en esos días. Pero en el barco estandarte de la compañía, que también tenía radio y televisión, estaba Bradlee, un animal periodístico que sostenía su autoridad en el pacto de lectura del diario y sus lectores.
En esos días agitados, una atribulada "Kay" Graham analizaba con sus asesores la delicada situación en que se encontraba su compañía: los canales de TV, las radios, Newsweek y la parte del Herald Tribune que le correspondía.
“Tuvimos que reflexionar sobre todo lo que estaba en juego, en las miles de personas que perderían sus empleos, en los lectores, en el destino de toda la compañía, […] Y optamos por ir adelante”, reflexionó hace años “Kay” Graham. El día que Graham, tras escuchar a sus abogados y consejeros, le dijo a Bradlee: “Let’s go!” (Adelante!) se convirtió en la editora mujer más influyente de su época, en un mundo dominado por hombres. Las máquinas del Post empezaron a imprimir las páginas que cambiarían su historia.
Graham no lo sabía entonces, pero estaba inaugurando una nueva era en el periodismo norteamericano: en democracia, una mujer reafirmaba que el periodismo debe ser el control del poder político, y no amigo del poder.
Ellsberg y el Times terminaron en los tribunales. The Post acudió a la misma audiencia ante la Corte Suprema. Antes, el resto de los diarios regionales de Estados Unidos había comenzado a publicar el material del Pentágono, lo que hizo sentir a The Post menos solo. Los cargos de espionaje contra Ellsberg fueron retirados, al tiempo que la Suprema Corte de Estados Unidos dio la razón al Times por 6 votos contra 3, asegurando la libertad de prensa y haciendo prevalecer la Primera Enmienda, que sigue definiendo la relación entre el poder y la prensa norteamericana.
¿Es comparable la revelación de Wikileaks por Julian Assange, o la de documentos de la CIA por Edward Snowden, con la acción de Daniel Ellsberg al filtrar los papeles del Pentágono? ¿Son similares sus intenciones? ¿Se parecen sus objetivos? Como han señalado diversos analistas en estos días, Ellsberg no detuvo la guerra de Vietnam, pero reafirmó el derecho y la obligación de desafiar al poder absoluto. El New York Times y el Whasington Post honraron su pacto de lectura con la opinión pública norteamericana.
De Hannah Arendt a Spielberg, la reflexión sobre el secreto, la mentira y el engaño
Por: Valeria Bosoer (Politóloga, UBA)
Siempre es impactante reconocer el potencial de ciertos acontecimientos históricos para provocar reflexiones sobre el presente y el modo en el que este poder revelador nos conmueve con el paso de los años. Este es un ejemplo: el escándalo que generó en 1971 la revelación de hechos que fueron ocultados a la opinión pública por parte del gobierno de los EE.UU. y que fueron recopilados en los llamados Documentos del Pentágono.
En noviembre de aquel año, Hannah Arendt, una prestigiosa académica e intelectual alemana exiliada del nazismo y radicada en suelo americano, publicó en la revista The New York Review of Books un artículo –“La mentira en política. Reflexiones sobre los Documentos del Pentágono”- en el que definía como una de los rasgos principales del rol de la mentira en la política moderna la orquestación por parte del gobierno estadounidense de una sistemática ocultación y deformación de los hechos.
El contexto actual de la política estadounidense es diferente pero consonante con aquel: el reinado de las “fake news” en el discurso de Donald Trump y el escarnio a la prensa, e incluso a actrices reconocidas como Meryl Streep, por parte del propio presidente de EE.UU. La comparación entre Nixon y Trump está servida en bandeja. No es casualidad, por tanto, que Steven Spielberg haya realizado una película sobre los “Documentos del Pentágono” en 2017, ni que Streep desempeñe su papel protagónico.
Este director de cine norteamericano ya cuenta en su haber con otras películas por el estilo que exhiben el buen timing para traer sucesos históricos que alumbren el presente. Esta película aparece, entonces, como una crítica anti-Trump que invita a reflexionar bajo el prisma de la historia sobre la situación actual de la comunicación pública en EE.UU. y, sobre todo, de las mentiras del gobierno y el rol del periodismo de revelar y dar respaldo a los hechos que son sistemáticamente vulnerados con engaños, deformaciones y fraude.
Volver a la reflexión de Arendt ayuda a comprender el peligro de la orquestación sistemática de una red de mentiras por parte de un gobierno: los embates a la “verdad fáctica” y la vulneración sistemática del derecho de los ciudadanos a obtener información veraz sobre los hechos. Nos dice que cuando la mentira se transforma en una política de estado se ponen en riesgo derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos.
Para hacer frente a este peligro contamos con la prensa independiente para develar los hechos ocultos. “Mientras que la prensa sea libre y no corrompida –señala Arendt- tiene una función enormemente importante que cumplir (…) Esta esencialísima libertad política, este derecho a la no manipulada información de los hechos, sin el cual toda libertad de opinión se torna una burla cruel”.
Hoy contamos, además, con nuevas formas de revelación de los hechos gracias a las nuevas tecnologías de información y comunicación que, sin olvidar la estela ejemplar dejada por Daniel Ellsberg (“el primer whistblower”), aportaron como novedad Chelsea Manning, Wikileaks y Edward Snowden en la era de Internet.
¿Pero qué sucede cuando los ciudadanos saben de esa mentira organizada? Si el efecto es el descreimiento generalizado aparece entonces otro problema inminente: cuando no se cree en nada, nos dice Arendt, peligra la capacidad de discernimiento. Entonces el peligro mayor no es solo el reinado de la mentira en el discurso público sino sus efectos sobre el entendimiento y la capacidad de juicio de los ciudadanos.
El tema en el cine
Otras películas que contaron la historia
The Post: los oscuros secretos del Pentágono, la película de Steven Spielberg estrenada esta semana, tiene un antecedente inmediato. En 2003, se estrenó Traición en el Pentágono (The Pentagon Papers), de Rod Holcomb, con James Spader y Paul Giamatti. Del mismo año es The Fog of War, un gran documental de Errol Morris en el que Robert McNamara cuenta los pormenores de la guerra de Vietnam y sus revelaciones.
Foto: Charles del Vecchio/The Washington Post /Getty Images
Fuente: Diario Clarín